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31. Mi lugar en este mundo

Al cabo de un rato, decidió abandonar el lugar. 

El sol lo cegó por unos instantes al salir al exterior, la brisa lo acobijó a las afueras de la casa. Al girarse para cerrar por completo la puerta, que chilló al ser arrastrada, una voz azarosa y llamativa lo saludó por detrás. 

—¡Vaya, vaya! ¡Mira a quien tenemos aquí! —Gritó, dando voces por todo el vecindario. Ed supo al instante de quienes se trataba. 

En la acera de la calle, un par de chicos lo veían con asombro y extrañeza. El chico que lo había llamado, el bajito, se apoyaba despreocupadamente en los hombros de su amigo mientras agitaba un cigarrillo. Se lo llevó a la boca, inhaló y exhaló (como si fuera parte de su saludo). El chico alto, con los lentes rotos y la mirada seria, llevaba consigo una bolsa negra.  

"La ración semanal de comida" pensó Ed, recordando las palabras de Bernadette antes de desaparecer. Ahora que ella ya no estaba se había dado cuenta de una verdad innegable: Las cosas ya no volverían a ser como antes. No sin ella. No sin Vera.

Lo mejor era salir de ahí. Desaparecer de sus vidas, por última vez. Había entrado a esa casa en busca de cenizas; lo importante había ardido hacía ya bastante tiempo atrás. 

—¡Pero habla, hombre! ¿O no recuerdas a tus viejos amigos, Leonel y Ethan? —El chico bajo caminó hacia él, mientras sonreía exageradamente—. ¡Vamos, ven aquí! ¡No mordemos!

Ed bajó la cabeza y caminó más rápido, pasando al lado de ellos en profundo silencio. 

—No es necesario —Susurró, mientras sentía el olor fuerte y ácido del cigarro—. Siento haberlos puesto en peligro, chicos.

—¡Espera! —Ethan lo detuvo con el brazo de inmediato—. Tranquilo, Ed. No estamos buscando pelea. Entiendo que estarás molesto, y nosotros también lo estamos —Su voz sonaba amigable y sincera—. Pero es una tontería continuar con esto por más tiempo. Por lo menos, podemos hacer las paces, ¿no crees?

Leonel se acercó, tirando las cenizas del cigarro al suelo.

—Escucha, Ed. Por tu culpa estuvimos a punto de morir, es cierto, pero no quiero ser un tipo rencoroso. No es mi estilo, y siento que no puedo divertirme si estoy enfadado —Aplastó las cenizas con su pie izquierdo—. Ni siquiera recuerdo bien lo que pasó, entonces... ¿empezamos de cero? 

Extendió su mano en señal amistosa, y Ed la correspondió fríamente. Ya no parecían ser sus amigos, ni las personas que creyó conocer. Pero aquello, dentro de lo que cabe, era lo mejor que podían hacer.

—En serio lo lamento, chicos. Todo esto fue una tontería de mi parte —Se disculpó.

—No te preocupes —Ethan lo palmeó por el hombro—. La verdad es que, pensándolo bien, no era tan mala idea. Si hubiéramos logrado escapar de Poloneira las cosas serían muy diferentes ahora. Pero aprendimos la lección, y eso es lo importante. 

—Además, tuvo sus momentos —Amortiguó Leonel—. Hicimos un montón de cosas divertidas, no me puedo quejar. De hecho, ¿recuerdas que la primera vez que fumamos, lo hicimos juntos? En ese momento fue un desastre, ja, ja, ja. Pero hoy siento que ya le agarré el truco. 

Ed no estaba seguro si aquello era bueno para empezar, por lo que asintió en silencio. 

—Y sin ti, nunca hubiera podido conocer a Bernadette. No todo fue tan malo, ¿eh? —Ethan sonrió, y Ed no pudo ver de frente esa sonrisa. No tenía el valor de decirle que por su culpa Bernadette había aparecido en primer lugar, y que por su culpa ahora se había ido para siempre—. Y, además, seguimos juntos. Prefiero quedarme con eso. 

—¿Cómo lo hicieron? —Preguntó Ed, en parte para cambiar de tema, en parte por curiosidad—. Parece que a ustedes no les afectó tanto la maldición del olvido. 

—Fueron las notas —Ethan se apoyó en Leonel—. Las notas que nos escribimos en el cuerpo para no olvidar. Con Leo escribimos exactamente lo mismo. 

"La vida puede ser divertida si nos tenemos el uno al otro" —Leonel hizo una mueca, luego tiró por completo los restos del cigarro a la hierba del jardín—. ¿No es genial? Gracias a la idea de mi hermano, no hay bosque ni maldición que se nos interponga. 

Y chocaron los puños, eufóricos. "Y al final, su amistad es lo único que necesitan para sobrevivir. Sin ella, no serían más que muertos vivientes como todos en Poloneira..." pensó Ed, ladeando la cabeza. Muy en el fondo sentía algo de celos. Celos de que él nunca había tenido una amistad tan sincera como esa.

Pero, al mismo tiempo, se alegraba por ellos. Mientras se pudieran recordar a sí mismos y siguieran en esa rutina, sobrevivirían por mucho tiempo en Poloneira. Después de todo, no eran tan malos chicos. Se merecían llevar su vida feliz y tranquila si eso querían. Haberla puesto en riesgo había sido muy egoísta de su parte. 

—Me alegro por ustedes —Hizo una mueca de complacencia, se despidió y caminó hacia la carretera. 

—¿Por qué no te quedas con nosotros, Ed? —Habló Leonel, elevando el tono—. Tenemos comida y un buen lugar donde vivir. Podemos ver películas o jugar a la pelota si quieres. Contigo seríamos cuatro, ¡ya podemos hacer equipos de dos! Las cosas del pasado ahí se quedarán, y dentro de poco no recordaremos que alguna vez intentamos cruzar el bosque. ¿Por qué no te diviertes con nosotros un poco? 

Ed simplemente se giró hacia ellos, y sonrió.

—Gracias por la invitación, pero... Hay un lugar al que quiero ir. Lo siento, chicos. 

—Lástima... —Ethan rechistó, luego caminó hacia la puerta de la casa—. ¿No le dejarás ni un saludo a Bernadette? Creo que estará dormida, pero puedo decírselo cuando despierte.

Ed lo pensó por un segundo.

—No... Sé que estará bien con ustedes. A lo mucho, dile que espero volver a verla algún día... —"A la Bernadette real, obviamente" concluyó en su mente. 

—¡Mensaje recibido, Ed! ¡Vuelve a pasar por aquí si te aburres! —Y Leonel se despidió a gritos, agitando las manos. No tardó mucho para que su voz desapareciera, perdida como un eco más en el vacío vecindario.

Sí, Ed tenía un lugar al que ir. 

Luego de ver desaparecer a Bernadette frente a sus ojos, Ed comprendió que aquel ya no era su lugar, ni esas personas su destino. Aunque, sin ellas, ya no tenía nada a que aferrarse. 

Había tantas cosas que desconocía, tantas cosas que el olvido le hacía desconocer. El sentimiento de vacío regresó, más fuerte que nunca. ¿Y qué le quedaba ahora? ¿Su familia? Apenas y sabía que alguna vez tuvo un hermano (y sepa Dios que fue de él). ¿Sus amigos? Una de sus pocas amigas había resultado ser una ilusión. ¿Su propósito en la vida? Lo único que recordaba era su sueño, y todas esas memorias de los bellos lugares con los que alguna vez fantaseó visitar. 

En cambio, lo que veía en Poloneira era abandono y soledad. ¿Quién era Ed realmente? ¿Cómo podía estar seguro si se desconocía más a sí mismo que los a demás? Necesitaba encontrar algo. Necesitaba recordar algo. Y necesitaba hacerlo antes de enloquecer, u olvidarlo todo y acabar muerto en vida. Pero, ¿a qué otro lugar podría acudir...? 

Entonces, se le ocurrió. Movido por la más pura intuición, abrió de nueva cuenta el mapa que lo había llevado hasta esa casa y... Bingo. "El sitio donde encontrarás la verdad" decía la marca, escrita a mano y con bolígrafo como la última vez. 

De nuevo, no recordaba haber hecho esa señal, incluso le costó asociar a que sitio pertenecía. Pero aquello no era relevante llegados a ese punto. Recogió sus cosas, se despidió por última vez de la memoria de Bernadette, y salió de la casa en profundo silencio.

El encuentro con Leonel y Ethan solo fue una distracción en el camino. Pero ahora, finalmente, estaba rumbo al último sitio a donde podía ir.

A su antiguo hogar. 


Frente a frente a aquella rudimentaria casa, Ed no sintió nada. Ni los vidrios rotos y llenos de polvo le transmitieron algo, ni el viejo buzón blanco y oxidado, con la dirección B-37 escrita en él, despertaron alguna memoria. Pero estaba casi seguro, aquella fue su casa. Su intuición se lo decía, aunque su mente no pudiera corroborarla. 

Echó una ojeada a los lados, sintió el aire del exterior por un momento, prendió la linterna que llevaba consigo y entró en aquella olvidada morada, olvidada hasta por él mismo. 

El olor a humedad impregnaba cada pasillo por el que pasaba. Y aunque las telarañas adornaban cada rincón, y las motas de polvo servían como tapiz, daba la sensación de que esa casa se había utilizado hace relativamente poco tiempo. 

Así parecía por los muebles desordenados y las puertas a medio abrir. Incluso, había un enorme sillón tirado a mitad de la sala; las patas habían sido arrancadas de forma brusca para quemarlas, en una especie de improvisada fogata, y los restos de ceniza y polvo negro se encontraban regados por todo el suelo.

También había una bolsa de fuegos artificiales, sea lo que fuere eso.  

Miró de reojo el comedor antes de subir a la segunda planta, aunque lo único que encontró fue la foto de una tal Isabella y su esposo. ¿Ella era su madre? Probablemente, aunque no podía saberlo.

Caminó con lentitud por el pasillo que dividía el segundo piso. Entró al cuarto de la tal Isabella, pero estaba igual de vacío que todo lo demás. Entró a un cuarto que parecía haber pertenecido a algún niño, y eso despertó más su curiosidad.

En él, había un enorme póster roto encima de una descolocada cama, descolorido e imposible de distinguir. Una pequeña ventanilla irrumpía en lo alto del techo, desde donde se podía ver el cielo gris. Y en la esquina al fondo, un estante que resguardaba una antigua televisión arriba, y una caja negra y polvorienta abajo. Ed se acercó a ella, sopló y pudo leer su descripción:

"Philips. Reproductor de vídeo".  Fue como si una chispa se encendiera dentro de su cabeza. Tomó su mochila y sacó aquel antiguo casete de VHS que guardaba por alguna razón. "¿Podría ser...?"

Aunque, claro, ahora tenía un problema. La televisión aún estaba conectada a un puerto de electricidad, a través de un delgado y deshilachado cable, pero eso no le aseguraba que iba a funcionar. De hecho, lo más lógico es que no lo hiciera, ¿verdad? Bueno, pues la ciudad de los sueños siempre iba en contra de sus expectativas.

Prendió la televisión y esta se activó, aunque solo pudo emitir una señal intermitente. Pero estaba funcionando, y los puntitos aleatorios y grises alumbraron todo el cuarto. Prendió el reproductor, colocó la cinta (que tenía por nombre "Las heroicas hazañas del Aventurero Legendario, Vol. 1") y la pantalla se puso al completo azul.

Un segundo después...

"1, 2, 3... ¡Ven aquí, héroe!"

Un coro infantil le dio la bienvenida por todo lo alto. Grabado con una cuestionable calidad de audio, el grupo de niños alzaba la voz, entusiasmados, mientras la pantalla se llenaba de imágenes toscas de ciudades reales. 

"1, 2, 3... ¡Ven a salvarnos!"

La cámara enfocó en lo alto de un edificio y entonces un hombre apareció. Vestido con una enorme capa naranja, y un caricaturesco sombrero de paja, su sonrisa pixelada fue acompañada de unas gigantescas letras en rojo que proclamaban: ¡El show del legendario aventurero! (Todo esto con una edición paupérrima, y música genérica y alegre). 

"¡Ya estoy aquí!" gritó, y la escena se llenó de risas y aplausos. "¿Qué carajos estoy viendo...?" pensó Ed, pero ciertamente estaba inquieto. Aturdido. Como si algo hubiera despertado dentro de sí. 

"¡Muy bien, niños de todo el mundo!" volvió a gritar el héroe, levantando la mano. "Díganme, ¿qué es lo que hacemos nosotros los aventureros?"

Y el coro le respondió: "¡Surcamos los más trepidantes mares, escalamos sin descanso las más altas montañas, nos perdemos entre frondosas selvas...!

—...Atravesamos los desiertos enteros solo para llegar a los oasis ocultos, llegamos a los confines de la tierra solo para mirar como el agua de mar choca y se desvanece entre las rocas —Pero Ed terminó la frase antes que ellos.

Ese era su sueño. La cosa que nunca pudo olvidar. Cada frase, cada momento, se lo había memorizado al pie de la letra de niño y ahora, varios años después, aún era capaz de recitarlo a la perfección. Incluso las imágenes de los bellos paisajes que acompañaban el canto de los niños... Todos esos eran sus únicos recuerdos del mundo exterior. Del mundo en el que nunca había estado, solo lo había visto por televisión.

Fue un golpe de nostalgia arrollador. Y de una realidad cruda e innegable. Su sueño no era más que una ilusión, un tonto deseo infantil. Ni siquiera había sido capaz de cumplirlo. Y probablemente nunca sería capaz de hacerlo. El mundo pareció carecer de sentido ante sus debilitados ojos. 

¿Qué había de real en su existencia, si incluso sus sueños eran románticas ilusiones de un pasado distante y lejano? ¿Había algo en lo que pudiera confiar? 

"¡Ah, mierda, mierda, mierda! ¿Qué se supone que debo hacer? No logro recordar nada, mi mente me frustra. Quisiera recordar algún motivo por el cual seguir, algún propósito que haya tenido mi existencia. Pero no encuentro nada, ni siquiera me encuentro a mí mismo". 

"¿Quién soy yo, para empezar?  Más allá de mis borrosos recuerdos, más allá de la inexorable barrera del tiempo... ¿qué hay? ¿Qué puedo encontrar? ¿Mi familia, mis amigos? ¿Mis logros, mis hazañas? ¿Qué hay? ¿Qué tiene el mundo para ofrecerme? ¿Alguna vez podré encontrar mi lugar? Mi lugar, en este maldito mundo vacío y sin sentido".

"¿Quién soy yo? Desearía desaparecer".

"¿Quién soy yo? Desearía poder recordar y ser alguien".

"¿Quién soy yo? Desearía poder convertirme en alguien". 

"¿Quién soy yo? Alguien insignificante".

"¿Quién soy yo? Alguien cuya vida esta destinada a las tinieblas". 

"¿Quién soy yo?"

"¿Quién soy...?"

"¿Quién...?

—Eres un héroe.

Y como un susurro salido de la nada, una voz grave pero fina le respondió. 

—¿Quién...? —Giró hacia la derecha, luego a la izquierda. Nada. Por último, detrás de él, en el límite en que el reflejo de la televisión se perdía en la oscuridad del cuarto... Lo vio. 

Ed nunca había abierto tanto los ojos como en ese momento. 

—¿Me extrañaste, hermano?

Un hombre sonreía en las sombras. De aspecto joven, aunque de edad incalculable, vestía el mismo traje que había visto usar al aventurero en el programa. El sombrero cubría su rostro, aunque dejaba suficiente espacio como para ver su amplia sonrisa. 

—¡Ah...! ¿Tú...? 

Ed se levantó de un salto. Había algo diferente en él. No es que tuviera muchos recuerdos de su hermano para empezar (es más, no podría estar seguro ni de su apariencia física), pero aquella persona tenía una extraña aura sobre sí. Aunque salía de las sombras, parecía ser la sombra misma. Sin constitución, sin peso, sin forma. 

—¡Soy yo, hermano! ¡Ulises! ¡Cuánto te he extrañado! 

Pero cuando corrió hacia él y lo abrazó, aquellas dudas desaparecieron tan pronto como habían aparecido. Era su maldito hermano, de quien solo tenía borrosas memorias. Pero ahora estaba ahí, junto con él.

Ya no estaba solo. No volvería a estar solo nunca más.

—¡¡Hermano!! ¡Estás vivo! —Ed se tomó un momento para respirar, aturdido de la emoción—. ¿Dónde habías estado todo este tiempo?

—He estado ocupado en algunos asuntos, Ed. Lamento mucho haberte dejado solo —Sujetó su sombrero y asintió, complacido. Ed lo había abrazado, pero ni aun así había sido capaz de verle el rostro—. Sé que tenemos muchas cosas de las cuales hablar, pero necesito tu ayuda en algo. Y es muy urgente, no podemos perder ni un minuto más.

—Claro, claro —Ed suspiró, recuperando la compostura. Su corazón no paraba de acelerarse—. ¿En qué te puedo ayudar, hermano? 

—Necesito que destruyas el Tánatos por mí.

Ed se detuvo en seco.

—¿El Tánatos...? —Se rascó la cabeza, mirando al vacío—. Eso... El Tánatos es...

—Veo que ya no lo recuerdas —Ulises le restó importancia—. Antes, hicimos una promesa. Prometimos que te convertirías en el héroe de Poloneira si lograbas destruir el Tánatos. Ya sabes, la máquina diabólica que ocupa Oníros para controlarnos. Solo tú puedes destruirla, mi querido hermano. Es momento de que cumplamos con nuestro pacto. 

—Ah, eso... —Ed bajó la cabeza, extrañado. Reconocía las palabras Oníros y Tánatos, incluso estaba seguro de haber hecho esa promesa antes. Pero, ¿realmente había sido con su hermano? —. Es que, bueno... no sé si soy el indicado para hacer esto, hermano. Todo el asunto del héroe no fue más que un capricho mío de cuando era niño...

—¿Pero quién dice que no se puede hacer realidad? —Ulises se acercó, reluciendo su traje—. Mírame a mí. Lo que comenzó como un juego de niños se convirtió en la verdad. Si yo pude hacerlo, ¿por qué tú no?

Ed se apoyó en la antigua televisión, visiblemente confundido. Su hermano sacó entonces una cosa de su bolsillo y se la enseñó en la palma de su mano. Era un antiguo relicario, artesanal y de madera.

—¿Recuerdas esto, Ed? —Él simplemente asintió. Tenía la vaga sensación de hacerlo, al menos—. Es un regalo que yo te entregue a ti, cuando éramos pequeños. ¿Sabes por qué lo hice? Ven, mira lo que dice. 

Ed se acercó. El relicario brillaba suavemente bajo la luz de la ventanilla. Ulises lo abrió con cuidado, y en su interior la frase "Héroe No.1", escrita con bordes dorados, lo impresionó. 

—Te lo di porque creo en ti. Creo que tú también puedes ser un héroe. Y uno mucho mejor que yo; de todos modos, eres el único que puede acabar con la maldición de Poloneira.

Ed sostuvo el relicario con sus manos temblorosas. 

—Pero... No creo que pueda —Renegó con la cabeza. Estaba siendo sincero con sus sentimientos—. No soy capaz de cumplir mis promesas, hermano. Ya le fallé a una buena amiga antes, y hasta hoy me di cuenta. Probablemente también te fallaré a ti; eso es lo único que sé hacer. 

Ulises ladeó la cabeza, y se calló por unos segundos.

—Bueno, eso debe ser difícil. Pero no es la única promesa que has hecho, ¿no es así? Que yo recuerde, hay alguien más a quien aún puedes salvar.

Las palabras llegaron por sí solas a su boca.

—Aurora —Luego se detuvo, confundido—. ¿Quién... quién es ella?

—Prometiste salvarla de su padre, ¿lo recuerdas? Y desde ese momento, ella ha estado esperando a que cumplas con tu palabra. Aún hoy en día, ella te espera a ti. ¿Vas a romper esa promesa también, hermano?

—Yo... —Ed inhaló profundamente. Lo había olvidado por completo, y estaba buscando esos momentos en su memoria—. Bueno...

—Te propongo un trato —Ulises se acercó, levantando su rostro—. Vamos a casa de ella y acabamos con eso, y luego nos ocupamos del Tánatos. ¿Qué te parece? Te vendrá bien un poco de confianza antes de la misión final. Hace tiempo que no sientes ninguna emoción más allá de la tristeza y la desesperación, ¿me equivoco? 

—No... No, es cierto —Ed lo miró fijamente, pero sus ojos aún temblaban dubitativos—. Aunque...

—No te preocupes, mi hermano. Yo estaré junto a ti pase lo que pase. Unidos seremos invencibles —Y tomó sus manos, con fuerza. 

—Pero... ni siquiera sé donde vive —Respondió luego de unos segundos, apenado. 

Pensó que el plan acabaría hasta ahí, pero fue todo lo contrario. Ulises tomó su mochila, sacó el viejo mapa y un bolígrafo de sus bolsillos, y señaló un punto al otro lado de la ciudad (con una marca que se parecía en exceso a las que había encontrado con anterioridad). 

—Ahí es a donde tienes que ir —Dijo, entregándole el mapa en sus manos—. Ve. Cumple tu promesa y sálvala. Demuestra que tu destino es ser un héroe, mucho más grande que el de ese programa. Mucho más grande que yo. 

Ed miró el mapa unos segundos, luego levantó la cabeza.

—Sí, tienes razón. Vamos, hay alguien a quien debemos de salvar. 

Estando junto a él, Ed por primera vez se sentía capaz de convertirse en un héroe. 


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