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48

Del otro lado había un corredor muy similar al que nos encontrábamos, pero la diferencia era que estaba atestado de gente en formación.

Todos portaban armas de diferentes calibres, pero las llevaban enfundadas, no tuve que poder agudizar el olfato para saber que tenían más miedo que cerdo en un matadero. Estaban parados con las piernas separadas, en posición de alerta. Sus hombros estaban tensos, la mirada endurecida por una determinación kamikaze y las venas de sus brazos se marcaban como rutas en un mapa.

Se encontraban vestidos igual que la chica, con harapos de plata, brazaletes que anudaban cosas y tantos artículos que parecían cargar en su cuerpo todo lo que hubiera cabido en una mochila. Uno llevaba bajo una faja de tela metálica un cuaderno, comprimido contra su piel, la cintura de una mujer era rodeada por un cinturón del que pendían muchas llaves. Su piel la tenían pintada con metal líquido, líneas debajo de sus ojos, puntos en su frente o vértices en sus brazos, como cuando los habitantes Mine se trazaban runas en la piel para la Ceremonia de Nacimiento.

Tenían el torso descubierto y pantalones o taparrabos, muchas plumas, huesos y otras cosas extravagantes. Todos allí ostentaban piel lívida, incluso los que deberían tener una pigmentación café, estaban como descoloridos.

Había unas veinte personas paradas y en el medio un hombre abierto de brazos, trazando su mejor sonrisa. La chica se unió rápidamente al grupo, el hombre vio que tenía desenfundada la navaja, cerró su puño alrededor de la muñeca y se la quitó. Arrojó el arma al suelo.

Comprobó que la chica se encontraba intacta escudriñándola con atención, agarrándole la cara con ambas manos, había un deje de cariño en ese gesto. El hombre tenía un semblante serio, ella colocó una mano sobre las de él.

He had to come alone —comentó pacientemente el hombre.

He didn't want to separate from his friends —respondió desesperada la chica, lanzándonos una mirada rápida—. I told him. They could get hurt.

And?

He doesn't care —negó con la cabeza.

They are wolves?

Yes, sorry, dad.

It's okey —respondió él, dándole un breve abrazo y besándole la coronilla en un gesto paternal.

Supe que le estaban preguntando por los invitados que había traído, o sea, mi familia.

No entendía mucho de la lengua muerta inglés, todos los de Olimpo la hablaban al igual que el latín, pero al irme cuando era un niño no había aprendido demasiado. Sólo conocía unas pocas palabras. Milla se había preocupado más que aprendiéramos a sobrevivir por nuestra cuenta en los ambientes hostiles de la naturaleza, que enseñarnos idiomas extintos.

El hombre nos miró a nosotros y trató de mostrarse rejado. Tenía cabello crespo, dorado y canoso sobre la cabeza, barba de una semana, bolsas arrugadas debajo de los ojos y la cara cuadrada. Unos anteojos redondos enmarcaban su mirada cansada y ávida como si fuera un náufrago encontrando una isla. Estaba ataviado con un traje de plata opaca y oscura, la ropa se veía un poco pesada. Sus dedos estaban cargados con numerosos anillos y llevaba unos extraños tatuajes en sus manos.

—Lamento la demora —contestó arrastrando las silabas con el característico acento de los humanos, se giró distraídamente un anillo de piedra roja en el dedo anular—. Mis guardias nunca se habían enfrentado a... licántropos. Tuvieron que llamarme, no querían abrir la puerta. Sepa disculpar, señor Lerna, le dijimos que su invitación era sin acompañante por una razón.

—Si quiere me voy —respondí encogiéndome de hombros y señalando el camino de regreso con la alabarda que le había quitado a la humana.

—¡Para nada! —opinó Cet dando un paso adelante, su voz sonó más alegre, supuse que a su manera había descubierto, no solo con la vista, que eran humanos, tal vez tenían un olor diferente—. Lamentamos meternos sin invitación, pero es que queríamos demostrarles que no hay nada que temer. Llevan mucho tiempo ocultos, temiendo sin ninguna razón, pueden salir al exterior... no se ve muy cómodo vivir, perdone mis palabras, bajo tierra.

Me lanzó una mirada, que no pude ver, pero aun así sabía que diría «Y también vinimos porque sabíamos que mandarías la paz a la mierda, Hyd» Tenía razón, a mí no me iba la política ni los acuerdos de paz.

Cet se atrevió a avanzar un poco más, todos los soldados retrocedieron perturbados y resollando como si alguien los estrangulara. Muchos habían desenfundado sus armas, pero, si eso hubiera sido un ataque real, mi hermano hubiera podido desarmar a la mitad de la unidad antes siquiera de que ellos tocaran la empañadura de las espaldas o fusibles.

El hombre con un movimiento de mano les indicó que se quedaran quietos.

—No hay problema, jóvenes licán... jóvenes —Sonrió forzadamente—. Lamentamos todo este engorro, pero al no contar con su presencia no teníamos preparadas unas idóneas instalaciones ni un recibimiento propicio. Digamos que es la primera vez que hacemos esto y actuamos sobre el tablero. Me temo que dudábamos de su llegada —explicó dirigiéndose a mí y sacudió los dedos cargados de anillos— and habíamos planeado celebrar cuando arribara a la ciudad.

—¿Para qué se contactó conmigo? ¿En qué puedo ayudarlos? —pregunté ordenando todas las preguntas que tenía por hacerle.

Él oprimió los labios con diversión, se dio un golpecito en las gafas exactamente igual a Milla, me resultó raro, pero me hizo extrañarlo un poco. Jamás había pensado en Milla como mi padre o como una figura paterna porque salía con su hija, pero solo cuando no estuve con él me di cuenta de cuánto lo echaba de menos.

—Ya llegaremos a eso, tenemos muchas preguntas que hacernos. A lot, a montones —rio ¿Qué había de gracioso?—. Pero dejémoslas para después de la celebración de bienvenida que le daremos tonigth. Es nuestro primer, lo siento, son nuestros primeros invitados. Los primeros turistas que recibe la Ciudad de Plata en toda su historia y hablaría muy mal de nosotros que no se sientan recibidos. Permítanme presentarme —Apoyó una mano abierta sobre su pecho—. Soy el presidente de La ciudad de Plata, Arno Mayer.

Juntó sus manos y esperó atentamente que nos presentáramos.

—Bueno, supongo que a mí ya me conocen —dije encogiéndome de hombros y los señalé con la alabarda—. Él es mi hermano gemelo Ceto Lerna —Cada uno fue levantando una mano y diciendo un eufórico «hola»— mi mejor amigo Yunque Herrera y mi novia Mirlo Metro —Cuando llegué a ella el presidente Mayer alzó una ceja con curiosidad.

Tardó en responder como si la idea de una novia lo hubiera descolocado. A la gente de Mine también le sorprendía que alguien como yo tuviera una novia como Mirlo, pero los licántropos solían tener un asombro burlón y malicioso, el presidente se veía realmente pasmado, algo indignado.

—Bueno, tenemos mucho de qué hablar, pero primero descansen, mientras lo hacen trataremos de montarle una morada en algún rincón lejano de la ciudad donde no haya plata. Y también le informaré a mi gente que tenemos visitantes peculiares, ya saben, para evitar todo el miedo que podría causar la sorpresa. Estoy seguro que con una buena explicación todos podríamos ser amigos. Luego me encantaría que se familiarice con los de su especie. Tenía entendido que nunca había congeniado con ningún humano.

—Este... no —confesé—. Su mensajera fue la primera.

«Y vaya fiasco de embajador» pensé.

I see. Well, en ese caso luego de descansar y congeniar en la celebración, trataremos la diplomacia. Luego habláremos de lo importante que podría ser usted para nuestra raza.

—Es que quiero saberlo ahora —sinceré.

Él largó una risa amistosa, pero sus guardias continuaban igual de serios y tensos.

—Todo a su tiempo, estuvimos esperando cientos de años para este día, podemos aguantarnos unas horas más. My hija Deborah —habló colocando una mano sobre el hombro de la chica huraña, ella lo observó pasmada como si no creyera lo que él hacía—, los acompañará a un lugar que no sea tóxico para ustedes.

No, dad —comenzó a suplicar la chica, que nos había guiado hasta ahí, Deborah, con la mirada cargada de pánico—. Please, i hate them.

Come on, Deby —encomió el hombre sacudiéndole le hombro, el habló entre dientes, fue realmente incómodo—. You can, be nice, especially be gentle with the wolves. They already trust you.

Deby parecía que estaba a punto de morir, más pálida y temblorosa de lo común. Oprimió la mandíbula, enderezándola como si no quisiera que delatara su pavor, avanzó hacia nosotros y con un vago gesto de mano, como si arreara a vacas, nos indicó el camino.

—Ella les explicará todo lo que pregunten —alzó la voz mientras nos alejábamos por el corredor y los guardias se apartaban lo más que podían para abrirnos paso.

Si hubiera hecho una lista con todo lo raro e incongruente no hubiera terminado jamás.

El corredor por el que caminábamos era recto, pero de él conectaban muchos más pasillos que se retorcían y desembocaban en el principal. Eran accesos amplios o pequeños, como las raíces de un árbol, algunos eran tan angostos que solo hubiera cabido un niño. Supe que estábamos caminando en una especie de laberinto. La salida de la ciudad era un entramado de corredores, si alguien se metía por ese lugar, sin invitación, se perdería por mucho tiempo.

Mirlo me agarró de la mano.

—Siento algo raro —me susurró.

Me puse alerta, ella era la que mejor olfato tenía, no sólo eso, sino que era buena encasillando a la gente, casi siempre le atinaba. Tenía un ojo crítico con las personas de Mine y aunque no le gustaba hacer juicios de la gente, cuando los hacía nunca le erraba. Como aquella vez que habíamos ido por un pedido a la ciudad y ella vio a Gancho Grillete, muy enojado, tirar su gorra hacia el suelo y dedujo que era porque había discutido con su hijo, una semana después tuvieron una batalla que salió en los periódicos. En la pelea con su hijo Gancho perdió un ojo y como se habían transformado y combatido en plena calle, con su forma descomunal, abollaron tres autos que acabaron en nuestro taller.

Mirlo era experta leyendo personas.

Siempre había dicho que por eso gustaba de mí, porque la mayor parte del tiempo no sabía lo que pensaba o sentía, tal vez se debía a que era un humano. Desde que me había enterado que éramos diferentes algunas cosas cobraban sentido.

—El hombre nos odia, pero lo oculta —Me encogí de hombros eso no era noticia, ella humedeció los labios debajo de la máscara—. No solo eso, como que nos tenía miedo, mucho, lo sentí, pero también le alegraba que llegáramos. No tú, nosotros. Como que contaba con eso. Es muy raro ¿no?

—¿Se alegró? —pregunté observando a su hija que iba en la cabecera—. ¿Por ustedes?

Ella asintió, pensativa.

—Una alegría cínica, no de fiesta. Sé que puede alegrarse porque nunca confió en que vinieras y tal vez nos ve como una oportunidad de saber lo que pasa afuera, pero...

Meneó la cabeza.

—¿Quieres irte? —pregunté, apreté su mano—. Yo sí. Tengo ganas, ahora y muchas.

Ella enmudeció.

—Sé que Maestro nos diría que hacemos historia, que seguir a esa chica a la ciudad es igual de importarte que la primera caminata en la luna, que plantemos paz y finalicemos una guerra que empezó hace mucho tiempo, pero... —Sacudí mis hombros—. Preferiría estar arreglando autos o friendo hamburguesas en Gornis. Soy alguien mediocre, no libertador.

Ella rio.

—Ya descubrimos que existen, vámonos —pedí otra vez—. No miremos atrás.

—Necesitan tu ayuda, Hyd —respondió con obstinación y cansancio como si mi idea, en el fondo, le gustara. Me agarró el mentón e hizo que la mirara—, dáselas y luego no regreses jamás —sugirió amigablemente—. Además, aunque fue un embarazoso comienzo tenemos que reconocer que nosotros nos metimos sin invitación y que nuestros ancestros se comieron a los suyos.

—Con el humor que tienen no me sorprende en absoluto, yo me los comería.

Sabía que hablaba de abandonar a mi propia especie, pero esa idea no me engendraba ningún remordimiento. No mentía, era alguien simple y acabar con el resentimiento entre especies era demasiado complicado, me superaba en gran medida. Tampoco era sociable o abnegado como mis amigos, ellos se sacrificarían o correrían peligro para hacer el bien. Eran heroicos, yo no. Eso me convertía en el más malvado y egoísta de mi familia y tal vez lo era porque siempre fui humano...

Mirlo soltó una exclamación de sorpresa y me soltó la mano.

—Oh, Hydra, mira eso.

Y miré.

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