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10. Miradas frías, corazones cálidos

Ed tuvo que pensar rápido.

Naturalmente, la habilidad de pensar rápido y saber improvisar es una de las más aclamadas para cualquiera que se haga llamar líder. Ed lo sabía por intuición, aunque nunca en su estadía en Poloneira había necesitado aplicarlo... hasta ese momento.

Momento en el cual se vio acorralado por un bizarro y perturbador trabajador de la alcaldía que se acercaba, a paso lento e irregular, al pasillo donde Ed y Leonel aguardaban, sorprendidos al mismo tiempo que asustados. 

Leonel reaccionó unos segundos después, como de costumbre, y se dio cuenta de su terrible error. Aunque Ed tuviera unas inmensas ganas de maldecirlo hasta la muerte,  tenía que centrarse en lo más inmediato: ¿Cómo detener a ese extraño hombre y que no alertara a los demás en la alcaldía? 

—¡Hay que salir de aquí! —Susurró Leonel, dándose la vuelta.

Muy tarde. El inconsciente de Ed había reaccionado y, sin pensarlo bien, se lanzó al encuentro. Saliendo rápidamente de la cubierta del pasillo, el señor apenas retrocedió instintivamente (Siempre con esa mirada muerta y penetrante), sin poder hacer nada más. 

Ed lo sujetó fuertemente del cuello mientras el hombre gruñía, intentando hablar. Se intentó resistir, pero la debilidad de sus huesos y lo robótico de sus movimientos le pasaron factura. Eso y que Ed tenía más fuerza de la que pensaba.

De hecho, se dio cuenta de que con un leve movimiento podría romperle el cuello aunque, claro, no era su intención llegar a esos extremos. Pero tampoco podía dejarlo libre después de eso. ¿Lo ahorcaría hasta que perdiera el conocimiento? ¿Y si lo terminaba asfixiando y matando?

El pánico acudió a su cabeza y comenzó a sudar. Los segundos fueron horas mientras intentaba buscar otra salida. "Ah, maldito Leonel. ¡Ven a ayudarme, aunque sea!"

Como un salvador que aparece en el último momento, Leonel se retractó de huir y corrió hacia la escena. Ambos intercambiaron miradas tensas y las dudas se apoderaron de él. "¿Qué carajos quieres que haga ahora?" dijo su mirada, y la de Ed le respondió:  "¡Cualquier cosa, idiota!"

Entonces, Leonel tuvo una fabulosa idea.

Se dirigió al pobre hombre con el puño alzado y Ed leyó sus intenciones. Lo tuvo que soltar para no llevarse el golpe también, golpe que dio de lleno en la cara del debilucho señor y lo tiró al piso. Ya en el suelo, se aseguró de rematarlo con otro golpe y con eso bastó para dejarlo inconsciente, echado y con la nariz sangrando. 

Una fabulosa idea, claro que sí.

—¿¡Qué diablos haces, inútil!? —Ed tuvo que empujarlo, con la respiración agitada. El encuentro había durado apenas unos segundos y se había sentido como una eternidad—¿Quieres matarlo, imbécil?

—¡Joder, claro que no! —Leonel detuvo a Ed e intentó calmarse, nervioso también y hablando en voz baja—¿¡Pero que otra maldita cosa querías que hiciera!? ¡Nos iba a delatar!

—¡Pues no me hubieras seguido, idiota! ¡Por tú culpa tuve que hacer algo para detenerlo!

—¡Y que me lo digas a mí! ¡Que me siento horrible por haberlo golpeado!

Ed se dejó caer en la pared, con los nervios de punta. Visiblemente más calmado, y ahora sí pensando en frío, le dijo:

—Tenemos que ocultarlo en algún lado. No parece que haya muchas personas por aquí, pero no podemos arriesgarnos... Ah, ayúdame a levantarlo.

Ambos se dirigieron hacia el inerte cuerpo en el suelo, muertos de la ansiedad y de pena. De cerca, el señor se veía más frágil que antes, con los huesos y las venas marcándole los brazos y el cuello. Ed tuvo que comprobar su respiración para saber que seguía vivo.

"Esto no ha sido para nada heroico" se dijo a sí mismo, mientras lo cargaban hacia la habitación más cercana.

Abriéndola con el hombro, ambos entraron a lo que parecía ser un pequeño cuarto de limpieza, con escobas y botes de lejía. Lo colocaron cuidadosamente en el piso, y luego Ed se sentó para respirar. Leonel miraba el cuerpo con suma curiosidad, agachado y con las manos en las rodillas.

—¿No le vamos a atar o algo así? —Preguntó, con la respiración entrecortada aún.

—No, ya demasiado daño le hicimos... Corre el riesgo de que nadie lo encuentre y muera atado... —Ed tragó saliva, pensando en esa posibilidad—Con suerte tardará unas horas en despertar. No nos vio por mucho tiempo, seguramente no nos recordará—Expresó, secándose el sudor con las manos.

Hubo unos relajantes aunque incómodos segundos de silencio entre ambos, hasta que Leonel soltó una débil carcajada.

—Ja, ja, ja... Ah, maldita sea... Ja, ja, ja.

—¿De qué te ríes? ¿Te hace gracia lo que hicimos? —Espetó Ed.

—¡No, claro que no! No, ja, ja, ja. Es solo que... ¡Ah, hombre, hubieras visto tu cara mientras lo sujetabas! ¡Estabas muerto del miedo! ¡Ja, ja, ja!

—Ah, ¿sí? Mira quien lo dice, si tú estabas igual... Tampoco sabías que hacer y terminaste golpeándolo. ¿Orgulloso?

—Para nada. Pero se te olvida quien inició todo esto... Parecía que lo ibas a ahorcar, maldición. Tenía que hacer algo y no supe cómo reaccionar...—Leonel se tiró al suelo, de forma despreocupada.

Ed no respondió. No tenía ganas de iniciar una pelea. 

—Perdón por seguirte de esa forma—Increíblemente, Leonel se disculpó—Pero a la próxima puedes preguntar si alguien quiere ir contigo o algo, ¿no crees? Para algo estamos, hombre. De igual forma, ¿Qué es lo que estás planeando?

—Ah... Bueno, estoy buscando la oficina del alcalde—Ed le fue sincero, no tenía caso mentirle—Pensé que sería buena idea investigar un poco sobre él, aprovechando la oportunidad.

—¡Joder! ¿Te estabas guardando lo más divertido para ti? —Leonel reaccionó como un niño al que invitan a jugar—Me hubieras dicho, yo también quiero ver esa oficina. Estoy dentro.

Ed lo pensó. "Bueno, a estas alturas ya no puedo decirle que no. Diga lo que diga, lo más probable es que continúe siguiéndome".

—Ah, está bien. Pero sé más cuidadoso esta vez.

—Y tú fíjate por donde vas,

Ed se estiró, calmado, y Leonel hizo lo mismo, levantándose.

—Tranquilo, no lo golpeé con fuerza. No creo ni que le haya roto la nariz, así que no te preocupes por él. Y, además, tienes que aceptar que fue toda una experiencia.

Ed no dijo nada. En parte tenía razón, la inyección de adrenalina de un momento a otro había sido brutal. Abrió la puerta con cuidado, mirando a los lados para asegurarse. 

—Espero que solo él haya escuchado como se rompió la vasija—Dijo, casi para sus adentros.

Ambos salieron a su señal y se encaminaron al pasillo que se abría al norte. Cruzaron lentamente, con el puño en el corazón, todo el corredor de forma recta hasta que llegaron a una zona más amplia, donde una pared abierta dejaba a la vista el patio central de la alcaldía, un piso más abajo. 

Estaba compuesto por unos enrevesados caminos de piedra, algunos árboles y una fuente en el centro. "Probablemente la zona más cuidada de toda la ciudad" pensó Ed. "Pero si se empeñan tanto en cuidarla, ¿estará el alcalde por aquí?"

Ed se ocultó detrás de uno de los pilares, analizando el terreno. En el patio y en el pasillo contrario habían otros dos de esos extraños empleados. Empleados inertes, con caras inmóviles y ojos oscuros y vacíos. Encorvados caminaban, sin sentido ni dirección, y siempre mirando al suelo, a paso lento y tembloroso.

Ciertamente era una vista triste. "Es como las personas que he visto afuera, rondando en la ciudad. Consumidos por la maldición y el olvido, parece que han perdido cualquier propósito por el cual vivir. Solo se mantienen aquí por inercia, como si su trabajo en este lugar fuera la única cosa que recordaran de su vida pasada. Esas miradas vacías no tienen sueños ni ilusiones, no tienen esperanzas ni deseos. Solo viven por vivir, en una rutina eterna e insignificante".

Al pensarlo así, Ed se apiadó profundamente de ellos. "Que triste debe ser vivir sin sueños" concluyó, mientras afianzaba en su cabeza el suyo propio.

—Hay que llegar al fondo del pasillo sin que nos vean, Leonel. Tendremos que correr, ¿entendido? —Le avisó. 

—¡Claro como el agua! —Contestó él, entusiasmado.

Cuando el empleado más cercano se perdió de vista en uno de los pasillos del ala izquierda, Ed se levantó y con impulso atravesó todo el pasillo hasta el final, dejando atrás la pared abierta. Leonel iba unos pasos detrás de él, asegurándose de no hacer mucho ruido con sus pasos.

Se detuvieron a descansar al llegar a las escaleras del final, las que conducían al tercer piso. Desde afuera el edificio tampoco parecía tan alto, si ese no era el último piso a lo mucho quedaba uno más.

—¡Ah! ¡Ah! Uf, ¿Cómo puede un pasillo tan corto cansarte tan rápido? —Se quejó Leonel, inhalando profundamente.

—Vamos, tenemos que subir antes de que alguien nos encuentre—Alertó Ed. La esquina de las escaleras estaba cubierta por dos paredes, solo estando de frente alguien podría verlos. De igual forma, no quería arriesgarse más.

Visiblemente excitado, subió las escaleras de mármol con alfombras rojas y entró de lleno en el siguiente pasillo. Este, más estrecho y menos iluminado que los anteriores, gracias a que las ventanas se mantenían cerradas y las luces apagadas, parecía tener impregnado una atmosfera más intrigante y pesada que los otros sitios de la alcaldía. 

Si había algún sitio en la ciudad donde podría estar la oficina del alcalde, seguramente era ese.

Ed divisó una puerta a medio abrir a mitad de uno de los corredores, con una ventanilla en lo alto, y eso despertó su instinto. Respirando agitadamente, de nuevo, entraron a un pasillo oscuro y sin salida. A los lados, dos enormes salas con puertas negras y ventanas corredizas aguardaban.

Sin pensarlo mucho, Leonel tiró de la puerta derecha y antes de que Ed pudiera detenerlo esta se abrió enteramente. Varias sillas y escritorios conformaban la elegante sala, además de varios cajones grises y de metal. No parecía haber nada importante, así que Leonel probó con la izquierda.

Fue ahí donde las cosas se pusieron interesantes.

Ese cuarto era más pequeño que su contraparte y se componía de simplemente una enorme recepción, con sus papeles y cajones intactos, una curiosa silla giratoria y un estante repleto de libros. En la pared del fondo, había una puerta de madera que daba paso a un misterioso cuarto apartado del resto. El cartel que tenía encima despertó sus cincos sentidos. 

"Oficinas del Superior". Al leer esto, Ed apretó emocionado los puños.

Pero la alegría le duró poco.

Revisó primero a través de la ventana, que no estaba cerrada del todo, el interior de la oficina y no pudo ver más que un escritorio y una computadora, que avivó en él su memoria.

"Esas cosas me suenan... seguramente, en mi vida pasada las ocupe más de una vez. Si tan solo pudiera llegar a ella estoy seguro que sabría cómo utilizarla" se dijo. El problema, como era de esperarse, es que esa puerta estaba bien cerrada. Probablemente era la única que tenía seguro en el interior de la alcaldía. Por más que intentara buscar la forma de abrirla, solo lograba hacer un ruido seco con el picaporte.

"¿Y si utilizamos la misma técnica que ocupo Aurora para abrir la anterior puerta? Bah, no recuerdo ni como lo hizo y necesitamos esas piezas de alambre. No sé si tenemos el tiempo para ir a buscarlas, cuando ese señor despierte se acabó la infiltración.. ¿Qué otras alternativas tenemos?".

—Oye, Leonel... —Y cuando se giró hacia su compañero en busca de respuestas, se encontró con un panorama... peculiar—¿¡Qué diablos estás haciendo!?

Leonel estaba intentando encender un fósforo (probablemente de una caja que se encontró en el almacén de antes), mientras sostenía en la otra mano un pequeño cigarrillo.

Ed, ni lento ni perezoso, lo identificó.

—No me jodas, ¿le quitaste uno de los cigarros al viejo de afuera? —Lo miró, incrédulo.

—Uno no, una caja entera—Respondió, despreocupado—Recuerdo haber visto esto en las películas. Se pone el fuego en el cigarro y se lleva a la boca, ¿No?

—¡Y yo qué diablos sé! —Ed quería gritarle, pero tenían que mantener un perfil bajo—¿No te das cuenta en la situación en que estamos? Tenemos enfrente la oficina del alcalde, no es momento para tus estupideces. 

—Precisamente por eso, es el momento perfecto para hacerlo. Aprovechando que solo estamos nosotros dos en este cuarto, el humo no se esparcirá mucho ni molestará a nadie. Ya viste como se puso Bernadette, no tolera esta cosa.

—¿Y qué te hace creer que yo sí? —Le espetó, queriendo quitarle el puro de la mano.

—¡Vamos, hombre! —Leonel se defendió, ocultando el cigarro detrás de sí—Solo será una vez y tiraré la caja a la basura, lo prometo.

—Ah... —Ed dejó el forcejeo y se rindió—Si lo vas a hacer, hazlo rápido—Por alguna razón, se sentía más dispuesto a dejarle pasar esas tonterías a Leonel. Pasar tiempo con él comenzaba a afectarle.

Leonel logró recordar como encender el fósforo y prendió el cigarrillo, un poco nervioso, mientras el cuarto se llenaba de un olor estupefacto y fuerte.

—Sigo sin verle el chiste a eso. ¿No sientes como huele? —Ed se recostó en el escritorio, mientras buscaba una llave o algo para abrir la puerta—Digo, ¿en serio piensas que es buena idea?

—No lo sabré hasta probarlo—Afirmó, decidido—Esa es la gracia, hombre. En el mundo exterior esto parece ser costumbre entre las personas. Yo solo quiero probar, sentirme como si fuera uno de ellos—Apretó el cigarrillo con las manos, melancólico—Además, si el viejo puede aguantarlo yo también.

Mientras el humo negro se extendía por el cuarto hasta chocar y esfumarse en la pared, Leonel se lo llevó finalmente a la boca e inhaló. Acto seguido, abrió los ojos como nunca mientras su mueca demostraba un disgusto terrible. La graciosa expresión le duró poco, luego cerró los ojos mientras se apoyaba en la pared. Tosiendo fuertemente, y llorando, tiró el cigarrillo al suelo.

—¡Cof, cof! ¡Ah...! ¡Hombre... esta mierda es demasiado fuerte para mí! ¡Cof! —Soltó, con la voz raspada mientras intentaba liberar su garganta de ese horrible malestar.

Ed no pudo evitar soltar una débil carcajada.

—Ja, no digas que no te lo advertí. Sabe horrible, ¿No es así?

—Peor de lo que imaginé, ah... —Recuperó la compostura, limpiándose la cara—Pero bueno, al menos ahora lo sé. Si no lo hubiera probado, seguiría con la duda—Y a pesar de todo, parecía satisfecho con lo que había hecho.

Ed siempre se lo había preguntado. 

—Leonel, ¿Cómo es que puedes vivir de esa forma? Esta ciudad es un infierno del que no puedes salir, y aun así nunca te he visto deprimido o triste por eso.

—Escucha, Ed—Se apoyó también en el escritorio, acercándose—Es lo que te dije cuando nos conocimos. No sirve de nada molestarse por la vida que nos tocó vivir. Es lo que hay, no podemos cambiarlo. Al contrario, el secreto está en intentar disfrutar cualquier pequeña oportunidad que tengamos.

—Pero, ¿No quisieras tener una vida normal como los demás? ¿Vivir sin preocuparte por estas cosas?

—¡Claro que quiero, joder! Daría mi vida por salir con mis amigos a comer hasta reventar, ver películas en otro lugar que no sea ese viejo y polvoso reproductor, pasar la noche afuera, vagando de sitio en sitio hasta el amanecer, sin preocuparme por esta maldita niebla y su enfermedad. ¡Cada vez que pienso en eso me dan unos celos terribles! —La mirada de Leonel era seria, enrojecida por el efecto del tabaco aún—Pero, al mismo tiempo pienso, ¿Qué me detiene para divertirme? No estamos encerrados todo el día, la ciudad nos da cierta libertad y aún conservo los recuerdos de mi padre, ¿Qué me detiene para ser feliz? ¡Incluso tengo un amigo tremendo, y estos días en los que los conocí a ustedes han sido divertidísimos!

Ed bajó la mirada. El discurso de Leonel parecía una tontería, y aun así la sinceridad de sus palabras tocó fuertemente su corazón. ¿Acaso lo había juzgado mal desde el principio?

—Por eso, probaré cualquier cosa que me parezca mínimamente interesante. Como jugar con la pelota o esto de fumar. Ahora que sé que es una mierda, no lo volveré a hacer. Pero para saberlo, tuve que probarlo primero. ¿Hay algo de malo en eso? Obvio, yo sé mis límites y hasta donde es bueno llegar... Pero solo fue un pequeño experimento que ni siquiera recordaré, ¿Cuál es el problema entonces? Yo solo quiero sentirme como los demás, disfrutar este momento al máximo. Ser parte de eso que llaman juventud. Sé que esto te parece una tontería infantil, Ed, pero así es como yo afronto este maldito infierno. 

Apoyó el hombro en el escritorio y lo miró directamente. 

—Y soy feliz. Muy feliz.  

Y sonrió.

Una sonrisa empañada por las lágrimas de sus rojizos ojos y lo negruzco de sus dientes.

Pero una mirada llena de vida, eso sin dudas.

"Creo que por eso mismo esa mirada se siente tan natural. Es el resultado de una estupidez, sí, pero... ¿El hacer estupideces no demuestra que estás viviendo? Las miradas de todas las personas aquí lucen tan vacías y tristes, mientras que la de Leonel resalta entre ellas. Por más molesta que pueda ser a veces... si la comparas con la de los hombres de esta alcaldía, es la única que se siente real en esta ciudad llena de ilusiones y resignación. Un corazón cálido, en medio de tantas miradas frías". 

Leonel podía ser insistente y directo, y decir cualquier cosa que se le pasara por la mente, pero ciertamente no era un mal tipo. En su interior, había un ferviente deseo por vivir, por ser feliz a pesar de todas las desafortunadas circunstancias que lo rodeaban. 

Cuando Ed comprendió eso, se dio cuenta de que tenían más en común de lo que pensaba. Ambos intentaban ser diferentes a los demás y luchar contra la maldición, a su modo. Con un poco de paciencia, Leonel era alguien con quien podría llevarse bien... realmente bien, de hecho.

—Pues viéndote así, lo creo. Estás disfrutando del momento y eso es genial, supongo—Ed sonrió.

—Así es—Leonel estiró el cuello, parpadeando por el ardor—Sabes Ed, creo que eso es lo que te hace falta. Estás demasiado obsesionado con esto de escapar y ser un héroe... ¿No crees que te pones demasiada presión? ¿Por qué no te relajas y disfrutas más de la aventura? Vive el momento como yo, y deja que todo fluya. 

Ed ladeó la cabeza, sorprendido por la idea. En cierta forma, se veía incapaz de vivir en esa ciudad de manera tranquila, pero, al mismo tiempo... tampoco estaba mal intentarlo. Ya había descubierto que, relajándose, podía silenciar su cabeza y vivir sin estrés ni preocupaciones. 

—Sí... Tienes razón. Dejar que todo fluya... puedo intentarlo—Ed se desperezó, despejándose el cabello. "La verdad es que no suena mal, en lo absoluto"

—¡Así me gusta! —Leonel le dio una palmada en el hombro—Bien, entonces... ¿Quieres intentarlo también? —Leonel le ofreció la caja de cigarrillos—Vamos, dijimos que aprovecharíamos el momento, ¿no?

Ed dudó por un segundo.

—¡Ah! Venga, solo una vez—Estiró la mano despreocupadamente y tomó la cajeta aplastada.

Sacó uno y se lo llevó a la boca. "¿Qué diablos estoy haciendo? ¿No habíamos entrado aquí para investigar al alcalde?", pero simplemente lo ignoró. 

Haciéndole caso a las indicaciones de su nuevo amigo, prendió la mecha y encendió el cigarrillo. Y entonces...

—¡Ah! ¡AH! Cof, cof... ¡Ah, Dios...! ¡Sabe HORRIBLE! ¡Cof...!

Un sabor amargo y poderoso se extendió por toda la garganta, nublándole la vista y los sentidos. Intentó controlarse, pero el aroma alrededor de su nariz era demasiado estupefacto como para dejarlo pasar. 

—¡Ja, ja, ja! ¡Hermano, tú cara! ¡Joder, me encanta! ¡Ja, ja, ja! —La voz de Leonel se burlaba a sus espaldas... aunque esta vez ya no le molestaba.

—Ah... Te la estás pasando bien, ¿No? Idiota... ¡Ja, ja, ja! —Y Ed también se rio. 

Sus risas llenaron toda la sala, más veloces incluso que el oscuro humo. Fue un momento verdaderamente agradable.

Hasta que...

Mientras Ed intentaba controlar su risa y su respiración agitada, miró de reojo a través de la ventana de la oficina del alcalde. Y en su interior pudo ver, por apenas unos minúsculos segundos...

Una sombra moverse.

Moverse hacia ellos.

Entonces reaccionó. "No lo olvides, hemos venido a buscar información del alcalde. Pero creo que eso no será necesario... Parece que todo este tiempo hemos tenido un invitado muy especial detrás de esa puerta"

Ed se mareó. La alegría y el olor desaparecieron de su cabeza al unísono, para ser sustituidos por un alarmante pensamiento.

"Estamos en graves problemas... muy graves problemas". 

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