25. Al final del río
"¡Oye! ¡Ven aquí!"
Un suave murmullo susurró a la distancia. Un delicado viento traspasó su piel. Todo era tan verde y brillante por alguna razón, tanto que las formas se disolvían entre las personas. En el limbo, una delgada mano tomó de él y jaló, arrastrándolo hacia el borroso horizonte.
"Hay algo que quiero mostrarte. Hace tiempo que deseaba hacerlo".
No le quedó otra opción que seguirlo, dando pequeños tumbos en la hierba. Parecía ser alguien de fiar, al menos para su criterio.
"Ya lo verás, estoy seguro de que te va a encantar. ¡Es in-creí-ble!"
Le creía. Realmente le creía de corazón. Estaba igual de emocionado que él, incluso más, cómo si supiera de que iba todo ese asunto.
"Espero que sepas valorarlo de la misma forma que lo hice yo... Seguro le sacarás mucho provecho. Prométeme que no le contarás a nadie de esto, ¿vale?"
A él no le gustaba romper sus promesas. Se sentía fatal si lo hacía, Dios sabe por qué.
"Bien, tengo tu palabra. ¿Quieres hacer lo que te enseñe aquella vez? Ya sabes, la señal de los hombres. ¿Aún la recuerdas?"
Sí, a la perfección. La señal de los hombres se ocupaba solo en situaciones de extrema importancia. Cuando eres adulto, no basta solo con prometer algo. Tienes que hacer esa señal también, solo así te ganarás la confianza del otro adulto. Era una costumbre algo rara, en su opinión, pero era divertida. Y además transfería poder; se sentía como un hombre de verdad cuando la hacía.
"Muy bien, eleva la mano hasta aquí y después... ¡Dame esa mano! ¡Aprieta! ¡Excelente! Veo que la recuerdas bien".
Que gracioso era aquello. Muy gracioso. Los adultos hacen las cosas más extrañas, ¿no es así?
"Bueno, ahora tenemos una promesa. Espero que nunca la olvides, eh. Ven, aquí está lo que te quiero enseñar. ¿Escuchas eso?"
Él prestó atención. Sonaba como un río. El agua hacia "Glu-glu-glu" mientras corría rápidamente y sin cesar. Glu-glu-glu.
"Sí, es el río. La semana pasada fuimos a tirar piedras por ahí, ¿recuerdas? Pero eso no es lo que te quiero enseñar. Lo que te quiero mostrar está más allá, al final del río... Dime, ¿puedes verlo desde aquí?"
Él se puso de puntillas. ¿De qué lugar estaba hablando? No veía nada.
"Ahí, mira, al fondo. ¿No te parece fabulosa? ¡Yo la construí, con mis propias manos!"
Seguía sin verlo, todo estaba distorsionado ante sus ojos. Pero aun así asintió; si él decía que era fabuloso, es porque lo era de verdad.
"Es mejor por dentro, ya verás. Aún recuerdo lo que decían: Si alguna vez estás en problemas, ahí te has de resguardar. No importa si el mundo sufre el ataque de algún malvado supervillano, ese lugar te protegerá de todo mal... Ah, aquellos eran buenos tiempos. Luego creces y descubres que no es tan fácil... A veces, me gustaría que lugares así existieran de verdad".
Su voz sonaba un poco triste. ¿Por qué estaba triste? No entendía las pláticas de los adultos.
"Bah, no importa. Ahora es tu turno; el momento de que tengas un lugar al que acudir si te sientes mal. ¡Escúchalo bien y no lo olvides! ¡Protégelo y él te protegerá a ti! Ahí, al final del río, estarás a salvo. ¡El mundo depende de estas palabras!"
El mundo era algo demasiado grande como para tomárselo a la ligera. Tenía razón, no podía olvidarlo nunca. ¡Decepcionaría a demasiadas personas si lo hacía!
Al final del río estarás a salvo. Sí, tan simple como eso.
Al final del río...
Al final del...
Cuando despertó esa fue la primera cosa que escuchó. El glu-glu-glu taciturno de las aguas, sereno al correr, a una distancia relativamente corta de su posición. Por un momento no supo si aquello pertenecía a la realidad o al surrealista mundo de sus sueños.
"Ah... ¿Dónde estoy?" Pero cuando reaccionó al completo y abrió los ojos, dudó seriamente si había despertado de verdad.
Estaba en una pequeña casa hecha puramente de tablones de madera, descolocados y antiguos. La luz del sol, amarilla y brillante, lograba adentrarse débilmente, esparciendo su cálida bendición. En el techo y las paredes había varios lechos de hojas, quizá como decoración, sobrepuestos al azar. El suelo, a pesar de ser de tierra, estaba perfectamente cuidado y aplanado.
La visión era ciertamente mágica. Un pequeño cuarto construido a mano, del cual emanaba un poderoso aroma a nostalgia en cada rincón. Lejos, muy lejos, de lo que se esperaba al despertar.
Bueno, ahora que lo pensaba mejor, ¿Qué se esperaba al despertar?
Tenía una vaga idea, clavada en alguna parte de su subconsciente. Era difícil de explicar, pero se sentía cómo si estuviera escapando de algo. Sí, muy parecido a eso. Huía de algo, asustado, en algún sitio oscuro y agobiante. Su cuerpo se sentía pesado, su mente agotada. ¿De qué estaba escapando exactamente?
"No... espera..."
Su corazón se paralizó por un segundo. Su mente se había bloqueado en ese punto y, más allá, ya no quedaba ni un rastro de memoria. Cerraba los ojos y nada aparecía. Pensaba, pero no lograba evocar ningún recuerdo. Como si estuvieran cautivos, encerrados detrás de una puerta sin llave.
Como si un muro blanco se hubiera elevado en lo profundo de su mente, impenetrable e inamovible.
—Ah... Ah... ¡AH!
Súbitamente se levantó, con la respiración agitada y sudando a mares. El pequeño ataque de ansiedad había despertado por completo todos sus sentidos, activos y en estado de alarma.
—Veo que finalmente despiertas, Ed.
Pero no era lo único que había reaccionado en esa habitación. Ahí, a la par suya, una figura imponente esperaba pacientemente con él. Se giró, siguiendo los pasos de esa grave y ronca voz.
—Bienvenido de vuelta.
La sombra sonrió.
No estaba siendo exagerado. Aquello era literalmente una sombra, de pies a cabeza. Una sombra con un elusivo traje de saco y corbata, y un enorme sombrero estilo fedora que ocultaba la mayoría de su rostro. Pero lo poco que podía ver, si es que contaba, era su sonrisa bordeada hacia arriba en una superficie completamente plana y negra.
—¿¡Qué diablos!? —Retrocedió, sobresaltado por la visión. Aquello no parecía normal, y eso que no podía recordar lo que era normal según él.
"Me ha llamado Ed. ¿Ese es mi nombre?"
—Tranquilo. Es solo un efecto secundario; a fin de cuentas, pasaste un buen rato sin la máscara en la niebla. Pero no lo suficiente cómo para olvidarlo todo. Tus recuerdos volverán hacia ti poco a poco... —Lo miró fijamente, parado de forma extravagante con su bastón—. Aunque, bueno, teniendo en cuenta todo lo que te has expuesto, es normal que ya no logres recordar algunas cosas. Y que, aunque lo hagas, al rato las vuelvas a olvidar. Es la maldición de Poloneira pura y dura.
Ed bajó la cabeza, los ojos bien abiertos. Tenía el cuerpo maltrecho al completo; desde los brazos hasta el pie había señales de tierra, piel viva y sangre coagulada saliendo de ella. Su pecho, semidesnudo, además de estar cubierto de rasguños se notaba delgado, con algunas costillas sobresaliendo de él. Se palpó la cara, donde sintió un corte en su mejilla derecha.
"¿Qué me pasó...?" Se cuestionó, sintiéndose extremadamente débil y vulnerable. Aunque quisiera escapar de la sombra, no podría en esas condiciones. "Estos golpes... la maldición de Poloneira..."
Ah, ahí estaban. Los tan preciados recuerdos, brotando de una invisible fuente.
Y aun así algo se sentía diferente. No los podía ver con claridad, no eran más que dispersos trozos de un enrevesado rompecabezas. Memorias de su aventura, de la ciudad, de la exploración del bosque. Tenía recuerdos, pero al mismo tiempo se sentía como si no los tuviera en lo absoluto.
Y ahora habían más. Nuevas memorias que se confundían y revolvían con las anteriores. Recuerdos mucho más antiguos y olvidados, como ese extraño sueño del río. ¿De dónde provenían? No los sentía reales, no los sentía propios. Sabía que era Ed y que buscaba llegar al fondo del misterio, pero ya no conectaba del todo con eso.
Como si pertenecieran a alguien más, y él fuera un simple ajeno a esos momentos. Ajeno a su propia vida. ¿Qué le había pasado? ¿Quién era en realidad?
Era una sensación realmente agobiante. Tragó saliva, luego miró fijamente a la sombra. Ni siquiera recordaba que había hecho para terminar en ese lugar, pero de algo estaba seguro.
—Tú... Eres el alcalde —Afirmó, mientras se estremecía por dentro—. La sombra que encontré en la alcaldía de Poloneira, eres tú...
—Sí, veo que lo recuerdas —El alcalde se acercó, sentándose en la tierra con movimientos refinados y lentos. Dejó su bastón de lado, luego continuó—. Hace tiempo que no nos veíamos. Hay muchas cosas que quiero contarte, así que iremos directamente al grano. Te salvé por una razón, y es porque tengo una misión muy importante que debes cumplir.
—¿Salvarme...? —De todo lo que dijo, eso le llamó la atención al instante.
—Sí, claro. Yo fui quién te salvó de la bestia —Asintió severamente. Ed se paralizó.
Tenía el recuerdo de la bestia, y la sensación de haberse preparado para enfrentarla. Pero cuando entraba al bosque, todo se detenía abruptamente. Cuando entraba al bosque con...
—¿¡Y los demás!? ¿Qué les pasó a los otros? —Cerró los ojos e hizo un esfuerzo por aclararse—. Bernadette... Aurora, Leonel y... Ethan. ¿Dónde están?
—Oh, no te preocupes por ellos. A estas alturas ya habrán vuelto a Poloneira, seguramente. Creo que el chico de lentes fue el que disparó al final. En medio de la batalla, la bestia te embistió. ¡Fuiste tan inútil que no lograste ni disparar! Pero el chico logró tomar el rifle a tiempo y la hirió de gravedad en una de las patas. Gracias a eso pudieron escapar, aunque dejaron algo en el camino —La sombra lo señaló, sonriendo sarcásticamente.
—¿A mí? ¿Ellos...?
—¿Te abandonaron? Sí, y con todas las letras —La forma en que lo dijo lo molestó en sobremanera—. Oh, vamos, no pongas esa cara. Ya no los necesitas, créeme. Para tener amigos que te abandonan a la primera de cambio, es mejor no tener nada.
"Eso no tiene sentido. Ellos no son así..."
Aunque, bueno, ¿Quién se lo podía asegurar? Lo único que tenía de ellos eran vagos recuerdos y efímeras sensaciones. Nada concreto cómo para que pudiera defenderlos. Y, además, las pruebas corroboraban lo dicho por el alcalde. Si no lo habían abandonado, ¿por qué estaba ahí entonces?
"Pero..."
—Un par de minutos después llegué yo —El alcalde continuó hablando, con desdén—. No podía dejarte morir, aunque tampoco estaba en mis planes salvarte. Como pude logré rescatarte de las garras de la bestia, incluso luché para que no te desangraras en el camino. Y así llegaste hasta aquí, al final del río.
—¿Al final del río...? —Ed parpadeó, mirando con ojo atento toda la habitación—. ¿Este lugar no será...?
—Efectivamente —Se levantó, tocando con su mano el techo de madera y hojas—. Esto, Ed, es el famoso Escondite del Héroe. No es primera vez que lo escuchas, eso seguro.
No, no era primera vez que lo escuchaba. Y, según su confusa memoria, tampoco primera vez que lo visitaba. Ya había estado ahí, en algún momento pasado y oculto de su vida.
—¿No es un lugar realmente precioso? Quien diría que el aventurero legendario lo construyó, hace ya bastante tiempo atrás —Afirmó, hablando con nostalgia. También parecía apegado a esa pequeña y rudimentaria caseta—. ¿Sabes que más hay aquí? ¿Recuerdas lo que te dije la vez que nos encontramos?
Las palabras salieron por sí solas.
—El tesoro... El tesoro de Poloneira.
—Muy bien, Ed. Muy bien —La sombra se dirigió a la parte trasera del escondite y desenterró algo del suelo—. Entonces, ¿quieres saberlo? ¿Quieres conocer que es el tesoro, dejado expresamente por el héroe en persona?
"¿Eh...?"
Asintió en silencio. No entendía nada de lo que estaba pasando, y todo sucedía tan rápido que respondía en modo automático. Pero, ya que se lo estaba proponiendo, tampoco podía negarse. "Y además, no parece que quiera hacerme daño..."
—Excelente. No hay razones para ocultártelo ahora que ya estás aquí —Extendió su oscura y profunda mano y dejó relucir el objeto que había desenterrado—. Esto es el Tesoro de Poloneira.
Ed se quedó frío al instante.
El importantísimo Tesoro de Poloneira no era más que una gris y desgastada caja de VHS antiguos.
La portada, despedazada y descolorida, decía: "Las heroicas hazañas del Aventurero Legendario, Vol. 1". El dibujo mostraba a un héroe con una reluciente capa roja ondeando detrás, una máscara de acero y un enorme sombrero de paja en el rostro.
—¿Qué diablos...? ¿Qué es esto? —Ed la tomó, anonadado; las manos temblando. El dibujo parecía ser de esos programas infantiles que pasaban en la televisión—. ¿Qué significa esta cosa?
—Es la única prueba que necesitas para darte cuenta de la verdad de Poloneira —Asumió un tono elocuente y macabro a la vez. Ed siguió sin quitarse ese mal sabor de boca.
—Yo... en serio, no entiendo a que te refieres —Se limpió los ojos, que parecían a punto de estallar en sus cuencas.
—Vamos, Ed, se inteligente por una vez —El alcalde se acercó tanto que Ed estaba a unos pocos centímetros de tocarlo. Sin embargo, algo le decía que aquello no era buena idea—. Dime, ¿a qué te recuerda esto?
La respuesta era obvia.
—El dibujo... se parece a la estatua que tenemos en Poloneira del héroe. No, es exactamente el mismo aspecto... El mismo aspecto que tenía mi hermano...
—Bien, ahí lo tienes. ¿Por qué tenemos un VHS con una figura que es igual a nuestra leyenda del héroe? —Ed no supo si aquello era una pregunta que debía responder y, en cualquier caso, tampoco tenía la respuesta—. Porque tu hermano, el legendario aventurero de Poloneira, nunca existió.
Ed no alcanzó a reaccionar.
—¿Nunca existió...? —Respondió, como susurrándose a sí mismo.
—Mejor dicho, nunca fue real. Solo fue parte de una extraña y elaborada alucinación colectiva.
Por un brevísimo instante, Ed fue capaz de pensar en una tan sola cosa: "¿Qué carajos...?" Pero esas palabras no lograron llegar a su boca a tiempo. Petrificado, se quedó absorto en la idea de que el héroe al que tanto tiempo había seguido los pasos nunca existió de verdad.
Y aquella idea terminaba siempre en una falacia, por mucho que le diera vueltas. No, aquello no tenía ni pies ni cabeza. Estaba jugando con él, no había otra explicación lógica.
—Ese es el gran secreto de Poloneira, Ed— El alcalde impidió que se levantara, con un gesto elocuente con la mano—. Esa es la verdad que tengo que contarte. Durante todo este tiempo has vivido engañado, creyendo en cosas falsas cómo si fueran reales. Aquí, en Poloneira, no puedes diferenciar la realidad de la fantasía. Son dos conceptos que convergen, se entremezclan y crean un mundo imposible, macabro y mágico a la vez. Así es la verdadera Ciudad de los Sueños.
Miró hacia el horizonte, perdido. Cómo si de pronto el mundo a su alrededor perdiera significado y validez. "¿De qué me estás hablando...? ¿Qué pasa con esta maldita ciudad?"
—¡Eso es imposible! —Respondió al fin, luego de unos segundos de silencio—. ¿Cosas falsas por reales...? ¿Siquiera escuchas la tontería que estás diciendo? ¡Eso no puede estar pasando! —Gritó, en un intento de convencerse a sí mismo.
—Al menos para tu comprensión actual, así es. Pero, ¿y si hubiera una forma de materializar los sueños? ¿Qué me dirías entonces? —Lo tomó de las manos, apretándolo con fuerza. Su textura se sentía vacía y fría al tacto—. ¿Y si existiera algo capaz de engañar a tus sentidos por completo, haciéndote ver cosas que realmente no están ahí? Con solo manipular el cerebro, pueden manipular la realidad a su antojo. Eso es lo que ha estado haciendo Oníros en las sombras.
La cabeza le iba a explotar, y todo le daba vueltas internamente. Se aferraba a un vano sentido de realidad, perdido y degradado hace ya mucho tiempo atrás.
—Esa es la forma en la que nos han estado controlando. Por eso, debes ayudarme a derrotarlos.
Ed alzó la cabeza. "¿Trabajar juntos? ¿Eso es lo que buscas?"
—No... ¡No! ¡Mientes! —Soltó. No se dejaría manipular tan fácilmente—. ¡Mi hermano si existió! ¡Yo vi fotos de él! ¡Incluso mi madre lo puso en su diario!
—No he dicho lo contrario, Ed —Su mirada, cubierta por el sombrero, lo traspasó sin siquiera verlo—. El punto no es que Ulises Cáliz nunca haya existido. El punto es que él y el héroe de nuestra leyenda son dos entidades completamente diferentes. Dime, ¿Qué cuenta la señora Isabella en su diario?
—Ah... —Se apretó los cabellos, obligando a su pobre cabeza a traer los recuerdos—. Ella cuenta que el héroe surgió en las minas... Ajá, exploró el bosque, venció a la bestia y construyó este escondite secreto... Luego, se suicidó colgándose en el colegio...
—Ya lo has dicho. Probablemente tu hermano se suicidó antes de que empezara la maldición, pero tu madre nunca pudo superarlo. Y en el momento de la desesperación ella solo deseaba tenerlo en sus brazos nuevamente. El pueblo necesitaba un héroe, algo en lo que confiar. Cuando tienes dos sueños tan poderosos en Poloneira, estos se convierten en realidad. Tú hermano volvió a la vida, revestido como la caricatura que solía ver de pequeño —Sonrió maliciosamente—. Pero, claro, al final la realidad es lo que prevalece. El pueblo perdió las esperanzas y la fantasía se debilitó. Al final terminó suicidándose de nuevo, hundiendo a tu madre en la locura de perder a su hijo por segunda vez.
Ed balbuceó, intentado buscar una forma de negar su explicación. Pero no lograba encontrarla, y eso era lo que más le fastidiaba.
—La prueba de esto es el VHS que te he entregado —Lo señaló, mientras Ed lo sostenía con fuerza—. Ese antiguo show para niños narra las increíbles aventuras de un legendario héroe que viaja por todo el mundo derrotando al mal. Vence a bestias inhumanas con su fuerza, incluso tiene un escondite secreto en medio del bosque que lo protege. ¿A qué te recuerda eso? ¿Nunca te has preguntado por qué todo en Poloneira tiene un toque tan infantil y fantasioso?
Negó con la cabeza. No es algo en lo que hubiese deparado exactamente.
—Incluso, mira este lugar. ¿Te das cuenta de que llevamos todo el rato hablando sin la máscara? Y eso que estamos en el peligrosísimo bosque de Poloneira. Pero, al igual que en el VHS, este escondite nos protege de todo mal. Ese es el poder de los sueños.
Se palpó la cara, en un gesto desesperanzador e incrédulo. Ni siquiera lo había notado. "¿Es por eso que tuve ese sueño antes de despertar? ¿Era mi hermano quién me estaba hablando?"
—Todo lo que te cuento es verdad, Ed. Solo hace falta un pequeño vistazo a ese VHS para que te des cuenta de la realidad —Se recostó en una de las paredes, mirándolo con inferioridad.
Ed ya no respondió. Ya no encontró qué decir. Ya no sabía que hacer, en quien creer o en qué confiar.
Ya ni siquiera sabía que era real. ¿Estaba soñando? ¿Qué parte de su aventura había sido cierta? ¿Qué existía de verdad?
"¿Siquiera yo soy real?"
—Te veo extrañado, y es normal. Te daré todos los detalles que posea, pero, a cambio, tienes que prometer que me ayudarás. ¿Entendido? —Extendió la mano de forma amistosa.
Dudó en levantarla de vuelta. No le creía (mejor dicho, no quería creerle), pero necesitaba más información ahora que su mente era un caos. Y además, tampoco es que pudiera negarse.
—Claro... claro... —Respondió, desganado, zambullido en su propia crisis. Ahora tenía miles de preguntas, y una agotadora sensación creciente en su pecho.
Y mientras tanto su mente no se dejaba de preguntar, ¿Cuál es el límite entre la realidad y los sueños?
¿Alguna vez hubo uno, para empezar?
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