15. El camino a seguir
Esa noche, Ed tuvo un sueño.
Un extraño, caótico y repentino sueño que a la mañana siguiente apenas y pudo recordar.
Cuando despertó, este ya le había producido una terrible jaqueca que seguramente se mantendría por el resto del día.
—Ah... ¿Qué fue eso? —Bostezó, adormitado aún.
En el sueño escuchaba a una mujer llorar desconsoladamente. Solo podía mirarla de lejos y escuchar sus gritos como lejanos ecos. Intentó acercarse, pero no pudo. Intentó hablar pero ninguna palabra salió de su boca. Intentó verle el rostro pero ella se ocultó detrás de sus largos cabellos.
Lo único que podía hacer era presenciar los histéricos sollozos de la mujer, sentir sus quejumbrosos lamentos en su piel.
"¡Maldito!" Gritaba.
"¡Te odio con toda mi vida!" Chillaba.
"¡Eres el mayor error que cometí!"
Al abrir los ojos, la mayor parte del sueño se había perdido entre sus memorias.
—Ah... ¿Qué pasa, cariño? —La voz suave y ronca de Bernadette lo hizo girarse.
El grupo había pasado la noche en casa de Isabella, tal y como habían previsto. Leonel y Ethan dormían al otro lado de la sala, y Aurora se había acomodado en uno de los sillones. En el otro sillón en teoría estaría Bernadette, pero de alguna forma terminó durmiendo recostada sobre su hombro. Probablemente había pasado la mayor parte de la noche ahí.
Bueno, eso tampoco le molestaba mucho. Mientras ella durmiera así, de forma dulce y hasta cierto punto inocente, sin dobles intenciones de por medio, no habría problemas. Aunque se preguntó si esa actitud tenía algo que ver con la poca privacidad del lugar, y si estuvieran solos las cosas serían diferentes.
—No es nada... —Respondió, secamente, mientras maldecía su ya recurrente dolor de cabeza.
—¿Cómo te sientes, cariño? ¿Mejor que ayer? —Preguntó, sin abrir los ojos.
Ed se paralizó.
"Ayer..."
—Sí, mucho mejor... No te preocupes por eso—Mintió, manteniendo fijamente la mirada en el horizonte.
"Ayer... ayer me di cuenta de que el héroe de Poloneira se suicidó al comienzo de la maldición, y que su cadáver yace en una de las aulas del antiguo colegio".
Después de haber leído cuidadosamente el diario de Isabella Cáliz, revisando hasta el mínimo detalle de esas páginas arrugadas y mohosas y de esos irregulares e insólitos escritos, el grupo se paró en seco. Todos guardaron silencio por unos minutos, impactados y procesando la información.
Lo que había escrito en ese diario no tenía precio: Era, sin lugar a dudas, el relato más completo de los primeros meses de Poloneira que podían encontrar. Ed tenía que admitirlo, habían encontrado muchísimo más de lo que esperaba.
Pero, a cambio, se hallaban ante una nota cuanto menos desesperanzadora.
"El héroe se ha suicidado. Dice que nadie debería saber la verdad de Poloneira".
Con esas palabras en mente, Ed había subido de regreso a la segunda planta en busca del cuarto cerrado, seguro de que esa era la habitación que alguna vez le perteneció al aventurero de Poloneira. Sin pensarlo demasiado, la abrió con una poderosa patada, repleta de adrenalina, y la puerta cayó en pedazos, esparciendo cortinas de polvo y trocitos de madera.
Desgraciadamente, en el cuarto no había nada interesante.
Una cama vacía y despojada de todo (colchón y cobija), y un pequeño armario con varias prendas viejas y polvorientas fue todo lo que pudieron encontrar. Bueno, había algo más.
Un pequeño collar, de hilo grueso y dorado, que se unía con una especie de relicario de madera, hecho a mano y con la inscripción "Héroe No.1" en él. Probablemente un regalo que Isabella le hizo a su hijo cuando aún era un niño.
Ed había guardado el collar para sí, atraído ahora que conocía la historia completa de la periodista y el devoto amor por su hijo. Pero, además, sentía una extraña sensación de nostalgia sosteniéndolo en su mano. Una sensación de nostalgia... ¿y decepción?
Sea como sea, el conocer la historia del héroe había calado en los ánimos de todos. Ed se sintió perturbado luego de escucharla, y no pudo quitarse esa inquietud durante toda la noche. Después de comer, el grupo decidió no tocar más el tema.
Probablemente notaron la indisposición de Ed, visiblemente nervioso y con un irritante palpitar en la cabeza. Además, querían discutir todo el asunto estando con Vera, la voz de la experiencia en la ciudad, por lo que podían descansar en lo que quedaba de noche.
Cuando Ed despertó ya era de buena mañana. Los demás seguían durmiendo (excepto Bernadette, quien estaba bien acomodada junto a él), y se alcanzaba a ver como la niebla se dispersaba por la ventana, regresando paulatinamente al bosque y despejando las vistas de la ciudad muerta y fría de siempre.
Ed sacó el collar de su bolsillo izquierdo, somnoliento. "Héroe No.1", decía.
"Algún día, ¿alguien me considerará el héroe No.1 también? Solo espero no terminar como el héroe original. No puedo acabar de esa forma".
"Pero... ¿por qué el héroe original se suicidó? ¿Cuál es la verdad de Poloneira?"
Preguntas sin respuesta se amontonaban en su cabeza, espesas y poco claras como la niebla del exterior. Un rato después Leonel despertó, bostezando de forma ruidosa, y más tarde Ethan y Aurora hicieron lo mismo.
Bien de mañana, el grupo abandonó la casa de Isabella y regresó al hotel en sus bicicletas. El ambiente distaba completamente del tono despreocupado y alegre con el que entraron la noche anterior. Por primera vez, todos se habían dado cuenta de la seriedad del asunto. Y Ed dudó que pudieran repetir momentos tan joviales como el de la bengala a partir de ese momento.
—Así que todo este tiempo el héroe ha estado muerto, colgado en una de las aulas del colegio, ¿eh? —Se pronunció Vera, luego de un rato de incómodo y profundo silencio.
Sorbía lentamente su habitual taza de café, mientras miraba de reojo los viejos papeles que el grupo había traído a la mesa. Estaban en el sótano-comedor del hotel, reunidos en un círculo en torno a ella, en tanto el ruido del agua hervir en la cocina les hacía compañía. Dio un sorbo más antes de seguir hablando.
—Supongo que la historia de un héroe que regresaría del bosque a salvarnos era demasiado buena para ser verdad... —Suspiró, resignada.
—Realmente me siento mal por toda la gente de la ciudad. Tantos años creyendo en esa leyenda, y al final resulta que el héroe murió sin pena ni gloria en la propia Poloneira—La mirada de Ethan se perdía en el humo del café, recostado en la pared del sótano.
—Ciertamente... —Vera dio por finalizada su taza—Bueno, cosas que pasan. Ahora hay algo más importante de lo que hablar. Esto va para todos, en especial para ti, Ed—Lo observó fríamente—¿Aún están dispuestos a seguir con la idea de salvar a la ciudad?
—¿Por qué para mí, Vera? —Ed alzó la cabeza, expectante.
—Muchacho, tú eres el más terco del grupo. Si a los demás les digo que paren, seguramente lo harán. Pero tú eres capaz de intentarlo por tu cuenta, ¿me equivoco?
Ed simplemente asintió. Tenía razón.
—No digo que sea algo malo. De todas formas, fui yo la que te motivó en primer lugar. Por eso mismo, chicos, si algo les llegará a pasar me sentiré culpable el resto de mi vida. Tienen que estar convencidos de querer continuar, aun conociendo el cruel destino que sufrió el héroe y del que pueden ser presas también ustedes.
El tono severo y directo de Vera conmocionó a todos en la habitación. Nadie se atrevió a responder nada, inseguros de sí mismos y de su plan. Explorar la ciudad en busca de pistas era una cosa, pero a partir de ese momento tendrían que enfrentarse a bestias sobrenaturales, bosques infinitos y una maldición que escapaba de cualquier lógica. Si querían dar un paso al costado, ese era el momento.
—Yo continuaré—Afirmó Ed, esforzándose por sonar seguro—Y espero seguir contando con su apoyo. Ya hemos descubierto la historia oculta de Poloneira, ¿no les parecería un desperdicio detenerse llegados tan lejos?
Hubo un silencio aún más incomodo que el anterior. Ed se quedó mudo, inmóvil, buscando esas palabras de aliento que se le habían escapado repentinamente de la lengua. Su voluntad seguía siendo la misma y no estaba dispuesto a rendirse. Pero, ¿sus compañeros también pensaban lo mismo? ¿Aún seguían confiando en él?
—¡Claro, hermano! —Y la ruidosa voz de Leonel vino a caer como un alivio liberador—Yo tampoco quiero rendirme, más ahora que la verdadera diversión está a punto de comenzar.
—Si él lo dice, yo también me apunto—Rápidamente se le sumó Ethan, palmeándolo en el hombro—Alguien tiene que cuidar que no hagas más tonterías.
—¡Y yo seguiré a mi cariño hasta el fin del mundo! —Bernadette se dejó caer en la silla, mirando de reojo a Ed.
—Chicos... —Ed sonrió. No sabía cómo ó cuando, pero comenzaba a encariñarse con ese grupo. Ahora más que molestos, le parecían ciertamente agradables. Y, si hacía el enorme esfuerzo de tragarse su orgullo, tenía que admitir que sin ellos no hubiera llegado tan lejos. Verlos a todos ahí, reunidos, lo reconfortó. Lo reconfortó y en gran manera—Y tú, Aurora, ¿vas a seguir con nosotros?
—Hm... —Ella ladeó la cabeza, dudosa, aunque terminó asintiendo—Claro... claro, seguiré con ustedes... Aún no olvido la promesa que hicimos, Ed.
—Yo tampoco, Aurora. No la olvidaré hasta cumplirla—Le sonrió. No podía considerarse un héroe real si no era capaz de salvarla a ella y a su padre.
—Ay, parece que pasar la noche juntos los unió—Vera se recostó en su silla, complacida—Bien, entonces ya todos saben cual es el siguiente paso, ¿no?
—Explorar el bosque—Respondió Ed, categóricamente.
—Y para eso necesitamos las máscaras de acero que el héroe ocultó en lo profundo de las minas—Añadió Ethan.
—Nuestro siguiente objetivo son las minas de Poloneira, ¿eh? —Leonel sonrió, con los brazos cruzados—Y bien, ¿Cómo pensamos hacer eso?
Todos en la habitación guardaron silencio, pensativos. Vera tomó la iniciativa.
—No es necesario que se los recuerde, pero por si acaso: Explorar las minas no es un juego. Los interminables y estrechos pasillos que la conforman han sido la tumba de incontables personas a lo largo de la historia, mucho antes incluso de la maldición. Además, la estructura debe estar débil y en precarias condiciones. El peligro de un segundo derrumbe es real, tanto como la posibilidad de que puedan perderse. Tengan eso en mente.
—Gracias por los ánimos, abuela—Se mofó Leonel, en confianza.
—Pero tienes razón, Vera—Dijo Ethan—Tendremos que prepararnos adecuadamente. Llenar las mochilas de comida y agua, y llevar una linterna para cada uno. También una de esas cosas de medicinas que se pueden llevar a cualquier lugar.
—Primeros auxilios... —Añadió Aurora, en tono bajo—Creo que así se llaman.
—Si les sirve, tengo algunas gazas guardadas por ahí. Y algo de alcohol—Les respondió Vera—Como consejo, si se encuentran un pasillo repleto de rocas, busquen otro camino. Sería muy peligroso de su parte ponerse a excavar sin la experiencia o las medidas de seguridad adecuadas.
—No es como que tengamos las herramientas para eso, abuela—Replicó Leonel, curioseando las cajas del sótano.
—Sería de gran ayuda si pudiéramos llevar un mapa de los túneles... —Dijo Aurora, pensativa—En la biblioteca tienen que haber registros de trabajos previos a la maldición... Ah, no se preocupen, yo puedo encargarme de eso.
—¡Yo iré contigo, dulzura! ¡Será una salida de chicas, sí! —Se apuntó Bernadette, y la cara de Aurora demostró sorpresa y extrañeza a partes iguales.
—Se lo dejamos a ustedes, entonces—Concluyó Ethan—Pero eso solo nos servirá de guía. Teniendo en cuenta la historia del diario, el terreno debe ser diferente gracias a los trabajos que se hicieron al principio de la maldición. De igual forma, no sabemos donde ocultó las máscaras el héroe... si es que de verdad lo hizo para empezar.
—He estado pensando en eso también... —Aurora se llevó la mano a la quijada—Me preocupa lo que dijo Isabella, después de la parte del derrumbe.
—¿Te refieres a la parte de los fantasmas, Aurora? No me digas que de verdad crees que hay algo así—Refunfuñó Leonel.
—Bueno, según la historia también hay una bestia suelta por ahí. Lo de los fantasmas no suena tan descabellado en mi opinión—Dijo Ed.
—Si de verdad el lugar está repleto de fantasmas, ¿Qué vamos a hacer, cariño? ¡Me da miedo de solo pensarlo! —Bernadette lucía genuinamente aterrada con la idea.
—No hay que darle muchas vueltas por el momento. Hay muchos detalles que Isabella menciona que no sabemos si son ciertos—Afirmó Ed, en un intento por tranquilizarla.
—Hablando de eso, me sorprendió que ella en una parte menciona tú nombre—Apuntó Ethan, y Ed se paralizó—¿Qué crees que significa eso? Por más que lo pienso, si vienes del exterior eso no tiene sentido.
Ed no respondió, cabizbajo. Ethan había dado en el blanco.
Lo cierto es que ni él tenía un argumento para luchar contra eso. El hecho de que Isabella lo mencionara confirmaba, casi con certeza, que él ya había visitado esa casa en algún momento de su vida. Eso explicaba también los extraños escalofríos que sintió al entrar, y la inexplicable ansiedad que lo agobió durante todo el tiempo que se mantuvieron dentro.
Pero también estaba seguro de que venía del exterior. ¿A quién le creería, entonces? ¿Cómo saber cuál es el lado correcto de la historia cuando tus recuerdos son más espesos y deformes que la niebla misma?
"¿Podría ser...? No, eso es imposible. Totalmente ilógico. No tendría sentido si fuera así, ¿no es así, Ed?"
"Por favor dime que no es así".
—No te ralles por eso, hermano. Seguro que es una coincidencia—Leonel se acercó a animarlo, sonriendo—Al principio nos dijiste que tenías recuerdos del exterior, ¿no? ¿Qué más pruebas necesitas?
Ed levantó la cabeza. Tenía razón. Leonel tenía razón. No eran recuerdos cualesquiera, eran recuerdos de un sueño cumplido, de un paisaje que no se igualaba a ninguno otro visto en Poloneira.
Recuerdos de una vida libre, de una vida feliz. Memorias del aventurero que exploró hasta los rincones más profundos del mundo exterior. Si tenía que creer en algo, que fuera en eso.
—Sí, tienes razón Leo... Claro, tengo esos recuerdos, los tengo—Sonrió. Pero...
En el fondo solo quería creer que era especial. Que era diferente.
Y cada vez estaba menos convencido de tal cosa. Era una sensación ciertamente alarmante.
—Bueno, puede ser. Tengo que confiar en el líder, ¿eh? —Ethan desistió—Hay muchas cosas que no terminan de cuadrar en ese relato, de todas formas.
—Hay otro detalle que me llamó la atención—Dijo Aurora, tímidamente—Hm... actualmente el tiempo que tarda la maldición en hacer efecto es como de un mes, ¿no?
—Un mes, pero puede variar. ¿Por qué? —Ethan se interesó.
—Ah... es que... —Dudó. A Aurora siempre le daba pena exponer sus ideas, por más ciertas que fueran—En el relato a Isabella le tarda más tiempo en hacer efecto... Entre 3 y 4 meses...
Ethan dejó escapar un suspiro de sorpresa.
—¡Cierto! —Hizo una mueca, luego se puso a analizar—¿Será que con el tiempo la maldición se ha hecho más fuerte? Pero... ¿Por qué?
—Quizás simplemente le hizo efecto tardío—Leonel le restó importancia, despreocupado—Hermano, esa tipa acabó loca de remate al final. Nosotros no hemos perdido la cordura luego de tantos años. No creo que debamos de preocuparnos por ese detalle.
Pero Ethan tenía un punto, se dijo Ed a sí mismo. Habían muchas cosas que desconocían aún; el funcionamiento de la maldición entre esas. La posibilidad de que no siempre fuera igual dejaba la puerta abierta a muchas teorías.
A pesar de todos los descubrimientos, seguían muy lejos de conocer la verdad. Ed entendió que le quedaba un camino largo y complejo si quería igualar al héroe, aun más si quería superarlo. Pero tenía que probar que era un aventurero digno. Una persona capaz de salvar un pueblo entero.
"Si encuentras el tesoro de Poloneira..." la frase del alcalde resonó en su cabeza. Ahora que sabía donde estaba oculto, en la base secreta que el héroe había dejado en el bosque, su prioridad sería llegar hasta él. De seguro que, estando ahí, también sería capaz de recordar el camino para salir de Poloneira.
Pero primero... Había un detalle que no podía pasar por alto.
La brisa del mediodía hizo revolotear sus cabellos. El cielo se veía tan nublado como siempre, y las calles tan solitarias como de costumbre. Poloneira no parecía haber cambiado mucho desde los tiempos de Isabella.
Al final, el grupo tuvo que dividirse. Aurora y Bernadette fueron hacia la biblioteca, y a último momento se les unió Leonel. Teniendo en cuenta la cercanía de la biblioteca con la alcaldía, Leonel había dicho que un segundo encuentro con el alcalde era muy probable.
"¡Pero no se preocupen, yo las protegeré!" había gritado, orgullosamente. Aunque para ser sinceros, Ed confiaba más en las chicas que en él. No necesitaban protección, pero Ed tampoco intentó detenerlo. Quedarse solo con Ethan le beneficiaba, de todos modos.
Así podía ir a su rollo. Mientras él se encargaba de preparar las mochilas y conseguir todos los recursos necesarios para la exploración, Ed había salido del hotel diciendo que tenía algo que comprobar en la ciudad.
El sonido de las cigarras sobrepasaba al de los pastorales danzar con el viento, y las tres plantas que conformaban el edificio se veían más desechas y corroídas de cerca. La cinta amarilla que impedía la entrada al establecimiento estaba rota y pendía frágilmente a unos centímetros de altura, por lo que no fue difícil de cruzar.
Fue así como entró al lugar más misterioso de toda Poloneira.
El colegio abandonado.
El lugar donde el héroe se suicidó. Y donde, según Isabella, descansaba su cuerpo en perfecto estado y sin descomponerse.
Eso es lo que había ido a ver. La curiosidad por conocer el rostro del héroe, aunque sea estar en el mismo lugar donde murió, había podido con él y nada lo detendría hasta verlo con sus propios ojos.
O al menos eso pensaba.
Porque cuando se encaminaba hacia la entrada principal, una vieja puerta de acero oxidada, la presencia de alguien más lo sorprendió.
Y no era alguien cualquiera.
La mismísima mujer de blanco que tanto lo había atormentado estaba ahí, parada solemnemente, mirándolo fijamente, esperando su llegada tranquilamente.
Y cuando las miradas de ambos se cruzaron, en un segundo que pareció una eternidad, el mundo alrededor de Ed perdió todo el sentido.
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