Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

40

 Desempacamos en su granero y él nos invitó a su cabaña.

Era el interior de una ancestral secuoya, tan enorme como un edificio. Contaba con una única habitación, pero escalaba concéntricamente hacia arriba, formando más niveles con la ayuda de entrepisos. El lugar tenía una pinta hogareña y no olía tan mal, estaba repleto de cera de vela y albergaba un poco de basura como maniquís, estanterías con tapas de botellas de cerveza, cascaras de lavarropas y fotografías de desconocidos, pero más allá de eso estaba bien. A pesar de ser demente, uno de los pisos, el tercero, tal vez, estaba repleto de libros.

—Es la biblioteca pública de Suelo Muerto —explicó—. Pueden hacerse socios, si quieren, necesitarán identificación. En la planta superior está el municipio —dijo señalando un entrepiso con un escritorio y una silla cubiertos de telarañas.

En el centro había un barril con fuego donde calentó una sopa de carne de aspecto dudoso, yo entretuve mi estómago con unas galletas de arroz que me había empacado Pan. Nos preguntó mucho por el motivo de nuestro viaje, pero le respondimos que éramos simples aventureros. Él se conformó con eso. Se rascaba mucho la cabeza, Mirlo no dejaba de hacer muecas.

Jamás nos habíamos encontrado con un lobo solitario, los humanos ermitaños solían ser muy hoscos y huraños, los licántropos mucho más.

—Lo siento —se disculpó—. Me duele.

—¿La cabeza? —inquirió Yun.

—Sí, desde que vinieron esos aliens.

—¿A qué se... —comencé a preguntar, pero no pude formular mi frase.

Servilleta se montó a una silla, estiró un brazo hacia el horizonte, se quedó con la mirada cargada de dramatismo y habló teatralmente:

—Era una noche fría y oscura, de las que ni el miedo le dan ganas de aparecer. Tenía tres años, once meses, diez días y cuatro horas de vida, pero lo recuerdo como si hubiera sido ayer. Estaba en mi cama, soñando que no estaba en mi cama, cuando una silueta rara bajó hacia mí. Era blanca como la primera nieve de invierno. Me paralizó con su rayo láser —dijo formando con sus manos unas armas— y cuando desperté me dolía la cabeza, la nariz, los pies, las manos, mis pulmones, mi hermosa cara ¡Me dolía todo! ¡Todo! Incluso mi enorme pene.

Mirlo alzó las cejas, soltó el plato de caldo que comía y me miró.

—Lo lamento, ahora me gustan las chicas.

—Pero siempre continuó doliéndome la cabeza —prosiguió el hombre, agarrándose su cráneo con ambas manos.

Luego dirigió sus brazos al cielo, sus manos embalaron como si fuera un bailarín.

—¡Fin!

—¿Qué? ¿Eso es todo? —inquirí.

—Mentira —expresó Yun con escepticismo.

—No insultes su pene —susurró Ceto a modo de broma, pero como siempre Yunque lo entendió de forma literal.

—No, no, me refiero a que su historia es mentira. De cabo a rabo —Sostenía su plato con los únicos dedos que tenía: el pulgar y su índice, parecía que le daba asco, en realidad, por la forma encogida en la que se sentaba supe que desconfiaba de la higiene del lugar.

—Shhhh —chitó Cet con los ojos vidriosos de la impresión—. Déjalo seguir.

—Terminé —gruñó el anciano bajándose de la silla, se sentó nuevamente, agarró su cuenco y con la cuchara señaló a Yun mientras lo fulminaba con la mirada—. Y es verídica, gordito.

Yun nos observó contrariado y todos negamos con la cabeza.

—No estás gordo —murmuramos Cet y yo.

—Para nada humano, súper sensual —añadió Mirlo.

Hubo silencio. El crepitar del fuego era lo único que se oía, observé el dibujo de la suela que había marcado mi zapato en el piso de tierra y alcé la mirada al señor Puente.

—¿Sabe algo de fuego blanco? —pregunté juntando mis manos—. Un hombre llamado Onza habló de fuego blanco.

—No sé nada de fuego, pero sí de luz blanca, el rayo láser que me tiraron los aliens era luz blanca.

Yun bufó y puso los ojos en blanco, pero prefirió omitir sus comentarios escépticos y me refiero a que lo prefirió por dos segundos.

—La luz blanca es ilegal —contradijo atropelladamente—, ya casi no existe, sólo está en exposición en museos para que algunos, bajo su propio riesgo, la miren y sepan qué es.

—Pues yo vi luz blanca —El anciano asintió como respuesta a sus propias palabras—. Lo juro. Hay muchos misterios en Suelo Muerto que nunca se pudieron resolver —comentó con aire funesto—. Cosechas que no crecen, aliens, monstruos de tres cabezas, desapariciones...

—¿Desapariciones? —inquirió Cet con interés, dejó caer la cuchara que se estaba llevando a los labios.

Servilleta se acarició la barba, peinándola con sus dedos mancillados de tierra, la luz del fuego iluminaba su nariz abultada como un tubérculo y sus largas cejas de color lechoso.

—Sí, sí. Mis hermanos desaparecieron hace más de cuarenta años. Ellos eran jóvenes cuando sucedió, incluso yo lo era. Mi hermana Cuerda Puente y mi hermano Estéreo Puente. Una vez se fueron a cazar y... —Meneó la cabeza—. Nunca más regresaron, mis padres contactaron rastreadores, trataron de olfatear su rastro, pero —Suspiró y hundió los hombros, observando pensativamente las llamas—. Jamás volvieron a aparecer.

Señaló vagamente las fotografías de desconocidos que estaban amontonadas en estanterías o colgaban de las apergaminadas paredes interiores del árbol y entonces comprendí que no eran personas extrañas. Era una familia feliz, que se había perdido hacía tanto tiempo, que no tenía ningún parecido con el hombre de ahora.

—¿Sabe lo que pudo pasarles? —preguntó Mirlo mientras me paraba.

Me encaminé hacia los marcos y las fotografías, cogí una de tres niños sonriendo y abrazando un lobo de proporciones enormes de color cobrizo. Seguramente era su padre o madre.

—No, nunca encontramos ninguna pista, es como si se los hubiera tragado la tierra.

—Perdone que pregunte, pero... ¿y su manada? —inquirió Yunque.

—Yo soy más bien un lobo solitario —contestó rascándose la clavícula, con la mirada extraviada en las llamas.

Deposité la fotografía donde estaba, cuidadosamente como si temiera que los niños de las imágenes fueran a dejar de sonreír.

Hubo silencio. Ese hombre era como el detective Onza, no podíamos sonsacarle nada útil. Me quité la tierra de las manos, las limpié en mi pantalón y les di las buenas noches a todos. Yunque y Ceto se quedaron hablando con el anciano sobre la televisión, él no tenía nada de electricidad en ese lugar.

Ceto se la estaba pasando de maravilla, se sirvió por tercera vez de aquella cena dudosa, hablaba con ánimo y escuchaba con atención los disparates de Servilleta. Se veía como un aventurero curtido, tal vez tenía alma emprendedora que nunca había descubierto. Yunque se veía igual de desdichado, aburrido y fastidioso que en casa, en el trabajo o en todos lados.

Mientras se reanudaba la conversación Mirlo observó por encima de su hombro cómo me marchaba.

La escuché seguirme.

El granero era una austera estructura que se caía a pedazos, la mitad del techo se estaba derruyendo y goteaba una lluvia fría. Nosotros estábamos en un sector un poco húmedo, encendí un candil, Mirlo unió su luz a la mía.

Dormiríamos en un montón de paja o en los sacos que habíamos empacado, el suelo despedía gélidas y heladas sensaciones. Me desplomé sobre el heno seco y ella se sumergió en aquellas hierbas pálidas junto a mí. Giró la cabeza mientras se encogía bajo una manta.

—Sé que debería estar preocupada pero este viaje me resulta más divertido de lo normal. Tal vez porque son mis primeras vacaciones y no tengo nada con que compararlas así que, pase lo que pase, serán las mejores.

La miré, estaba en lo cierto, en mi niñez yo había salido de Mine, del país y hasta del continente para acompañar a mi madre a conferencias o de vacaciones, incluso había pasado un verano en una nave espacial hotelera; pero ella había estado toda su vida en Betún, en Mine. Deseé haberle dado un viaje mejor porque ese era una chorrada, aunque ella no lo supiera, soñé con una escapada romántica a alguna selva del trópico.

—Te prometo que tendrás más viajes con que compararlo.

—Te ves cansado, tu voz suena más mecánica de lo normal.

Giré mi cabeza y la observé.

—Estoy pensando —susurré.

—¿En qué?

—En el fuego blanco, en Onza, dentro de tres horas llevará un día muerto. Y en lo que dijo antes de que lo mataran. Cómo me miró la gente, como si también quisieran ahorcarme a mí.

—Eso te afectó —dedujo.

—¿A ti no?

—Sí —contestó rapidamente, extrañada de mi pregunta.

—¿Y?

 Se encogió de hombros, claro, ella, al igual que el resto, no podía retener mucho tiempo la tristeza o la preocupación, porque así eran los licántropos. Eran insensibles o fuertes, dependiera del ojo que lo analizara, los pájaros, los antílopes o los leones pueden sentirse estresados o tristes, pero sus sentimientos jamás serán tan... profundos, los licántropos eran un poco como los animales salvajes en ese aspecto. Daría todo lo que tenía por ser como ellos, por sentir el mundo en su piel.

 A veces pensar que era el único amargado de la tierra me ponía más cabizbajo.

—No quiero admitirlo, pero supongo que sí me afectó —susurré—. Él dijo que no importara lo que encontrara que no pertenecería a ninguno lado.

Ella meneó la cabeza.

—Perteneces a mi lado, a nada más —contestó fatigada, acariciándome la cara.

—Pero yo no quiero pertenecer a ningún lado —dije alzando los hombros y me prestó atención—. Estoy bien como siempre estuve. En Betún, contigo, con Cet, Yun y los demás. Sólo estaba pensando cómo serán los humanos, tal vez estén locos, son una sociedad que nunca salió. Y me pregunto por qué nunca salió ¡Creo que es porque perdieron la cabeza allá abajo! ¡Se pudrieron generación tras generación! ¡Nunca salieron porque traman algo!

—Porque creían que los mataríamos, por eso —contestó Mirlo.

Negué con la cabeza.

—No lo creo. Hay algo más, otra razón por la que no salen de bajo tierra. Recibí mensajeros ¿O no? Ellos debieron salir de la ciudad y comprobar que las cosas eran distintas, que nadie mataría a nadie. Hay más diplomacia que antes de que surgiera la nueva sociedad. El mundo ahora es mejor que el mundo de los antiguos humanos, ellos antes tenían guerras y hambre y ríos sucios ¿Por qué no salir? ¿Por qué no dejar esa ciudad? ¿Por qué pedir mi ayuda?

—Tal vez perdieron la llave —bromeó sonriendo.

Sonreí, lo había logrado, había desviado mi preocupación. Era sensacional.

Rodeé sobre la hierba hasta donde se encontraba ella, la agarré con mis brazos y la coloqué encima de mí. Ella me rodeó la cadera con las piernas, sentándose a horcajadas, apoyé mis manos en sus muslos, deseando que no tuviera puesto el pantalón. Ella se quitó todos los abrigos que cargaba de un solo movimiento, se inclinó sobre mí y me golpeó con su beso en los labios, al principio suave, pero a mitad del proceso comenzó a reír.

—¿Qué pasa? —pregunté cuando sentía sus risillas en la mejilla.

—Es que —rio otra vez—. Estaba pensando que no deberíamos besarnos en un lugar donde hay aliens. Podría resultar peligroso ¿Acaso no viste las películas en donde el futbolista lleva a la chica virgen al campo y luego muren ambos?

—Pero yo no soy futbolista y tú estás lejos de ser virgen.

—Cómo extraño mis doce años.

Reímos ambos.

—Es cierto, no somos una pareja convencional —accedió—. Se suponía que deberíamos estar en guerra de razas y ese rollo.

—Dicen que en la guerra y en el amor todo se vale —postulé, era una frase que decía Rudy, ella siempre solía decir refranes, sobre todo para regañar.

—Esa frase es tan tonta —Puso los ojos en blanco y gruñó—. En el amor no todo se vale, la deslealtad, por ejemplo, no vale, de otro modo no es amor. Y en la guerra si todo se vale entonces está permitido perdonar y besar y cambiar, pero sin embargo ningún humano perdonó jamás.

—Qué bien que los licántropos no tienen guerras —dije.

Ella alzó el mentón con petulancia.

—Es que somos mejor en todo.

—Muéstrame.

Reí, ella se arrastró hasta las luces, agarró ambas, apagó una de un soplo y me dio la otra como si el trabajo fuera de a dos. Giré la perilla de aceite y dejé que se consumiera. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro