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30. No me dejes solo

A partir de ese momento, el hotel perdió toda su magia.

Lo que alguna vez fue un sitio cálido, vacío pero reconfortante, se convirtió en un lugar frío y desolador. Sin aquella dulce anciana rondado por ahí, era como si el propio hotel se hubiera quedado sin su alma.

No supo a ciencia cierta que fue del cadáver. ¿Lo enterró ese mismo día, a las afueras del hotel? ¿O lo dejó en el mismo sitio, aturdido por aquel encuentro con la muerte? No lo sabía y, siendo sinceros, no quería hacerlo. Los recuerdos de ese día se esfumaron tan rápido como la propia Vera, y así estaba bien. Lo único que quería conservar era su pintura.

Los restos de su memoria, y ahora era su responsabilidad preservarla. 

Pero sin ella, en cuerpo presente, ya no le quedaba nada. Ni alguien a quien aferrarse, ni lugar a donde ir. Los siguientes días se pasaron en un suspiro, y ni Ed podía entender que estaba haciendo en realidad. Existiendo, sin saber el porqué. 

Despertar era una agonía, tener que moverse un martirio. Las comidas se sentían solitarias. Las noches vacías. Y los recuerdos se esfumaban poco a poco, consumidos por el fuego de la maldición. Sabía por inercia cómo funcionaba, así cómo entendía que en Poloneira no todo era real. Saber ambas cosas le hacía sentirse menos consciente de sí mismo.

Aunque hubieron dos cosas que nunca pudo olvidar: Su sueño, ser un gran aventurero, y a sus amigos.

A veces se condenaba por seguirlos recordando. Otras simplemente añoraba desesperadamente esos momentos. Veía los dibujos que había dejado Vera y no podía evitar venirse abajo. ¿Dónde habían quedado esos divertidos tiempos? ¿Cuándo fue la última vez que su vida había tenido un propósito? 

Los necesitaba, vaya que sí lo hacía. Y aunque ellos ya no lo necesitaban a él, seguía deseando verlos aunque sea una última vez. 

Hasta que, un día, ese deseo se volvió realidad.

Esa vez, al despertar, se encontró con un enorme y antiguo mapa de la ciudad, abierto en una de las mesas del comedor. Tenía una marca en forma de círculo en una calle opuesta al hotel, y abajo de esta había una descripción que decía "amigos". 

"¿Cuándo hice esto...?" se preguntó, pero decidió no darle muchas vueltas. Sí, no recordaba la existencia de ese mapa o de esa marca, pero entendía lo que significaban. Ahí, en ese lugar, vivían ellos. Sus amigos. Tenía la vaga sensación de haber ido a su casa un par de veces (aunque era extraño que recordara la dirección con tanta exactitud). 

"Quizás aún tengo una pizca de cordura", pensó, y eso le animó. Miró el mapa por unos segundos, analizando la situación. ¿Valdría la pena hacerlo? ¿De verdad podía fiarse de ellos? 

"No te quedes con una duda que después lamentarás..." había dicho Vera una vez, y Ed decidió creerle.

Sí, definitivamente, tenía que ir. Antes de olvidarlos por completo. 


Partió tan solo con el mapa, un poco de ropa y la pintura de Vera en su mochila. También empacó unos antiguos VHS que se encontró en el comedor. Se había olvidado de su existencia, aún sabiendo que eran importantes. No tenía motivos para hacerlo, pero se los llevó igual. 

Al salir, se vio reflejado en la puerta del hotel. El pelo le llegaba más allá de los hombros; una cabellera café, descuidada y gruesa. Estaba bastante delgado y pálido, aunque la mayoría de sus heridas se habían curado. Ese era el Ed actual. Un Ed que apenas y podía recordar su nombre.

 Pero que era incapaz de superar su propia soledad. 

No le costó llegar. En los veinte minutos que duró la caminata apenas y divisó algo más que las mismas casas cuadradas, de ladrillos y de dos plantas que conformaban la residencia promedio de Poloneira. Tener aquel mapa lo ayudó a guiarse por las calles llenas de baches, y los vecindarios que eran prácticamente iguales entre sí. 

Con el calor del mediodía, exhausto y sudando, las nubes grises danzando en lo alto y el viento refugiándose a lo lejos, Ed se encontró cara a cara con aquella casa; igual que las demás, más especial que cualquiera. 

Dudó antes de atravesar el pequeño jardín delantero y posicionarse en la puerta. Recordaba a sus amigos, y al mismo tiempo recordaba como fue su último encuentro. Dos visiones totalmente contrarias, dos sensaciones adversas entre sí. Pero, a pesar de eso, quería intentarlo. ¿Se habrían olvidado de él? ¿Lo habrían perdonado por fin? ¿Cómo reaccionarían al saber que Vera había muerto? 

Ese era el último lugar al cual podía aferrarse. Consciente de esto, respiró profundamente y se abrió paso hacia la puerta. Tocó tres veces, igual que hacía con Vera, y una voz familiar salió a recibirle. 

—¡Hola! ¿Tú...?

—Bernadette —El nombre salió por sí solo. Creía no recordarlo, pero teniendo en frente a aquella preciosa chica de ojos azules y cabellos dorados, era imposible no hacerlo.

—Ah, tú eres... —Movió la cabeza, poniendo los ojos en blanco— ¿Ed, no? Perdón, hace tiempo que nos vimos por última vez, tengo los recuerdos un poco borrosos.

"Pero me recuerdas" analizó él, sabiendo que era un comienzo. Se giró hacia atrás, pensando que aquella visita no tenía sentido y que lo mejor era dar marcha atrás. 

—No te preocupes —Pero no lo hizo. En cambio, dio un paso hacia adentro—. Hm, ¿puedo pasar? ¿Dónde están los demás?

—Oh, ¿te refieres a mi cariño y Leo? —Preguntó, luego complementó al ver su reacción—. Ethan y Leonel, quiero decir. Y no, no están. Salieron hace un momento a traer la ración de comida semanal, en un rato vuelven. ¿Quieres esperarlos?

—Sí, si no es mucha molestia —Sonrió y ella asintió, abriéndole paso por el pequeño pasillo que daba a la sala. 

—¡Bien! Aunque... —Ella bajó la mirada hasta su pierna derecha, que aun movía renuentemente—. No sé si ellos querrán hablar contigo. 

—Ya lo veremos... —Afirmó él. Era algo con lo que estaba dispuesto luchar. 

La sala de aquella casa era una habitación reducida, pintada de blanco y adornada con decorados rojos en los pilares. Había un par de sillones aquí y allá, una vieja televisión montada sobre un pequeño estante de madera, varios DVD de películas y, en el suelo, pelotas desinfladas y embarradas de lodo seco. 

Bernadette lo invitó a sentarse. Los resortes del sillón hicieron "clac" cuando se posó en ellos, y una fina capa de polvo salió despedida. Seguía siendo un lugar abandonado y deprimente como el hotel, pero al menos ahí tenía algo de compañía.

Ella se sentó a la par suya, extendiendo las piernas. Vestía un viejo y largo camisón morado, y por su apariencia parecía haber despertado hace poco. Aunque eso no era obstáculo para su carisma. Había algo especial en ella. Algo que Ed pensó haber imaginado antes, pero que ahora podía confirmar con certeza. Pero, ¿qué era exactamente...? 

—¿Cómo está tu pierna? —Preguntó, mientras se acomodaba en el sillón verde oscuro.

—¡Oh, bien! Ya puedo moverla con más facilidad, pero me sigue doliendo un poco al caminar o al montar en bicicleta. De las demás heridas también me siento mejor —Se enrolló el dedo con uno de sus mechones rubios—. Sabes, Ed, me lo he preguntado mucho últimamente. ¿Qué fue lo que pasó exactamente ese día en el bosque? ¿Tú lo recuerdas?

Ed extendió el brazo en el sillón. Aquella era una plática difícil. 

—La verdad es que yo tampoco lo recuerdo bien... —Cerró los ojos e hizo un esfuerzo mental que terminó en una pequeña jaqueca. Recordaba la bestia, el río y una especie de escondite secreto. ¿Lo demás? Lo demás se había perdido hace tiempo. 

—Ja, estamos iguales... —Cruzó las piernas y posó el mentón en su brazo, pensativa—. Lo último que recuerdo es a un animal enorme, negro y aterrador, que nos atacó a mitad del bosque. Me da hasta escalofríos pensarlo. ¡Qué horror! Todos terminamos heridos después de eso, hasta tú... —Señaló los rasguños que tenía en los brazos, aunque esos no parecían ser de esa ocasión—. Creo que por eso están tan molestos. Ellos creen que fue tu culpa, Ed.

—Bueno, no los culpo... —Murmulló. También se sentía responsable de eso, en el fondo. 

—Si te sirve de algo, ¡yo no lo creo así! —Palmeó su rodilla, animándolo—. Además, mi héroe nos salvó y estamos bien. No veo porque seguir con esa tonta pelea. 

Ed levantó una ceja.

—¿Héroe...? ¿Te refieres a...?

—¡Ethan, Ethan! —Se rio dulcemente, tapándose la boca—. Ethan es mi héroe, ¿sabías? Él fue quien disparó a la bestia para derrotarla, y nos salvó a todos a pesar de tener unos horribles cortes en el hombro. Parece una historia de fantasía contada así, pero es lo que sucedió. Al menos lo que yo recuerdo.

Si a Ed le quedaba un poco de orgullo, en ese momento se hizo trizas por completo. 

—Ya veo... —Musitó, rechinando los dientes—. Desde entonces has vivido con ellos aquí, ¿no?

—¡Sí! Es una casa vieja, pero no está tan mal. Mi cariño y Leo son buenos chicos. Vemos películas todos los días, incluso Leo me está enseñando a jugar fútbol. Dice que eso le recuerda a su padre. Nos la pasamos muy bien los tres aquí juntos, para que negarlo... —Súbitamente, su expresión de alegría se transformó en una pequeña resiliencia—. Aunque... bueno, no sé. Siento que me hace falta algo....

—¿Quizás estás olvidando a alguien? —Testeó su memoria. 

—Hm, solamente recuerdo que había una viejita, dulce y adorable —Hizo una mueca—. Sí, y a otra chica, aunque creo que ella era más callada. Ambas me agradaban y quisiera volverlas a ver, pero... creo que ese no es el problema. 

Recostó la cabeza en el sillón, dejando sus largos cabellos reposar sobre su torso, mientras lo miraba con curiosidad. Ed se había perdido en sus gloriosos ojos azules.

—Oh, bueno... —Le restó importancia—. Si te sientes bien aquí, no debería de haber mucho problema, ¿no? 

—Sí, tienes razón. Le estaré dando muchas vueltas, ja, ja, ja —Miró hacia la pequeña lámpara que colgaba del techo, luego reaccionó—. Aunque... estos días he tenido un extraño sueño. Quizás te parezca una tontería, pero lo he tenido un par de veces y no me lo puedo sacar de la cabeza —Tragó saliva, luego comenzó a narrar—. En él, hay un chico. Y ese chico me trata bien. Siento que me hace feliz, muy feliz. No puedo recordar su rostro ni su voz, eso lo haría más fácil... Pero si las cosas que me dice. Cosas cómo "Te he estado esperando por tanto tiempo" o "Prometo que te salvaré".  Es tan empalagoso y ridículo, pero me parece la cosa más tierna que me han dicho —Apartó la mirada de vergüenza—. Realmente quisiera saber que significa. 

—¿No es Ethan? ¿Tu supuesto héroe? —Se burló.

—¡No! Él no sería capaz de decirme algo así... —Su voz sonó resignada por un brevísimo instante—. Ethan es un gran chico, y es muy lindo, pero... A veces siento que no es lo mismo —Abrió los ojos, luego levantó la pierna derecha con confianza—. Mira esto, por ejemplo. En la zona donde tengo la cicatriz, un poco más arriba —La señaló. Arriba de la piel rosa y viva, por la rodilla, había restos de lo que parecía ser un mensaje escrito con alguna especie de plumón.

—¿Qué es eso? —Preguntó, extrañado.

—Según me contaron, antes de ir al bosque nos escribimos cosas en el cuerpo para no olvidar. ¡Puedes creerlo! Lo mío ya casi no se distingue, pero si te fijas bien... "E... no dejarte sola nunca más". E, por Ethan, supongo. Ethan prometió no dejarte sola nunca más. Pienso que eso es lo que dice, pero no me lo imagino diciendo algo así... 

Ed entrecerró los ojos, leyendo como pudo el mensaje. Aquella frase le sonaba conocida. Demasiado conocida. 

"Ethan prometió no dejarte sola nunca más..."

"Ethan... ¿Ed...?"

—Bueno, supongo que es cosa mía. Debe ser él, aunque cuando le pregunté tampoco se acordaba. Ni me trataba de cariño, como lo hago yo. Supongo que eso también es por la maldición de Poloneira, ¿no? —Se peinó a medias el flequillo, mirando hacia la nada—. Sabes... En el bosque pudimos morir. Estuvimos a punto de hacerlo. Por eso, yo solo quiero llevar una vida tranquila a partir de ahora. Una vida con la persona que amo. Quizás por eso es que soy tan quisquillosa, pienso que todo será perfecto cuando no lo es así... Bah, tonterías mías, ¿no te parece?

Y sonrió. Una sonrisa falsa.

Una sonrisa que Ed ya había visto con anterioridad. 

"¡Claro...! ¿Cómo fui capaz de olvidarla? Esa sonrisa que hace de menos tus problemas, ignora tus sentimientos. Ya la has hecho antes, y la sigues haciendo ahora". 

"Pero si la recuerdo... Entonces..."

—Bernadette... —Ed arrastró las palabras. Su mente se había activado, funcionando a mil por hora—. ¿Por qué le dices cariño a las personas...? 

Ella se giró, divertida. 

—Bueno, ¡eso es otra cosa que no recuerdo! Solo sé que alguien me dijo así por primera vez, que es una forma de demostrar aprecio... Pero ni idea de dónde proviene.

—Cariño... Así se llaman las personas que se aman —Ella abrió los ojos de par en par, pero antes de que pudiera responder Ed continuó, movido por la inercia de sus labios—. Te he estado esperando por tanto tiempo. No volveré a dejarte ir... Esta vez, te lo prometo, yo seré quien te salve. ¿Te suenan esas palabras, Bernadette...? 

Ella no lo dudó ni un instante.

—¡Sí, sí! ¡Suenan igual que en mi sueño! ¡Entonces...! —Se llevó la mano a la boca, exaltada—. ¡Eras tú...! Todo este tiempo... ¿tú fuiste mi héroe?

Ed cruzó miradas con ella. Hacía tanto tiempo que no sentía esa adrenalina, o alguna emoción parecida. 

—Creo... creo que sí —Parpadeó, nervioso—. Digo, recuerdo haber visto esa sonrisa que hiciste antes... Era una noche... Sí, una noche fría y oscura, ¿puedes recordarlo? Tú te veías hermosa, llevabas puesto algo de maquillaje y un precioso vestido rojo, y...

Se detuvo de improvisto. Había algo más. Algo que seguía sin recordar.

—¡Es cierto, es cierto! —Bernadette gritó de entusiasmo. Su bella sonrisa, de oreja a oreja, era una caricia a su alma—. Me pregunto que habrá sido de ese vestido... ¡Ah! ¡Perdóname, cariño! ¡Todo este tiempo te confundí con Ethan sin querer!

Pero, a pesar de eso, el momento estaba siendo extraordinario. Como un rayo de sol luego de una tormenta larga y oscura. ¿Realmente su intuición no le había mentido? ¿Tenía una conexión con una chica tan bonita cómo ella? 

—¡No te preocupes, no volverá a pasar! ¡Me tatuaré tu nombre si es necesario! ¡Para que nunca nos volvamos a separar, cariño! —Ella seguía eufórica, acercándose cada vez más a él. 

De pronto, la tuvo a escasos centímetros de su rostro. Podía tocarla y, si se atrevía...

"¿Está bien que haga esto? Se siente tan extraño y conveniente por alguna razón... en serio, ¿no hay problema si lo hago?" pensó, pero instantáneamente se respondió.  "Hazlo. Esto es lo que querías. Buscabas compañía, alguien con quien huir de tu soledad. Alguien que le diera sentido a tu vida".

"Ella es todo lo que buscabas. No hay nadie que se lo merezca más que tú. ¡Vamos, hazlo!" 

Se podría decir que se dejó llevar por el momento, pero, como han visto, se lo pensó un par de segundos antes de lanzarse y besarla. Le dio un beso poco elegante pero profundo, empacado en la más pura adrenalina juvenil. Eso es lo que tanto quería y Bernadette no se negó, todo lo contrario; lo recibió con los brazos abiertos. 

La escena fue acelerada y violenta, y miles de recuerdos volaron en su interior. Pero fue un momento bonito. 

O, al menos, así debió de haber sido. Porque, al segundo de besarla, Ed se dio cuenta de una pequeña, muy pequeña, cosa. 

"Bernadette, tú..."

—...No eres real —Y el beso se paró, al instante—. Bernadette, tú eres una ilusión.

Abrió los ojos despacio y se alejó de su rostro, aún sosteniéndola entre sus brazos. Cómo aquel que acaba de tener una revelación que potencialmente le cambiará la vida. 

—¿Qué...? —Ella solo hizo una mueca, extrañada—. ¿De qué hablas, cariño?

Probablemente se lo tomó a broma. Pero no, no lo era. Ahora Ed estaba seguro.

Sabía que Bernadette nunca había sido real.

—Claro... —Dijo, respondiéndose a sí mismo—. Ahora todo tiene sentido. Desde la primera vez que te vi, supe que eras demasiado hermosa... demasiado irreal. Cómo si fueras producto de mi imaginación, de lo que siempre pensé que era la mujer perfecta.

—Cariño, en serio... —Ella retrocedió, con los ojos bien abiertos—. No entiendo nada de lo que estás diciendo.

—¡Ahí está! —Ed reaccionó violentamente, con la voz tambaleante—. Ese cariño, esa actitud tan alocada y extraña... Debí de haberme fijado en eso antes. Siempre estuvo frente a mí, pero no quise ver las señales. 

—¿¡Qué dices!? —Bernadette tomó sus manos con fuerza, preocupada—. Cariño, en serio, no entiendo nada. ¡Me acabas de decir que lo del cariño fue tú idea! 

Ed le devolvió la mirada. Sonreía, pero era una sonrisa de tristeza. Cómo la de un niño al que le acaban de arruinar la ilusión, y se siente mal por habérsela creído sin rechistar. 

—Por eso mismo, Bernadette... —Suspiró—. Por eso mismo es que sucedió todo esto. Probablemente yo... el Ed del pasado, se sentía igual de solo que el actual. Y cuando me siento así, lo único en lo que puedo pensar es en quien aferrarme. En buscar alguien a quien amar, y que me amé en correspondencia. Y eso fue lo que hiciste todo este tiempo, sin darte cuenta.

Ella no respondió. Probablemente ni le entendió. ¿Las ilusiones tenían consciencia de sí mismas?

—Eres la prueba definitiva de eso. Tu apariencia, tan bella y deslumbrante. La alegría que transmites, el sentimiento con el que amas. Sí, eres demasiado buena cómo para siquiera existir —Las emociones convulsas comenzaban a asomar en su rostro—. Debí de saber que alguien como tú nunca se fijaría en mí, menos en la forma en que lo hiciste. El decirte que me llamaras cariño fue parte del truco: Probablemente no era más que una estúpida fantasía mía, deseaba que alguien me llamara así. 

Bernadette tartamudeó, insegura de todo. 

—Pero... pero... ¡Yo te amo! ¡Y lo sabes!

—Porque eso es lo único por lo que existes. Para amarme a mí, nada más. Por algo te convenciste tan rápido de que yo era tu héroe y no Ethan... —Se llevó la mano a la cabeza, decepcionado—. Aunque esta ilusión es más compleja... Bernadette tuvo que existir, o existe realmente. ¿Habrá sido una modelo? ¿Una cantante famosa? ¿O...?

Cerró los ojos y se centró en el recuerdo que tenía en su interior. Y de la nada, salido del mar blanco y profundo, emergió haciendo burbujas.

—No, no. Yo conocí a la Bernadette real. De hecho, fuimos amigos. Y yo me enamoré perdidamente de ti —Sintió que había colocado todas las piezas del rompecabezas—. Todo este tiempo, solo fuiste el vivo recuerdo de alguien de quien me enamoré en el pasado.

—¿En el pasado? ¡Pero cariño, yo estoy aquí, y...!

—No, no lo estás. Eres la Bernadette con la que deliraba, la que siempre soñé que estaría conmigo. La Bernadette real no está aquí, no sé que habrá sido de ella. Viendo la situación de Poloneira... probablemente esté muerta o haya desaparecido. Cualquiera de las dos. 

—¡Estás loco, cariño! ¡Está maldición te ha hecho mal! —Se acercó a él con fuerza, palmeando su rostro—. Dime, si no soy real, ¿cómo es que puedes sentir esto? ¿O escuchar esto? 

—En el momento en que creas que las ilusiones son reales, tendrán vida y consciencia propia —Replicó Ed—. Alguien me dijo eso antes... Aunque esta es difícil de atrapar. Incluso tienes tus propios problemas. Esa sonrisa falsa, esa manía de esconder las cosas. Son restos de la personalidad de la Bernadette real... Pero lo demás de ti, nació de mis propios recuerdos y deseos. Pertenecen a mis sueños, y ahí debieron de quedarse.

Ed la agarró con fuerza, juntando sus rostros. 

—Sí, puedo sentir tu respiración, puedo tocar tus manos, oler tu fragancia. Pero, ¿sabes lo que nunca pude sentir? El beso —Hablaba con determinación, sin respirar ni detenerse—. El beso fue la clave. Se sintió tan extraño, y no fue la primera vez. Sentí cómo si no estuviera besando a nadie. Y ahí lo entendí. En mi interior ya lo sabía, sabía que eras demasiado perfecta. Por eso nunca pude sentirme completamente cómodo estando contigo.

La miraba con cierta melancolía, sonriendo con desdén. El rostro de ella reflejaba la más pura confusión. Ya ni siquiera respondía o reaccionaba a sus palabras. Y aun así... seguía viéndose jodidamente bonita.

"¿Por qué no puedes ser real, Bernadette...? ¿Por qué tuve que darme cuenta de esto...?"

—También el recuerdo me ayudó —Continuó él, temblando de pies a cabeza—. ¿Recuerdas lo que te dije antes? ¿De la vez que hablamos, y tú andabas ese precioso vestido rojo? Pues sí, en efecto, tengo memorias de eso. Pero no es la misma memoria que creía recordar. En el recuerdo que tuve esta vez... —Cerró los ojos y visualizó la imagen—. Había una chica con el mismo vestido, pero ella se veía diferente. Era más pequeña y delgada, tenía el cabello más corto y menos deslumbrante. Incluso vi algunos granos en su cara, y brackets en sus dientes. Así se ve la verdadera Bernadette. Tú eres una versión exagerada e idealizada de ella. 

—¿Qué...? ¿No dijiste que te parecía bonita...?

—Ya no —Respondió con firmeza—. Eres perfecta, pero eso crea una contradicción. Luces tan bonita, tanto que desde el primer momento supe que algo andaba mal... Mientras que la Bernadette de mi recuerdo, se ve más sencilla, más entrañable. Mucho más bonita. Ahora sé porque me enamoré de ella... 

Se rio, apenado de sí mismo. Y ahora que sabía el origen de todo, y podía ver más allá de sus más empalagosos sueños... Lo único que restaba era darle un fin a eso.

—Lo siento, Bernadette —La tomó entre sus brazos por última vez. Al tacto se sentía real. A sus ojos se veía real. Si quisiera, podría seguir estando con ella. Si quisiera... —Fue bonito volverte a ver, pero es momento de decir adiós. 

—Cariño... No... no me hagas esto... —Sus ojos seguían en blanco. No entendía lo que quería decir, pero sabía que era algo malo—. Por favor...

—La verdad es que, pensándolo bien, la extraño mucho... Me gustaría volverte a ver, al menos saber que fue de ti. 

—No... cariño, ¡para, para...! ¡Me prometiste que no me dejarías sola! ¡¿Vas a romper tu promesa!?  ¡Cariño...!

Y Ed cerró los ojos y la besó, por última vez.

"No te estoy dejando sola, tonta. Es justo al revés" pensó. "Pero así está bien. No puedo seguir engañándome con trucos tan vacíos como estos. No quiero que me dejes solo, no quiero que desaparezcas, pero... Es lo que tiene que suceder. Yo siempre estuve solo. Y desde el principio, ya había roto nuestra promesa".

"No eres real y nunca lo serás".

Cuando Ed abrió los ojos, Bernadette se había ido.

Se esfumó, como se esfuma el rocío de la mañana. Simplemente desapareció. Dejó de sentirla. Sus sentidos dejaron de percibirla. 

La ilusión se había acabado, para siempre.

"No te preocupes, Bernadette. Aún te amo. Y siempre lo haré".

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