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46

 Una escalera vertical descendía por varios minutos en un ducto, los barrotes eran de plata y las paredes de mampostería habían sido rociadas con un metal de color blanco y brillante, obviamente no sería estaño.

—Así que ya empezamos —La voz de Mirlo llegaba cavernosa desde debajo de las mascara, se veía como un robot.

—Te miro y pienso que nunca estuviste más preciosa que ahora, querida —bromeé mientras descendía colgado de esa escalera.

Ella rio y al ir sobre mí me dio una ligera patada en la cabeza, agarré la suela de su zapato y la tironeé hacia las oscuras profundidades para darle pelea. Eso la hizo reír.

—Esto me da vértigo —opinó Yun—. Oh, diablos voy a estropearlo.

—A mí me gusta —apuntó Cet debajo de la mascarilla para respirar.

No sabía qué diablos le gustaba era una puta escalera en mitad de un ducto que descendía, aunque no podía verlo sabía que tenía en el rostro una de sus carismáticas sonrisas de futuro presidente

—Me gusta porque...

Shut up! —se quejó la humana, que descendía rápidamente la escalera delante de todos.

—¿Qué creen que dijo? —indagó Mirlo.

—¿Ceto hazme tuya? —imaginó Cet.

—Creo que quiere que te calles —opiné.

—No será la primera ni la última persona que me pida eso —comentó Cet riendo.

El estrecho ducto finalizaba en un ancho corredor metálico sin ninguna decoración, puerta y ornamenta, solo había rectángulos de luz blanca, colocados intermitentemente en las paredes. Estaba muy limpio como si nadie jamás hubiera usado ese pasillo. El resplandor de las luces se reflejaba en el metal y creaba un destello que me volvía casi ciego. Era como mirar el sol, pero la humana parecía acostumbrada.

Era mucha luz blanquecina. Me volteé hacia mis amigos, no podía atisbar sus expresiones y eso me inquietó, porque todos se estaban agarrando la cabeza o el sector donde deberían tener la cien, como si los atormentara una exigente jaqueca.

—¿Se encuentra bien?

—¿Y a ti que mierda te importa? —preguntó Cet con la voz cargada de odio.

—Ceto, tranquilízate, tú puedes —supliqué, tratando de sonar comprensivo.

Él tardó unos segundos en responder, cuando su voz volvió a sonar por el corredor se oía un poco avergonzada y triste.

—Estoy tranquilo ¿Sí? Era broma. Ya, sigamos.

La humana se cruzó de brazos y repiqueteó el pie sobre el suelo metálico con impaciencia, aquel ruido reverberó por todo el corredor, del cual no podía divisar un final. Aunque a mí esa luz no me descontrolaba ni me volvía alguien agresivo y salvaje quería arrancarle la máscara y darle un buen golpe a esa chica.

Deduje que ella no estaba al tanto de que la luz podía volver a los licántropos extremadamente salvajes porque de otro modo no sería tan bravucona.

—Sí, estoy bien —respondió tardíamente Yun, presionando con su muñeca su frente—. Pero repentinamente quiero llorar, hacerme un ovillo, llorar muy fuete y pasar vergüenza.

—Entonces estás igual que siempre —opiné tratando de alegrar el ambiente, pero ninguno rio.

—Yo no sé por qué —comentó Mirlo lentamente—. Pero tengo la necesidad imperante de quitarte la ropa, es como que de repente estás más atractivo.

—Siete luces blancas para llevar a mi casa, por favor —bromeé.

—¡Pero también me enojas! —estalló— quiero... golpearte. Me molesta todo lo que haces, hasta que estés ahí parado.

—Como siempre, también —intenté.

Eso funcionó y ella rio, se acercó hacia mí y me tomó la mano. Comprimió la mía bajo su fuerza.

—Puedo con esto —me notificó—. Es solo una lucecita. Es como estar drogado ¿verdad?

Su pregunta me suplicaba que aligerara lo que le estaba pasando.

—Sí —concordó Yun.

—Ajá —agregué.

Cet gruñó como cuando perdía una discusión. La humana retrocedió asaltada por el miedo al escucha la voz de mi hermano en tono de queja, casi enojada como si fuera a atacar. Pero él no atacaba a personas indefensas, le gustaban los desafíos.

Luego de recuperarse de la sensación de alarma que la recorría, la humana continuó caminando por el corredor hasta que llegó a una puerta de acero. Era muy alta, medía más de diez metros y de anchura tenía la distancia de una cuadra. Impresionante. Yun le tomó una fotografía torpemente y escondió la cámara con vergüenza.

La humana se detuvo, suspiró y, como si fuera la entrada de una casa, tocó con los nudillos.

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