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45

 La humana tardó una hora en llegar. Pero finalmente apareció, cargando un pesado saco de arpillera, lo arrastraba por el suelo como si odiara llevarlo consigo. Cuando vio a la manada despierta se detuvo de súbito, comenzó a respirar agitadamente, titubeó debajo de un palco, retrocedió un par de pasos y quedó allí plantada.

—Tiene miedo —susurró Yun tan bajito que era imposible que ella lo escuchara—, se lo huelo.

—Cuando lleguemos allí será mejor que no digamos que olemos lo que sienten —opinó Mirlo.

Cet estaba escudriñando a la chica que se había congelado en su lugar, aferró las correas de la mochila y se balanceó sobre la suela de sus zapatos.

—Como que se rompió —comentó rascándose la nuca.

Yun largó una risilla.

—Tal vez los humanos son más de socorrer ¿O no? —dedujo Mirlo y me miró—. Debes ir a buscarla y traerla hasta aquí.

—Ella puede hacerlo —dije mirándola y luego observando a Mirlo.

—Ya —Se acomodó un mechón de cabello negro detrás de la oreja, tenía una coleta que le despejaba el rostro—, pero la lógica de ser fuerte y no débil es de licántropos, los humanos sí se ayudan. Para ellos no es un insulto que te den una mano ni está tan mal visto ser un blandengue o demostrar miedo. Eso me explicaste con Maestro hace un año. Creo que deberías traerla hasta aquí, apoyarla.

—Qué raro suena —comentó Cet arrugando el semblante.

Yun se miró los dedos.

—Es como si alguien me hubiera ayudado a agarrar cosas cuando no me las arreglaba con pocos dedos ¿Se lo imaginan?

Ceto negó con la cabeza, se cruzó de brazos y rio.

—Me habrías dado una golpiza de lo lindo si te ayudaba cuando no sabías como usar tu nueva pinza.

Yun abrió los ojos como platos y miró sus mutiladas manos, especialmente la más herida donde solo tenía dos dedos.

—Claro, a eso se parecían, a pinzas.

—¿Nunca lo notaste? —inquirió él—. Es tan evidente.

Suspiré cuando Ceto me dio un empujoncito hacia la humana. Le lancé una mirada de reproche, Mirlo me animó asintiendo felizmente y señalando, con ambas manos, una sonrisa en sus labios que me aconsejaba ser cortés.

Ni modo, tendría que ayudarla con su cobardía, de todos modos, era algo que yo siempre había hecho con gusto, pero sólo con gente de mi manada como ayudarle a Runa a vencer su miedo al agua. Resultaba extraño auxiliar a otros, a desconocidos, no me gustaba. Hasta me parecía descortés de su parte el dejar que la ayudara, sin pensar en cómo me sentía yo.

Caminé hacia ella y mientras me acercaba noté que estaba llorando del miedo, pero lo hacía en silencio. Me costó mucho ponerme en su posición, porque al pensar en Yunque y en sus tetas de actriz porno o en la risa desafinada de Mirlo o en la sonrisa de comercial de Cet, lo último que daban era miedo.

—Eh, ¿Todo en orden?

I can't —dijo respirando aire trémulamente y negando renegada con la cabeza.

—Ya... ¿Qué?

—No puedo, déjalos. Please.

—Ya te dije que no —Negué tratando de mostrarme no tan enojado—. Los licántropos no son los monstruos que solían ser. Deben comprenderlo. Y tú primero que los demás.

Ella me observó y en silencio me arrojó violentamente el saco al pecho como si quisiera darme en la cabeza con él. Lo agarré con ambas manos, cerrando los puños y tratando de contenerme. En mi mundo eso era el comienzo de una encarnizada pelea, pero seguramente ella solo estaba molesta y quería demostrarlo, no esperaba que le diera un puñetazo en la cara, que era lo que hubiese ganado si le hacía eso a un licántropo y no a mí.

Arrastré el saco hacia ellos y comenzaron a revolver lo que había en su interior.

Se pusieron unas máscaras, guantes y se cargaron unos tanques de oxígeno. Cet se colocó unas gafas protectoras, Mirlo las mías de aviador y Yun unas antiparras. Mi hermano cubrió su rostro con un pasamontaña, Mirlo con un casco similar al que traía puesto la chica, pero muy antiguo y sin estar hecho de plata y Yun se caló una gorra de plástico y se subió una bufanda hasta por debajo de los ojos. Cuando estuvieron listos y ninguno centímetro de su piel estaba expuesto, nos pusimos en marcha.

La humana ni siquiera los miró, pero cuando les dio la espalda se puso tan tensa y rígida que creí que se convertiría en roca. Me pregunté si ellos podían oler su temor como yo olía el petricor que provocaba el clima. Afuera estaba por amanecer, había dejado de llover, una niebla espesa se suspendía sobre el suelo y se arremolinaba alrededor de las hierbas y los rugosos árboles.

Nos hizo caminar lo que anteriormente hubieran sido unas manzanas urbanas hasta que se detuvo, apartó musgo y descubrió una bocacalle, se deslizó debajo y cuando se perdió en el interior gritó:

Come on!

La seguimos.

Fui el último en bajar, cuando aterricé la humana me estaba viendo fijamente como si me reprochara mis segundos de ausencia que la había dejado con los lobos. Encendimos nuestras linternas y ella hizo lo mismo pero su luz era blanca. Cet y Yun retrocedieron y comenzaron a pasar el peso de su cuerpo de un pie a otro, inquietos, un tanto incómodos. Pero Mirlo hizo crujir sus nudillos, giró su cuello en varias direcciones, sacudió los hombros como si se preparara para enfrentar algo y sonrió o al menos eso parecía que hacía debajo de la máscara.

—Estoy lista, chica. No me pasa nada.

La humana la observó por unos segundos como si mi novia le diera asco. Eso, por una extraña razón, me hacía sentir muy enojado. Comenzó a guiarnos.

Las alcantarillas debajo de la ciudad estaban secas como un desierto y se veían igual que las de Mine.

Una vez cuando tenía catorce Ceto me había retado a nadar en aguas residuales y ambos lo habíamos hecho, para demostrar que no le teníamos miedo a casi nada. Recuerdo que Mirlo se había sumado y Tiara también, pero Yunque y Argolla se negaron porque les daba asco las aguas negras y habían esperado fuera de la alcantarilla a que termináramos de reírnos de ellos.

Pero las cloacas de ese lugar se veían como si hubieran sido abandonadas por cientos de años, lo que verdaderamente había sucedido. El suelo era de tierra y los techos arqueados de roca estaban cubiertos de polvo. Totalmente secas.

Después de caminar por un cuarto de hora, nos detuvimos en la entrada de una escotilla, pequeña, imperceptible, si un explorador hubiera llegado hasta allí no se molestaría en abrirla porque no era nada especial. Ella se inclinó sobre la puerta de tres metros de ancho, había un tablero con números, accionó una contraseña.

La puerta se abrió, despidiendo una brisa fresca que hizo levantar una estela de polvo. Ella se introdujo en el interior, mis amigos dudaron un rato.

Me parecía noble que quisieran ayudar a una raza que no conocían, que se expusieran al peligro para tratar de entablar amistad y resolver un conflicto histórico. Todos se dieron palmadas antes de irse, respiraron, se conectaron los tanques de oxígeno con sus máscaras y se zambulleron en las profundidades.

Observé el túnel de desagüe una vez más, había una pequeña fisura por donde se desbordaba la luz del amanecer, dorada, cálida y tranquilizadora. Me prometí no pasar más de dos días en aquella ciudad, alejado del mundo. Me prometí regresar con todos a salvo. Me dije a mí mismo que no había nada de qué preocuparse.

Tal vez el doctor Termo Ternun tenía razón.

Soy patológicamente mentiroso.

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