13
Quedé con la boca abierta, la cerré al instante, carraspeé procurando demostrar indiferencia y me crucé de brazos meneando la cabeza.
Mi madre solía decir que la mostrar tus sentimientos era perder el juego, nunca había sabido a qué estaba jugando, pero tenía razón en algo: la gente no respeta a los débiles. Y si hay algo que no tienes que mostrar, a la persona que está a punto de joderte la vida, es debilidad.
—Debe estar equivocado...
—No, no lo estoy.
Me puse rápidamente de pie.
—Creí que publicaría que no podía transformarme porque estaba defectuoso, eso es peor ¡No puede decirle al mundo entero que soy el único humano! ¡Los humanos se extinguieron...
—Ahí te equivocas, se murieron, no extinguieron, su código genético se alteró no destruyó. Seguramente te hicieron estudiar en el cole que llegamos a este estado por una enfermedad, si quieres ponerlo así, algo que alteró nuestra genética. Al principio la enfermedad era muy violenta, nos volvía salvajes, sedientos de sangre. Las personas que no se contagiaron, que no mutaron, fueron asesinadas cuando era de noche. Más precisamente cuando salía la luna llena porque luego se descubrió que la luz de color blanco nos ponía de mal humor, era igual de irritante que un sonido estruendoso.
»Pero, más tarde, supimos manejar nuestro estado y actuar de forma civilizada ante los cambios y las transformaciones, aunque lo aprendimos tarde porque los humanos se habían extinto. Habíamos resurgido de una era en donde las ciudades estaban abandonadas y todo sistema financiero, político, urbano e incluso social, cada sistema humano se había caído, ya no existía Internet y los satélites hace años no funcionaban. El mundo se inició de cero.
—Lo sé, el mundo se había destruido, pero eso no explica cómo yo...
—Investigué acerca de las mutaciones genéticas —me interrumpió— y cómo se trasmiten generacionalmente, los humanos solían estudiar mucho ese tema, pero nosotros no. No existe ningún experimento que hayamos hecho para develar los misterios de la genética. Carecemos de la curiosidad humana ¿Quién dice? Tal vez la enfermedad que nos hizo mutar salió de un laboratorio humano que trataban de jugar con el azar de la genética.
Alzó las cejas como si observara aquellas criaturas testarudas y egocéntricas que siempre querían saberlo todo.
—¿Has escuchado hablar de Sandra Laing? —agarró unos papeles de su escritorio y me los dio.
En ellos había la fotografía de una mujer de piel café sonriendo en el porche de una casa y varios datos debajo, era la fotocopia de un libro antiguo, de la anterior sociedad. Clavé mis codos en las rodillas y me incliné sobre la fotografía como si solo fuéramos yo y ella.
Su sonrisa desconocía que su mundo se caería a pedazos tan solo unos años después.
—Ella era una humana que nació en 1959 —explicó Ternun—. Sus padres, Abraham y Sannie Laing eran blancos, al igual que sus padres, abuelos y bisabuelos, pero ella era de tez morena, muy negra, como puedes ver. A través de una rareza biológica, el pigmento de un ancestro negro desconocido que permaneció dormido durante generaciones se manifestó en Sandra. Así sucede en muchos casos, la genética es un puzle con el que puedes jugar. Imagina que tu ADN es una bolsa con tornillos.
Ahuecó sus manos como si efectivamente sostuviera una bolsa.
—Tienes mil tornillos ahí, luego introduces una tuerca, dos clavos y tres ramitas. Ahora bien, es muy poco probable que metas la mano y a la primera saques las ramitas, es casi imposible que saques los clavos y sin lugar a duda es realmente improbable que aparezca la tuerca. Solo hay una de ella, es pequeña, pero con el tiempo tocará, es eventual que suceda.
—Un ejemplo encantador —dije arrugando la foto de Sandra, sentía que ella me devoraría—. Pero es mi caso.
—Que hayamos mutado no quiere decir que ese gen humano haya desaparecido, sigue ahí, oculto y dormido ¿Sabes que tienen Sandra y tú de iguales? Que la naturaleza se burló de ustedes. Ella nació en una época y en una familia donde tener ese color de piel estaba mal visto, era un símbolo vergonzoso. Al igual que tú.
¿Acababa de decirme que mi mera existencia era vergonzosa? No podía enfadarme. Nada más cierto.
Negué con la cabeza y solté los archivos de Sandra como si estuvieran hechos de fuego. Sonreí mostrando calma, mi mano tembló cuando regresó del escritorio y la oculté en los bolsillos de mi chaqueta.
—Miré, tal vez soy el único al que la transformación le tarda en llegar, seguramente con el tiempo...
—Han pasado diez años, nunca llegará.
Se inclinó sobre una gaveta de su escritorio, sacó un aguante de goma y se lo calzó mientras hablaba:
—Hay muchos más casos así, uno de ellos es Nmachi Herborizo, sus padres eran de tez café y ella nació rubia de ojos celestes sin que se pueda encontrar en su familia un ancestro con esas características. Un individuo pasa a su sucesor las enfermedades que carga consigo, sobre todo sin son genéticas. Eso es lo que pasó —soltó una risilla y cerró su mano enguantado como si aplastara una mosca—, solo quedaron los licántropos en el mundo, gente enferma e infectada, el resto murió. Con el tiempo nacería alguien que no estaría enfermo, es lógica y estadística, eres tú.
Sacó una caja de la gaveta abierta de su escritorio. Era como un joyero, pero en su interior forrado de pana roja había un trozo de metal, lo sostuvo con la mano enguantada. Sus movimientos eran cuidadosos. Cerró el joyero y lo abandonó desinteresadamente en la gaveta. Arrugó el rostro como si estuviera oliendo algo repugnante y me lanzó el trozo de metal:
—Ten.
Lo agarré, en el momento que lo sostuve supe qué era, había tocado ese metal millones de veces con los antiguos doctores. Recordaba vívidamente sus expresiones de asombro. Era ilegal tener, aunque sea un trozo pequeño.
—Es plata —Mi voz reveló lo molesto que me encontraba—. No soy alérgico a ella.
—Los licántropos sí, nos quemamos con ella, algunos se queman más rápido que otros, a unos individuos les sale ronchas o ampollas, a otros se le cae la piel y para algunos es como si tocaran fuego. Pero tú no eres alérgico a ese metal, no resulta venenoso en ti precisamente porque eres humano. Y esto se desvincula de tu incapacidad para transformarte ya que los niños menores de diez años también son alérgicos, aunque no se puedan transformar —Se encogió de hombros y señaló la barra de plata del tamaño de un lápiz—. Tú nunca fuiste un licántropo, me sorprende que tus antiguos doctores no se hayan dado cuenta de lo que eras con esta prueba, es muy evidente.
Comencé a respirar más aire, de repente lo necesitaba.
—Puedes quedártela —Me indicó señalando la barra de plata con una mano y sacándose el guante.
—Esto no explica nada —dije guardándola en mi bolsillo de todos modos, eso sería una reliquia histórica de los humanos que Maestro querría ver.
—Claro que lo explica, leí también que careces de fuerza, no puedes levantar excesivas cantidades de peso, no si entrenar semanas enteras y tienes de todos modos un límite, un récord que es... —Abrió uno de los documentos y leyó un reglón marcado con rotulados— ciento cuarenta kilogramos —La cerró y se repantigó nuevamente en la silla—. Es bastante basándonos en que investigué y el humano que más peso levantó en la historia fue Eddie Hall, que ha podido cargar pesas 462.2 kilogramos. Lo que cargaría un licántropo adolescente, débil, sin hacer ejercicio.
Recordé cuando había retado a Ceto a que no podía cargar el auto y pudo, él siempre se ejercitaba, seguramente era el joven más formidable de toda la ciudad. De seguro Eddie Hall si siguiera vivo temblaría al ver a mi hermano.
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