18. Fantasmas del pasado
"Realmente... realmente hay fantasmas en esta cueva".
Aunque Ed ya había pensado en esta posibilidad (desde el mismísimo momento en que se adentraron en las minas), no fue hasta que se encontraron con aquel grotesco y descolocado cadáver semienterrado en el suelo que comprendió el verdadero significado de esta frase.
"Sí... realmente los hay. No son como las figuras transparentes o endemoniadas que se imaginan los demás... esto es peor. Mucho peor".
A escasos metros de él estaba el cuerpo de una persona. Bueno, lo que quedaba: Huesos demacrados y una figura estupefacta y frágil. Los restos de una persona que soñó, creyó y luchó. Cómo ellos. Una persona que se batió hasta el último suspiro con el miedo y las tinieblas, hasta que estas lo carcomieron entero.
Una persona sin nombre ni rostro. Sin una lápida que resguardara su identidad, sin personas que lamentaran su ausencia. Huesos y polvo inútil, un fantasma que yacía eternamente renegado al pasado.
Ed nunca había visto un cadáver en su vida, al menos de lo que podía recordar. Y aunque tuviera muy presente el concepto de muerte pues, técnicamente, se enfrentaban a ella en su lucha por Poloneira... enfrentarla de forma tan clara y directa, sin censura ni tapujos, le resultó verdaderamente impactante.
Un escalofrío recorrió su cuerpo. "Así. Así podríamos acabar nosotros, atrapados para siempre en estas minas o en cualquier otro lugar, olvidados al completo por los demás".
Una muerte vacía. Una existencia insignificante. Ed no quería acabar así. No quería terminar cómo ese montón de restos.
Descubrió, muy a su pesar, otro de sus miedos escondidos: El miedo a morir. Y eso le puso más nervioso que cualquier fantasma que rondara en esas endemoniadas minas.
Los demás se acercaron a ver el cadáver, morbosos, formando un semicírculo en torno a la zona del desastre. El lugar olía ligeramente a podrido, tanto que incluso Bernadette hizo una mueca de desagrado. Ethan ni siquiera quiso ver el cuerpo frente a frente. Se tapó los ojos, temblando. Leonel y Aurora lo miraron de forma curiosa, no queriendo acercarse más.
A partir de ese punto, el terreno se volvía incluso más inhóspito y temerario. El deslave de roca cubría buena parte del túnel, pero había dejado un pequeño espacio para transitar en la izquierda, en un pasadizo que se tenía que subir por ley agachado.
Al pasarlo, el corredor recto desaparecía por completo. Lo que seguía eran grandes bóvedas de tierra que sobrepasaban la altura promedio del túnel, conjuntadas con otras secciones donde la roca se había desplazado creando bloques de caliza, y desde donde el agua fluía y llenaba la tierra húmeda.
Había otros túneles extras a los lados de las paredes, ubicados de forma irregular, probablemente de excavadores que intentaban huir creando vías alternas de escape, o de personas que habían regresado a la mina y buscaban una zona más segura donde explorarla.
Ed tragó saliva. Más adelante los caminos se abrían, como fosas oscuras y sempiternas que atraían solo a valerosos aventureros dispuestos a explorarlas. Ninguna parecía segura, ninguna parecía ser la indicada. Sus compañeros se habían quedado atrás, hipnotizados aún por las vistas del grotesco espécimen humano.
Pasos, otra vez. Ed se sentía intranquilo en ese ambiente, mientras los sonidos de los pasos resonaban a la distancia, envolviéndolo con sus débiles ecos.
Algo crujió debajo de sus pies. Más huesos. Humanos, desquebrajados. Blancos y brillantes ante luz de la linterna, oscuros y tristes en la oscuridad.
Apretó los puños, evitando llamar la atención de sus demás compañeros para no asustarlos.
"¿Cuántos más cadáveres nos encontraremos en esta mina...?" se preguntó, apartando la mirada. Un pensamiento veloz iluminó su cabeza.
"¿Y si nos encontramos también los restos de Isabella...? Los restos de la periodista, y..."
Había algo extraño en la figura de aquella enigmática mujer. Ahora que conocía un poco de la historia del héroe original, Isabella era la persona que más dudas le generaba en su interior. Y todo por una idea que había nacido dentro de él desde que escuchó su nombre por primera vez.
"Y si ella..."
No, no era momento de pensar en eso.
Ed siguió avanzando, alumbrando todo el pasillo. Había restos de ropa vieja y rota esparcida por toda la tierra. Algunos zapatos y sandalias. Mochilas e incluso botellas de vino. Un panorama desolador, cuanto menos.
"¿Ah...?"
Sus ojos, atrapados en el agujero negro que tenía por delante captaron rápidos y ágiles... una sombra.
Una sombra moverse en las paredes.
"¿Qué...?"
Ed retrocedió. No había nada en la pared. Siguió avanzando, a partes curioso, a partes inquieto, y entonces...
—¡Ah...! — Esta vez no pudo evitarlo. Cuando algo se movió al fondo de esos estrechos y rudimentarios túneles se asustó por la impresión, dejando escapar un leve grito que él mismo se encargó de detener a tiempo.
—¿Ed? ¿Fuiste tú...? — La voz de Leonel se escuchó al fondo, preocupada y débil. Se escucharon sus pasos y como subía torpemente por el estrecho camino entrecortado por las rocas.
Ed no respondió. Se acercó a uno de los túneles en las paredes y lo alumbró directamente. No se veía el fondo, solo un estrecho camino que descendía hasta lo que parecía el mismísimo infierno. La sombra (mejor dicho, lo que sea que la estuviera produciendo) había entrado por ahí.
Era un camino ciertamente sospecho. Y estrecho, como para que solo una persona lo cruzase. Una persona valiente y atrevida.
"Bien... tengo que hacerlo. No me asustan los cadáveres ni los fantasmas... No me asusta nada de esto, ¿bien? ¿Bien?"
Se auto convenció, respiró profundamente, entrecerró los ojos y entró a duras penas por el diminuto lugar, caminando agachado y sosteniéndose de los bordes de las paredes.
Otro grito de sorpresa se escuchó a lo lejos.
—¡Oh, Dios mío! —La voz inconfundible de Bernadette llegó a sus oídos a través de ecos distantes. Probablemente ya habían encontrado los otros huesos del túnel, y si el primero los había asustado, no quería ni imaginarse sus caras al ver todo el camino repleto de ellos.
Más gritos de sorpresa, presuntamente de Leonel y Aurora, e incluso escuchó un goteo fuerte y repentino. ¿Ethan había vomitado?
"Yo los metí en esto, ahora me siento mal. Tengo que encontrar rápido las máscaras para que podamos salir de este maldito sitio. Rápido, rápido..."
Siguió escabulléndose por el pequeño pasadizo, sintiendo como la roca punzaba sus brazos y cortaba sus piernas. No sabía que tan profundo era, solo veía oscuridad e incerteza.
Tampoco se iba a arriesgar de más. Si veía que no llegaba a ningún lugar luego de bajar tanto, volvería a subir. No es que le tuviera miedo a lo que hubiera en lo profundo... solo, solo se sentía intranquilo. Y en parte mareado. Y bueno, el túnel parecía estar a punto de colapsar en cualquier momento, lo cual no era buena señal.
"¿Qué...?"
Lo último que Ed escuchó fue el grito lejano de alguien que llamaba a su nombre. Probablemente Bernadette. Se escuchó tan lejano, tan distante y borroso. Lo siguiente fue el ruido de la tierra venirse abajo y el de la roca retumbar.
Luego de eso, oscuridad y silencio.
"Desde el momento en que naciste, deseé que hubieras muerto".
Curiosamente, esa frase nunca le dolió. No era la primera vez que se lo decían y, si Dios le permitía sobrevivir por unos años más, no sería la última. Así había sido desde siempre. Así había sido ella.
"¡Ojalá pudiera intercambiarte por...! ¡Daría mi vida entera por tenerlo a él de vuelta y no a ti!"
La casa lucía tan vacía en ese entonces. En un abrir y cerrar de ojos, al ritmo feroz y voraz del tiempo, había perdido su brillo. Se había desnudado de su color. Todo se veía tan gris, tan irreal. Fragmentado, borroso. Como el recuerdo de haber visto una película en la televisión que te gustó, pero de la que ahora has olvidado la mayor parte de la trama.
"No sé qué estaba pensando al tenerte. ¡Eres solo un reemplazo! ¡Un maldito reemplazo!"
Lo único real de la sala era esa voz. Chillante, molesta, esparciéndose sin remedio. Contestar no valía la pena. Callarla no merecía su atención. Era un caso perdido, perdido desde hace ya muchísimo tiempo.
"Te odio... ¡Te odio, te odio, te odio!"
Y aun así... escucharla le dolía. Se había prometido que no le afectaría más, que los desvaríos de esa loca mujer le entrarían por una oreja y le saldrían por otra. Esa había sido su promesa. Solo así había logrado aguantar tanto tiempo.
Entonces...
Entonces...
Oh, diablos. Estaba chillando. Sus ojos se veían nublados y las gotas chorreaban por su cara. Se vio a si mismo llorando, sintiendo una pena ya olvidada, un desamor ya pasado. Pero que ahí estaba, que nunca se había ido. Que nunca se iría, hiciera lo que hiciera.
Pero no quería llorar más. Era fuerte. Se había prometido que lo sería. Solo los fuertes sobrevivían a ese mundo. Solo los fuertes podían seguir adelante.
Esa sería la última vez que lloraría, sí. Tenía que superarlo de una vez. Se había llegado el momento de crecer.
Se acercó a la mujer sollozando. Una mancha borrosa en la madera. Lo único que se distinguía era su camisa rayada, a partes iguales blanca y negra. No podía verle el rostro, oculto entre sus largos cabellos. Quizás simplemente no lo recordaba. Quizás era lo mejor olvidarla.
Sus pasos sonaron inseguros. Ecos y ecos de memorias distantes. Acercó su mano, levantó su cabeza. Aun quería ver su rostro, aunque fuera por última vez. Aun...
Ella abrió los ojos.
"¡Ed...!"
¡Ed!
Cuando Ed despertó, lo único que observó fue oscuridad. Giró la cabeza, pero no pudo ver más allá de sí mismo.
—¿Qué... qué pasó...? —Susurró, luchando por escucharse. Su voz se esparció por el vacío, débil y frágil, así cómo él se sentía en ese momento —Ah...
Intentó levantarse. La humedad rodeaba su espalda, sintió los roces de la roca punzar su mano cuando se apoyó en ella. Su cuerpo entero tronó, las articulaciones de sus brazos chillaron de dolor. Un fuerte cosquilleó nació en su cabeza.
Un túnel. Las minas. Ahora lo recordaba mejor.
Resopló, desalentado. Al internarse en lo profundo de aquel estrecho túnel, probablemente había llegado a una zona inestable y hueca, donde cayó junto con un buen puñado de roca y tierra. No había señales ni de sus compañeros ni de otros túneles cerca. Estaba solo, perdido en la inmensidad de desconocidos pasajes, agotado y con el cuerpo pesado y adolorido. No pintaba muy bien que digamos.
Se apoyó sobre sus brazos, levantando medio cuerpo hacia arriba. Sintió un goteo proveniente de su frente y la palpó con su mano sucia. Además del sangrado, habían restos de algo metálico y cortante en su frente. El casco.
Aunque los años le habían pesado, pues se había desquebrajado en buena parte, el casco cumplió su función: Lo salvó de un golpe fulminante en la cabeza. Le tendría que agradecer a Bernadette la próxima vez que se vieran, gracias a su infantil juego seguía con vida.
Teniendo en cuenta eso, su situación podría ser peor. La caída pudo haber sido mucho más severa, tenía suerte de estar consciente y moverse. Bueno, a duras penas, pero podía moverse.
Se arrastró por el duro suelo. Se movía agachado, tanteando el terreno, un paso a la vez. Su respiración apenas se oía y eso comenzaba a agobiarle. No quería admitirlo, pero estaba nervioso. Nervioso de no encontrar una salida, nervioso de escuchar estos extraños ruidos de nuevo. Nervioso gracias a esos extraños recuerdos que comenzaban a despertar en él. A esos fantasmas del pasado que empezaban a atacarle.
Ya comenzaba a ver más de estos últimos.
El recuerdo era cada vez más claro, la dirección hacia donde apuntaban más certera.
Aunque no tuviera sentido, aunque no quisiera comprobarlo... cada vez estaba más seguro de su pasado. De un detalle, al menos.
"Y vaya que detalle..." pensó, sarcástico. "No podía ser otra cosa, no. Tenía que ser justo eso".
Su mano desnuda chocó con una pieza de acero, larga y cilíndrica. La lámpara, pensó avispado, y la encendió lo más rápido que pudo. Entonces obtuvo luz. Finalmente, algo de luz.
El pequeño rayo iluminó parte del suelo, la caliza reflectando el fulgor blanquecino. Alumbró hacia atrás y se dio cuenta de todas las rocas que había arrastrado tras de sí, las cuales obstruían el paso y tapaban cualquier posible entrada.
Tenía dos opciones: O esperar a que uno de sus compañeros llegase a rescatarlo, o seguir caminando en busca de otra salida. Luego de pensarlo eligió la segunda.
Al final pudo pararse, caminando pegado a la pared, sosteniendo parte de su costado derecho en la cortante roca. Cojeaba, y de vez en cuando tenía que pararse a revisar su frente, esperando que el sangrado no se extendiera demasiado rápido. Sostenía con la mano izquierda la lámpara que alumbraba de forma zigzagueante su camino. Sus pasos sonaban lentos y profundos gracias al eco. Su respiración cansada acompañaba al sudor.
Por lo demás, todo era silencio.
Un profundo y abismal silencio.
Que caía más pesado que una capa de acero en su espalda. Que lo asfixiaba como si estuviera sumergido en lo profundo del agua.
Ed se comenzaba a desesperar. Tenía que salir de ahí, maldita sea, tenía que salir. O el miedo lo carcomería. O los fantasmas lo arrastrarían a su reinado oculto. O sus heridas lo destrozarían, convirtiéndolo en un cadáver más que reposaba eternamente en las minas.
Ninguna de esas opciones sonaba agradable, precisamente.
El mundo dio vueltas a su alrededor. De la nada, una ráfaga imprevista de aire frío lo azotó y sintió sus fuerzas venirse abajo. Cayó sobre sus manos, sosteniéndose apenas en la punta de unas rocas. El sudor se deslizaba grácilmente por su cara, empañando sus ojos. Estaba a punto de desmayarse.
Pero no podía...
Tenía que continuar. Si quedaba inconsciente dentro de esas minas podría ser mortal. No le quedaba de otra: Continuar o morir. Sí, tenía que continuar. Continuar, continuar...
"Ah..."
De nuevo pasos. Ruidos extraños. Los siguió con el oído, los maldijo en sus adentros. Levantó la cabeza hacia adelante, apenas viendo a través de sus párpados caídos. Con un movimiento raquítico iluminó la zona que tenía hacia adelante, y...
Se estremeció.
A unos metros delante de él, estaban enterrados un par de zapatos de mujer.
Negros, al estilo mocasín, con un pequeño lazo sobresaliendo en las puntas rotas y cubiertas de polvo. Había uno tirado hacia arriba, y unos metros más adelante el otro, que relucía sus desgastadas suelas por la humedad.
Un panorama extraño, casi irreal. ¿Qué mujer había muerto por ahí, dejando unos zapatos tan formales como esos en las minas?
"No... no puede ser..."
Tragó saliva. Era extraño que solo estuvieran los zapatos, si seguía avanzando de seguro se encontraría con algún objeto más. Con las últimas señales de vida de una persona que, como él, se perdió en las minas y nunca volvió a salir. Sus últimos gritos de auxilio.
Los restos de...
Se encontró con más cosas perdidas. Collares, un viejo reloj de pulsera y un arito de oro. El camino estaba repleto de esos viejos tesoros que conformaban un panorama espeluznante ante sus ojos. Quizás ella se había despojado de su ropa debido al calor, o para caminar de forma más rápida.
O simplemente porque estaba desesperada. Esa opción era más válida.
Siguió arrastrándose por las minas hasta que vio un bulto blanco sobresalir del terreno, brillando tenuemente ante la luz. Se acercó, lo desempolvó lentamente y le dio la vuelta.
Era una camisa de rayas blancas y negras, vieja y holgada.
"Rayas blancas y negras... igual que..."
Ed la dejó caer al darse cuenta de ese detalle.
Más adelante había otro deslave de roca, que obstruía buena parte del paso y dejaba apenas espacio para un pequeño hueco, donde cabía una persona agachada a lo mucho. Parecía ser un hueco aislado, que no llevaba a ninguna dirección y que terminaba abruptamente con el pasadizo.
Se acercó al hueco, intentando encontrar alguna salida extra. Al posicionarse de manos, reptando por el suelo, sintió como sus palmas pasaban raspando por un objeto duro y metálico.
Reaccionó, sacando la mano rápidamente. El objeto, que apenas se distinguía en el suelo, era una billetera. Su mano había pasado raspando con el borde metálico de la misma.
Cuando Ed la sacó estaba dada la vuelta, por lo que dejó caer todos los papeles que guardaba dentro de ella. Giró la linterna para observarlos con detenimiento.
Documentos de identidad, algunas monedas y un viejo pin de acero. Y dos fotos. Dos fotos, de su familia.
"Ah... ¿Qué carajos...?"
Esa fue toda su reacción.
Medio asustado, medio sorprendido, pero por sobre todo... decepcionado. Incrédulo.
El mundo a su alrededor perdió el sentido, se derrumbó como la mina, arrastrándolo hasta el fondo. Quiso vomitar y su mirada se ensombreció.
Las cosas comenzaron a encajar, los detalles se acomodaron espantosamente en su cabeza, formando un rompecabezas limpio, directo, que apuntaba a una sola dirección.
Y de todas las posibles... esa era la peor.
Los documentos eran de Isabella Cáliz.
La primera foto era de su familia, con su esposo Elías y su hijo Ulises sonriendo ante un enorme pastel. En el pie de la foto decía: "Para mi queridísimo hijo, que hoy cumple sus 15 años. ¡Felicidades, mi vida! 25-04-93".
La segunda foto no tenía una nota tan expresiva. Decía simple y llanamente "Ed" y mostraba a un pequeño niño de como 4 años abrazado a su madre de pelos largos y negros. Pero mientras el niño estaba feliz...
La mirada de la madre era seria y atemorizante.
Ed ya no quiso entrar al hueco. Ahora estaba seguro, en un mil por ciento, que ahí estaba el cadáver de la mujer a la que pertenecían todas esas cosas.
El cadáver de su madre.
Y, conectando todos los extraños hechos alrededor de ella junto con esas nuevas evidencias...
Ed lo comprendió todo. Porque no habían encontrado ningún rastro de él en la casa o en las notas de la periodista. Porque su existencia parecía ser un misterio hasta para él mismo.
Ed era el hijo maldito de Isabella, el hijo al que ella siempre desprecio y quiso borrar de su vida.
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