2. Sobre musgos y sueños
"Ellos nos crearon pero ahora nos tienen miedo porque no pueden manipular lo que queremos"
- Cuarteto de Nos
—¿Por qué está aquí? —fue la primera lanza luego de unos eternos segundos con una tablet de luz celeste en sus manos.
—Porque quería comer una guagua de pan para el desayuno.
La niña no respondió.
—¿De qué se trata todo esto? —Se aventuró a preguntar Don Pepe. Con Ciudad 4891 dormida obviamente no había ninguna panadería abierta y sospechaba que seguiría así la siguiente semana.
—Todos los adultos están dormidos, y los niños estamos despiertos. Nos encargamos de cuidarlos. Por eso...No entiendo qué hace despierto.
—Eso es porque no soy de aquí.
Ella cambió entonces su expresión, volviéndose más suave y expectante. Don Pepe no le gustaba que lo miraran de esa forma.
—Yo vivo a las afueras, en los Condominios.
—Oh, ¿una de esas residencias donde...?
—Así es.
—Señor, quiere decir que usted conoce más allá de Ciudad 4891. —dijo con brillos de estrellas en sus ojos que hacían que Don Pepe se sintiera más incómodo.
—Eh...
—Necesito encontrar a la responsable de esto —Sus ojos chispeaban determinación—. Yo tampoco sé por qué están todos dormidos, pero necesito saberlo y sé quién puede ayudarme. Pero...nunca he salido de la capital y no conozco más allá del portón. Si usted...si usted pudiera guiarme...
—¿Quiere que la guíe fuera de Ciudad 4891?
— Así es —confirmó tragando saliva —. Todos quedaron dormidos luego de escuchar una canción que se volvió muy popular, aquí, hace unas semanas. Necesito buscar a la cantante, Brida, si ella fue capaz de dormirlos, tal vez sea capaz de despertarlos.
Don Pepe juntó sus labios pensativo y luego con el estómago rugiendo, tomó una decisión
— Bien, podría ayudarle, sí, niña, pero-
— Ya no soy una niña —refutó retomando la máscara fría y seria que tenía al inicio—. Además, me llamo Ariel.
— Ah, ¿Cómo la Sirenita?
— Sí. Como la Sirenita.
— Ya veo, entonces, mire, podría ayudarle, pero creo que primero me gustaría desayunar, muchas gracias.
Todos los adultos solían decir que vivían en un paraíso en tierra, que no había un lugar más avanzado y feliz que Ciudad 4891. Afuera de la capital se encontraría solo con lugares empobrecidas y dedicadas al ocio que no valía la pena visitar. ¡Especialmente el Sur! Los sureños eran personas perezosas, salvajes y anticuados. ¡Usaban cables para la electricidad en pleno siglo XXI! Por esto y otras mentiras de papel, Ariel no conocía más allá del cartel de bienvenida de su ciudad.
Después de dejar instrucciones al general al mando, otro niño de su edad se marchó junto con Don Pepe. Cuando se despidió de los suyos, sintió la vena de responsabilidad palpitar, pero era lo bueno de haber crecido en el norte: tus padre estaban tan ocupados trabajando que mientras tengas internet y comida al alcance podrías sobrevivir en un lugar como la capital.
Se supone que antes Cuenca solía ser uno solo, pero Ariel sintió que no había punto de comparación en cuanto puso un pie fuera de su hogar. Con la seguridad de las puertas deteriorada por falta de mantenimiento, no fue tan difícil como se imaginó cruzar la barrera.
Como el hámster, que estaba asustado de sacar la primera pata de su bola, Ariel sintió ese mismo e irracional temor. Al cruzar la puerta, el sol la cegó por unos instantes en lo que llevó una mano a su frente para hacerse sombra.
Un paisaje rancio y amarillo se desplegaba hasta el horizonte, donde las desdibujadas montañas se asomaban para ver a la foránea en su propia tierra. La niña comprobó nerviosa que no había ningún monstruo fuera de la ciudad.
Era diferente a su manera, no había centros recreativos, ni árboles exóticos y artificiales. En su lugar, notó que había salpicaduras de plantas autóctonas de la zona, esas que había estudiado en libros de Biología. Las plantaciones de Teca se extendían por hectáreas a los lados abrazando el camino. Una sonrisa de asombro cubrió su rostro y comenzó a correr adelantándose al anciano y provocando que el perro corriera detrás de ella.
—¡Mire, mire, Don Pepe! ¿Alguna vez vio una planta así? —Se agachó sujetando las tiras de su mochila. La planta a la orilla de la carretera se mecía con suavidad como si se sacase el sombrero para ella.
El anciano la alcanzó y se inclinó levemente a husmear.
—Claro. Son los musgos que crecen cuando no se limpia seguido.
—¡Nunca había visto algo así!
—Es que en Ciudad 4891 tienen todo muy limpiecito, y no dejan crecer estos musgos.
—Ehh, ¿por qué? Con lo bonitos que son.
Dango se acercó a olfatear el musgo, intentó morderlo y sacó un buen trozo.
—No, Dango, ¡no hagas eso! —Ariel lo apartó con angustia, pero el perro se fue masticando el musgo. La niña lo riñó diciendo que las plantas también eran seres vivos, que le va a hacer mal al estómago comerse eso, como si fuera el perro un niño pequeño.
Las preguntas durante todo el trayecto no cesaron. Por qué esa planta era tocha, y esa otra muy alta, por qué todos los árboles estaban secos o muertos excepto por las plantaciones de Teca, por qué hacía tanto calor si estaban en octubre.
Ya cuando el sol se escondía con pereza por el árido horizonte; abuelo, niña y perro llegaron al conjunto de edificios.
Lo había notado desde que salieron de la ciudad, el brillo en los ojos chocolates de la niña. Esa curiosidad innata de los niños por conocer lo inalcanzable. Sin embargo, le pareció extraño que mirara los edificios viejos hechos hace 50 años para los jubilados como si fueran las pirámides circulares de Egipcia.
— ¿Aquí vive la cantante Brida?
—No. Aquí vivo yo. —dijo empujando la puerta principal.
— ¿Y dónde vive la cantante?
—Sé a quién puedes preguntar.
Fueron lo más rápido que un abuelo y un perro podían ir al mismo paso. Ariel aprovechó para mirar de cerca aquellos Condominios de los que solo había escuchado. Había varios programas en Ciudad 4891 que promocionan Condominios como "el sitio ideal para que tus abuelos descansen" En las propagandas siempre mostraban viejitos felices en lugares de recreación modernos.
Pero este lugar no había sido modernizado desde hace años y lo pensó alguien que había vivido solo doce años. Había grietas y mohos en las paredes. La pintura amarilla estaba consumida como si hubiese enfermado. Mientras subían las escaleras, se preguntó si su abuelita había ido a un lugar como ese cuando su papá la internó en los Condominios. Pensarlo le retorció el estómago.
—Don Pepe....—lo llamó encogiéndose mientras veía más cosas sin mantener. Como ese ventilador abandonado—. ¿Es bueno vivir aquí?
El anciano llegó hasta ella sosteniéndose del barandal con una mano en el corazón respirando como una yegua desbocada.
—¿Supongo que es bueno estar vivo?
Antes de que pudiera preguntar, una puerta de un apartamiento se abrió con brusquedad y una mujer furiosa apareció.
Nota de Autora:
Gracias por leer <3
Una guagua de pan, por cierto, es un dulce de aquí. Solemos comerlo en mi país en noviembre por día de muertos junto con colada morada.
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