11. La sombra que acecha a la ciudad
Ni siquiera hubo un aviso.
Tampoco palabras.
Todo sucedió de forma tan rápida y repentina que Ed no tuvo ni tiempo de pensar en lo extraño, verdaderamente extraño, del suceso. Por increíble que fuera, dicho momento pasaría desapercibido en su memoria y solo regresaría, por obra de un milagro, hasta en el alba de su aventura.
Y lo primero que recordaría sería un movimiento.
Un pequeño, ínfimo movimiento.
La prodigiosa casualidad le permitió ver la oficina del alcalde en el momento y lugar justos. Si no fuera por eso, ni cuenta se hubiera dado de que alguien los espiaba, con silencio ominoso y actitud estrafalaria. Y que, repentinamente, ese alguien se había cansado de esperar.
Cuando Ed fue testigo de esto, una adrenalina muchísimo más intensa que la de ese viejo y podrido cigarrillo lo embriagó, nublándole los sentidos.
—¡Leonel! —Alcanzó a gritar. La voz le salió tosca y grave, expulsando humo por la boca.
Un frenético Leonel lo miró fijamente, y sus facciones pasaron de la más sincera excitación a un pavor incomprensible en cuestión de segundos.
No hubo necesidad de decir nada más. La mirada de Ed hablaba por sí sola.
"¡Corre!"
Girándose rápidamente, Leonel aceleró y atravesó la cortina de humo negro y estupefacto que se había generado en el cuarto, corriendo sin mirar atrás, dejando la caja de cigarrillos en el suelo.
Ed lo siguió, a una velocidad inferior. Las piernas le temblaban por el miedo y parecían reacias a obedecerle. No se atrevió a mirar atrás aun cuando escuchó el ruido de una llave girar y de un seguro abrirse.
Alguien había abierto la puerta de la oficina, pero Ed no quiso mirarlo de frente. Aún seguía hipnotizado por esa increíble imagen que presenció a través de la ventana, aunque sea por una fracción de segundo.
"Una sombra. Una sombra negra y deforme se ha movido".
Se abrió paso por el corredor, agitado y siguiéndole la pista a un endemoniado Leonel que se alejaba a velocidades casi sobrehumanas.
"¡Bastardo, espérame!" pensó Ed, abrumado.
Se acercó a la puerta que dividía el pasillo y la dejó correr de un portazo, cerrándola. Probablemente eso solo detendría a quien sea que los estuviera siguiendo por unos instantes, pero esos instantes serían valiosísimos para escapar.
Cuando Ed llegó a la bifurcación de los pasillos (donde debía de girar hacia su derecha para enfilarse directo hacia las escaleras) un impulso salvaje e incontrolable lo poseyó. La curiosidad tomó el control de su cuerpo por un momento y le hizo girarse para ver hacia atrás.
Y entonces... fue como si el tiempo se detuviera a su alrededor.
Detrás de la ventanilla en la puerta, una figura alta y encorvada lo observaba indefinidamente, sobreponiéndose con su aterrorizado reflejo. Vestía un enorme gorro de tela con bordados dorados que le ocultaba el rostro, y una bufanda blanca que conjuntaba a la perfección con su atuendo enteramente en negro.
Un atuendo bastante elegante y, hasta cierto punto, apropiado para un magnate de no ser por un detalle rarísimo.
"¿El alcalde...? No, eso no puede ser posible... ¿Qué es esa cosa?"
Ciertamente, lo único que tenía de humano era su figura. Detrás de la ventanilla presentaba una apariencia tan maleable, tan inconsistente, como si fuera una mancha estampada en el vidrio. No se le podía ver algún trozo de piel o siquiera alguna parte humana, todo estaba cubierto por su holgada ropa (incluso sus manos, revestidas de unos guantes negros).
Por unos segundos, Ed observó a la figura y la figura lo observó a él, en completo silencio. Aunque quisiera escapar, sus piernas no se lo permitirían. Aunque quisiera gritar, su boca no lo dejaría.
Temblando, estático en el largo pasillo, todo pareció desaparecer de sus sentidos. Era una sensación parecida a la que sintió estando frente a la mujer de blanco la noche anterior. Y eso solo lo asustó.
"Muévete. No puedes dejar que pase lo mismo que la anterior vez. Haz algo, maldita sea".
—¿¡Qu-quién...!? —Tartamudeó, forzando a sus labios a moverse.
—Finalmente nos volvemos a encontrar, Ed.
Y cuando la figura le respondió, con su voz grave y reseca, imponente al mismo tiempo que débil, como la de una persona postrada y a punto de morir, la piel se le encrespó y sus sentidos chillaron al unísono.
El mundo pareció un sueño, un sueño del que debía de despertar.
—Hm, veo que aún no es el momento. Hablaremos en otra ocasión, cuando estés preparado —Dijo, manteniéndose inmóvil ante él. Ni siquiera parecía mover su boca, si es que tenía una para empezar.
—Tú... ¿Eres el alcalde de esta ciudad? —Se dejó llevar por sus impulsos, preguntando lo que no quería preguntar.
—Aquí no existe tal cosa—Su voz sonaba lejana al mismo tiempo que cercana, como un eco susurrado en sus oídos—Aunque, si te refieres a la persona que maneja la ciudad, esa tampoco soy yo. Aquel que controla el Tánatos tiene el derecho de controlar Poloneira. Yo no lo tengo; es más, nunca ha estado bajo mi posesión.
"¿Tánatos? ¿Qué carajos está diciendo?" se preguntó Ed, manteniendo en mente ese nombre.
—¿Entonces...? ¿¡Qué diablos eres!?
—Soy lo que soy, la sombra de Poloneira, aquello que nació de sus miedos más profundos y de sus rencores más agrios. Todo eso lo sabes muy bien, Ed.
Ed se quedó pasmado, con la boca abierta. "Vete de aquí, joder. ¡Aléjate de él de una maldita vez!".
—Realmente aún no estás preparado para esta charla. Nos volveremos a ver, cuando seas alguien cercano a mi nivel. Por el momento, simplemente eres un don nadie. Quizás encontrar el Tesoro de Poloneira te ayude a convertirte en un aventurero de verdad.
"¿El Tesoro de Poloneira...? ¿Existe algo así, en esta ciudad?".
—Pero... ¡Pero...! —Ed intentó decir algo más, pero las palabras no llegaron a su lengua.
—Oh, una cosa más. No te acerques a la mujer de blanco. Si hay alguien a quien temerle, es a ella—Comenzó a alejarse, desapareciendo tras el vidrio—Al final de tu aventura, descubrirás que lo que realmente deseas es quedarte para siempre en Poloneira. Hasta entonces, Ed.
Antes de esfumarse al completo, Ed pudo ver por unos pequeños instantes como la figura giraba la cabeza y dejaba a la vista una pequeña parte de su rostro, oculto bajo el sombrero.
Y se contuvo las ganas de vomitar.
Negro. En el lugar donde por naturaleza tendría que ir su rostro, lo único que había era una figura deforme y de un negro profundo, inquietante, abismal. Un negro al que ninguna luz podía alcanzar.
Una sombra real, expuesta a plena luz del día.
"No parecía humano, ni se asemejaba a nada que conociera hasta este momento. Como un ente fantasma, irreal, producto de una pesadilla. Si ese es el villano de esta historia, ¿Cómo lo derrotará el héroe? ¿Cómo me enfrentaré a una cosa así?"
Ed se mareó, tambaleándose junto a la pared. El alcalde, si es que se le podía llamar así, ya había desaparecido sin dejar rastro, dejando el corredor en total silencio.
"Bueno, no parece que tenga la intención de seguirme..." analizó Ed, intentando recomponerse. "De igual forma, no me puedo confiar... ¿Debería contarles a los demás acerca de este encuentro...?"
Ed exhaló profundamente. Necesitaba tranquilizarse y relajar su mente. Sí, el aspecto del alcalde escapaba al completo de su conocimiento y ciertamente lo tomó por sorpresa, pero no podía dejarse intimidar tan fácilmente.
"Por el momento eres un don nadie..."
—¿Qué sabes tú...? —Le respondió inconscientemente al alcalde, postrado contra la pared—Te lo demostraré. Ya verás, solo es cuestión de tiempo... cuestión de tiempo, nada más...
Luego, con un paso tambaleante y el corazón en constante desaceleración, Ed caminó hacia las escaleras y regresó al segundo piso de la alcaldía. Lo primero que encontró fue a un asustadizo y preocupado Leonel, que no dudó en correr hacia él.
—¡Sí que has tardado, hermano! ¡Vamos, tenemos que salir de aquí ahora mismo! —Lo jaló bruscamente de la mano y lo llevó corriendo por todo el pasillo. Ed ni siquiera se preocupó en renegar.
"Ah, maldición... Dejar que todo fluya... Eso dijiste, ¿no, Leonel? ¿Crees que debería de comenzar a aplicarlo ahora mismo? Yo creo que sí... sí, debería de hacerlo..." Se dijo, imbuido en sus pensamientos. Sus ojos, rojos y llorosos, temblaban de vez en cuando mientras miraban indefinidamente el techo marrón de la municipalidad, dejándose arrastrar hasta la salida.
—Por cierto, hay buenas noticias—Dijo Leonel mientras corría—Los demás han encontrado la dirección de la periodista. Dicen que su casa no está muy lejos, aún podemos ir en lo que queda de día. No es eso genial, ¿hermano?
"¿Hermano? ¿Desde cuándo me tratas así...?"
Cuando abandonaron los soportes de mármol y los interminables pasillos de cerámica, y la luz de un sol débil iluminó directamente su rostro, Ed se dio cuenta de que, de alguna forma, había salido con vida de ese infernal lugar.
Y que todos sus compañeros estaban ahí, esperándolo.
Eso lo hizo sentirse mejor.
—¿¡Eh!? ¿Hay un tesoro en Poloneira? —La voz de Bernadette chilló y se extendió por toda la recepción del hotel—¿Estás seguro de eso, cariño?
—Aun no puedo confirmarlo. Pero eso es lo que me dijo, estoy seguro.
El sol ya comenzaba a ocultarse, apagándose plácidamente en la cama de árboles envueltos en niebla. El cielo ya tenía ese toque rojizo característico, y el viento soplaba más fuerte también. Había pasado un rato desde que el grupo regresó de la alcaldía (pedaleando a toda velocidad en sus bicicletas) y el ambiente se había llenado de una extraña sensación de cansancio.
Mientras Vera y Aurora platicaban animosamente en el comedor, recién conociéndose, los demás se hallaban dispersos en los asientos rojos de la recepción, tomando aire. Ed se había encargado de contarles todos los detalles de su encuentro, por supuesto.
Menos el aspecto real del alcalde, pues dudaba que le creyeran tal cosa. Ah, y lo de Tánatos.
"Si de verdad hay una cosa (sea lo que sea) que pueda controlar Poloneira de alguna forma, mejor no mencionarlo hasta tenerlo ya en mis manos" había concluido. No desconfiaba de ellos, simplemente prefería confiar más en sí mismo.
—¿Un tesoro? ¿No es esa cosa que sale en las películas, que es como un cofre con monedas brillantes por dentro? —Preguntó Leonel, recostado en Ethan de forma despreocupada.
—En este caso no creo que sea dinero—Ethan hizo memoria, intentado recordarlos—Pero para que él lo haya mencionado, tiene que contener algo importante adentro.
"¿Será esa cosa del Tánatos? Aunque no tendría sentido, no los hubiera mencionado de forma separada si fueran la misma cosa" pensaba, con los codos apoyados en el reposabrazos del sillón.
—Bueno, de igual forma aún no tenemos ni idea de lo que es o donde podría estar. Por el momento solo tengámoslo en mente—Concluyó, intentando no darle más vueltas—¿Dónde habías dicho que estaba la casa de la periodista, Ethan?
—Ten, puedes revisar aquí—Respondió él, entregándole los papeles que habían sacado de la alcaldía—No está muy lejos de aquí. A unas 4 o 5 cuadras del redondel de la estatua, girando en dirección contraria de donde estaría nuestro vecindario.
Ed abrió los dos papeles, separándolos con sus manos. El primero era un acta de nacimiento, con todos los datos acerca de la bebé (fecha, género, peso, padres) recogidos en un papel viejo y endeble. Según eso, ella había nacido el 17 de febrero de 1960. "Entonces, en el momento en que la maldición comenzó, ella iba a cumplir 40 años".
No sabían cuántos años habían pasado desde entonces, pero, si tomaban en cuenta que en uno de los periódicos encontraron información de una Vera en plenos cuarenta, podían calcular que máximo unos 20. Ed lo había delimitado entre el 2010 y el 2020. El problema, claro, era comprobarlo.
"Si tiene sus 60 igual que Vera, posiblemente aun esté viva. Aunque la probabilidad es baja, quizás ni sigue viviendo en esa casa".
El otro documento era un registro de identidad. En ese incluso había una foto, en blanco y negro, de una mujer con el pelo largo y ondulado y un prominente maquillaje, junto con unos lentes en forma de aro. Tenía, también, información sobre su esposo (un tal Elías) con quien se casó en enero de 1980. Ese mismo año tuvieron a su primer hijo, Ulises Cáliz.
Ed dobló los papeles, pensativo. Cada vez que leía información de esa periodista una extraña sensación se apoderaba de él, como si supiera más de lo que creía saber.
—Estábamos pensando en ir mañana temprano a su casa. Bernadette me ha dicho que tiene otra bicicleta para prestarle a Aurora—Añadió Ethan.
—Pues cambio de planes. Iremos hoy mismo, y nos quedaremos a dormir ahí—Afirmó Ed, con tono autoritario—Mientras más rápido busques esa bicicleta, mejor.
—No hay necesidad de apresurarse, hermano—Comentó Leonel, haciendo una mueca—¿Ya has olvidado lo que hablamos?
—Claro que no, lo recuerdo perfectamente—Ed sonrió—No se preocupen, llevaremos comida y todo lo que consideren necesario para pasar la noche. No creo que ella se niegue a darnos posada, pero, si lo hace, ya buscaremos otro lugar donde dormir. Solo pienso que mientras más rápido finalicemos ese asunto, más podremos avanzar en los otros.
Era sincero. El caso de Isabella no le terminaba de convencer (por más que le causara una innata inquietud), y no creía encontrar nada importante o de valor en su casa. Quizás solo era otra chiflada que ya había olvidado hasta su profesión.
"Por el momento eres un don nadie..." Y también estaba eso.
No quería presionarse (eso iría en contra de lo que hablaron con Leonel), pero tampoco podía relajarse al completo. El tiempo y la maldición jugaban en su contra, y no quería tener que empezar desde cero.
—Bueno, ahí tienes razón. En la noche no podemos hacer mucho gracias a la niebla, creo que es buena forma de avanzar—Ethan asintió.
—¡Ay! Yo quería quedarme un rato con Vera—Bernadette se quejó de manera adorable—¡Bah! Una noche afuera también suena divertido. Ethan, ¿Me ayudas a buscar la otra bicicleta?
—Claro. Dijiste que era verde, ¿no? ¿Podría estar en el almacén del hotel? —Y ambos salieron juntos, hablando armoniosamente.
—Hm, como que se han hecho más amigos—Suspiró Ed, pensando en mil cosas a la vez.
—Estar buscando los registros los unió. Aunque no lo parezca, a Bernadette también le interesan esas cosas, ¿puedes creerlo? Entre los dos encontraron esos documentos, Aurora y yo sobrábamos—Leonel se tiró al completo en el sillón, viendo atentamente las lámparas que colgaban sobre ellos.
"No me esperaba que esos dos pudieran ser unidos... Tampoco es que me importe demasiado. Ethan me cae bien, y con Bernadette no sé qué pensar. Pensaba en ignorar sus comentarios hasta que acabemos con esto, pero...¿No estaré dejando pasar una oportunidad con ella? Quizás sea buena idea pasar tiempo con ella, ya que quiero disfrutar más de la aventura".
—Ja...—Ed se rascó la frente, despejándose el cabello—Yo tampoco esperaba hablar así contigo, Leonel, y mira lo que pasó.
—Buen punto, hermano—Ambos sonrieron—Por cierto, dices que podemos llevar cualquier cosa para pasar la noche, ¿no?
—Mientras quepa en las mochilas, sí—Asintió, intrigado—¿Qué tienes en mente?
—¡Bien! Mira esto—Emocionado, sacó un pequeño paquete del bolsillo de sus pantalones. De color azul brillante, estaba arrugado y sucio pero conservaba perfectamente su interior: Un par de luces de bengala.
—¿De dónde las sacaste?—Ed las tomó, mirándolas con curiosidad. En el reverso aún se podía ver la imagen de unos niños jugando con ellas, sosteniéndolas mientras sus puntas brillaban y chispeaban.
—¡Del almacén de la alcaldía!—"¿Cuántas cosas tomaste de ese lugar?" se preguntó Ed—¡Hermano, se ve jodidamente divertido! En la noche esto debe ser todo un espectáculo de ver. ¿Qué piensas? ¿No te dan ganas de intentarlo?
Ed dudó por un momento, pero al ver la sonrisa infantil de Leonel no pudo negarse.
—Bueno... Pero solo si nos queda tiempo, ¿vale?
—¡Vale!—Leonel lo celebró—Iré a preparar las cosas, entonces.
—Bien, bien—Ed se levantó, desperezándose—Veré si Vera nos puede dar algo de comida para la noche—Afirmó y se encaminó al comedor, sonriendo tontamente.
Al final, lo único que pudo conseguir fueron comidas enlatadas y algunos dulces (de dudosa calidad). Tampoco esperaba la gran cosa, menos para una sola noche. También empaquetó café, algo que había en los estantes de Vera y de sobra. Y varias velas y linternas, por si acaso.
El cielo ya comenzaba a mancharse de destellos negruzcos, envolviendo a la ciudad paulatinamente en tinieblas. Ed salió caminando con Aurora y Leonel directos al estacionamiento, donde el otro par esperaba tranquilamente con las bicicletas.
—¿Recuerdas cómo conducir esas cosas? —Le preguntó Leonel, en tono amistoso.
—Hm, recuerdo como lo hicieron ustedes así que supongo... Aunque no sé si podré mantener el equilibrio... —Respondió ella, nerviosa.
—No te preocupes por eso. Si algo he aprendido, es que una vez que lo dominas jamás vuelves a olvidarlo.
En la calle habían varios postes de luz colocados en las aceras, pero ninguno funcionaba (y si lo hacían, emitían una luz bastante débil). Lo único que alumbraba la noche en Poloneira eran las velas de las pocas personas que quedaban vivas, y algunos edificios como la alcaldía o la iglesia que extrañamente tenían electricidad. El hotel también poseía, pero solo por dentro.
"Probablemente nos toque conducir a oscuras, corriendo para que la niebla no nos alcance" pensaba Ed mientras veía a la ciudad apagarse lentamente, perseguida por una oscuridad inminente.
Acechada por una sombra de la que no tenía escapatoria.
"Como el alcalde" analizaba. "Una sombra que acecha a la ciudad en secreto, privando a todos de esperanza y llenándolos de resignación. ¿Cómo escapar de las garras de la oscuridad, si ni siquiera tenemos una luz que nos guíe?"
"Al final de tu aventura, descubrirás que lo que realmente deseas es quedarte para siempre en Poloneira... ¿A qué se habrá referido el alcalde? ¿Qué quiso decirme?"
Ed no fue capaz de responderse esas preguntas, que terminaron por perderse bajo una luna gris y nostálgica.
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