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22. Aventura hacia lo desconocido

Esa noche, curiosamente, no soñó nada.

Parte de sí mismo se sintió decepcionado al despertar al día siguiente frío y sin ninguna nueva memoria que relatar. Como si nada hubiera pasado ni estuviera a punto de pasar.

Ya sabía que sus sueños podían ser recuerdos, revueltos en su espeso subconsciente. Antes de ir a las minas soñó un par de veces con su difunta madre. Esperaba, ahora que se dirigía a un lugar que por certeza ya había visitado más de una vez, tener otro de esos extraños y crípticos memoriales.

Pero no soñó nada. La noche se pasó tan tranquila y sosa, y el día comenzó en un instante, con la suave voz de Bernadette sacándolo de su profundo letargo. 

—Es hora, Ed —Dijo ella, dejando que sus cabellos se posaran sobre su rostro. Eran las seis de la mañana en punto.

"Sí, definitivamente, es la hora" pensó, anonadado. 

La hora de explorar el bosque. Y se embarcaría a tal inhóspito lugar sin siquiera tener una idea de lo que se podría encontrar. Ciego. Desnudo. Empuñando nada más que un viejo rifle y una incómoda máscara.

"Joder, sí que es el momento..." volvió a pensar, mientras terminaba de levantarse. ¿Eso era bueno o malo? ¿Se sentía emocionado o aterrorizado?

No lo sabía, ni había forma de saberlo. Lo único que tenía por certeza es que no podía dar marcha atrás. Para bien o para mal, ese era el destino que había elegido.

Los demás ya se encontraban despiertos, alistándose con ropas casuales y cómodas. Luego desayunaron, una comida que se realizó en un pulcro y hasta sacro silencio. La única que se encargó de mantener una conversación trivial fue Bernadette, quien hablaba mientras degustaba del platillo típico de Poloneira: Huevos cocidos, sosos y casi rancios. 

El resto se mantuvo apartado. Incluso Leonel, que ya es mucho decir. Una extraña atmósfera se había apoderado de ellos. 

Después de comer, guardaron en sus mochilas los últimos objetos para el viaje: Linternas, sopas enlatadas, botellas de agua y una desteñida tienda de acampar, verde y grande. Ed se colocó el rifle a sus espaldas, con la ayuda de un sujetador de cuero. También se puso el collar de "Héroe No.1" que habían encontrado en casa de Isabella. Quizás le serviría de amuleto. O quizás solo quería sentirse como uno de verdad.

De cualquier forma, con eso ya estaba listo para partir. 

Eran las siete de la mañana cuando el grupo salió del hotel, abriéndose paso entre la tormenta blanca que se arrastraba hacia el bosque. Se encaminaron en silencio, besando a Vera en la frente y luego colocándose las máscaras para salir. Todos confiaban en que no habría necesidad de decir adiós, de que era solo un hasta pronto.

Ed fue el último en salir. Le dedicó una mirada fría y nerviosa, pero sonriente en el fondo, como diciendo: "Tengo miedo, pero estaré bien". Luego se giró y caminó hacia el horizonte sin mirar atrás.

La voz de Vera gritando "¡Aquí los esperaré, muchachos!" los arrulló hasta que terminó por desvanecerse a sus espaldas.

"Claro que volveremos, Vera. Te prometo que volveremos".


Ed fue quien dio el primer paso.

De pie, ante el telón blanco que comenzaba la aventura, el bosque parecía tan místico como irreal. La sola idea de cruzarlo era un tabú que se había mantenido en el pueblo de Poloneira desde que empezó la maldición. Cualquiera que los hubiera visto, vestidos de manera extravagante y cargados como si fueran en una excursión, hubiera pensado que estaban locos. Probablemente era cierto. 

—Bien, entremos —Anunció Leonel, haciéndose el valiente. Sin embargo, su frase se quedó simplemente en eso, en una frase que no correspondió con sus acciones. No se atrevió a adentrarse al bosque, no hasta que alguien más lo hiciera.

"Tampoco puedo criticarlo... Es más, tengo que admitir que me han sorprendido. Esos dos eran los que más criticaban mi idea y míralos ahora: Ethan ha sido la cabeza de la operación desde el principio, y Leonel está tan concentrado en la misión que asusta. Estos días que hemos pasado, por muy pocos que sean, los han cambiado..."

Ed respiró profundamente. Tomó aire, aire fresco y natural. No sabía cuando podría volver a respirarlo. Miró hacia el cielo y caminó, movido por la inercia. Dio un paso. Luego dos. Cuando se dio cuenta, ya estaba dentro del bosque.

Los árboles crecían hacia el infinito, hacia un lugar recóndito y más allá de su visión, y el horizonte se perdía en medio de la niebla. El terreno era húmedo y empedrado, y había varios matorrales y huecos de tierra en el suelo.

Con todo, no había nada diferente. Quizás la temperatura, que con tan solo un paso había disminuido unos cinco grados. Por lo demás, todo se sentía normal y corriente. Demasiado, tal vez. Ni la niebla, que no hacía más que cosquillas en sus brazos desnudos y repletos de heridas. 

Ed miró hacia los demás, asintiendo. Esa fue la señal. Empezó a caminar hacia el Norte y los demás lo siguieron en profundo silencio.

—Aquí vamos —Ethan sacó una filosa navaja de sus bolsillos y marcó una enorme "X" en uno de los árboles. La señal de que habían pasado por ahí, y de que por ahí habría que pasar para regresar.

No era la única medida que habían tomado ante el bosque.

La noche pasada, antes de irse a dormir, Ethan los había reunido a todos para contarles su plan anti-maldición. El plan no podía ser más sencillo: Escribir. Básicamente, todos tenían que escribir en una parte de su cuerpo una frase, cualquiera, que podría servirles de guía para recordar más adelante.

—Verán, sabemos que la maldición no borra absolutamente todos los recuerdos —Había explicado Ethan, jugueteando con unos marcadores negros—. Siempre queda un remanente. Solo necesitamos ver una cara conocida o pasar por algún lugar para tener vagos recuerdos de eso. La idea es escribir una frase que signifique algo importante para nosotros. Puede ser un nombre o una cosa que hayamos hecho juntos estos últimos días. Algo que estemos seguros que nos ayudará a recordar, si así lo necesitáramos en un futuro. 

Ethan había explicado que escribirlo en el cuerpo era la mejor opción; el papel era frágil y podía ser modificado fácilmente. Y, además, no necesitaban recordar como tal la acción de escribir la frase, en algún momento se darían cuenta de que tenían algo escrito en el cuerpo.

La única regla era que tenía que ser una oración corta y simple: Algo fácil de entender y escribir, pero que tuviera un gran significado detrás. Por lo demás, la decisión era totalmente personal. Cada uno podía decidir que era importante para ellos y que querían seguir recordando.

¿Qué había elegido Ed?

"Estás en una aventura por convertirte en el aventurero que siempre soñaste ser".

La frase que resumía su travesía hasta el momento. Y, a la vez, una gran mentira. Su aventura era para encontrar valor en su vida, para convertirse en alguien digno e importante como su hermano. Omitía todas las cosas desagradables como la historia de su madre, y lo regresaba al punto de partida, al inicio. Cuando lo único que sabía es que quería ser un héroe.

Había elegido olvidar, una vez más.

"Me pregunto que habrán escrito los demás... " pensóatravesando el terreno indómito y salvaje.

Los primeros minutos fueron ciertamente tensos. Ed caminaba con la mano hacia atrás, esperando el momento en el que la bestia apareciese para desenfundar y disparar. Pero ese momento no llegó, y las hileras de árboles siguieron desfilando ante sus ojos. 

En un principio el grupo avanzaba de forma cautelosa, pegados los unos de los otros, cubriéndose las espaldas. Esto solo duró un rato; paulatinamente comenzaron a separarse, y lo que alguna vez fue miedo y expectativa se convirtió en cansancio y agobio.

Y es que el bosque de Poloneira era jodidamente agobiante.

El terreno no variaba en lo absoluto por mucho que avanzaran. Siempre parecían ser los mismos árboles, el mismo suelo. La niebla los dejaba con una visión muy limitada a su alrededor, por lo que tenían que tener cuidado de no tropezarse al andar. 

De vez en cuando se cruzaban con algún árbol caído, alguna planta rara y de colores, o alguna pequeña cueva formada en la mitad del suelo rocoso. Por lo demás, no encontraron nada nuevo ni fascinante, ni nada extraordinario les sucedió. Cuando se dieron cuenta, ya era mediodía.

El grupo se detuvo a descansar. Habían caminado durante toda la mañana, las piernas de Ed estaban por reventar (aturdido, además, por las heridas que se hizo en las minas). Ethan parecía sentirse sofocado por la máscara, y los demás no dejaban de transpirar gravemente y sudar. Y ni siquiera habían llegado al dichoso escondite o al otro lado del bosque, ni parecían estar cerca. 

Ed se sentó en una roca, lentamente, como si fuera Vera al sentarse en la silla del comedor. Leonel se había tirado en la tierra despreocupadamente, y parecía estar incluso tomándose una siesta. Bueno, al menos seguía siendo el mismo de siempre. Ethan y Bernadette hablaban amistosamente, apoyados en los árboles. Aurora veía con curiosidad una flor violeta que luchaba por salir de la tierra. 

Hubo un momento de paz y armonía, algo que parecía imposible en ese bosque de ensueño. Ed no quiso más que relajarse; cerró los ojos y despejó cualquier pensamiento de su mente. Al fondo... 

"Ese sonido... Creo conocerlo. Es débil y está muy lejos, pero... Sí, sin dudas. Es el sonido del agua correr. El sonido de un río. ¿Es posible que haya un río por aquí?"

La verdadera pregunta era, ¿Por qué no? Estaban en un bosque a fin de cuentas. Pero... ¿De dónde salía? ¿Y hacia dónde iba su caudal? Una innata curiosidad se apoderó de él, extrañado a la vez que intrigado.

Se levantó, pensando seriamente en explorar un poco. No sería una tarea fácil: El sonido parecía venir de todos los lados a la vez y era tenue, tanto que apenas se distinguía del ronronear del viento. Además, si se terminaba perdiendo habría cometido un error tonto y fatal. Tenía que ser muy cuidadoso si iba a avanzar.

—Ed, ¿Qué haces? —Mientras analizaba la situación, la voz de Aurora salió de entre medias de la neblina, portando una sonrisa azul en el rostro de la máscara. 

—Ah, bueno... —Ed se giró. Su voz salía despedida entre ecos—. ¿No escuchas eso, Aurora? Suena como un río, ¿no?

Ella guardó silencio, escuchando atentamente. Luego asintió.

—Es cierto... Un río, en esta zona... Que extraño.

—Sí, ciertamente lo es. Pensaba en acercarme un poco, pero no sé qué tan buena idea será —Dijo, moviendo el cuerpo hacia adelante. 

—Vamos —Ella decidió seguirlo, serena y confiada. Algo que le pareció cuanto menos curioso—. Sigamos nuestro oído, a ver que podemos encontrar. 

Tomó la delantera, abriéndose paso entre las finas ramas de los árboles. Ed la siguió, pendiente del camino de regreso.

—¿No sientes miedo, Aurora? —Preguntó. Ella se limitó a mover la cabeza.

—Casi no... ¿Piensas... piensas que es raro de mi parte? ¿El no sentir miedo estando en la situación en la que estamos?

—No, para nada. Técnicamente es lo mejor, ¿no? Afrontar esto de la forma más calmada posible... —Suspiró. "Ojalá pudiera decir lo mismo que tú, Aurora..." 

—¡Ah! Bueno... gracias, supongo... —Sonrió, de manera nerviosa. Se detuvieron por un momento, intentando localizar el sonido del río. Ya se había desvanecido en lo profundo del bosque.

—Maldición... Que difícil es guiarse en este lugar —Murmuró Ed. Desistió, emprendiendo el camino de vuelta.

—Sabes, Ed... —Habló Aurora, mientras caminaban. El ruido de las ramas siendo pisoteadas los acompañaba—. Siento que no te lo he agradecido lo suficiente... Desde que hablamos aquella vez en casa de Isabella, me siento más segura de mí misma... Ya no hay la misma preocupación que antes, solo paz... paz y alegría mientras estoy con ustedes —Asintió, toqueteando las mangas de su suéter.

El sonido del río volvió a incorporarse, débil y místico por partes. 

—Pero tiene cierta lógica, ¿sabes? —Siguió ella—. Digo... no tendría que tenerle miedo a esa tal bestia o al bosque, si yo he visto con mis propios ojos como luce un monstruo de verdad.

"Claro, tu padre... Ya sabes lo que se siente ver directamente a la oscuridad..." analizó, saltando sobre un tronco caído.

—Pero bueno. Hay algo que quiero mostrarte... Solo no te burles, ¡por favor! —Hablando seriamente, comenzó a levantar las mangas de su suéter—. Es esto. Lo que anoté en mi cuerpo para no olvidar... Sé que suena estúpido, pero quería enseñártelo.

Llevándose las mangas hasta sus hombros, dejó completamente desnudos sus delgados brazos. Los moretones seguían tan vivos como antes, empañando la blancura de su piel con un púrpura oscuro y desagradable. Y, sin embargo, ahora lo que más resaltaba eran las palabras escritas a lo largo de este, trazadas con una caligrafía fina y sorprendentemente impecable:

"La noche en la que viste el cielo llenarse de estrellas". Luego mostró el brazo izquierdo, que continuaba la frase: "Esa noche, él prometió salvarte".

Eso le impresionó. De entre todas las cosas que podía recordar... ella había elegido eso. Había elegido esa noche. Esa promesa. La promesa que hizo, tan galantemente, de salvarla y hacerla feliz.

—Oh, vaya... Que pena, eh... —Respondió, llevándose la mano a la cabeza. No lo iba a negar, estaba un poco nervioso (un poco, nada más)—. Quiero decir, no me esperaba que pusieras eso...

—Bueno, ya ves... —Ella apartó la mirada, ocultando aun más su reacción detrás de la máscara—. Además, es un bonito detalle... Antes mis brazos solo servían para recordarme lo malo de mi vida, las cosas horribles por las que he pasado... pero, ahora, también me recordarán de lo bueno. Encima de estos feos moretones, ahora hay esperanza en ellos. La esperanza que tú me mostraste. 

Ed sonrió. "Aunque no sabemos si regresaremos con vida de este bosque, aunque no tengamos ni idea de que pasó con tu padre... Ahí estás, siendo positiva. Y eso es gracias... ¿a mí? ¿Realmente puedo cambiar la vida de las personas?"

No supo cómo tomarse esa idea. Fue tanta la conmoción que el detalle del río quedó en un segundo plano. Tampoco es que pudiera hacer mucho más para encontrarlo, siendo sinceros. Simplemente regresaron donde los demás y tuvieron su merecido descanso por el resto de la hora. 

"¿Realmente soy digno de ser recordado, Aurora...?"

Aunque Ed no dejó de pensar en tal cosa. 


Para almorzar, Aurora instruyó al grupo en un método poco eficiente pero funcional: Colocar la tienda de campaña a mitad del bosque (no abierta al completo, para no perder demasiado tiempo), entrar, levantarse la máscara por unos segundos y sorber la sopa de lata (rala y picosa, por cierto), volvérsela a colocar y así sucesivamente hasta acabarla. Incómodo, pero no tenían alternativa. 

Ciertamente, Ed no esperaba tener que hacer una comida en el bosque. Según él, caminarían por un par de horas y llegarían al otro lado. Pero habían caminado durante una mañana completa y el panorama seguía igual. Ahora su mayor temor era tener que pasar una noche entera en el bosque, con lo peligroso y extraño que eso podía llegar a ser.

Tan solo deseaba llegar a algún lugar pronto (cualquiera, seguro que el bosque se encargaría de sorprenderlos).

Luego de comer, el grupo retomó la marcha.


La tarde se pasó de manera lenta y agotante. Para desviar la atención del cada vez más pronunciado cansancio de todos, Leonel comenzó a hablar disparates como bien sabía hacer y prontamente los demás se unieron a la conversación. Era casi surreal: Un grupo de cinco chicos casi indefensos se estaban enfrentando a la muerte mientras hablaban del lodazal del bosque, lo frío que estaba el clima, lo mala que era la comida en Poloneira y las películas que querían ver al regresar.

Ed también se incluyó, por supuesto. Se sentía tan agotado como los demás, con ganas de quitarse las máscaras y lanzarlas al aire, y solo deseaba que esa dichosa expedición acabara lo más pronto posible.

A partir de las tres de la tarde, más o menos, el panorama se complicó. El terreno se volvió más obtuso, y los árboles más grandes y robustos. La niebla empezó a sentirse pesada, como si pasara raspando su piel a través de la corriente. 

Pero lo peor era ese dolor de cabeza. En algún momento había comenzado a zarandearlos, sin motivo ni explicación aparente. Con cada paso que daban, más crecía y más vulnerables se sentían. Era tal que a las cinco de la tarde ya todos estaban mareados, con un insoportable dolor de piernas y un poco de fiebre. 

"¿Será esto la enfermedad de Poloneira de la que hablan? Pero, ¿no que las máscaras nos cubren ante esto? Y si de verdad es la maldición la que nos está afectando, ¿por qué seguimos sin olvidar cosas?" A pesar de que las preguntas sobrevolaban sobre su mente, Ed no se sentía en condiciones de responderlas. 

Comenzó a hacerse de noche. El sol llamaba a la luna, a punto de descender en el horizonte y descansar. El cielo, que apenas se veía entre las profundas capas de niebla, se pintaba de un azul cada vez más oscuro, un azul que prontamente se transformaría en un negro puro.

Y el miedo de pasar la noche en el bosque de Poloneira se volvía más real con cada paso que daban.

Claro, se habían preparado para tal eventualidad (no por nada empacaron linternas y esa gigantesca tienda de acampar). Pero una cosa es tener el plan en mente, y otra muy diferente es ponerlo en práctica. Perdidos al completo en ese páramo siniestro, y con esas incómodas máscaras en la cara, dormir se volvería una proeza digna de enmarcar. Y seguían sin encontrar nada en ese maldito bosque. 

Hasta que...

Al fondo, en un juego de extrañas y apenas visibles sombras, algo más empezó a emerger. Además de hileras interminables de árboles, que jugaban a ser rayas enormes y dispares alzándose al cielo, había como líneas uniformes y delgadas, levantándose rectas hacia arriba y a los lados. 

Mientras más se acercaban, más crecían y ganaban en longitud y profundidad. A la distancia eran apenas reconocibles, pero no pasó mucho hasta que Ed se diera cuenta de que representaban en realidad. Sacando las últimas fuerzas que le quedaban, se acercó corriendo al lugar donde pasaban de ser sombras a convertirse en algo real, algo tangible a la vista y al tacto.

—¿Qué carajos...? —Y esa fue su reacción natural. 

No dijo nada más. Solo se mantuvo inmóvil, aturdido, expectante a la llegada de sus compañeros y a sus reacciones. Tampoco es que pudiera avanzar mucho más, de hecho. 

Porque, levantado en medio de lo profundo del bosque, ese extraño y gigantesco cerco, de unos quince metros de altura, hecho de pilares de hierro y alambres de púas, marcaba el punto y final de su aventura. 

No había forma de atravesarlo. Ni tampoco parecía ser lo más recomendable.

Más allá, los árboles yacían muertos y la niebla era gris y espesa. Motas de hollín negro revoloteaban por los aires, arrastradas por el viento. Y un olor estupefacto emanaba y cubría toda la zona. 

La aventura hacia lo desconocido parecía haber llegado a su abrupto final y, a sus espaldas, la noche amenazaba con cubrirlos con sus negras y peligrosas fauces. 


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