37
Cuando llegué a casa me puse a empacar.
La manada no tenía ánimos de hablar mucho, éramos a los que más les afectaban las ejecuciones, tal vez el resto del pueblo no mentía al decir que éramos unas cremitas, suaves como el betún. La gente no solía ser tan compasiva.
Y esa ejecución había sido especial porque el condenado me había gritado un consejo exprés a último minuto. Cuando descolgaron su cuerpo los murmullos comenzaron a alzarse y las miradas acusatorias también, como si quisieran colgarme a mí por ser tan raro. Por suerte ser raro no era un crimen porque de otro modo Betún se habría muerto al año de fundarse.
Mirlo le explicó a su padre a dónde íbamos, él se negó a que me acompañara, ella protestó diciendo que ya tenía veintiún años. Se encerraron en un cuarto a discutir, eso era lo que más me gustaba de mi manada; que Milla aceptaba una buena discusión en lugar de darte una paliza y hacerte cambiar de opinión, como pasaba en casi todas las otras casas.
Así que con la pelea verbal de Milla y Mirlo el resto se enteró de lo que yo haría. Pero en lugar de disuadirme a quedarme, olvidarme de la correspondencia y no tratar de buscar al resto de mi raza me apoyaron y me ayudaron con los preparativos.
—¿Crees que encuentres algo? —inquirió Tibia, ayudándome a empacar porque su método era preciso, colocaba y doblaba todo como si fuera un rompecabezas.
—No sé, a estas alturas ya no sé qué esperar.
Tibia infló sus mejillas de aire y lo expulsó meneando la cabeza mientras introducía un par de botas.
—No puedo imaginármelo, digo, las razones que explicó Cet parecen de peso, pero, aun así. Es como si me dijeran que las hadas o las sirenas también existen, digo, no se lo creería a nadie.
—Tomaré al viaje como unas vacaciones —expliqué encogiéndome de hombros y tratando de ignorar su abultado vientre que me impresionaba, parecía a punto de estallar, su ombligo se veía como un botón y ella llevaba la mitad su estómago descubierto—, si no encuentro nada —Me encogí de hombros— no me decepcionaré. Porque todavía no puedo creer lo que voy a buscar.
Ella cerró la cremallera de mi mochila.
—Creo que el equipaje es muy ligero.
—Los siguientes en salir de esta casa serán tú y Cuarzo —dicté—. Se merecen una luna de miel.
Ella se acarició la barriga.
—Y ella o él.
—Ya ¿Segura que no quieres ver qué es? Ya podemos pagarte una ecografía...
Tibia negó con la cabeza, su cabello castaño lo tenía sujeto en una coleta desprolija, me sonrió.
—No, ya falta tan poco que no tendría sentido. Además, lo amaré no importa qué sea. Ni de qué raza sea —dijo pellizcándome la nariz—. Cuídate, muchachito.
—¡ECONTRAMOS LOS DOCUMENTOS! —gritó Rueda, golpeando un balde como si fuera un tambor, lo tenía atado al cuello.
Papel y Pato hicieron una mueca, aturdidos de su alboroto, los tres estaban en la puerta de mi habitación. Pato me tendió mi pasaporte y le hizo un gesto a Papel para ir a su habitación donde estaban tratando de atar con cinta adhesiva unas navajas en las muletas para convertirlo en un arma de ataque, algo así como un robot-ninja.
Circo y Pan ayudaban a Yun a empaquetar su mochila ya que todos viajaríamos ligeros, pero no tenían mucho que hacer porque él se había hecho una rigurosa lista de artículos que necesitaría. Argolla y Tiara se encontraban dándole una mano a Cet.
—¡Suelta eso, tonto! —lo regañaba Tiara, arrebatándole unos lentes oscuros—. ¡No los necesitarás, ese país siempre está nublado!
—¡Pero me quedan geniales! —protestaba él, forcejeando con Tiara, ambos reían—. ¡Anda, devuélvemelos!
—No —chillaba ella entre risillas.
Ambos se liaron en una pelea juguetona, después de todo, eran muy amigos.
Mientras bajaba las escaleras los gritos de Milla y Mirlo, para mi sorpresa, no fluctuaban. Fui a dejar mi mochila a la motocicleta que llevaríamos al viaje, al coger el tren la dejaríamos en la sección de carga. Cuando volví a entrar había silencio.
Pimienta y Maestro estaban en la mesa del desván tratando de reparar unos comunicadores a distancia que también llevaríamos, aunque querían dar una mano ninguno de los dos entendía mucho de reparar artefactos y lo que nosotros hubiéramos hecho en diez minutos a ellos les estaba tomando tres horas.
Mar y Panda se encontraban sentadas en el sofá, haciendo maratón de películas con el televisor que tenía una mancha de colores negativos porque se había averiado. Cuarzo y Rudy lavaban los trastos y comentaban con aire funesto lo horrible que había sido la ejecución. El abuelo Tuerca estaba hablando con su hijo por lo bajo, Milla se veía molesto de haber perdido la discusión con Mirlo.
Remo estaba enseñándole a Nuca cómo cartearse en un juego, pero él no parecía pillar nada mientras Cartílago observaba con la misma atención todos sus movimientos.
En la antigua sociedad humana había un modo de vivir que era similar al nuestro, se llamaban fraternidades donde gente que no tenía nada en común vivía junta en las inmediaciones de una universidad. Supongo que lo nuestro era algo como eso.
Runa me esperaba en la cama para darme consejos de lo que debía hacer si me topaba con un humano, pero todos su comentarios o estrategias terminaban con la incorporación de un bate y golpear a alguien.
—Ya.
—¿Lo anotaste todo? —preguntó agarrando los mangos de la cacerola que tenía sobre su cabeza y dejándola quieta.
—Está aquí —dije dándole golpecitos a mi cabeza—. Ahora si me disculpas, fuera de mi cama o te empujo a patadas.
Ella rio, mi fuerza no podía hacerle nada, ya estaba casi terminando la transformación, cuando regresara del viaje ella podría convertirse en un animal de dos metros, hasta adquirir más altura con la madurez.
—No te molesta cuando mi hermana se mete en tu cama, como la otra noche que...
Le cubrí la boca con la mano, la alcé y la dejé en la puerta de mi habitación.
—No digas eso —susurré comprobando si el pasillo estaba despejado—, mucho menos si Milla está cerca.
Ella separó las piernas, me señaló.
—JAJÁ, estás nervioso, te lo huelo.
Le cerré la puerta en la cara. Me desplomé en la cama y crucé mis brazos debajo de la cabeza, pensando en el mundo de los humanos y en si verdaderamente existían. Yun entró y se desplomó como si sus ganas de vivir fueran más nulas de lo normal. Desde esa posición su barriga hinchada me ocultaba su cara. Se quedó mirando el techo y rio con aire cansado:
—Fue un día muy largo ¿Eh?
Cet entró, cerró la puerta, se quitó las botas en el pequeño pasillo, la habitación era tan reducida que me dio un cabezazo y sus nalgas terminaron en la cara de Yun, se subió a su litera, la estructura chirrió y tembló.
—Ni que lo digas —contesté acariciando mis costillas, me había tomado un calmante, pero aun dolía cuando lo tocaba.
—No puedo creer lo que haremos mañana —murmuró Yun—. De seguro lo echaré a perder.
—No digas eso —lo corrigió Cet—. Mi magnificencia hará que nadie lo eche a perder.
—¿Y qué hará tu magnificencia? —cuestioné agarrando su bota y tirándola al interruptor de luz para apagarla.
Le atiné. Nos quedamos a oscuras y comencé a cubrirme con las mantas.
—Cosas magnificas, por supuesto.
—Ya, oye ¿Te encuentras mejor? —interrogué.
—¿Por qué habría de encontrarme mal?
—Porque pasó otro día y aun no me profesarás tu amor, muñeco —bromeó Yun.
Ambos rieron.
—Porque peleaste con Neso y luego viste nuestra casa quemándose —contesté y me odié porque mi voz sonaba muy mecánica, como siempre.
—Esa no era mi familia y luché con Neso porque se metió con mi hermano —dijo con determinación y estuvo un instante mudo—. Sólo es que tardé en llegar a ese pensamiento. A veces no puedo creer que mamá nos haya abandonado. Sé que fue su elección y estaba en su derecho porque la ley especifica lealtad a la manada antes que la familia, pero, aun así. Cuando la veo me entran ganas de... llorar.
Eso era grave, Cet era de las personas que todo le provocaban ganas de reír. Yun guardó silencio.
—Ella no merece tus lágrimas, nunca más —dicté.
—Lo sé, lo mismo me dijo Tiara. Soy un cremita, no sé por qué me cuesta superar que no me quiere, pero Tiara me aconsejó que me concentrara en lo que tenía y no lo que me faltaba.
—¿Tiara? —inquirió Yun desde la oscuridad—. ¿Qué con ella?
—Nada, somos amigos —se oía incómodo.
—Es muy linda —opinó.
—Leí que los humanos con sus rasgos, y los de su prima, se llamaban asiáticos —acoté—. Tienen los ojos chiquitos, la piel pálida y en esos países por lo general...
Cet hizo sonidos de estar roncando, resoplé y reí.
—Ya, ya, pero es la verdad —comentó él, reanudando la charla—. Ya no volveré a ponerme mal por sus campañas políticas, ni cuando la vea en la calle. Ni nada.
—Genial, sólo te tomó diez años superarlo —se burló Yun.
Oí que lo golpeaba en la oscuridad y luego Cet seguía hablando.
—Sólo me pregunto a dónde estará ahora, de seguro sus vecinos disputaron toda la tarde para recibir a la manada en sus palacios —Los dos le dimos la razón—. La sigo queriendo, no puedo odiar como tú lo haces, Hyd, pero ya no buscaré su cariño, ya no después de ver cómo trató a mi hermanito por no ser un licántropo.
—Mientes —dije.
—¡Es, verdad, lo supere!
—Mientes —insistí—. Yo no soy tu hermanito. Nací primero.
—Sólo por cinco minutos ¡Por cinco!
—Esos cinco minutos me hicieron más listo —objeté.
—Yo me gesté por más tiempo y eso hizo que me formara mejor, soy más guapo.
—Más guapo que una cucaracha, sí.
La estructura crujió, él se colgó para golpearme con la almohada, agarré una bota y se la arrojé a la cara, trató de bajar de su litera para acabar conmigo, pero cayó sobre Yun que gritó de la sorpresa. Ambos rodaron por el poco suelo, me agarraron del cuello de la camisa y me doblegaron.
—¡DEJEN DORMIR! —aulló Pimienta desde el otro lado del pasillo—. ¡A NADIE LE IMPORTA SI TE GUSTA TIARA O SI TU MADRE ES UNA PERRA!
—¡CALLÁTE! —rugió la voz de Mirlo desde el otro piso.
—¡NO GRITES QUE TE ESCUCHA PAPEL Y CREERÁ QUE ESTE LUGAR ES UN ASCO! —se oyó Cuarzo.
—¡TÚ ERES UN ASCO! —habló Argolla—. HAZ JUEGUITOS CON TU MUJER EN SILENCIO.
—¡NO HACÍAMOS NADA! —se defendió Tibia—. ¡NO FUIMOS NOSOTROS!
—¡Lo siento! —se disculpó Circo desde el otro piso, Pan rio con vergüenza.
—¡Qué asco! —chilló Yun, regresando a la litera y cubriéndose la cabeza con una almohada—. Quiero que me arranquen los oídos.
—Ya lo hicieron —le recordé.
Se escucharon risas de muchas habitaciones.
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