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12. Un cielo vacío (Parte I)

El cielo nocturno de Poloneira era realmente deprimente.

Era la primera vez que Ed lo veía con tanta claridad (al menos de lo que podía recordar), y no pudo evitar sentirse abrumado ante su inmensa oscuridad.

A esas horas, las calles y edificios de Poloneira no eran más que un conjunto de sombras rodeadas por la sombra mayor, la sombra del bosque. Las pocas casas que se veían iluminadas por velas caseras resonaban en la ciudad como pequeños puntitos amarillos y distantes, y algún que otro farol se esforzaba afanosamente por iluminar su calle, aunque el resultado no tuviera recompensa. 

La brisa elevaba y arrastraba por las aceras papeles y montículos de polvo, residuos de una ciudad que cada día generaba menos basura y que, de igual forma, a menos gente le importaba a dónde iba a parar. La luna comenzaba a salir, pequeña pero clara, como una mancha blanca en el negro óleo. Filas y filas de inmensos árboles, que ensombrecidos parecían míticos gigantes, los rodeaban junto a una abrumante niebla que se acercaba a paso paulatino a la ciudad. 

—Vamos, hay que apresurarnos—Avisó Ethan, alumbrando el camino con una de las linternas. 

Cómo ellos parecían conocer el camino hacia la casa de la misteriosa periodista, Ed no tuvo problemas en relevarles el mando de esa excursión. No le importaba mucho lo que fueran a encontrar, solo quería salir de la duda y al siguiente día amanecer con un objetivo diferente.

Eso sí, aún no sabía cuál sería ese objetivo. Tenía toda la noche para pensarlo, de todos modos. 

Atrás de ellos una Aurora en plenitud de concentración pedaleaba, luchando contra el cansancio y el equilibrio. "Quizás haya sido mala idea dejar que condujera sola una bicicleta, si apenas acaba de recordar cómo se hace" pensó Ed, pero la cara de satisfacción de ella al sentir el viento revolotear su blanquecino cabello le calmó. "Bueno, lo está disfrutando".

Luego de un rato cruzando interminables pasajes y silenciosas avenidas (a la par que espeluznantes), Ethan dejó escapar un eufórico "¡Ahí está!" y todos se detuvieron al unísono. Frente a ellos, una casa doble de ladrillos, con la entrada descuida y las ventanas cubiertas de mugre. No se veía ni una sola luz desde dentro, ni siquiera de las casas vecinas. 

—¿Seguro que es aquí, hermano? Parece una casa abandonada, sin más—Preguntó Leonel, bajándose de la bicicleta.

—Tendría que serlo. Lo comprobamos, ¿no es así, Bernadette? 

—¡Exacto! —Bernadette apoyó a Ethan y se dirigió a la puerta—¡Miren aquí! Casa B-37, tal como dice el documento—Y alumbró el buzón que contenía la dirección de la casa, desempolvándolo y mostrando sus letras de metal. 

—Parece que ya nadie vive aquí... —Dijo Aurora, sudando—Eso es que la señora Isabella murió, o se mudó a otra casa.

—En todo caso tenemos que revisar. Puede que ya no viva aquí, pero haya dejado una pista que nos indique donde buscarla. A estas alturas ya no podemos volver al hotel sin que nos atrape la niebla—Afirmó Ethan, tomando la delantera y empujando la puerta, que se abrió sin esfuerzo alguno.

Antes de entrar, Ed miró hacia el norte. La espesa niebla ya comenzaba a acercarse a ellos, devorando calles y calles como una tormenta. "¿Realmente olvidaré todo si estoy en medio de ella?" se preguntó, pero no era el momento de comprobarlo. 

Mirando de reojo la ola blanca, entró finalmente a la casa abandonada.

Y entonces...

"¿Eh?"

La casa lucía increíblemente desolada, como si nadie hubiese puesto un pie adentro en años, mucho menos habitado en ella. El piso estaba sucio y lleno de marcas, y las paredes cubiertas de telarañas. Los pocos muebles que habían ya lucían podridos, carcomidos por los animales. Ethan y Leonel se encargaron de iluminar la amplia sala a la que entraron, mientras las finas nubes de polvo flotaban en medio de la tenue luz de las linternas.

—En definitiva, tendríamos que haber venido de día. No veo un carajo a estas horas—Dijo Leonel, caminando cautelosamente.

Ed no respondió.

—Hay que sacar las velas de la mochila. Hay otro cuarto a la par—Confirmó Ethan, entrando cuidadosamente en lo que alguna vez fue el comedor de esa casa. 

Leonel le hizo caso, abrió la mochila mientras sostenía en su boca la linterna y prendió un par de velas, la primera en la sala y la segunda en el comedor. Mientras que en el comedor aún se podían encontrar las alacenas llenas de cubiertos y platos, y una mesa rectangular y de madera, en la sala habían un par de sillones y una mesita de vidrio en el centro, además de algunos armarios y estantes colocados en las paredes. Los complementaba una enorme foto de la pareja, Isabella y su esposo, sonriendo tomados de la mano.

—Uh, con eso se confirma que esta es la casa correcta... en ese retrato se ven tan jóvenes, ¿Cómo se verán hoy en día?—Divagó Aurora, mientras Ed miraba el extravagante cuadro. 

Inmóvil, en silencio.

—Bueno, aquí no parece haber la gran cosa. Subamos al segundo piso—Concluyó Ethan, tomando la delantera.

Subieron a paso lento la escalera del fondo, que rechinó al ser pisada, y se encontraron con un largo pasillo que conectaba directamente tres cuartos y lo que parecía ser el baño de la casa. Avanzando a través de éste, Leonel no dudó en abrir el primer cuarto a la derecha. El sentido de privacidad ya no existía en ese momento. 

Una vieja y descolocada cama, arropada y con almohadas, conformaba la vista principal del pequeño cuarto. A la par había una mesita de estudio, con restos de mohosos papeles y una polvorienta lámpara de cristal. Ethan se acercó y pudo comprobar lo que pensaba: Ese era el cuarto donde durmieron Isabella y su esposo en algún momento de la historia. 

Bernadette no dudó en abrir el armario de la esquina contraria, sacando a relucir varios pares de pantalones negros y polvosos, camisas formales de manga corta, sacos y corbatas y algunos arrugados vestidos de mujer. Literalmente habían dejado la mayoría (sino es que todas) de sus pertenencias abandonadas en la casa. 

—Parece que este cuarto se usó hasta el final, todo se mantiene ordenado e intacto—Analizó Ethan, acercándose a la mesita de estudio. Abrió la gaveta y sacó un puñado de viejas notas y escritos, visiblemente emocionado.

Aurora llegó a apoyarle. Estuvieron un buen rato revisando por encima, hasta que ella hizo un gesto de decepción.

—Ah... aquí no hay nada parecido a un diario—Afirmó, con el tono bajo—Estas notas más parecen escritos de opinión, de temas políticos y esas cosas. Problemas antes de la maldición, supongo... 

—Y en el ropero no hay nada además de estas preciosidades—Añadió Bernadette, sosteniendo un vestido rojo con decoraciones doradas.

—Entonces seguimos sin tener ni maldita idea de que le pasó y porque abandonó esta casa—Leonel ladeó la cabeza, disgustado—Bueno, vamos a los otros cuartos.

Ed lo siguió, aun en silencio.

El cuarto de al lado fue más costoso de abrir. No tenía seguro, pero la perilla estaba tan oxidada que se requirió de un buen esfuerzo físico para hacerla girar.

"Ah... no puede ser..."

Era, en esencia, el cuarto de un niño pequeño. La cama era de color de azul y estaba colocada debajo de una pequeña ventanilla en el techo, desde donde se podía ver el imponente cielo y la luna. También había una televisión antigua y disfuncional, y algunos posters rotos y ya casi imposibles de distinguir pegados en las paredes.

A simple vista, nada muy interesante. Aunque...

—Bien, esto está vacío. ¡Siguiente! —Leonel siguió directo al fondo del pasillo, sin detenerse a revisar bien la habitación. Los demás no tuvieron más alternativa que seguirlo.

Al último cuarto ni siquiera pudieron entrar. Se encontraba cerrado con llave y por más que intentaran girar la perilla, solo hacían temblar a los soportes y echar polvo al suelo.

—Nada, imposible. Necesitaremos que hagas otra vez la cosa esa de los alambres, Aurora—Le dijo Leonel, agachándose para ver a través del cerrojo el interior del cuarto.

—Ah, sobre eso... perdón, dejé los alambres en el hotel. No se me ocurrió que podríamos ocuparlos otra vez, perdón... —Respondió, apenada.

—No te preocupes, dulzura—La animó Bernadette—Por el momento tendremos que dejar en paz a esa puerta, ¿no?

—Tal parece. Aún nos quedan algunas zonas de la casa por explorar—Vaciló Ethan, alumbrando en círculos con la linterna.

—Tampoco creo que nos estemos perdiendo de mucho. Por lo que veo, ese cuarto está incluso más vacío que los anteriores—Leonel se levantó, estirando el cuello—Seguimos buscando, ¿no?

—Por favor. Si es posible, no nos amontonemos tanto en un pasillo tan estrecho como éste—Dijo Ethan, visiblemente incómodo.

Al final, investigaron el baño y el recóndito sótano de la casa sin encontrar nada relevante. De vuelta en la sala, mientras las velas emitían una luz débil y amarilla y la ventana estaba opacada por la blancura de la niebla, Bernadette preguntó:

—Entonces... ¿Hemos acabado de explorar esta casa?

—Hm, eso parece. Pero me sienta mal, no encontramos ni rastro del supuesto diario ni sabemos que fue de la periodista después de la maldición—Ethan estaba recostado en una de las paredes, con los brazos cruzados—Si sus pertenencias siguen aquí, lo más probable es que haya desaparecido sin dejar rastro alguno... igual que mis padres.

—Igual que los míos también—Añadió Leonel, a la par suya—A estas alturas ya no debería de sorprenderte, hermano. Encontrar un diario tan pequeño iba a estar difícil, ya lo sabíamos. 

—Ah... pero hay algo que me he estado preguntando—Se involucró Aurora, sentada de forma relajada mientras tenía que soportar el peso de una inquieta Bernadette en sus hombros—Si se fijaron, hay un cuarto de niño arriba... pero, no encontramos ningún registro de otro hijo aparte del tal Ulises...

—Y él tenía como veinte años cuando comenzó la maldición—Ethan captó rápidamente su punto—Ciertamente es extraño, pero no tenemos nada para comprobar la existencia de un segundo hijo. 

—Sí, ese es el problema... —Se retractó Aurora, ocultándose detrás de su suéter. 

—¿Y qué hacemos ahora? —Interrogó Bernadette. Ed estaba recostado sobre el marco de la puerta, cabizbajo.

—Mañana temprano puedo regresar al hotel por los alambres... Así al menos podremos abrir ese cuarto—Dijo Aurora. 

—¿Y si ahí tampoco hay la gran cosa? —Cuestionó Ethan.

—No hay que preocuparnos por eso, hermano. Si no hay nada ahí que se le hará, hicimos lo que pudimos y eso es lo importante. Por el momento, aprovechemos la noche para descansar—Leonel estaba tan despreocupado como de costumbre.

—¡Uf! ¡Por fin un poco de tranquilidad! —Bernadette se estiró—Aunque estando aquí se siente un frío terrible. Cariño, tendremos que dormir abrazaditos hoy.

Ed ni siquiera le escuchó.

—La verdad es que si hace frío en esta casa, ya me había acostumbrado a las cálidas habitaciones del hotel—Ethan tomó la mochila—Hm, tiene que haber algo con lo que podamos calentarnos.

—¡Eso es! ¿Te sobraron algunos fósforos, hermano? —Leonel se acercó.

—Oh... ¿quieres hacer lo que vimos en aquella película? Fogata, creo que le dicen.

—¿Pero para eso no necesitamos madera...? —Aurora se incluyó—Yo también recuerdo haber visto algo así en un libro.

—¡Y aquí tenemos de sobra! —Leonel señaló la mesa del comedor, sonriendo.

—Tienes que estar bromeando... ¿Acaso estamos aquí para quemarle las cosas a la periodista? —Ethan lo regañó.

—Y según tú ella regresará—Se burló—Vamos, solo ocuparemos una parte de la mesa. Es eso o aguantar el frío toda la noche.

—¡Yo apoyo a Leo! —Bernadette se levantó, directa hacia la mesa que sería ocupada cómo sacrificio.

—Solo tengan cuidado, por favor. No vayan a provocar un incendio—Dijo Aurora, preocupada.

—No te preocupes, todo está bajo control. Además, no es la única cosa a la que le prenderemos fuego esta noche—Y Leonel sacó el paquete de bengalas de luz de la mochila, mostrándolas con orgullo—¡Miren esto!

—¿Aún sigues con eso, hermano? —Ethan puso los ojos en blanco. 

—¡Vamos! ¡No seas aguafiestas!—Sonreía de forma infantil. 

—¡Pero primero lo de la fogata, que me estoy congelando! Cariño, ¿Dónde estás? —Preguntó Bernadette al aire. Nadie se había dado cuenta hasta ese momento, pero Ed ya no estaba en la sala con ellos.

—No te preocupes por él, ya volverá. Capaz fue al baño o algo de eso—Leonel le restó importancia—Bien, ¿Cómo le prendemos fuego a la mesa, amigos? 

Y mientras ellos jugueteaban de manera despreocupada, Ed había subido silenciosamente de nuevo al segundo piso, imbuido en sus pensamientos y con la mirada perdida.

"Esto es... definitivamente..." 

Alzó la cabeza. Estaba ante el cuarto infantil que sus compañeros habían pasado por alto. Pero Ed no podía.

Simplemente no podía, luego del revoltijo de sentimientos que ese cuarto y el lugar en general le habían producido.

Desde que había puesto un pie en esa casa había sido cubierto por un incomprensible torbellino de emociones, cada cual agitada y preocupante, seguido de un profundo escalofrío, salido de la nada y sin aparente razón. Al igual que le había sucedido aquella vez, cuando se encontró con la mujer de blanco.

Justamente eso le dio más miedo.

¿De dónde venía esa apabullante sensación de intranquilidad que lo sujetaba y que no lo dejaría ir hasta haber abandonado ese lugar?

A pesar de que se intentaba controlar ante sus compañeros, para no quedar mal ni arruinarles el momento, cada vez se le hacía más complicado no vomitar o perder el conocimiento. Sudaba frío y apenas podía respirar. "¿Qué diablos está pasando?"

No lo sabía. No había manera de saberlo. Solo entendía que caminar por esos estrechos pasillos, atravesar la amplia sala o entrar en ese inquietante y abandonado cuarto de niños despertaba algo en él. Algo incomprensible, místico. Incontrolable a la vez que nostálgico. Irreal a la vez que certero.

Pero, ¿Qué era exactamente...? 

Parecía que esa casa era como la llave que podría abrir la puerta de sus recuerdos, el cerrojo de sus memorias bien cimentado en ese muro blanco e impenetrable. No obstante, ¿Qué clase de memorias tenía con ese lugar? ¿Eran buenas o malas? Y, más importante, ¿Por qué diablos las tenía si él venía del exterior?

Inquieto, tocaba las paredes agrietadas y manchadas, el lugar donde antes alguien había colocado unos posters de quién sabe que cosa y de los que ahora solo quedaban inentendibles y podridos restos.

Impasible, miraba fijamente la televisión, como si en cualquier momento está se encendería y le revelaría todos los secretos escondidos, todas las escenas recortadas de su memoria.

En cualquier momento podría aparecer de nuevo esa extraña mujer de blanco y condenarlo al mundo de los sueños y las pesadillas.

En cualquier momento algo improbable, imposible, pasaría.

En cualquier momento...

En cualquier...

—Ed, ¿estás bien?

Y la voz de Aurora llegó justo para salvarlo, sacándolo del trance con un susto. 

—¡Ah...! Eres tú... —Ed la miró fijamente, con las manos temblorosas—Ah, sí, sí... no te preocupes, estoy bien—Mintió, ocultando su rostro.

—Uh... —Ella entró en la habitación—Es que te vi subir al segundo piso, caminando de forma extraña. ¿Seguro que te encuentras bien? Estás sudando...

—Sí, seguro... Es solo que... —Se dejó caer en la  pared, que raspó su espalda con sus grietas—Es solo que me siento exhausto. Ya sabes, ha sido un día extraño y agitado... y creo que no me he recuperado del todo de la maldición.

—Ah, si te refieres a la enfermedad no te preocupes... —Se sentó a su lado—Se pasa en un par de días... creo. La cosa es que te pondrás mejor, seguramente. 

"Cierto, aún no le he contado la historia de cómo aparecí en Poloneira por primera vez" se dijo, mirando como ella se acomodaba en el suelo de manera tímida pero grácil.

—Supongo. Gracias—Respiró hondo—Y bien, ¿Qué están haciendo los demás? —Hablar con ella lo tranquilizaba, por lo que siguió con la conversación.

—Ah, están intentando quemar la mesa para calentarse—"Todo muy normal", pensó Ed—Son un grupo extraño, ¿no crees? No es que me caigan mal, pero... A veces me cuesta adaptarme. No estoy acostumbrada a interactuar con tanta gente.

—¿Nunca habías tenido amigos en Poloneira? —Preguntó.

—Uh, hasta donde recuerdo, no. Y probablemente así sea. De todos modos, la única persona de la que tengo memoria es mi padre, y... —Calló, repentinamente. Ed recordó que tocar temas personales le incomodaba—Bueno, no importa... Me imagino que tú si tenías varios amigos en el mundo exterior, ¿no?

—Ni idea... Espero que sí—En el fondo, soñaba con ser recibido por mucha gente cuando lograra escapar de Poloneira, aunque eso no fuera más que una ilusión sin fundamento en esos momentos. 

—Que genial... —Aurora suspiró—El mundo exterior debe de ser un lugar maravilloso—Recostada en la pared, alzó la cabeza y vio directamente a través de la ventanilla del techo, que les dio una vista completa del oscuro cielo y la pequeña luna.

—Ah, sí... Claro que lo es—Ed hizo lo mismo, por inercia. "Un cielo vacío, iluminado apenas por un pequeño punto indistinguible. ¿Los cielos del mundo exterior se ven igual de deprimentes? No. Claro que no. O eso me gustaría pensar..."

—Por cierto... —La voz de Aurora se escuchaba débil y cálida a la vez—Antes me dijiste que tenías recuerdos de cómo se veía el mundo exterior. Recuerdas... ¿Recuerdas haber visto una aurora alguna vez?

—¿Eh? —La pregunta lo tomó por sorpresa—¿Qué es eso? ¿No es tu nombre?

—Oh... veo que ni siquiera recuerdas lo que es—Hizo una mueca de decepción—Y, por cierto, ese no es mi nombre real. Al menos no estoy segura de que lo sea. Yo... no recordaba mi nombre y esa palabra me pareció bonita, por eso la ocupé... Las auroras en general me parecen bonitas. 

—¿En serio? —Ed la miró, sorprendido—¿Qué son esas cosas, entonces?

—Hm, no sé como explicarte... Lo leí en un libro hace tiempo, apenas y tengo vagas memorias de lo que decía o cómo se veían...—Ladeó la cabeza, dubitativa—Bueno, haz de cuenta que están en el cielo, ¿bien? —Ambos levantaron la mirada, y ella lo señaló con uno de sus pequeños dedos—Uh... ahora imagina como si ese cielo estuviera cubierto por colores... No al completo, no. Solo pequeñas partes, como hermosas franjas de colores suaves y brillantes.

—Oh, ¿Cómo las pinturas que ocupa Vera?

—¡Sí, exacto! Imagina que ese cielo estuviera pintado por finísimas pinceladas de luminosos verdes, llamativos rojos, mágicos azules... todos esos colores decorando el amplio y vasto cielo... —Ella suspiró, mientras sus ojos brillaban en la oscuridad—¿No te parece algo bonito de ver?

—Ah... —Ed cerró los ojos, haciendo un complejo esfuerzo mental por imaginarse tal cosa sin tener nada en lo que basarse—Sí... sí, realmente se ve bonito de ver.

Pero no mintió. La idea de pintar un cielo tan vacío y ajeno como ese con colores vivos y resplandecientes era suficiente para sacarle una sincera sonrisa. "Un verdadero paisaje de fantasía, escondido en el mundo exterior... ¿Existe algún límite entre la realidad y los sueños?"

—¿A que sí? Sigo sin creerme que algo tan increíble como eso exista de verdad y que no sea invento de los libros. Debe ser fantástico ver una de esas en persona, y atesorar ese recuerdo para siempre... —Agachó la cabeza, escondiéndose en su suéter—Pero, en cambio, lo único que nosotros recibimos es este frío y aburrido cielo que nunca cambia. La vida es injusta... demasiado injusta. 

—Ah... ¿eso piensas?—Preguntó Ed por inercia, observando cuidadosamente su reacción. 

—Claro... luego de pasar tanto tiempo en esta oscuridad, no hay forma de que pueda encontrar una luz—Y su sonrisa desapareció junto con el brillo de sus ojos. 

Ahora solo había rabia en ellos. Decepción. Resignación.

Mirando inmóvil por la ventanilla, ella pareció querer gritarle al sempiterno e imponente cielo, reclamarle por cuanto le habían quitado, quejarse de la soledad y las tinieblas en las que le había sumergido. 

Contrario a la energía y el positivismo de Leonel, lo único que Aurora tenía adentro era desesperanza y un profundo vacío...

Al igual que esa habitación, abandonada por el tiempo y perdida en los recuerdos de una ciudad muerta. 

Al igual que ese cielo, despojado de sus estrellas y de su grandeza. 

Mientras los demás jugaban y hacían ruido en el piso inferior, Ed no supo como ayudar a esa pequeña chica de cabellos blancos que se ocultaba inocentemente del mundo dentro de su sucio y arrugado suéter. 

Y encima de ellos, una solitaria y solemne luna reinaba en la cima de un cielo vacío y sombrío. 


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