32. Héroe No.1
Ed estaba seguro de nunca haber estado en esa zona de Poloneira antes.
Las calles asfaltadas y agrietadas del centro de la ciudad ahora se habían convertido en estrechos caminos de tierra y piedras. Las elegantes casas de los vecindarios (exactamente iguales todas en diseño y grosor) habían quedado atrás; al sureste de la ciudad, la moda eran casas enormes, de varios cuartos, con decorados pueblerinos y tejados planos. Se rodeaban con gratitud de enormes áreas de tierra, dedicadas exclusivamente a la agricultura.
"Probablemente de aquí sacan la mayoría de comida para la ciudad, eh..." pensó Ed, mientras atravesaba sembrados de zanahorias y papas. A unos metros de él vio a dos señores labrando la tierra, los únicos que encontró en todo el trayecto. Los años pesaban a sus espaldas, levantando y arrastrando la hoz de forma robótica y desganada. Como zombis cuyo único propósito era hacer ese trabajo, una y otra vez.
Ed, de alguna forma, estaba huyendo de esa vida. Buscando un propósito en medio de una ciudad vacía y muerta. Pero tenía a su hermano al lado, y eso cambiaba por completo las cosas.
"Sin dudas, él es alguien fantástico" pensaba, mientras sus zapatos se embarraban de lodo y la tierra húmeda hacía paf-paf al ser aplastada. "Con solo tenerlo a mi lado me siento revitalizado. Con las energías de hacer algo. Él de verdad es un héroe, en toda la regla".
—Es aquí, hermano —Lo palmeó por la espalda, deteniendo su paso. Hasta ese momento Ulises había caminado en absoluta solemnidad, sin hacer ruido ni llamar la atención.
—¿Seguro que es aquí? —Preguntó Ed. No quería desconfiar de él, aunque le resultaba extraño que pudiera recordar la dirección con tal precisión. "La maldición funciona de formas muy raras" concluyó.
—Seguro, hermano —Sonrió, y el viento levantó su excelsa capa por detrás—. Es esa enorme casa que ves al fondo. Ven, vamos.
Ed alzó la cabeza. Al fondo, donde las nubes grises y opacas se arremolinaban, había una enorme casa de ladrillos con soportes de madera, de doble panta, y con bellos acabados de piedra. La casa sobresalía de la zona límite entre el bosque y la ciudad, dotada de una elegante aura mística: La niebla parecía atraparla con sus gigantescas fauces blancas, dejando apenas espacio para escapar.
Ed suspiró, luego caminó hacia ella con el puño cerrado y en silencio. La brisa acompañaba su andar, la inesperada determinación su fuerza. Cuando estuvo frente a la puerta de madera, una rápida pregunta cuestionó su plan: "¿Cómo debería de hacer esto...?"
Pero como si la casa le respondiera por su cuenta, la puerta se abrió ligeramente y Ed vio parte del suelo de madera y una débil luz blanca pasar por la abertura.
—Entra, hermano —Lo alentó Ulises, con un tono amigable y confianzudo—. Es tu momento.
Y Ed se respondió a sí mismo: "Si alguna vez tuve un momento, seguramente sea este". Acto seguido, entró.
En el interior de la casa, todo era silencio. No había rastro de Aurora (a todo esto, ¿cómo diablos lucía ella?) ni de su supuesto padre. Los almacenes estaban vacíos, los sillones cubiertos de polvo. El aire era denso y frío, mucho más frío que en el exterior. Se cruzó un par de veces con un par de cucarachas, quizás las únicas criaturas vivas del lugar.
—¿Hola? ¿Aurora...? —Llamó, pero el chirrido de la madera bajo sus pies fue su única contestación. Llegó al fondo de la sala y subió por las escaleras. A ese punto estaba un poco nervioso (pero un poco, nada más).
A simple vista, la segunda planta no parecía diferenciarse mucho de la primera. Un largo pasillo la dividía, y las paredes le impedían ver el interior de las espaciosas habitaciones. Pero hacia el final del pasillo pudo sentir como emanaba un leve olor. Y un olor bastante desagradable, por cierto. Como a podrido; mientras más se acercaba, más fuerte se hacía.
También había un olor suave, que no lograba sobresalir mucho del principal. Rápidamente lo asoció con el olor del cigarro de Leonel, pero un poco más agradable. Como a fuego... ¿A una vela, quizás?
Sea como sea, eso lo puso alerta. Se agachó, caminando despacio e intentando mantener la respiración al mínimo posible. Estaba tan concentrado que no deparó en que su hermano había desaparecido en la primera planta.
"¡Mierda! Eso es..." Entonces llegó a una habitación. En vez de tener una puerta de madera como las demás, esta estaba abierta al público por una especie de aro, permitiendo una vista más completa de su interior. Una tenue luz amarilla se reflejaba en los tablones de madera, y el olor era tan fuerte que le daban ganas de vomitar.
Pero, aun así, se atrevió a mirar. A asomar la cabeza y ver lo que le deparaba.
Fue en ese momento que todo comenzó.
Sentado al fondo de lo que parecía ser una pequeña sala de lecturas, encima de un desgastado sillón verde oscuro, un enorme y grotesco monstruo esperaba pacientemente.
Su figura regordeta y alta (casi dos metros, probablemente) creaba una sombra atemorizante ante la luz de la vela, opacando su piel roja y arrugada. Tenía las manos muy anchas, el doble de lo que debería ser por naturaleza, y el rostro deforme: Sus orejas estaban alargadas, y sus ojos saltados y rojos. De su boca chorreaba agua (o algún líquido parecido), y su peste parecía tomar forma física, convertida en una nube verde y desagradable.
"¡Dios mío!" gritó Ed por dentro, y se refugió de nuevo detrás de la pared. ¿Ese era el padre de Aurora? ¿Contra eso tenía que salvarla?
¿¡Cómo diablos iba a hacer tal cosa!?
"Calma, calma... Si Bernadette es una ilusión, esa cosa también puede serlo, ¿no?" analizó, mientras sus ojos reaccionaban al olor ácido y lagrimeaban. "Solo tengo que creer que no es real y desaparecerá, igual que pasó con Bernadette. Solo tengo que hacer eso, y Aurora se salvará. Vamos, no suena tan complicado... ¿verdad?"
—¿Quién... está... ahí...? —Y una voz grave, gruesa y apabullante salió desde la sala.
A Ed se le paró el corazón al escucharla, pero se contuvo de responder (de hacer cualquier tipo de sonido, mejor dicho).
—¿No... me... escuchaste...? ¿Por qué... estás... aquí...? —Volvió a preguntar, mientras se escuchaba como el sillón rechinaba y liberaba peso de encima.
"¡Diablos!" pensó, entendiendo al instante lo que significaba. Dio un vistazo rápido a las opciones que le quedaban, mientras unas pisadas profundas y amenazantes avanzaban hacia él. "¡Ah, maldita sea!"
Movido por la pura adrenalina del momento, se levantó y encaró al monstruo de frente.
—¡No eres real, no eres real, no eres...!
Pero esta vez no resultó tan bien como se esperaba. El monstruo se abalanzó hacia él (corría lento, pero al ser una sala pequeña le bastaron unos segundos para alcanzarlo), haciendo gruñidos y levantando su enorme mano. Ed apenas tuvo de reaccionar; retrocedió hasta la barandilla del piso, al siguiente embiste se agachó, pasó al lado de él y corrió adentro de la sala a refugiarse.
—¡Calma, calma! —Gritó asustado, mientras intentaba localizar con la mirada a su hermano.
—¡Vete... de... aquí...! ¡No... quiero ver... a nadie! —Pero Ulises había desaparecido, y lo único que podía ver era la figura de ese colosal monstruo.
Notablemente enfadado, corrió hacia él de nueva cuenta. Ed tuvo unos segundos para apreciar por primera vez su cuerpo completo: Semidesnudo, cubierto apenas por restos de su camisa y pantalones (aunque dejaba a la vista la mayor parte de sus piernas, desagradables y llenas de pelos gruesos y colochos).
Ed no alcanzó a reaccionar esa vez. Sus dedos ásperos y sucios lo tocaron, y tan solo eso bastó para empujarlo contra un estante repleto de libros. Ed chocó, y tiró tras de sí un par de estos. El monstruo dirigió un puñetazo hacia él, aunque le dio suficiente tiempo como para girarse, rodar en el suelo y chocar contra la mesita de madera que sostenía la vela.
Por el rabillo del ojo vio como el puñetazo no solo había destruido esa zona del estante, también había dejado un pequeño hueco en la pared. Sus golpes eran lentos pero poderosos. Los brazos de Ed, en cambio, delgados y llenos de heridas. Las probabilidades de vencer a esa cosa eran pocas, por no decir nulas.
Avispado por el choque, tomó la vela y la lanzó hacia él. No alcanzó a darle al monstruo, pero al menos logró incendiar algunos de los libros. El monstruo comenzó a quejarse, mientras intentaba apaciguar las llamas, lo que le dio una oportunidad de escapar.
Corriendo hacia la izquierda, entró en el cuarto contiguo de la sala: Una pequeña habitación con una enorme ventana cuadrada en el centro, algunas cajas, un armario y una antigua computadora en un escritorio. Precisamente, arrastró ese escritorio y la silla junto a él, y con ellos bloqueó la puerta. Luego se tomó un momento para respirar.
—¿Qué pasó, hermano? —La voz de Ulises lo tomó por sorpresa. Estaba posado sobre el armario, mirándolo tranquilamente. No se fijó si estaba ahí al entrar —. ¿Qué pasó con la promesa que íbamos a cumplir?
—¡Pero...! —Ed se giró hacia él, desesperado. Apenas y podía hablar del sobresalto—. ¡Pero no me esperaba esto! ¡El padre de Aurora es un jodido monstruo que ni siquiera desapareció cuando dije que no era real! ¡¿Cómo diablos venzo a una cosa así!?
—Pues ve y lucha contra él, hermano. Pensé que para eso estábamos aquí —Su sonrisa se escabulló debajo del sombrero—. Si no puedes hacerlo desaparecer, tendrás que vencerlo en un combate real. No hay alternativa.
—¡¿Vencerlo?! ¿Has visto la fuerza que tiene esa cosa? —Se limpió el sudor de la cara mientras jadeaba—. ¡No puedo derrotarlo solo! ¡Necesito tu ayuda!
—Y yo podría ayudarte, pero... —Caminó hacia él, palmeando su hombro—. Sé que no es necesario. Tienes la fuerza necesaria para vencerlo, pero aún no la has demostrado. Toda esta misión no tiene sentido si yo soy el que derrota esa cosa, ¿no crees? Tú eres el que se convertirá en un héroe aquí y ahora, no yo.
—¡Pero...! —El sonido de la puerta recibiendo un fuerte porrazo lo alertó. El escritorio tembló, a punto de salir volando.
—Mírame, hermano —Ulises giró su cabeza hacia su dirección, tocando con el puño su pecho—. Por favor, cree en mí y yo creeré en ti. Vamos, no te dejaré solo; te estaré apoyando desde atrás. Tienes muchísimo potencial y fuerza, solo necesitas demostrártelo. Utiliza toda tu furia y cumple tu promesa. Sálvala, por todas esas veces que fallaste en hacerlo.
Y entregándole el relicario, afirmó con seguridad.
—Tú eres el héroe No. 1.
La puerta se abrió y un gruñido monstruoso y demencial entró con el impulso de un torbellino a la habitación. Y, al mismo tiempo...
Ed se paró firmemente en el centro de la habitación, se colocó el relicario alrededor del cuello, tragó saliva y esperó al monstruo.
Si su hermano creía que era un héroe de verdad, entonces, joder, tenía que serlo.
El monstruo entró a zancadas al cuarto, abriendo sus gigantescas manos en torno a un Ed a la defensiva. Ed logró sujetarlo, a pesar de lo desagradable que era, y forcejó con él. Pero, he aquí el detalle decisivo: El monstruo no fue capaz de derribar a Ed.
No sabía cómo, pero estaba resistiendo. No sabía de donde, pero había sacado la suficiente fuerza como para aguantarle a ese aterrador ser. Y en tanto los segundos fueron pasando, segundos llenos de olores ingratos y gruñidos exasperados, su fuerza se duplicó al mismo ritmo que su confianza.
Comenzó a jalar y arrastrar al monstruo, apoyando con fuerza los pies en el suelo y rasgando la piel áspera de lo que alguna vez fue el papá de Aurora. Lo logró llevar hasta el borde de la ventana, y los rayos de sol se escabulleron y formaron una sombra alrededor de aquella figura.
Entonces, empujó. Con toda su maldita fuerza, lo empujó y su amplia espalda chocó e hizo sonar el vidrio de la ventana, que se desquebrajó ante sus ojos en cuestión de segundos. Pero el monstruo no se dejó llevar tan fácil, arrastrándolo a último momento junto con él en la caída.
Los pedazos de vidrio volaron alrededor de su cara, haciéndole finos cortes en los brazos y la cara. El viento se propagó de golpe, cautivo antes al otro lado de la ventana. Ed pudo ver por unos segundos el majestuoso bosque, cubierto con sus pieles blancas, y la planta nuclear mientras volaba en el aire. Luego, la misma niebla lo jaló hacia el suelo cual imán y lo tragó con sus revoltosas fauces.
"¡Ay!"
Debía de admitir que tuvo algo de suerte. El cuerpo regordete del papá de Aurora amortizó su caída; rebotó en él, de manera brusca, y se desplazó a algunos metros de su posición. El monstruo quedó tendido boca arriba, y un pequeño pozo de sangre salió de su cabeza.
"¡Joder!" pensó, mientras se levantaba. La brisa se entremezclaba con su respiración, la niebla se agitaba al compás de sus movimientos. Todo a su alrededor era blanco y difuso, todo menos las sombras de los árboles que se elevaban al fondo. Ahora que estaba en el bosque sin protección, tenía que terminar con aquello rápido antes de ser víctima (una vez más) de la maldición de Poloneira.
Pero no quería matar al papá de Aurora (obviamente). Si pudiera dejarlo inconsciente sería perfecto; quizás aún había una forma de salvarlo. Y necesitaba verla a ella. Necesitaba encontrar a Aurora y decirle que todo estaría bien a partir de ahora.
—¡Maldito mocoso...! ¡Te mataré...! —Pero no tenía tiempo para pensar. El padre se levantó lentamente, mientras apoyaba rígidamente los pies en el suelo. Comenzó a rastrear a Ed entre la niebla, como un león buscando a su presa.
—Es la hora, Ed —La voz de su hermano se escuchó a lo lejos, pero Ed no fue capaz de disuadir su origen—. ¡Enséñale de lo que estamos hechos!
El monstruo lo encontró y, acto seguido, corrió hacia él, sobresaliendo de la niebla como un tiburón saltando del agua. Intentó atraparlo con la mano izquierda, pero su lentitud le permitió a Ed esquivar el ataque. Sin embargo, el terreno no estuvo de su lado; al girarse para no recibir daño, terminó tropezando con un desnivel y el monstruo aprovechó para propinarle un severo golpe. Viró el cuerpo para recibir el impacto con su costado, y la fuerza de este lo hizo rodar hasta el árbol más cercano.
Ni siquiera tuvo chance de pestañear. El monstruo lo siguió hasta su posición, arrinconándolo contra el árbol. Lanzó un vigoroso golpe que hizo volar la madera del árbol, Ed lo esquivó por cuestión de milisegundos. La niebla se despejó ante sus ojos, las ráfagas de viento provocadas por el impulso dieron de lleno en su rostro. Se agachó, movido como en cámara lenta, asió de su brazo y logró abrir un hueco para propinarle un tremendo golpe en el rostro. El monstruo retrocedió aturdido y Ed igual, buscando tomar aire.
—¡Esa es, hermano! ¡Más, más fuerte!
Ed ni siquiera se molestó en buscar la voz de su hermano. Ahora se hallaba concentrado en algo más, en algo totalmente revolucionario. Su vida acababa de pasar frente a sus ojos al compás de ese poderoso puñetazo que rozó su rostro. Y, lejos de estar asustado... eso solo le emocionó. Fue como una inyección de adrenalina a su cuerpo. ¿Hacía cuánto tiempo no vivía ese tipo de emociones? ¿Cuándo había tenido la oportunidad de sentir algo así en Poloneira? Su corazón latía acelerado, sus sentidos volaban a mil por segundo.
Y no sentía miedo, ya no. Tenía a su hermano junto a él, no había forma de que pudiera perder. Pero si le quitas el miedo... ¿qué le queda al ser humano?
La más pura y efusiva excitación. Por primera vez en mucho, mucho tiempo, Ed se sentía realmente vivo.
—¡Vamos, sigue! ¡Aún estamos comenzando, hermano!
Provocado por esa infusión de energía, esta vez él tomó la iniciativa. Corrió hacia el monstruo, que aún hacía esfuerzos por levantarse, y le propinó una ferviente patada en el rostro. El monstruo la recibió (de lleno), pero alcanzó a desestabilizarlo con la mano. Ed se tambaleó, y recibió (de lleno, también) un golpe directo en el rostro.
El mundo a su alrededor dio vueltas, sus sentidos tambalearon frenéticamente. De su frente comenzó a emanar hileras de sangre. Y, aun así, no sentía dolor en lo absoluto. Se sentía bien. Jodidamente bien.
—¡Un héroe siempre se levanta, Ed! ¡Eso es lo que tú eres!
Ladeando la cabeza, atacó nuevamente, pero esta vez de frente; lo rodeó de brazos por el estómago y lo levantó por unos escasos centímetros del suelo (¿El Ed de antes tenía esa fuerza?). Luego lo tiró y el monstruo cayó de espaldas, haciendo retumbar el suelo. El polvo se levantó, la niebla se arremolinó entre sus brazos. Ed tomó su brazo derecho, levantó su muñeca y con las dos manos la giró, exaltado. Tronó. Se quebró.
La bestia gimió, pero Ed solo pudo sonreír. Estaba vivo, malditamente vivo, y todo ese tiempo había esperado por ese momento. Momento en el que se convertiría en algo, sería capaz de hacer algo.
—¡Sigue, sigue Ed! ¡Acábalo de una vez por todas!
El monstruo se intentó resistir con el otro brazo, pero Ed lo hizo retroceder con el empuje de su cuerpo. Posó el pie izquierdo sobre él y el derecho un poco más atrás, prácticamente en la zona del estómago.
—¡Finalmente te tengo!
Y lo golpeó. Una vez, con el puño, directo a su rostro. El golpe se sintió extraño, como si golpeara una enorme masa de gelatina andante. El monstruo escupió sangre e insistió en moverse.
—¡Esa es, Ed! ¡Es tuyo! ¡Por todas las veces en las que no te creíste capaz! ¡Por todas las veces en las que no te creyeron capaz!
Ed volvió a golpear. Descolocó el rostro de aquel horrible ser, movió la mandíbula e hizo temblar sus saltones ojos. Una visión macabra y en cierta parte asquerosa. Pero...
—¡Por todas las veces en las que te vieron como un perdedor! ¡Por todas las veces en las que te dieron la espalda y se rieron de ti! ¡Por todas las veces en las que este maldito mundo te hizo sufrir! ¡Desahoga esa ira, libera ese malestar! ¡Siente el sabor de la libertad en tus venas!
Pero no quiso ni por un momento parar. En un mundo donde hasta tus amigos pueden ser una ilusión, aquella era la sensación más real que había sentido jamás.
—¡Toda la vida te has escondido, has tenido miedo del mundo! ¡Pero no hay nada que temer, Ed! ¡Eres fuerte! ¡Más fuerte que los demás! ¡Enséñale al mundo que no eres un don nadie! ¡Siente la furia que has estado guardando en cada golpe! Estás derrotando al mal, ¿te das cuenta? ¡Estás protegiendo a alguien más!
Un golpe más. Y otro. Y otro. Aquello era un deleite, una sensación inexplicable. Llevaba mucho tiempo queriendo llorar. Mucho tiempo sintiéndose solo y vacío. Mucho tiempo sintiéndose perdido y agobiado en una ciudad tan pequeña, en un mundo tan efímero. Pero hoy, hoy sentía algo más. Sentía la emoción de estar vivo, la adrenalina de hacer lo correcto, la compañía de un ser querido.
Se sentía tan fantástico, como droga en su cuerpo. No quería parar. No quería que ese momento se acabara nunca. Un golpe tras otro, y otro, y luego otro, y otro, y otro, y ojalá aquello nunca se acabara porque finalmente había encontrado un lugar en el mundo.
—Lo sientes, ¿no es así Ed? ¡Así se siente un héroe! ¡Así se siente alguien que lucha sin importar qué! ¡Esta es la sensación que siempre buscaste! ¡El vigor que te hacía falta para ser invencible! ¡Siéntelo hasta que no puedas más! ¡Ese es el hermano al que siempre amé!
Y porque finalmente se sentía como lo que siempre deseó, cómo el héroe no.1.
A los segundos el padre de Aurora dejó de resistirse. Luego incluso dejó de reaccionar a cada golpe. Sus manos se embarraron de su sangre, roja oscura como el vino, su cuerpo se llenó de su desagradable y pudiente olor. Golpeó hasta que sus nudillos le dolieron, hasta que su respiración se cansó y comenzó a sentir el malestar propio de la niebla.
—¡Lo logré, carajo! —Gritó al viento, alzando el puño en señal de victoria.
Todo era blanco a su alrededor. La niebla cubría al completo los árboles, rozando su enaltecido rostro, acariciando sus mejillas sudadas, camuflándose con su respiración. Todo menos la enorme mancha roja que había en el suelo y que se propagó hasta sus brazos. El padre de Aurora yacía machacado, inerte bajo su cuerpo. Y Ed parecía ascender de la niebla, imparable.
—¡Muy bien hecho, hermano! Ahora, ¿cuál es el siguiente paso? —Preguntó Ulises, saliendo de la niebla con su presencia fantasmagórica.
Ed se giró hacia él y sonrió.
—¡Destruir el Tánatos con mis manos y acabar con los bastardos de Oníros, para siempre!
—Muy bien, hermano. Muy bien —Él también sonrió, complacido. Luego se desvaneció entre la niebla, susurrando para sí—. Con esto, mi plan vuelve a estar en marcha. Llegó la hora de acabar con este macabro juego.
A lo lejos, las débiles pisadas de alguien retumbaron en el bosque. Corrieron por toda la casa y llegaron a la parte trasera en cuestión de segundos.
—¿Qué...?
Al otro lado, donde la niebla aún no alcanzaba a llegar, Aurora lo miraba escondida debajo de su suéter.
—¿Ed...? ¿Eres tú?
Ahí, con las manos manchadas de sangre y postrado sobre el cuerpo muerto de su padre...
Ed no parecía un héroe en lo absoluto.
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