23. Miedos ocultos a plena vista
—Ed, ¿Qué demonios es eso?
La voz de Leonel llegó desde atrás (cómo impulsada por el viento), distante, energética al mismo tiempo que severa, un contraste atípico en él.
Tan atípico como el paisaje que sombríamente se extendía ante ellos.
"Yo qué sé, Leonel. Quisiera saberlo también. Créeme que quisiera saberlo".
No era ninguna sorpresa. Cualquiera en su sano juicio (y de esos quedaban muy pocos en Poloneira) habría reaccionado igual o de manera semejante. Cualquiera que después de caminar un día entero por un bosque abrumador y cuasi mágico, se hubiera topado al final con una verja enorme colocada en la nada y a mitad del bosque.
Solo estaba ahí, inamovible, interrumpiendo el paso natural de los árboles sin ton ni son. Y al otro lado... bueno, al otro lado la situación parecía ser aún más curiosa: Un terreno vacío e infértil, lleno de árboles despojados de sus hojas, con el tallo podrido enmarcado para siempre en una tierra áspera y seca. El olor era fuerte, la brisa apabullante.
¿Qué diablos había al otro lado? ¿Y por qué ellos no podían pasar?
Ed tuvo que pensar rápido, nuevamente. La reacción de los demás empezó a hacer eco en él, llegándole en rondas en perfecta armonía y precisión: Primero Ethan, jadeante, dio un enorme suspiro; le siguió Bernadette, quien pegó un grito al cielo de sorpresa y concluyó Aurora, que no dijo prácticamente nada, solo murmuró y sacó la linterna de su mochila.
La noche se acercaba, peligrosa, amenazante, y a los alrededores todo se imbuía en una profunda oscuridad. Precisamente por eso tenía que pensar rápido. ¿Qué haría a continuación? ¿Buscar una forma de atravesar ese cerco o dar vuelta atrás?
"Ah, maldita sea. Esta mierda de ciudad no deja de sorprenderme". Si quería resolver aquella encrucijada, tenía que empezar a recolectar información.
La verja era ciertamente larga. Salía desde algún punto de la izquierda, bordeaba toda la zona y desaparecía en medio de la niebla a la derecha. Por más que Aurora explorara la zona con su linterna, no había zona en donde no hubiera una de esas enormes vigas de hierro o esos punzantes alambres de púas.
Tampoco había forma de abrirse paso entre ellas sin las herramientas adecuadas. La única opción viable era escalar un árbol y cruzar desde arriba (los árboles tenían la suficiente altura como para sobrepasar a la construcción). Pero, claro, escalar uno de esos pinos empinados era igual de peligroso que todo lo anterior. Y aun haciéndolo, no tenían ni idea de que les esperaba al otro lado.
Mientras analizaba tal cosa, un ruido crujiente se escuchó debajo de sus sucios zapatos. Había pisado un pedazo de papel arrugado y metido a medias debajo de una piedra. Parecía ser de algún periódico viejo y olvidado. Ed lo sacó, leyéndolo con curiosidad.
"DESASTRE NUCLEAR" decía la portada, en letras negras. "La evacuación ha sido inmediata. Se ha declarado un cierre total a 48 kilómetros a la redonda". La fecha estaba incompleta e ilegible.
"¿Qué...?" pensó, asustado. "¿Desastre nuclear...? ¿48 kilómetros a la redonda...? ¿Qué significa todo esto?"
Observó también el enrejado: Viejo, con el hierro oxidado y un predominante gris, muchísimo más oscuro del que tenía originalmente. Los alambres estaban repletos de tierra y polvo. Todo a su alrededor se veía demasiado abandonado, más que la propia ciudad de Poloneira.
—¡Alguien, ayuda!
Y, sin embargo, habría que dejar ese análisis para después. El grito desesperado de Bernadette lo alertó, no tenía tiempo para sobre-analizar las cosas. Había que actuar, y había que hacerlo ya.
Ethan estaba en el suelo, debilitado. Había vomitado dentro de la máscara y estaba buscando una forma de sacar el líquido fuera de ella. Se veía perdido en el rocoso suelo. Leonel había corrido para ayudarlo, y Bernadette lo veía con extrema preocupación. A la par estaba Aurora, que parecía a punto de desmayarse.
Todos estaban en su límite. Incluso Ed, quien desde hace ratos se sentía mareado y con un gran dolor de cabeza. Después de encontrar la nota parecía haber aumentado. En esas condiciones no podrían avanzar mucho más, aunque pudieran encontrar la forma de hacerlo. Y por sobre todo, dentro de nada se oscurecería al completo.
La situación los tenía contra las cuerdas. Y Ed sabía que solo quedaba una alternativa.
—Oigan, chicas, ayúdenme a preparar la tienda de acampar —Alzó la voz, intentando sonar seguro.
Bernadette se volteó, viéndolo con confusión.
—Vamos a dormir aquí, a las orillas de esta verja. No hay de otra —Finalizó, de forma severa.
O aguantaban la noche, o bien podían abandonar la idea de explorar el bosque.
La tienda de acampar tenía capacidad, originalmente, para tres personas. Era verde aunque la parte inferior blanca, hecha de poliéster y varillas de hierro. La carpa no era tan alta, unos 2 metros máximos.
Ed nunca había armado una de esas cosas, ni entendía muy bien su funcionamiento. Menos mal Vera ya había instruido a Bernadette en tal cosa muchísimo antes siquiera de que tuvieran la idea de explorar el bosque (solían armarla y desarmarla como entretenimiento en sus aburridas tardes en la ciudad). Algo se le había quedado a ella, quien la armó con cierta destreza aunque con un par de errores en el camino.
Para cuando dieron las seis en punto el lugar ya estaba provisto, asegurado en un terreno llano en medio de frondosos pinos. Habían acordado en dejar únicamente la linterna de aceite encendida en el interior de la tienda, en el centro. Aunque aún podían distinguir las figuras de los árboles desde entro, en cualquier momento estas se apagarían y los dejarían rodeados de tinieblas.
Apretados y a oscuras. Así sería imposible dormir, al menos de manera cómoda. Con descansar una hora se darían por satisfechos.
El clima era ciertamente frío. A pesar de sentir la respiración del otro y su calor, el viento seguía traspasando la tela sintética y calando en lo profundo de sus huesos. El bosque se mantendría en pleno silencio sino fuera por el murmullo de los árboles al danzar con el viento. Y aun así este ruido no era suficiente para tranquilizarlo.
No se había despegado en ningún momento del rifle y no lo haría en lo que restaba de noche. El temor de un ataque nocturno solo se acrecentaba con cada minuto que pasaban en el bosque. El terreno era ideal, a fin de cuentas.
Estaban servidos; aislados y solos en la niebla. Si la bestia era real, en cualquier momento saldría de la oscuridad a atacarlos. En cualquier momento aparecería con sus negras fauces y sus afilados colmillos dispuesto a devorarlos hasta no dejar rastro.
Y si ese momento llegaba, ¿sería capaz de protegerlos...?
—Ed, ¿no vas a tomar? —La pregunta de Aurora lo sacó de trance.
Ella le ofrecía un trago de la dichosa medicina de Poloneira, la que en un principio Leonel y Ethan le dieron al conocerse. Según, era la única forma de combatir esos malestares (pero no hacía efecto contra el olvido, por ejemplo).
—Claro —Ed extendió la mano y tomó de la pequeña botella de plástico. La medicina sabía igual de salada que la primera vez que la probó—. Fue buena idea traer esto, Aurora. Bastante inteligente de tu parte.
—Gracias... —Sonrió, o eso pareció detrás de la máscara.
—Ah... Carajo, hombre. Este día ha sido demasiado hasta para mí —Leonel, a la par suya, se recostó en la carpa.
—Te entiendo, hermano... —Ethan respondió, acurrucado en una esquina. Se notaba bastante pálido, incluso su voz era aun más débil que antes—. Y aún no podemos relajarnos, habrá que hacer guardia o algo así...
—Tú descansa, Ethan. Los demás nos ocuparemos de esto —Bernadette, recostada en Ethan, palmó sus manos en un gesto gentil y dulce. Si había alguien que necesitaba descansar, seguramente era él.
—Yo me quedaré despierto hasta donde pueda aguantar. Después despertaré a Leonel y le daré el relevo, y él que elija entre Bernadette y Aurora, quien luzca menos cansada —Asintió Ed, devolviéndole el vaso a Aurora—. Y si pasa algo o escuchan cualquier cosa, no duden en despertarme —Apretó con fuerza el rifle, revelando sus intenciones.
Los demás estuvieron de acuerdo, sin objetar.
Ed se recostó en la carpa también, arropándose con una de las mantas de tela que habían traído, bordadas de rojo y azul, viejas y desteñidas. Desde su posición podía ver la entrada de la tienda y la pequeña hendidura que daba un vistazo del exterior; una pequeña raya negra combinada con matices de un espeso blanco que apenas se lograba dilucidar cerrando levemente los ojos. Lo mejor era no quitar el ojo de ese ínfimo punto en lo que restaba de noche.
Pero la tarea era cansina y preocupante, y Ed se dio cuenta de esto a los minutos de haber empezado. Se sentía cansado, sonámbulo, pero sabía que no podía ni cerrar los ojos. El tiempo avanzaba de forma lenta y a regañadientes, caprichoso como él solo. Pasó una hora, que se sintió como una eternidad.
Al menos no estaba solo.
—No puedo dormir... No puedo dormir... —Aurora se quejó varias veces de su desdicha, tocando esquizofrénicamente los bordes de su máscara. No se veía cómoda en lo absoluto.
—Tranquila, Aurora. No eres la única —Leonel le respondió, con los ojos cerrados. Ed pensaba que estaba dormido hasta ese momento.
—¿También le tienen miedo a la historia de la bestia, chicos...? —Se unió Bernadette, quien llevaba un buen rato mirando hacia el cielo, pensando en Dios sabe qué cosa.
—No, no es eso... —Aurora respondió casi de inmediato—. Ósea, si me da miedo que algo así exista, pero no es eso lo que me preocupa... Es toda la situación en general.
—Entiendo... —Asintió Ethan, con una voz seca y ronca—. Un día entero caminando, y solo hemos descubierto esa enorme verja.
—Exacto... —Dijo Aurora—. Nos estamos exponiendo a plena noche, pero no parece que estemos logrando nada...
—Ustedes dos se preocupan demasiado —Se incorporó Leonel, abriendo finalmente los ojos—. Hemos llegado bastante lejos, hombre. Mientras podamos sobrevivir, yo estaré satisfecho con el resultado.
—Ahí te apoyo, hermano —Ethan intentó sonreír—. De todo esto, a mí lo que más miedo me da es perderlos a ustedes.
Aurora desistió.
—A mi también... —Se dio media vuelta, recostándose—. Pero también esto me preocupa... La maldición, y esa extraña zona... Ah, es todo demasiado agobiante.
—Y a eso súmale la historia de la bestia —Bernadette se controló de no alzar la voz—. ¡Demasiado aterrador!
Ed asintió. Y, sin embargo, había algo más que le anonadaba de todo eso...
"La maldición... ¿Qué haremos si mañana ya no recordamos nada?"
Había dejado muy de lado esa cuestión conforme los minutos iban pasando. Pero la posibilidad seguía estando ahí, ¿no? Por mucha protección y cuidado que tuvieran, nadie sabía a ciencia cierta cómo funcionaba la maldición. Y eso era ciertamente abrumador.
"¿Cómo se sentirá? Simplemente empezar a olvidar, sin que te des cuenta..."
Ed sufría de amnesia, pero aquello era diferente. Había perdido la mayoría de recuerdos de golpe (y por su propia mano, hasta donde sabía). Pero perder la memoria gradualmente parecía aun más agobiante.
Que todos los recuerdos recolectados hasta ese momento se vuelvan difusos en tu subconsciente. Que las personas que te rodean no sean más que extraños, desconocidos en donde antes hubo un buen amigo. Que el mundo pierda su lógica y sentido, que tengas que empezar de cero con nada más que tu instinto y algunos remanentes de memoria. Que estés atrapado en un ciclo eterno e infernal, sin poder salir ni hacer nada por ello, sin que te des cuenta de que estás ahí en primer lugar.
Aquello sonaba demasiado desesperanzador. Y eso es lo que habían vivido todos los habitantes de Poloneira en los últimos años, y por lo que pasaría sino lograba descifrar el misterio de la maldición a tiempo.
"Esto es por lo que pasó mi madre también, y toda mi familia... Esas notas en el diario fueron su último rastro de memoria y cordura..."
Recordó entonces, por casualidad, una de sus frases: "¿Qué puede ser peor que morir sin legado, sin ser recordado, sin que a nadie en el mundo le importe ni siquiera a ti mismo?"
Tenía razón. Vaya que la tenía. Ed sintió por primera vez que entendía ese temor. Y que podía calar igual en él, como si fuera parte de una herencia intangible.
—Todo eso es cierto, pero a mi también me da miedo olvidar —Se unió Ed, sonando más reflexivo que de costumbre—. No lo sé, no parece una experiencia muy agradable...
—Hm, bueno, tienes tu punto hermano —Afirmó Leonel—. Pero créeme que te acostumbras. Llevamos en esta mierda toda la vida, sé de lo que hablo.
Sonaba tan despreocupado y afable que irradiaba confianza. Pero, ¿realmente era tan fácil cómo eso? ¿Realmente se reducía a un simple "te acostumbras"?
—Eso me recuerda a una frase que leí en un libro hace tiempo... —Dijo Aurora, jugueteando con sus manos—. Era algo tipo, hm... "El olvido es la única forma de venganza y de perdón", creo... *
Ed analizó la frase para sus adentros; de fondo, una nueva bocanada de aire los acompañaba, fuerte y agresiva.
"La única forma de venganza y perdón, eh. Nunca lo había pensado de esa forma..."
Poloneira era el vivo ejemplo de esto, de manera muy literal. Nadie ahí parecía preocuparse por olvidar, por vivir sin recuerdos. Vivían sin más el presente, sin tener en claro el pasado o el futuro. Ignoraban la maldición, no había cabida para ella en sus ordinarias vidas. Y esas vidas nunca les aburrían, pues siempre era cómo vivirlas por primera vez.
Era una vida extraña, sí, pero ellos parecían satisfechos con eso. Conformes. Bernadette y Vera vivían sin preocupaciones en el hotel, interpretando los papeles de madre e hija que el destino nunca les permitió hacer. Leonel y Ethan iban a su rollo, felices de hacerse compañía el uno al otro.
Curiosamente, Aurora era la única que tenía recuerdos vivos de su pasado y por ello la más infeliz. Esas heridas en sus brazos eran un martirio constante para su persona. Una atadura que siempre la terminaba por arrastrar al mismo lugar.
No podía perdonar, pues no podía olvidar. Igual que Ed.
"El olvido también es una forma de libertad, por lo que parece..." pensó, cabizbajo.
"Pero aunque nos haga libres... ¿es realmente la libertad que deseamos?"
—Bueno, es cierto eso que dicen que leer te vuelve más inteligente —Leonel la palmeó, sonriendo abiertamente—. Pero, hermanos, no se preocupen por eso. Para algo nos anotamos estas frases en el cuerpo, ¿no? Para impedir que la maldición haga efecto en nosotros.
Bueno, tenía razón. Y Ed también sabía que le estaba dando demasiadas vueltas a las cosas. La preocupación te carcome por dentro, realmente.
—Cambiando de tema... —Leonel agachó la cabeza, susurrando y llamando a los demás—. ¿Ya se dieron cuenta?
Entonces señaló hacia la esquina, en donde un desgastado Ethan yacía dormido, recostado con la cabeza hacia abajo y los lentes a punto de caérsele del rostro.
—¡Ay, Ethan, hermano mío! ¿Cómo puedes quedarte dormido así? ¡Ja, ja, ja! —Se rio, apretando los dientes.
—¡Oye, déjalo en paz! ¡Se ve tierno así! —Bernadette lo defendió, aunque también se estaba riendo.
—Al menos alguien podrá dormir esta noche, eh... —Aurora sonrió, suspirando para sí.
Eso le tranquilizó. Había sido un día largo y cansado, merecían ese momento de cotidianeidad. Ese momento en el que no importaba que estuvieran en plena boca del peligro, no mientras estuvieran juntos.
Siguieron charlando por un buen rato hasta que se durmieron. Todos menos Ed, quien siempre se mantuvo alerta, mirando hacia lo desconocido, esperando lo inesperado.
"Dios mío... Qué sueño..."
Y, sin embargo, su resistencia no le duró mucho más. Al poco tiempo empezó a cabecear, y un rato después acabó por cerrar los ojos.
No podría decir que se durmió al completo. O que estuviera soñando, por mucho que así pareciese.
Era una sensación extraña. Estaba al mismo tiempo que no, en un lugar que se asemejaba al bosque más no lo era en realidad. Y en ese extraño lugar, repleto de difusos árboles y oscuridad, algo lo asaltó de imprevisto. Algo lo atacó, y sintió como sus garras penetraban en él.
Lo escuchó arrastrarse, lo escuchó rugir.
Y cuando despertó, alterado por esa extraña experiencia, se dio cuenta de que, desgraciadamente, esto último estaba sucediendo en la realidad.
No muy lejos de ahí, en el impenetrable bosque, una bestia rugía desconsoladamente.
Su rugido era fuerte y grave, distorsionado y amplificado por los ecos, inhumano y grotesco al mismo tiempo. No se parecía a nada que hubiese escuchado antes.
Tan solo unos segundos bastaron para petrificarlo. No sabía que horas eran ni a que distancia estaba ese animal. Desconocía si podía rastrearlos por el olfato, como un lobo buscando a su presa. O si se podía guiar por algo más... cómo la luz. La luz de la linterna que habían dejado encendida en el centro.
Un súbito nerviosismo lo atrapó. ¿Apagaba la vela para no dejar rastro en el bosque, aunque eso los pusiera en desventaja? ¿O la usaba cómo señuelo para atacar primero? Pero el candil estaba a buena distancia de él, tendría que moverse para apagarlo. ¿Y si el ruido la alertaba?
Una duda rastrera y persistente lo arrinconó. Sentía las manos heladas a pesar de estar sudando a mares, sentía como si la presión se le hubiese bajado a velocidades insospechadas. Y la bestia seguía rugiendo, allá al fondo, unas veces más cerca, otras más lejos.
"Ah... ¡Al carajo!"
Al final se decidió. Se arrastró hacia el centro, tomó la linterna de aceite y apagó la vela en cuestión de un milisegundo. Sin embargo, fue demasiado ruidoso; la linterna tembló en sus manos, haciendo un ruido de metal perceptible con la agarradera, y él mismo se movió dentro de la tienda de forma bulliciosa.
El sonido no fue suficiente para despertar a sus compañeros, pero quizás si lo sería para alertar a la bestia. La tienda quedó en una profunda oscuridad y él se mantuvo en la misma posición, en el centro, como una estatua. Jadeaba, y el sudor se desparramaba por su rostro.
No veía nada. No escuchaba nada. Pasaron los segundos.
"Por favor, que la bestia se aleje. Por favor, por favor, por favor".
Sus plegarias fueron en vano.
De un momento a otro el sonido suave de unas pisadas aparecieron en la lejanía. Poco a poco se volvieron más reconocibles, hasta el punto de volverse fuertes y rápidos golpes secos en el terreno escarbado. Ed alcanzó a ver a través de la cerradura de la tienda, y por el pequeño orificio...
Vio una enorme sombra correr hacia ellos.
Apenas le dio tiempo de reaccionar.
—¡DESPIERTEN!
Al unísono que su grito un portentoso rugido se escuchó en sus narices, llegando con la velocidad de un rayo, impactando con la de un torbellino. Saltó hacia las afueras, en tanto la enorme sombra pasaba a través de ellos, desgarrando por la mitad la tienda y desbaratando de un golpe sus pilares.
Una perfecta línea recta se trazó en el poliéster roto. La tienda cayó, y Ed rodó por el suelo raspándose las manos y el rostro. Sostuvo con fuerza el rifle y disparó hacia el cielo, asustado. No le dio a nada y había desperdiciado una bala. Le restaban cuatro.
Los demás se incorporaron, gritando sobresaltados. Ed apuntó hacia el frente, temblando, con el rifle a punto de soltársele de las manos, la mente nublada y los ojos ciegos por la oscuridad.
—¡AH! ¡AYUDAAA! —Hasta que el grito de Bernadette le hizo reaccionar.
Se giró hacia atrás y vio algo moverse dentro de la tienda caída. Ethan, recién despierto, reaccionó rápidamente y alumbró la zona con una linterna de mano. Cuando se dio cuenta de la situación, un frío espectral lo cubrió de pies a cabeza.
Bernadette yacía en el suelo; uno de los pilares de la tienda se había clavado en su pierna derecha al caer. De él comenzaba a emanar la sangre en chorros delgados y rojos, mientras ella se retorcía de dolor.
—¡AYUDA! ¡QUE ALGUIEN ME QUITE ESTO DE ENCIMA! —Sollozaba.
Y Ed... Ed entendió rápidamente que estaban jodidos.
Muy jodidos.
*La frase real es: "Yo no hablo de venganzas ni de perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón", del escritor Jorge Luis Borges.
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