Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

16

El camino de regreso a casa fue similar a un funeral. Nadie burló defensas informáticas, ni jugó a ningún entretenimiento poco divertido, ni cantó o escuchó música, ni durmió y tampoco hicieron comentarios sobre el corto miembro de Yun.

 Repiqueteé los dedos sobre el volante, y miré la proyección de Cet y Yun en el espejo retrovisor. Ambos estaban encorvados delante de sendas ventanas, observando el bosque que transcurría con rapidez, se veían marchitos y entristecidos. Ceto se encontraba tan deprimido que parecía haber recibido la noticia de que jamás sería presidente. Yun ocultaba su cara en las manos... o lo que quedaban de ellas, tal vez estaba llorando. Puse los ojos en blanco.

 Observé de refilón a Mirlo.

 Ella tenía los ojos rojos, había llorado, lo sabía porque había entrado al baño de la estación de servicio más próxima y no había salido en media hora. Había tenido que entrar a buscarla y la había hallado parada frente al espejo sucio, mirando su reflejo como si encontrara una desconocida.

 Ella se encogía en el asiento de acompañante, juntaba sus piernas contra el pecho y las abrazaba con sus brazos, recostaba la mejilla derecha en las rodillas, sus botas arañaban la cuerina del asiento. La luz del sol la empapaba como si estuviera hecha de luz, sus ojos se veían casi blancos cuando eran alumbrados, su espesa melena azabache se le derramaba sobre los hombros.

 Para mí ella era la misma Mirlo que esa mañana ¿Cómo me vería ahora? ¿Yo era el mismo Hydra para ella? ¿Rompería conmigo? La idea me inquietó, era la única novia que había tenido toda mi vida, desde siempre, no estaba preparado para terminar ¡Y verla todos los putos días de mi vida porque vivíamos en la misma pocilga!

 No habíamos emitido palabra desde que habíamos salido del hospital, hace casi cinco horas, habíamos tenido que tomar otro camino por los desfiles de la Ceremonia de Nacimiento. En aquel momento la manada se encontraba luchando o, mejor dicho, fingiendo luchar para aceptar nuevos integrantes. Y aunque ellos estaban ocupados tuvimos que apagar los teléfonos celulares porque no cesaban de recibir aluviones de llamadas.

 No quería decirles por teléfono la verdad y ellos tampoco querrían recibirla.

 El silencio era como de un funeral, no lo soportaba, era el mismo silencio que había cuando mamá me había dicho que mi padre se suicidó.

 Aclaré la garganta.

 —Ya, escupan lo que piensa.

 Mirlo giró su cabeza lentamente hacia mí.

 —No pienso nada.

 —Lloraste como catarata media hora en el baño.

 —No es verdad —Negó incorporándose y estirando las piernas—. Estaba haciendo otras cosas.

 —¿En el baño?

 —¿De verdad quieres que te diga lo que hice en el baño? —bisbiseó histérica.

 Suspiré y meneé la cabeza, como a veces hacía Milla siempre que se fatigaba de hablar. El defecto de Mirlo al ser tan demostrativa y expresiva era que nunca podía mentir, era fatal en eso, al menos no podía mentirme a mí, siempre la descubría. Sabía que se arrugaba su nariz, que desviaba la mirada y que bajaba el tono de su voz o lo volvía más agudo.

 Yun emitió una leve risilla.

 —¿Haciendo otras cosas en el baño por media hora? —rio—. No quiero saber cómo quedó ese lugar —Volvió a reír y prosiguió—. Tus intestinos no hacen bien su trabajo.

 —Mis puños si lo hacen ¿Quieres ver como caen en tu cara? —gruñó secándose los ojos con el dorso de la mano.

 —Ya, díganme qué les pasa ¡Puedo ver tus putas lágrimas Mirlo!

 —No es verdad —lloriqueó y respiró trémulamente.

 —Mirlo.

 —Perdón —cerró los ojos y se cubrió la cara con las manos—, sólo queremos que seas feliz, Hydra.

 —No me importa que seas humano —declaró Cet, alejándose de su asiento y acercándose a mí, saltando como un resorte—. No me importa lo que los demás digan. Eres más valiente que el resto de todos los que son mitad humanos. Eso lo demostraste cuando me salvaste la vida.

 —Eres inteligente también, creaste esta computadora —me recordó Yun alzando la portátil por encima de su cabeza y estirándola hacia la cabina de adelante, casi me golpeó con ella en la cara—. Creo que debe haber sido la primera computadora creada en cientos de años.

 Esquivé el monitor y me incliné sobre el volante.

 —Bueno, bueno, no tienen que decirme que soy mejor que ustedes porque sé que no es así. Ser humano es... —Abrí las manos, aun aferrando el volante y se hizo el silencio, escuché las ruedas girar armoniosamente contra el asfalto mientras buscaba una palabra— es feo, pero puedo aceptarlo ¿Sí? Digo, toda la vida lo fui, que ahora lo sepa no cambia nada.

 —Pero lo sabrá todo el mundo.

 —Ya gracias, Mirlo.

 —Lo siento —Estaba a punto de romper a llorar otra vez—. Lo digo de verdad, sólo quiero que seas feliz. Lo siento por haberte hecho la cicatriz cuando éramos pequeños. Casi te mato, no parabas de sangrar.

 —Oye, a las chicas les gustan las cicatrices —refuté encogiéndome de hombros y me acaricié el cuello donde tenía la piel arrugada y un poco más clara.

 —Esa no, la odio, es horrenda ¡Y yo te la hice! —Enterró la cara en sus rodillas y sollozó con fuerza, su espalda temblaba, le di palmaditas—. Soy un asco, nunca dejo de hacerte daño. Perdón por romperte el brazo cuando tenías dieciséis, te solté del árbol porque creí que no te harías daño al aterrizar.

 —Ya pasó, fue lindo tener el brazo escayolado y que todos lo firmen.

 —Lamentó romperte la muñeca cuando jugábamos a los ocho —lamentó Ceto golpeando el sillón—. Te dije que eras un bebé por llorar y también te lo dije cuando te quejabas del frío de invierno y los demás no lo sentían. También te decía que eras un bebé cuando tocabas el hielo y te quejabas. Lamento por reírme de que tosieras. Y a pesar de todo fuiste el único que saltó cuando me caí al río congelado. Eras el único que sufría por el frío y que podía salir herido por él y aun así saltaste. Luego te enfermaste de esa extraña cosa...

 —Pulmonía —sollozó Mirlo desde sus rodillas.

 —Sí y te enfermaste por mí —Ceto estaba prácticamente colgado de mi asiento, se golpeó la cara contra el apoyacabeza como si quisiera castigarse porque había sido idiota, estaba rodeado de dramáticos—. Los demás niños sentían el frío, pero no lo sufrían ni se enfermaban. Tú sí y... Soy le peor hermano de todos. No te merezco.

 —Ya pasó... —Suspiré e hice un sonido gutural de tedio, quería chocar el auto y asesinarme antes que seguir escuchando sus lamentos— solo cierren la boca...

 —Yo lamento haberte dicho que eras más lento que yo —comenzó Yunque.

 —Bueno... —comenté sin poder ocultar que controlaba mis deseos de golpearlos—. Ya oyeron al doctor Termo, estoy lleno de odio y rencor, pero si no los odio por todo lo que me hicieron es que no fue na...

 —Y yo lamento...

 —¡Basta! ¡Ya basta! ¡Ya basta! ¡Ya basta! —Enterré mi mano en la bocina y la accioné repetidas veces, Mirlo se encogió—. No me importa ¿Saben? No tienen que disculparse, ya los perdoné. Son mis amigos ¿Sí? Si a ustedes no les importaba que fuera frágil como la porcelana...

 —El cristal —pensó Mirlo con una sonrisa pícara, acomodándose en el asiento y reuniendo un mechón de su cabello detrás de la oreja—. El cristal es más frágil que la porcelana —rectificó secándose las mejillas.

 —Si pensaban que era así de patético, pero no les molestaba lo suficiente y seguían a mi lado a mí no me importará que sean rudos o tengan el cerebro de una nuez y no controlen su fuerza ¿Saben? Todo el mundo tiene defectos.

—Tú más —bufó Yunque.

—No es la culpa de nadie —proseguí—. ¡No me importa ser humano! ¡Siempre lo fui! Lo fui ayer y todos estábamos normal. No quiero volver a hablar de esto. Lo único que me hará feliz es que ustedes vuelvan a ser los descontrolados chicos de antes, que dicen groserías, se ríen de todo y que no son así de amorosos conmigo.

—¡Yo sí soy amorosa contigo! —protestó Mirlo incorporándose.

Cet y Yun hicieron trompetillas, ella se volteó y los enfrentó con la mirada pasmada, como si no pudiera creer que pensaran eso. Luego dedujo que no quería convencerlos a ellos y se volteó hacía mí.

—Soy amorosa contigo.

—Sí, claro —asumí con sarcasmo.

Ella meneó sus hombros con dos hoyuelos alegres en sus mejillas.

—¿Cómo quieres que te demuestre que te quiero? ¿Con nombres melosos como los que usan Circo y Pan?

Reí.

—Ni siquiera se te ocurra.

—¿Quieres que te llame mi osito de miel? ¿Bomboncito? ¿Amor? —Comenzó a acariciarme con su mano por toda la cara y el pecho, reí y traté de esquivar su mano amorosa—. ¿Cielito?

—¡Fuera de aquí, lujuriosa!

—Mis chicas me dicen eso todo el tiempo—comentó Cet cruzando los brazos detrás de su cabeza y sonriendo con suficiencia, su dentadura de comercial destacaba debajo de su piel bronceada.

—¿Qué? ¿Te dicen fuera de aquí? —pregunté.

—No —Él pateó mi asiento.

Toda la tristeza que los atormentaba hace diez segundos se había esfumado de sus corazones para siempre. Así era en todos lados, en todos los corazones, menos en el mío que grababa a fuego lo que sentía.

—¿Cuál de todas te dice así? —inquirió Yunque.

—Sólo Cuna y Loza.

—Yo no tengo tantas propuestas —Se lamentó el gordinflón.

—Será porque tu pito siempre tiene frío —comentó Mirlo.

—Yo creo que deberías ser tú mismo y no sudar tanto cuando les hablas o titubear —opiné girando para el acceso que llevaba a nuestro pueblo.

—¡No puedo! ¡Leí en MiraCosmo que las mentes maestras suelen ser las más tímidas!

—Sigo sin comprender por qué eres tímido —se rio Mirlo.

—Estamos llegando a casa —anuncié—. Y cuando lleguemos el tema habrá muerto para mí.

—Para nosotros también —verificó Yunque y todos asintieron.

Cet se inclinó a la parte delantera del coche, apoyando las muñecas en la cabecera de cada silla.

—Yo sólo tengo una duda, eso de ser humano no cambia nada.

—Nop —respondí.

—Digo ¿tú cara seguirá siendo igual? Es tu única virtud, el parecerte a mí.

Iba a golpearlo, pero Mirlo se me adelantó.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro