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24. En este momento y en este lugar

Cuando, hace algún tiempo atrás, Ed escuchó por primera vez la historia de la bestia (de parte de un entusiasta y cebado Leonel), no le dio mucha importancia.

No le parecía más que una infantil leyenda, de esas que seguramente le contaban para asustarlo de niño, si es que las pudiera recordar. Ni el propio Leonel se lo tomaba muy en serio, regodeando en la idea de que hubiera algo místico escondido más allá en lo profundo del bosque.

Fue hasta leer el diario de Isabella que tuvieron una confirmación casi certera y, en vez de asustarle o sorprenderle, se sintió realmente extraño. Una veterana periodista reconocía en esas viejas y podridas páginas que existía algo tan extraordinario como una bestia, desconocida para los humanos. No parecía natural, no lucía real. 

Quizás solo quería creer que no lo era. Y se había aferrado a esa esperanza con pudor. Pero, ahora, ya no había nada a lo que aferrarse.

La bestia estaba entre ellos, saliendo de la más profunda noche a cazarlos. Ya había destruido la tienda de acampar y herido gravemente a Bernadette ante sus ojos. Y aun así... seguía sintiendo que aquello no era real. Que simplemente era un extraño y exagerado sueño del que en algún momento tendría que despertar. 

—¡AYUDAAA! ¡POR FAVOR!

Pero la pesadilla apenas estaba comenzando.

Los alaridos de Bernadette fueron como un llamado a la acción para él. "Vamos, muévete, hijo de puta", decían. "Muévete, o todos moriremos aquí mismo", gritaban.

Y vaya que sí tenían razón. 

Eso le hizo reaccionar. Dejó de pensar (por un breve instante, nada más) y se concentró en lo que tenía en frente: Amplios y gigantescos árboles que se elevaban como sombras detrás de un mar repleto de niebla. Y en alguna parte, una bestia salvaje jugando a las escondidas.

Los demás reaccionaron al unísono, movidos más por el instinto que por la razón. Salieron de los restos de la tienda jadeando de sorpresa y recogiendo sus cosas del suelo, asustados y con cara de dormidos. Ed corrió hacia donde estaba Bernadette. 

Aunque la bestia anduviera por ahí, ella era su prioridad. Además, parecía que el sonido del arma la había asustado. 

Tirada debajo de los pedazos de tela verde, ella carraspeaba mientras sostenía su parte dañada de forma desesperada. La varilla había roto su pantalón, incrustándose unos centímetros en su pierna derecha. De él brotaban chorros de sangre, como pequeños hilos tejiendo alrededor. 

Al principio, bien es cierto, había gritado como si no hubiera un mañana; ahora estaba más calmada. Se limitó a llorar y a morderse el labio en una forma de contener sus impulsos. Hacer ruido solo serviría para atraer al monstruo. 

Aurora se unió, encendiendo torpemente una linterna de mano. Alumbró hacia ella, reflectando su piel blanca. Y gracias a eso, Ed se fijó que algo más sobresalía de su pantalón roto. 

Era una frase, escrita con una caligrafía elocuente y vistosa.

"Ed prometió no dejarte sola nunca más", decía. La frase que había elegido para no olvidar la había escrito justamente en su pierna derecha.

Ed se quedó en blanco. No, claro que no quería romper esa promesa. Jamás volvería a hacer algo así con ella. Pero... ¿realmente era capaz de cumplirla? ¿Realmente sería capaz de protegerla? 

La mirada de Bernadette pareció responder a sus pensamientos, suplicante. "Por favor Ed, ayúdame. No me abandones. Por favor, no me abandones". 

—¡¿Qué tal se encuentra!?

No tuvo tiempo ni de procesarlo, ni de responderle. Ethan y Leonel se unieron, mirando a su amiga impactados. De fondo, la bestia volvió a rugir. Un ágil recordatorio de que tenían que darse prisa. 

—Está bien, no creo que sea una herida muy profunda... —Se adelantó Aurora, hablando con calma—. Es solo sacar la varilla con cuidado y evitar que se desangre demasiado... Aunque...

"No será capaz de moverse por sí sola, al menos no por el momento..." completó Ed, más no lo mencionó. Algunas cosas es mejor no decirlas.

—No importa... no importa... ¡Solo quítenme esta cosa de encima! —Sollozó ella, apretando los dientes. 

Todos asintieron en silencio. La levantaron al instante, arrastrándola con cuidado hacia el árbol más cercano. Aurora se agachó junto a ella, dispuesta a hacer el trabajo sucio. Era la que más parecía mentalizada para hacerlo. 

—Bien... aquí vamos, ¿de acuerdo? —Preguntó ella. Intercambiaron miradas rápidas, luego Bernadette asintió y cerró los ojos.

Sostuvo la mano de Ed con fuerza, a modo de aferrarse a algo. Ed acompañó el gesto, más no la vio directamente a los ojos. En parte por estar pendiente del asunto de la bestia, en parte porque no podía hacerlo. Porque se sentía culpable de dejar que la hirieran, aun cuando ella confiaba en él más que nadie.

—A la cuenta de tres... Uno, dos... —Dudó al completar la frase; al final sí que estaba igual de nerviosa que el resto—. ¡Tres...!

De un solo jalón sacó la punta de la varilla, que salió despedida y cubierta de una espesa capa de rojo. Bernadette respiró gravemente y se contuvo las ganas de gritar. Hacía muecas mientras apretaba con fuerza la mano de Ed, incluso le dejó algunas marcas de sus uñas. 

La sangre se desparramó sobre su pierna velozmente. Ethan llegó y enrolló la zona con un pañuelo azul que cargaba. La apretó, mientras veía como se llenaba de una mancha oscura.

—Ya está, Bernadette... Tranquila, ya está... —Suavizó él—. Leonel, ven. Tenemos que ayudarla a caminar.

Leonel se incorporó, dejando que ella se apoyara en sus hombros. Bernadette quedó un poco en el aire (pues era más alta que Leonel), pero pudo mantener el equilibro. Tenía los ojos rojos y las lágrimas aun recorrían su rostro. Ethan, sosteniéndola también, se veía desgastado y débil. Ninguno de ellos aguantaría mucho más. 

Por lo tanto, la única opción que les quedaba era huir.

—Vamos, hay que movernos. ¡Ya! —Afirmó Ed, elevando el tono. Encendió la linterna y se dieron vuelta atrás, intentando ubicar las marcas que habían dejado en los árboles. 

Atrás quedaba el misterio del cerco o del viejo periódico. No habría tiempo ni de investigar ni de descubrir nada más. Volverían (si es que lo lograban) a Poloneira vacíos, heridos, cansados, sin respuestas y con más preguntas que antes.

Derrotados y por diferencia. 

"¡Maldita sea! ¡Maldita sea!"

Corrían a través del bosque como espejismos en una oscura noche. Arrastrados por la espesa e indomable niebla avanzaban a arcadas, intentando recorrer el máximo terreno en el menor tiempo posible. Pero estaban en el bosque, de noche, con una visión limitada y con los nervios de punta. Nada de eso sería fácil, precisamente. 

Y a eso le tenían que sumar el peligro de la bestia. Como siendo atraída por una persecución frenética, los enormes golpes que anunciaban su llegada se comenzaron a escuchar detrás de ellos, avanzando a velocidades inhumanas. Ed pensó que en ese momento eran como pequeños conejos escuchando los pasos de un salvaje lobo con sed de sangre.

El sonido se desplazó hacia la izquierda, luego a la derecha. Ya estaba con ellos, ya los había alcanzado. Una gigantesca sombra apareció detrás de unos árboles, y Ed la vio por menos que milésimas de segundos. 

—¡Ahí estás, cabrón! —Gritó, y disparó sin pensarlo dos veces. El rápido movimiento lo echó para atrás, y sus compañeros apenas tuvieron tiempo para reaccionar. 

La bala se perdió en el bosque, presa de su propia euforia. La bestia volvió a aullar, ocultándose por un momento detrás del telón. 

—¡Deténganse! —Avisó Ed, haciendo señas para que se cubrieran contra un árbol. 

Los sonidos de las ramas al desquebrajarse aparecieron en la distancia, potenciadas por el eco y el silencio del lugar. La bestia seguía ahí, pero no sabía de que lugar podría salir. Sus movimientos parecían venir de todas las direcciones y al mismo tiempo de ninguna. 

En cualquier momento haría acto de presencia, eso seguro. Ed sostuvo el rifle con fuerza, los demás pegados detrás suya. "¡Vamos, vamos! ¡Aparece ya, joder!"

Hubo un momento de quietud, silencio entre la multitud. Y entonces el sonido de sus pisadas volvió a aparecer, más grave y apabullante que nunca.

"¡Atrás!" Pero Ed reaccionó demasiado tarde. Giró medio cuerpo y abrió bien los ojos, alzando el rifle a sus hombros. Y entonces, por un breve instante, la vio. Vio a la enorme bestia salir del mar blanco, rabiosa y majestuosa como ella sola. 

De un tamaño colosal (más de tres metros mínimo), el animal de cuatro patas saltó hacia ellos con destreza, elevando sus patas delanteras y mostrando sus afiladas garras. Su figura era negra y densa, profunda, impenetrable, como una verdadera sombra en el bosque. Sus patas traseras se perdían en la niebla entre remolinos, dejando al incógnito el completo de su figura. ¿La niebla la cubría, o ella cubría a la niebla? Nadie podía saberlo. Su rostro, redondo y agrandado, mostraba sus peligrosas fauces: Una enorme boca coronada por una hilera de dientes puntiagudos que sobresalían de ella, y unos ojos rojos, inyectados de sangre.

Su mirada era fuerte, agresiva. Su presencia imponente. Ed no pudo verla por más que un pequeño instante y con eso bastó. Se quedó en blanco, inmóvil, con el rifle prendado a su mano. 

Entonces, alguien gritó. 

—¡AHHH!

La voz le llegó a ecos, distante y cercana a la vez. La bestia apareció al completo sin que pudiera hacer nada más, y se dirigió hacia el árbol, alzando la pata en un movimiento apenas perceptible. Aurora y Leonel se apartaron, corriendo asustados como hijos del demonio. Solo Ethan se quedó junto a Bernadette hasta el final. Incluso, en el último momento, la lanzó hacia la derecha apartándola de recibir el impacto del golpe.

La bestia arremetió contra el árbol, con la fuerza de un rayo, dejando la marca de sus cinco garras incrustadas en el tallo. La madera voló, la niebla se despejó al completo. Ethan cayó, lanzado por la misma fuerza del choque. 

Ed tardó un segundo más en pensar con cierta claridad, y cuando lo hizo disparó directamente hacia el frente sin dudar. La bestia logró escaparse, asustada del grave sonido, alejándose como el viento mismo hacia el fondo del bosque. Ed disparó otra vez, pero fue en vano. 

La bestia había vuelto a escapar, y ahora le quedaba una tan sola bala. 

—¡ETHAN! ¡ETHAAAN! —Y el grito de Leonel acabó con aquel segundo de desesperación. Corrió, apartando a todo el mundo hasta llegar al sitio donde yacía tumbado su amigo. 

Bernadette, reponiéndose a la par, estaba boquiabierta. La cara embarrada de tierra y polvo, pero a salvo gracias a su sacrificio.  Y seguía sin creérselo. 

—¡Ethan! ¡¿Hermano, estás bien?! —Leonel se agachó, desenterrando su cara del suelo. Ethan reaccionó por fin, recuperándose y sosteniendo con fuerza su costado derecho.

—Estoy bien... Tranquilo, estoy bien... —Dijo, con la voz demacrada e hiperventilando. 

—Menos mal... Joder, menos mal... —Leonel lo abrazó con fuerza, suspirando de alivio. 

Luego, al levantarse, miró fijamente hacia Ed. 

—¡Ed! ¡Maldito bastardo!

Viéndolo en retrospectiva, lo siguiente que sucedió no fue una sorpresa en absoluto. Leonel corrió hacia él, enseñando los puños. Lo empujó y también le alcanzó a pegar en el rostro, pero su mano rozó la máscara por lo que recibió más daño que el propio Ed.

—¡¿Qué diablos estás haciendo!? ¡Tienes que protegernos, hijo de puta! —Gritó, agitando su mano en señal de dolor. En cuanto pudo volvió a la carga, atacándolo con la más pura rabia. 

Tuvo que llegar Aurora a detenerlos, pero ni eso bastó. Fue hasta que Ed alzó el rifle en dirección hacia él que se tranquilizó. 

Estaba igual de furioso, incluso más. 

—¿Qué? ¿Vas a dispararme a mí, imbécil? ¡Viendo tu maldita puntería, ni aunque me ponga de frente serías capaz de darme! —Dijo Leonel, retomando su molesto tono burlón. 

—¡Sin mí ya estarían muertos! ¡El sonido del arma la ha estado ahuyentando, grandísimo inútil! —Ed rechinó los dientes. 

Estaba enojado, descontrolado, pero por sobre todo decepcionado. Decepcionado de sí mismo, una vez más. Y esos comentarios de Leonel solo perforaban silenciosamente en su inestable autoestima. 

—¡Estoy haciendo todo lo que puedo! ¡Lo estoy haciendo, maldita sea! ¡Pero nada me sale bien nunca, nada, nada! ¡Joder! —Bajó el arma con un movimiento rápido y la movió al compás de sus eufóricos movimientos. Su rostro emanaba sudor y rabia por sus poros. 

La bestia volvió a aullar al fondo.

—¡Pues espero que esta vez te salga bien, porque nuestra vida depende de ti! ¡Solo te queda una maldita bala y ya tenemos dos compañeros heridos! ¡Si algo les pasa, será tu puta culpa!

Ed lo miró fijamente. "Si algo le pasa a Ethan, querrás decir" pensó. Leonel les tenía cierto cariño a los demás en el fondo, eso estaba claro; pero ese cariño estaba a años luz del que sentía por su gran amigo. Y Ed lo sabía sin siquiera preguntarlo.

—Lo sé, joder. No tienes porque repetirlo... —Renegó en un murmullo. El arma le temblaba en la mano. La respiración se le entrecortaba. Y con una bala tendría que derrotar a la bestia que ni el héroe legendario pudo matar.

 Todo se había tornado tan oscuro como miserable.

—Tranquilos... tranquilos... Ahora es cuando menos necesitamos pelear... —Suplicó Aurora, en medio de los dos. Lucía asustada, como si Ed le hubiera contagiado su malestar. O quizás había entendido, finalmente, que sus probabilidades de sobrevivir eran más bajas que nunca.

—Aurora tiene razón... Leo, no te preocupes por mí. Estoy bien... —Ethan se levantó lentamente, apoyándose en el árbol. Tenía el hombro ensangrentado, pero aún podía moverlo con cierta normalidad. Se enrolló la herida con parte de su camisa y tiró al suelo sus lentes, rotos por el golpe. Estaba despeinado y con la cara pálida. 

De fondo, las garras de la bestia marcaban el lugar. Ed pensó que con semejante tamaño, era imposible que eso le hubiera hecho las heridas de sus brazos. Pero si no había sido la bestia, ¿Qué más podía ser...? 

—Vamos, tenemos que movernos de aquí —Dijo al fin, secándose el sudor. Ya tenía demasiadas cosas en la cabeza. 

Leonel se encargó de ser la ayuda de Bernadette al caminar y Ethan se incorporó a su lado, utilizando su parte sana para apoyarse en su amigo. Aurora iba adelante, sirviéndoles de guía con su linterna.

Y así retomaron la travesía por el bosque, más nerviosos que nunca. En el ambiente se podía sentir la tensión. En la niebla el pudor de la situación. Y en el silencio, lo aterrador que podía ser ese maldito lugar. 

Más y más hileras de árboles se abrieron ante ellos, iguales y totalmente diferentes al mismo tiempo, hacia el profundo y oscuro horizonte. El clima era pesado, el frío penetrante. Ed había sido demasiado iluso al pensar que podrían atravesar el bosque a salvo. O quizás ya conocía la verdad, pero nunca quiso reconocerla. 

Siguieron caminando a trompicones, con el grupo de atrás jadeando del dolor y el cansancio. El dolor de cabeza volvió, y sus piernas se vieron incapaces de correr más. Avanzaban y avanzaban, pero sentían que no estaban llegando a ningún lugar. 

La bestia desapareció por un buen rato, lo que en vez de aliviarlos los aterró. Era como si estuviera jugando con ellos, un juego macabro y largo donde eran la presa de un cazador experto e infalible. Las ramas crujían debajo de sus pies. La sangre brotaba y dejaba un pequeño camino en la niebla.

Y entonces, algo más se escuchó al fondo.

"El río" Reaccionó al instante. "¿Otra vez? ¿Dónde estará ese maldito río?" Por más que viera hacia todas las direcciones e intentara localizarlo, no había forma de encontrarlo. Menos en la noche, con la neblina y la oscuridad jugando en su contra. 

Concentrado aún en ese detalle, Aurora llamó su atención desde atrás.

—Ed, creo que la he vuelto a escuchar... La bestia —Susurró, apretando con fuerza las mangas de su camisa—La bestia... —Repitió, aterrada.

Ed guardó silencio, conteniendo la respiración. "Pum-pum" El sonido escalaba paulatinamente sobre el danzar de las olas. "Pum-pum- ¡Pum!"

—¡Rápido, hay que cubrirnos! —Gritó Ed, pensando para sus adentros, en tanto el sonido se hizo presente para todos.  

"Mierda, aquí vamos de nuevo".

Leonel lo palmeó por la espalda, dedicándole una mirada de todo menos amistosa. "Fallas esta vez y estaremos muertos" le dijo silenciosamente. Sostenía a Bernadette de un lado, a Ethan del otro. Ambos lo vieron con una mirada de temor, de desesperación.

De desconfianza, por más que no quisieran admitirlo. 

Ed entendió el mensaje a la perfección. Apretó el rifle, tragando saliva. Era ahora o nunca. 

La estrategia fue la misma: Se colocaron en medio de una zona pequeña y estrecha, rodeada por tres frondosos árboles. Ed se colocó delante de todos, cubriendo sus espaldas como francotirador. Se pegaron los unos a los otros, abarcando el menor espacio posible.

Y entonces esperaron en silencio. Esperando que apareciese en algún lado. Esperando ser más rápidos y ágiles que ella; un segundo marcaría la diferencia entre la vida y la muerte. 

"¡A la izquierda!" Y al mismo tiempo que lo pensaba, su cuerpo se giró en esa dirección y apunto hacia ahí. La bestia se asomó de entre un montón de arbustos, corriendo de manera frontal y directa hacia ellos. 

Finalmente, la tenía en frente. Finalmente, estaban cara a cara. Finalmente, podía dispararle directamente al rostro.

Solo tenía unos segundos. El tiempo se detuvo a su alrededor, las hojas pararon de moverse, la niebla dejó de correr. Por un instante, por un momento, todo desapareció y se convirtió en la nada misma. Todo menos él y la bestia.

"¡Ahora, ahora, ahora!" Nada más tenía que levantar el arma, apuntar a la cabeza y jalar del gatillo. Nada más, y la pesadilla se acabaría. Nada más, y todos sobrevivirían. 

Apuntar y disparar. Nada más que eso.

Ed tenía que poder hacerlo; las enseñanzas de Vera no eran en vano. Era un hombre capaz, capaz de volverse un héroe, capaz de liberarlos a todos de la maldición, capaz de llegar al fondo del misterio y ver el mundo exterior como tanto soñaba.  

Vera había confiado en él. Los demás también, en su momento. 

Claro que podía, hombre. Él podía. Él siempre había podido. Él...

"NO, NO PUEDES HACERLO. TÚ NUNCA PODRÁS HACER NADA".

Fue en ese momento y en ese lugar que Ed entendió una cosa muy, muy importante: Que su madre tenía razón. Él no era más que un inútil, y su vida estaba condenada para siempre al fracaso. 

El pequeño segundo entre la vida y la muerte se pasó, más veloz que un rayo, y la bestia se abalanzó sobre ellos con sus afiladas garras y una boca gigantesca y espeluznante.

—¡Ed, dispara!

Escuchó el grito de alguien, pero no le dio tiempo de identificarlo. Todo se volvió negro, negro ante sus ojos, y toda sensación y sentido desapareció al instante de su cuerpo. 

Lo último que sintió fue como su máscara se deslizaba de su rostro, rota, dejándolo al descubierto. 

Y lo último que escuchó fue el sonido de un disparo, lejano y redundante.

Ed no lo sabía en ese entonces, pero esa caótica noche representaría el fin del principio...

Y el principio del final. 

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