Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

32

 Giré mi cabeza, una densa columna de humo se elevaba en la región prohibida donde vivían, en sus enormes casas, los residentes de las manadas más respetables. No podías cruzar la frontera de esa parte de la ciudad sin invitación, incluso estaba rodeada de murallas de piedra caliza y enredaderas para evitar convivir con la deshonra de la raza.

 Pero al parecer todo el mundo se había olvidado de esa norma porque las puertas del barrio privado estaban abiertas y todos las habían traspasado hasta ubicarse frente a la casa más enorme, una que ubicaba extensas hectáreas.

 Corrí junto con la muchedumbre, me abrí paso a empujones, cada segundo era un tormento para mis costillas, pero continué avanzando y más aún cuando noté que la mansión Olimpo ardía en llamas.

 Sus miembros salían despedidos como flechas de allí, al menos tenían una velocidad sobrehumana que les permitía huir antes de que cualquier llama los mordiera. Los bomberos no tardaron en llegar, había cuatro camiones apostados alrededor, tratando de contener el incendio que no parecía mermar ni un poco.

 Las llamas anaranjadas coronaban el cielo, algunos vigilantes empujaban a la multitud hacia atrás. Los jardines turísticos ahora eran una descomunal fogata, un horizonte rojizo. Todos se agolparon en la entrada de la residencia: un arco de roca con la palabra Olimpo forjada en oro sobre la piedra. Más que el Olimpo parecía el Infierno.

 Aunque nos separaba una boscosa hectárea de largo, cubierta por las cenizas y esperando a que las llamas de la mansión desbordaban sus frescas hierbas, podía sentir el calor de la residencia.

 Estaba lejos y aun así lo sentía. Madre mía.

 Era impresionante y destructivo, todo lo que me gustaba en un solo espectáculo, y lo hubiera gozado más si no consumiera el lugar donde me había criado.

 —¡Mamá! —gritó Ceto, tratando de correr a las llamas para salvarla, pero cuatro guardias le impidieron el paso, manteniéndolo en la entrada.

 Lo empujaron hacia el resto de los espectadores y lo vigilantes formaron una barrera con sus cuerpos.

 Yo no me moví, no porque no quisiera ayudar sino porque no podía y porque echarle una mano a mi madre sería como tratar de enseñarle nadar a un tiburón. Pero Ceto, leal y con el corazón olvidadizo nunca le había guardado más que cariño a mi madre.

 Miré detrás de mi espalda, Yun cargaba en sus hombros a Papel que empujaba a todo el mundo con sus muletas, pero a pesar de sus esfuerzos en equipo se quedaron al final del gentío y fueron engullidos por espectadores más ansiosos. Me abrí paso hacia adelante con Ceto.

 Él estaba tratando de trepar la barrera de guardias, gritándoles que su madre y familiares sanguíneos estaban allí dentro. Sentía a la gente golpeándome las costillas. Tanto dolor que no me dejaba pensar. Y a mí me gustaba pensar.

 Comencé a resollar. Agarré a Ceto de la remera, necesitaba mi apoyo.

 —¡Tranquilo! —grité.

 —No puedes pasar —ordenó una oficial y cuando lo observó su rostro expresó sorpresa, lo reconoció como hijo de la gobernadora, luego me examinó a mí con más asombro aun, se compadeció y le explicó mientras sus colegas colocaban una valla y cinta—. Tu madre está bien, fueron evacuados todos desde la otra entrada. Sólo una chica salió herida, tu prima Neso. Creo que se quemó la cara. Esta grave.

 —¿Qué? —preguntó Cet igual de confuso que yo.

 —Sí, un hombre de la manada, Orégano Onza, había desaparecido. Pero regresó y trató de matar a tu madre solo que no en una pelea para disputarse el lugar de alfa. Él no usó su fuerza, si lo hubiera hecho habría sido amparado por la ley. Nada de eso. Quemó la casa entera y cerró las puertas con todos dentro.

 —¿Qué? —pregunté yo.

 —Sí, había llegado antes, quiso asesinar a la gobernadora, pero ella lo dejó mal herido, huyó y al cabo de una hora quemó todo, creó una fuga de gas, roció algunas partes con gasolina y lo encendió con la manada dentro. Por suerte todos pudieron huir a salvo, excepto Neso.

 —¿Onza, el señor Onza hizo eso? —pregunté siendo empujado por el movimiento de la muchedumbre y sintiendo dolor en todo mi cuerpo.

 —Sí, estaba loco, había perdido la razón. Ahora lo tienen en la patrulla. Cometió alta traición, será enjuiciado antes de lo posible por deslealtad —La mujer retrocedió detrás de la cerca y con ambas manos gritó, pero esa vez ya no se dirigía a nosotros—. ¡Todo el mundo atrás, es una orden! ¡Atrás!

 Cet se veía descolocado, estupefacto, podía ver cómo su mente se esforzaba en hallar una respuesta, lo expresaba en sus hombros caído y su mirada perdida.

 Lo agarré del cuello de su remera y lo arrastré hasta la calle residencial donde estaban estacionados los coches más lujosos de todo el país. Ese barrio se veía como un paraíso, cada cosa ocupaba milimétricamente su lugar, como si todo estuviera pensado y planeado con antelación, a excepción de todos los espectadores que iban de un lado a otro.

 El bullicio de la gente, que se había asomado a ver, era estrepitoso. Había desde vecinos de manadas importantes a curiosos que habían aprovechado el tumulto y la confusión para atravesar la zona prohibida sin invitación y niños que jugaban, indiferentes a todo, con el roció de las mangueras de los bomberos.

 Yun, aun con Papel sentado sobre sus hombros, corrió hacia nosotros al divisarnos, sus tetas colgaban y se sacudían a cada movimiento. Pasó el peso de su cuerpo de un pie a otro y observó la columna de humo que teñía el cielo de negro. Rápidamente le conté lo que habíamos averiguado porque Cet continuaba mudo.

 —¿Orégano apareció? ¿Es verdad?

 —Lo tienen los vigilantes.

 —¿Qué lo hizo perder la razón?

 —¿Cuándo lo asesinarán? —preguntó Papel, atento a la conversación—. Cometió traición a su manada ¿O no? Es un crimen que se paga con la muerte.

 Yun observó el fuego, la luz de las llamas iluminaba a cada presente. Las cenizas de lo que antes habían sido reliquias familiares descendían como nieve negra, suave y polvorosa.

 —Yo no creo que vea otro amanecer —aseguró Yun funestamente.

 Suertudo, Onza.

 En el mundo de los humanos el peor crimen de todos era el asesinato o atentar contra la vida de otro. Pero nosotros pensábamos más en unidad y además de que el asesinato era mal visto (depende a quién mataras) el peor crimen de todos era la deslealtad con algún miembro de la manada. Atentar contra la seguridad de toda tu manada, a quienes deberías deberles la vida, bueno, ese era un crimen demasiado gordo. Se pagaba con la muerte, no había otro tipo de condena. Una ejecución publica que todo Mine debía presenciar obligatoriamente.

 —Hydra —me llamó Papel y chasqueó los dedos para que lo notara, sus ojos verdes se veían alarmados—. Debes verlo antes de lo que ejecuten, visítalo, al señor Onza, es el único que sabe algo de los humanos. Si existen o no él lo sabe. Es un detective, tuvo que haber visto a alguien entrar.

 —Él es la prueba que necesitabas —añadió Yun—. Si él te confirma que vio entrar a alguien sospechoso entonces sabrás verdaderamente que no se trata de una broma. No te arriesgarías. Además, necesitamos respuestas. Hay algo que sucedió esa noche que no tiene sentido.

 —No sé...

 —Hazlo por mí —suplicó Papel—. Por favor, amo los misterios, quiero participar en este. Por favor, Hydra —Agarró su pierna cercenada y la acarició—. Por mí.

 Estaba usando su carta de niño tullido para que sintiera lastima por él, pero no podía negarme a eso. Lo observé con reproche. Suspiré y asentí.

 —Estaba bien. Trataremos de verlo, pero tiene que ser está tarde. Y no tengo idea de cómo haremos.

 Yun dio salto, Papel cerró su puño y lo alzó en gesto de victoria. Observé a Cet, él había estado ausente de la conversación. Tenía las manos embutidas en los bolsillos y observaba el fuego con ojos no llorosos, pero sí vacíos, la lluvia de ceniza se arremolinaba a su alrededor, algunas chispas descendían dando piruetas del cielo.

 Leí la expresión apagada de sus ojos y por primera vez comprendí que cuando Cet trató de ahogarme con otros niños y que por una extraña jugarreta del destino terminé salvándole la vida, el día del hielo, había cambiado su destino.

 Era como si las decisiones de ese día fueran un arma, yo había disparado dos balas que todavía no habían chocado contra una víctima, pero en el transcurso de los años se habían aproximado cada vez más a su objetivo y estaban por llegar.

 Dos balas asesinas. A punto de matar.

 Podía oírlas surcando el aire.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro