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19

 Pasé el resto de la noche sentado sobre un mantel que había bordado y tejido Arma, la cual se quejaba del clima. Nos habíamos ubicado a la orilla del lago, con el resto de la manada, cuidando a los niños o viendo cómo los demás se divertían. Muchos murmuraban al vernos pasar, algunos se apartaban demasiado como si yo fuera contagioso.

El matrimonio Cuarzo y Tibia, el solterón Pimienta, Maestro, el matrimonio de ancianos Circo y Pan y las primas Tiara y Argolla no dejaban de preguntarme de qué hablaba el resto o a qué se referían. Pero le comunicaba con la mirada que después se los diría, no enfrente de los niños.

Radio jugaba con las rocas y la arena, construyendo castillos y fortalezas, Rueda corría carreras con Runa que se había recuperado rápidamente del episodio. Remo llegó con toda la espalda mordida, estaba cubierto en sudor y con manchas de pintura o purpurina en su rubio cabello, regresaba de bailar. Tenía algunos billetes y relojes en las manos, supe que había practicado su arte de estafar y hurtar ahí, era la mejor época del año para hacerlo, nadie lo notaba.

Cuarzo y Tibia lo miraron reprobatoriamente cuando lo notaron llegar al mantel con las joyas, empezaron a cuestionarlo con susurros ni bien apoyó su culo.

Ceto nos saludó con una chica sensual debajo del brazo, le estaba hablando de cosas del cielo. Habíamos practicado esa charla, para que pudiera quedar inteligente con los nuevos amigos que hiciera en la ceremonia y, por qué no, expandir sus conocimientos. Yun llamaba a esas charlas «La parla maestra» Hace una semana yo había dado todos los datos que sabía de los libros que había leído y ellos habían seleccionado los menos aburridos para realizar la perla.

Desmenuzaba el ribete del mantel en mi mano cubierta de arena.

Estaba pensado en todas las formas de las cuales podía morir ahora o cómo podía matarme antes de que eso sucediera cuando Mirlo se sentó a mi lado. Giré la cabeza y pude ver que estaba cubierta de heridas que sanaban lentamente, como flores que se cerraban. Ella me sonrió, arqué una ceja inquisitivamente preguntándole por qué tan feliz. Se recostó en mi regazó y apoyó su cabeza en mis muslos, alzó un brazo y me acarició la nuca y el cabello, siempre hacía eso, como un gesto que hubiera venido incorporado en su ADN.

Era la noche en donde daba más muestras de afecto en todo el año, podía ser por el éxtasis que yo nunca había experimentado, no lo sabía.

—Fue contra Reloj —explicó—, con ella otra vez, la zorra de la manada de Oro.

—¿Cuánto duraste?

Ella negó con la cabeza.

—Nada de eso, cielito, gané.

Mirlo jadeaba, tenía la piel cubierta por una ligera capa de sudor y su abdomen subía y bajaba al ingerir bocanadas de oxígeno, podía ver una vena palpitar en su yugular. Tenía sangre bajo las uñas, la ceja partida, tierra en casi todas las partes de su cuerpo y mucha más sangre, pero casi no tenía heridas lo que me demostraba que no era suya. Un arañazo profundo se hundía en su pecho.

—¿Qué? —su afirmación me hizo olvidar todo lo demás.

Ella asintió.

—La escuché riéndose de ti con su familia, te vieron salir del lago con Runa y se rieron mucho —Sus ojos contuvieron lágrimas de ira, meneó con la cabeza—. Dijeron algunas cosas más que no vale la pena repetir —Seguramente era que la ley no me amparaba si trataban de asesinarme porque en la manada Oro estaban casi todos los abogados del pueblo—. Soy buena nadando, esperé que se metiera al agua. La agarré del talón y la llevé a las profundidades como un monstruo marino. La arrastré a la orilla, en una parte aislada, lejos de sus amigas. Esta vez no había nadie que pudiera meterse a acabar conmigo cuando iba ganando —agarró el collar de cuentas que tenía en el cuello y desprendió un colmillo con sangre aún—. Le di una lección y gané por mucho. Ahora está en el hospital, le dije que ni siquiera se atreviera a mirarte, ni ella ni sus amigos.

—Irán por ti, muchos, cuando estés sola —dije estudiando el colmillo de la desgraciada chica, algo decepcionado de Mirlo por meterse en problemas, mi voz sonaba como la de un autómata, sin sentimiento, como siempre—. No necesito que luches por mí, no me molesta ser así.

Cerré mis dedos alrededor del incisivo, medía lo que toda mi mano y yo tenía manos anchas. Me imaginé aquellos molares rasgando piel humana y masticando carne roja y viva, tensa del miedo. De seguro los humanos habían sufrido mucho antes de extinguirse. Mirlo podría matarme en menos de un minuto si quisiera, qué va, en diez segundos, incluso Runa podía acabar con mi vida, aunque le redoblara la edad.

Pero los humanos no estaban extintos, yo había nacido para perpetuar su especie. Termo había dicho que la enfermedad que alteraba los genes no me había afectado, era inmune, único y se sentía tan solitario serlo. Mirlo perdió su mano en mi cabellera como si quisiera traerme hacia ella.

—A mí me molesta que se rían y digan cosas horribles de ti —Me rodeó la cara con las manos y la condujo hacia su perfil. Nuestros labios estaban tan cerca que las palabras que ella decía sentía que eran mías, su persuasión era dulce—. No irán por mí, no después de la fama que ha hecho Cet esta noche. Y si vienen que lo hagan, no les tengo miedo.

—Ni yo.

Asintió.

—Yo te... te... —Carraspeó y abrió los ojos—. Que yo te a...

—Lo sé, lo sé, yo también.

No me importaba que me dijera o no que me amaba porque lo sabía, ella lo demostraba sin usar palabras.

Los tambores, la música, los cánticos rituales y el alboroto continuaban pululando alrededor. Nos quedamos en esa posición, viéndonos como si a través de los ojos del otro pudiéramos filtrarnos a las penumbras de su mente, con el fuego alumbrándonos y nuestros alientos creando vida en el silencio, hasta que Rueda se quejó y dijo que era asqueroso.

Ya era casi la madrugada, retornamos a casa por los niños. Todos habían regresado del hospital excepto Rudy y el nuevo miembro, Papel, que pasarían la noche allí. Comimos en casa todo el festín que habían preparado el día anterior.

Cet se sentó frente a mí y comenzó a narrarme todos los clavados que había hecho y cómo a las cinco de la mañana, una hora antes de finalizar la Ceremonia, pensaban hacer, para los integrantes más osados del pueblo, saltos con paracaídas desde aviones.

—No será para nuestra manada —lo desalentó Yun hundiendo la cabeza con negatividad.

Cet dejó caer los hombros y empujó la montaña de pastelillos que estaba a punto de engullir, su sonrisa se le había desvanecido y había perdido el apetito.

Aunque eran amigos Yunque y Ceto no tenían nada en común; Cet amaba las actividades recreativas y físicas, Yun si caminaba fallecía, Cet siempre era positivo, entusiasta y soñador, Yunque no sólo veía el vaso medio vacío te decía que el agua estaba envenenada. Cet era sociable, todo el mundo lo quería y tenía amigos de casi todas las manadas del pueblo y la lista de amigos de Yunque se reducía a esa casa.

Revolví mi ensalada y pensé algo para animarlo.

—Puedes tratar, eres más osado que todos los demás, no debes desalentarte. No aceptes un no —determiné—, súbete a ese puto avión y arrójate sin miramientos. Eso te ayudaría a llegar a gobernador...

—Presidente —corrigió inflando el pecho con ambición.

Mar se quitó la corona de flores que tenía sobre la cabeza y se la colocó, el adolescente Pato y Remo fingieron tocar unas trompetas con las manos. Mirlo rodeó su boca, formó un intento de megáfono y habló con voz gutural.

—Aquí tenemos al presidente Ceto Lerna, apuesto, alto, musculoso, carismático, feroz —A cada palabra que ella decía Ceto endurecía el rostro y observaba el horizonte con pasión— moreno, intrépido ¿Hay algo que no sea?

—Un presidente real —completó Yun con aire entristecido.

Todos detuvieron la música y lo abuchearon por quebrar la fantasía, Cet se quitó la corona de flores con una sonrisa de comercial y la depositó ceremoniosamente sobre el cráneo Mar, que se ruborizó al recibirla. Su mejor amiga, Panda, la codeaba debajo de la mesa sin disimulo. Reí de ellas, cómo si eso fuera a pasar, Cet les doblaba la edad. Les arrojé una servilleta, ambas me fulminaron con la mirada mientras el resto continuaba gritando abucheos o aporreando cubiertos contra las sillas, Yun se hundía en su asiento con una sonrisa vergonzosa y picara y los adultos avinagraban su cara ante tanto alboroto.

—Muy bien, orden, orden —dijo Milla golpeando la mesa con su vaso, todos obedecieron, guardaron silencio y observaron el suelo con sumisión— Hydra —me llamó, levanté la mirada—. Tienes algo que contarnos ¿Cómo te fue en el doctor? —preguntó amablemente.

—Este... ¿Quieres la versión corta?

—Te fue bien —comentó Panda, me observó con sus ojos avellanas como si no comprendiera a qué iba mi respuesta, tenía los mismos ojos que su hermano—. Eso nos dijiste.

—¿Hydra? —preguntó Mar con la expresión escéptica, dejando su teléfono celular sobre la mesa como si ya no quisiera tocarlo.

Pato tenía una expresión acusadora e incrédula. Los adultos que ya se esperaban una respuesta funesta, me dieron ánimos en silencio, esperando pacientemente, Cet, Yun y Mirlo perdieron la actitud festiva.

—Pues verás, la versión corta... es que... bueno... soy humano, él publicó eso hoy y ayer y mañana lo hará otra vez. No soy mitad bestia mitad humano, soy puro, cien por ciento persona. El último o único.

Todos contuvieron o expulsaron un suspiro de sorpresa, algunos tomaron agua repentinamente como si tuvieran la garganta seca, otros tosieron, Cuarzo se cayó de la silla, Pimienta soltó los cubiertos y grito «¡Santa mierda!»

Maestro juntó sus manos y recostó su barbilla en los nudillos estudiándome con interés, totalmente asombrado. Pan, si era posible, se puso más pálida de lo que era, se masajeó sus párpados arrugados como si una fuerte jaqueca la abrumara. El abuelo Tuerca se había quedado dormido. Pero Milla, el líder, me contempló con su semblante estoico, paciente y benevolente, sin sorpresa ni asombro en su expresión.

Hizo un gesto afirmativo con la cabeza y se rascó la barba mientras se revolvía en la silla, un poco incómodo, con la situación. Él me había preguntado y yo había sentido la obligación de responderle, a Milla nunca le gustaba ser el centro de atención, mucho menos que le hicieran caso, aunque todos sentían el deber de obedecerlo, como si estuviera en sus genes respetar al más fuerte.

—Ya había leído ese artículo está mañana, cuando ustedes estaban llegando allí —confesó y se subió las gafas por el puente de su nariz—. Sólo quería que te sinceraras. Perdón.

Todos estallaron en preguntas y gritos, tan estridentes y atropellados que no podía saber quién decía cada cosa:

«¿Lo sabías y no nos dijiste nada?» «¿Rudy sabe?» «¡No puede publicar eso!» «¿Compraste el periódico de hoy?» «¡Si lo compró está aquí!» «¡Lo tengo!» «¿Qué dice el artículo?» «Debe de ser una broma» «Un diagnostico fallido» «¿Qué sabes de medicina, tú?» «La pregunta es qué sabes de medicina, tú, inepto» «No puede ser verdad, un error» «Es cierto, jamás se transformó» «¡Santa mierda, es cierto!» «¿Cómo no te diste cuenta?» «Yo sí lo noté» «¿Y ahora lo dices?» «Creí que era tímido o que le faltaba crecer»

Mar y Panda se inclinaron sobre un teléfono celular para buscar las noticias en la red.

Nuca había conseguido un periódico, leyó con disimulo la portada, le pegó a su esposo con el antebrazo, él divisó fugazmente el título, se cubrió la boca impresionado, le arrancó el papel de las manos e hizo circular el diario a Cuarzo, que estaba sentándose en la silla, otra vez, y a su cuñada Tibia. Uno a uno fue leyendo la noticia y callándose mientras Milla hablaba.

—Lo leí, pero decidí que tú fueras el que hablara Hyd, ellos te aman —dijo señalando a los presentes—. Y yo también, desde el momento en que tú y tu hermano llegaron a casa me sentí muy feliz de que Betún tuviera unos gemelos revoltosos dando vueltas y retándose a todo, apostando a cualquier desafío que se les cruzara por la cabeza. Sabía que eras diferente y somos una manada un poco frágil, pero nos queremos, tenemos amor y muchos pueden negarlo, pero es la fuerza más poderosa de todas. Aquí me siento invencible ¿sabes?

—¿Aquí? —pregunté incrédulo.

—Así es. Y no nos importa cómo seas, desde el día en que llegué vi que eras valiente. Ser valiente es reconocer que no puedes levantar grandes cantidades de peso, ni correr como el viento o evitar golpes, ser valiente es saber que no puedes hacer nada de eso y actuar como si pudieras.

Levantó una copa y cada presente imitó al líder. Me sentí un poco incómodo de que todos me vieran, era embarazoso.

—Brindo por ti, por formar parte de nuestra manada, Hydra, Cet —Él le dedico una de sus sonrisas que enamoraban a miles de jovencitas— son un orgullo, no importa cómo sean.

—Papá —Mirlo se conmovió y le dio un beso en la mejilla.

Todos brindaron, yo lo hice rápido para que el momento terminara antes. Radio se echó a llorar por el alboroto, y mientras comentaban lo inusual de mi anomalía y chocaban sus copas les narré la versión larga de la visita al hospital. Les conté que recibiría dinero por eso.

Fui corriendo por el sobre, al ver la suma de dinero el ambiente festivo dejó de decrecer y renació otra vez.

El dinero no puede comprar la felicidad, dicen por ahí, puede ser cierto, pero les quitaba problemas a los que amaba y para mí eso era felicidad.

Remo me sacudió el cabello y me dijo que era la onda y que me regalaría alguno de los relojes que había ganado esa noche, las chicas Mar y Panda comenzaron a murmurar las cosas que podían hacer con él. Pato y Runa hablaron de coches y Rueda le pedía a Maestro que hiciera cuentas por él. Pimienta me dijo que podía usar su auto cundo quisiera. Reí.

A los minutos llegó la manada de los padres de Yun y de los familiares de Cuarzo y Tibia, además de los padres de los hermanos Pato y Panda. Llevamos mesas y sillas al jardín trasero y reunimos un tumulto de más de cien personas. Me pasé media hora instalando y colgando luces con mi hermano y Yunque, recibiendo ayuda de los invitados. No había sillas suficientes así que se sentaron en leña y con Mirlo bajamos una cama para que la usaran de sillón.

El banquete finalizó a las cuatro de la mañana, ese año nos tocó a Mirlo, a mí y a Ceto quedarnos en casa para limpiar y cuidar de los niños que no podían trasnochar tanto.

Cet comenzó a arrastrar las sillas alicaído, con la cabeza baja y expresión molesta. Le dije que fuera a divertirse, que se subiera a ese avión y se arrojara con paracaídas, que nosotros nos encargaríamos de todo. Sus ojos cafés se iluminaron de entusiasmo, me alzó del suelo, me estrujó y dijo que era el mejor. De un segundo a otro me soltó y se desvaneció velozmente como si hubiera desaparecido por arte de magia.

Mientras Mirlo se ocupaba de sus hermanos y el resto de los niños yo guardé la leña que habíamos sacado de la cochera y utilizado como taburetes, subí la cama y trapeé el suelo.

Estaba fregando la cocina cuando pillé a Runa fuera de la cama.

—¿Qué haces fuera de la cama? —pregunté.

Runa dio un salto, el colador que tenía sobre la coronilla bamboleó. Ella giró apenada. Aferraba un bate que le había tallado Nuca, el carpintero de la familia y lo llevaba enarbolado por encima de los hombros tensos. Puse mis brazos en jarras.

—Pero... —intentó.

—A la cama, Ru.

—Había alguien afuera —explicó y me señaló con el bate en dirección a la puerta—. Olían raro y fui a detenerlos. Son invasores súper extraños, su olor me quema la nariz, es como el humo caliente.

Le arrebaté el bate y señalé la escalera sin decir más, ella bajó la cabeza con docilidad y caminó lo más lento que pudo, subió las escalones fingiendo que lloraba.

—No me la creo —tarareé.

Se inclinó y entre los barrotes me buscó para fulminarme con la mirada, tal como solía hacer su hermana mayor.

—Qué aburrido eres, Hyd —discrepó— y yo que quería invitarte a luchar contra los invasores.

—En otra ocasión, Ru —contesté mientras agarraba el bate y me dirigía a la puerta.

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