1. Sobre soldados de juguete y sueños
Don Pepe se preguntó si era ya muy tarde para salir corriendo.
—¿Por qué no estás dormido? —preguntó una mancha roja de un metro y medio.
Era injusto ser incapaz de ver el rostro de tus atacantes, así que Don Pepe se tomó un momento para colocarse las gafas. Ahora las manchas rojas se habían moldeado en pequeños niños de armadura plateada y yelmos rojos que lo apuntaban con lanzas.
En la mañana, su único plan en la lista era viajar a la ciudad y comprar una bolsa de guagua de pan. Cada fin de mes su panadero de confianza hacía guaguas de pan. Era la única persona viva de Cuenca que sabía hacerla y Don Pepe no creía que existiera algo mejor que un pan recién horneado que sabía a niñez endulzada con nostalgia.
No esperaba encontrarse con que el panadero y todos los adultos de la ciudad habían decidido tomar una siesta tan larga que un grupo de niños tomó el poder.
Su nariz debió haber percibido, aparte de la ausencia de olor a pan horneado, que algo andaba mal allí.
Primero encontró un perro descarriado, algo extraño en una ciudad donde no existían perros callejeros, y este, tal vez pensando que tenía comida, lo siguió en su travesía.
—No tengo comida si es lo que buscas—Don Pepe le dijo varias veces, pero el perro estaba encantado de ver a alguien despierto.
Se adentró al corazón de la ciudad pero este estaba tan muerto como el resto de lo que pudo ver. Era como si la ciudad hubiera pasado de ser el libro favorito de alguien a un recuerdo viejo y olvidado en el sótano para guardar polvo y moho.
A pesar de que todo parecía en orden, los autos metidos dentro de cada gris casa en su garaje. Las plantas muertas de los jardines. Los gigantes edificios de compañías, irguiéndose altos en majestuosidad. Algo comenzaba a picar a Don Pepe. Y no era ningún ácaro de su viejo mueble. Era el miedo que se desliza cuando no se encuentra a nadie en un lugar donde se supone que estaban todos.
El perro ladró a su lado, como un último llamado de auxilio en un mausoleo y salió corriendo. Fue detrás del animal con paso más lento. Se sentía un poquito responsable y la curiosidad también empezaba a rascarlo. Se metió entre el estrecho callejón que daba a una avenida mucho más grande. No se encontró con el mismo paisaje sin gente. La imagen era diferente, onírica, y lo descolocó por completo.
Por el ancho de toda la Avenida de las Américas se extendía una hilera de camas, de sábanas grises y almohadas blancas. Metidas en ellas, la gente dormía como si fuera otra noche más luego de un día cansado. El perro volvió a ladrar, y se paseaba por las camas, olisqueando todo.
Don Pepe había vivido tantos años que tristemente pocas eran las cosas que lo sorprendían. Se preguntó si se trataba de alguna moda de los jóvenes. Había escuchado y visto como su natal Cuenca se había ido convirtiendo poco a poco en una oda a la juventud y el ahora. Pero al ver las caras tan serias de los niños que lo acorralaban. No estaba seguro de que se tratase de un reto para subir a internet.
Sintió de nuevo la terrible urgencia de volver por donde vino. No tenía ganas de lidiar con nada de eso. Solo quería una guagua de pan para el desayuno.
—Tenemos que llevarlo. —murmuró uno.
—¿Cómo lo obligamos a seguirnos?
—Podríamos —El otro niño miró el cielo gris pensativo—...No lo sé... ¿y si lo noqueamos?
—¿Alguien sabe noquear?
Todos los niños de armadura de plata negaron con la cabeza mientras cuchicheaban entre ellos sobre una tarta de mora que los esperaría si hacían bien su trabajo. El generalito, quien parecía lideraba el ejército de niños, se colocó frente a él; levantando la barbilla. Aún así, no dejaba de proyectar la imagen de un niño demasiado pequeño para esa mirada enfurruñada.
—Tiene que seguirnos porque tenemos secuestrado a su perro.
—¿Qué perro?
—E-el perro que estaba con usted.
Don Pepe se tomó un tiempo antes de recordar y asentir con la cabeza.
—Ah, se llama Dango, pero no es mi perro.
—Ya no importa. Tiene que seguirnos. —Tomó la arrugada mano y toda la legión de caballeritos comenzaron a andar con su nuevo prisionero. Unos pasos más adelante iba el can, quien parecía a gusto jugando con los secuestradores.
Don Pepe no terminaba de entender qué sucedía. Tampoco encajaba en su mente cómo se pudieron confeccionar trajes tan pequeños para soldados infantes. Y armas que parecían juguetes.
Pasaron por las hileras de camas que se extendían por la avenida. El abuelo caminaba taciturno, mirando los rostros de la gente dormida. Solo se escuchaba sus respiraciones. Algunas eran lentas y tranquilas como el silbido de una flauta. Otras sonaban como la matraca vieja. Unos cuantos roncaban, y otros dormían boca arriba con la baba escapándose de los labios. Quería preguntar, pero no sabía a quién. Todo tenía un sabor muy absurdo. Le recordaba a esa ocasión en la que fue a un restaurante gourmet y sirvieron carne de res con mermelada. ¡Qué locura fue aquella!
Siguieron caminando por un rato que se le hizo eterno, y llegó a pensar que las camas eran infinitas. Pero luego de unos momentos, llegaron al final de la avenida. Un gigante de cristal les devolvió la mirada. Lo ubicó como ese edificio de la compañía de Phoenix, unas de las más importantes de la Ciudad 4891 Entraron allí, y lo guiaron hasta una sala la cual, suponía él, antes era una sala de reuniones de gente importante por todo el aire sofisticado que lo perfumó hasta marearse cuando entraron.
Detrás de la enorme silla giratoria, observó una pequeña mano salir y tomar una copa de jugo de tomate de árbol. Don Pepe se sintió envuelto en una de esas tramas de mafiosos italianos que, en su juventud, gustaba de ver.
—Señorita Ariel, hemos traído a un intruso.
—Los he visto entrar. Déjennos solos por favor.
—Como usted diga. —Los niños lo soltaron y luego se escuchó el sonido de la puerta cerrándose.
Don Pepe tragó en seco, preguntándose qué clase de perverso niño estaba detrás de aquella silla giratoria. Capaz de manipular las mentecitas de tantos niños y crear un ejército con ellos. Las tripas rugieron dentro de su estómago, indiferentes a la situación y pensando en que ya pasó la hora del desayuno.
Nota de Autora:
Después de años en los que esta historia estaba durmiendo, finalmente he decidido que era momento de que volviera a salir. De aquí viene Don Pepe, los sueños y los nuevos comienzos.
Espero que lo disfruten tanto como yo <3
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