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Entrenamientos

—Entonces, ¿qué me vas a enseñar?

Frunció el ceño graciosamente.

—Bueno, si eres como tu hermana, tal vez te vaya bien con estas.

Estaba con Sakie en la sala de entrenamiento 344, una de primer nivel, para principiantes. Era una sala vacía, excepto por varios estantes en una esquina, de los que Sakie sacó dagas para que pudiera practicar. Aunque estaba segura de que mi don no estaba relacionado con la lucha, insistió en que era necesario.

—Es el camino para empezar a descubrir los dones cuando no se tiene a alguien como yo —dijo mientras abría los estantes— y no soy infalible. Un don siempre se manifestará y necesitas saber luchar o no serás de mucha ayuda con los daluths. Orlenka, por ejemplo, los puede detectar a grandes distancias, pero no le serviría de nada si no supiera cómo defenderse.

Yo asentía ante todo.

—Si quieres  lanzar dagas —dijo— primero deberías probar con un látigo, es un buen ejercicio para la puntería ¿sabes? 

Me dio un látigo y me señaló varios puntos en la pared que antes no había visto, eran clavos a intervalos irregulares con varios números sobre ellos. Sakie me decía uno y yo intentaba atinarle, fracasando terriblemente al principio. Empezaba a sentir que era una pérdida de tiempo pero al menos me divertía. 

—No te canses —me aconsejó—. Aún te faltan Andrew y Eric después de esto, aunque me parece que a ambos ya los conoces. F9.

Ubiqué el clavo en un segundo e intenté que el látigo le diera. Una grieta apareció en la pintura de la pared cuando fallé.

—¿Andrew siempre es así?

—Oh, ya lo has notado —dijo ella con una risita—. Sí, todo el tiempo. O casi. G4 ¿Ya te ha puesto algún apodo?

¡Así que no era cosa de burla!

—Si “preciosa” puede considerarse apodo, entonces sí.

Fallé por dos filas. 

—Es mejor que el mío. Soy Afrodita.

—¿La diosa del amor?

—Exactamente. Solo si eres excepcionalmente genial te deja elegir tu apodo. D2. 

—¿De verdad?

Sakie se rió tanto que me olvidé del látigo.

—D2 —me recordó ella— ¿Dejarte elegir tu apodo? Antes renunciaría a presumir que logró clavar la flecha en el centro de la diana. Hasta ahora no lo ha conseguido nadie —miró mi cara de incredulidad y se echó a reír de nuevo—. Está loco, lo sé, pero no podríamos vivir sin él. Todos lo adoran. 

—¿No ha cambiado con el tiempo?

—Muy poco. Desde el día en que lo vi por primera vez lo recuerdo así. H6.

Logré darle al H5 y Sakie aplaudió. 

—¿Cómo lo conociste? —pregunté con curiosidad. 

—Ayudando a su madre con las bolsas de la compra, cuando su padre me envió a detectar un don en él. Tendría ¿diez años? Once a lo mucho.

Recordé a la mujer del restaurante y al niño pequeño.

—¿Entonces cómo es que no estaba ya en el CEL? —había visto niños pequeños mientras Sakie me mostraba las instalaciones— ¿Su madre no quería que entrara?

—No. Su madre no tiene ni idea. 

—¿Qué?

¿Y yo había creído que era la única?

—Fue su padre el que se enamoró de una humana y se escapó de aquí. Él heredó los poderes de su padre —dijo adivinando lo que me pasaba por la mente—. Ninguno de tus padres estuvo en un CEL, te lo puedo asegurar. El de Andrew murió hace dos años, atacado por daluths. 

—Debe haber sido duro para él —dije comprendiéndolo. Mi padre también había muerto, cuando yo era muy pequeña y mamá no se había vuelto a casar.

—Supongo que sí, Andrew le extraña muchísimo. Su padre le contó muchas cosas mientras estaba fuera y le ayudó a desarrollar sus poderes. Eran muy unidos. A veces me da la impresión de que lo que hizo fue prepararlo para cuando él muriera. Andrew se encarga de su madre. Como no puede trabajar, de vez en cuando entra a concursos. Ha ganado algunos premios escribiendo —eso me sorprendió—. Se las ingenia bastante bien y su madre también trabaja duro. Ambos viven por Hans, su hermano menor. 

—Pero si es su hermano, acabará aquí ¿no?

—No necesariamente. Un lidhanita y una humana. Nadie sabe qué puede pasar. Hasta ahora no ha dado señales de tener algún don. Y Andrew espera poder mantenerlo alejado  “de toda esta locura”. L9 —recordó de pronto señalando la pared.

Suspiré y me puse de vuelta a trabajar.

—¿Entonces ni su madre ni su hermano saben qué hace? ¿Cómo lo maneja?

—Almuerza con ellos de vez en cuando. Los domingos ayuda a su hermano con las tareas, lo saca a pasear, llama todos los días. Además, es el mejor hermano que alguien podría desear. Su madre cree que su esposo trabajaba para el gobierno y que su hijo ha tomado su lugar. Sabe que hay algo raro y lo acepta. Realmente amaba al padre de Andrew…

—¿Cómo lo sabes?

—Por la forma en la que Andrew habla de ellos. Nunca digas frente a Andrew que no existe el verdadero amor o te responderá “Yo lo he visto. Y créeme, cuando has visto algo así de hermoso, no puedes sino desear con todas tus fuerzas lo mismo para ti”.

—Es una bonita historia. 

—Ya sabes lo que dicen, Liz. A veces la realidad es mejor que la ficción. Las pruebas, delante de ti. B8.

Empuñé el látigo y rogué con todas mis fuerzas que acertara. Fallé.

—No —dijo nuevamente Sakie después de una hora—, te falta practicar.

—O soy un caso perdido, admitámoslo.

—Nadie que yo entrene es caso perdido —repuso ella con decisión—, prueba con dagas reales, con algunas personas lo de los látigos no funciona, aunque… prueba con una. 

Me alcanzó un cuchillo corto con una empuñadura de metal que se sintió extraña bajo mis dedos. Sakie se acercó a una esquina de la pared y bajó una palanca. Tres dianas cayeron del techo: habían estado cuidadosamente enrolladas y no las había notado.

Intenté lanzar el cuchillo pero antes de que pudiera soltarlo, Sakie se acercó y me ayudó a colocar los dedos de forma correcta.

Volvimos a probar por otra hora hasta que por pura suerte, una daga cayó en una de las dianas a las que apuntaba. No era precisamente en el centro pero era mejor que dañar la pared con mi fallida puntería.

Cuando me senté a descansar un momento, la puerta se abrió y una figura familiar ingresó a la habitación.

—Hey, Sakie. ¿Cómo va todo?

Era Andrew.

—Intentando que las dagas que lanza se claven en el lugar correcto.

Andrew llevaba un arco en la mano y un grupo de flechas.

Alistó una y la lanzó. Dio en el blanco.

—Presumido —susurró Sakie por lo bajo.

Andrew se echó a reír. 

—Algún día tendrás que admitir que soy bueno con esto.

—Tal vez, tal vez. Mientras tanto, sigue soñando con ello.

—Ya lo hago —dijo él sin perder la sonrisa— sueño que, convertida en una paloma, vienes a comentarme lo bueno que soy y saltó de felicidad. De hecho, desearía que no fuera tan a menudo. Caerte de la cama en medianoche no es precisamente agradable ¿sabes?

—¿Por qué una paloma? No me gustan mucho y traen mala suerte ¿no?

Andrew la miró, escandalizado.

—Tengo que cambiarte de apodo con urgencia. ¡No es posible que seas Afrodita y no te gusten las palomas! 

—¿Ah no? —dijo Sakie, mordiéndose el labio inferior, intentando no reír.

—¡Por supuesto que no! La verdadera Afrodita las adoraba. Un día de estos me saldrás con que no te gustan las rosas y todo se habrá ido al traste. Empezaré a pensar hoy mismo.

—Es una lástima —dijo Sakie— ya me había encariñado con él. ¿Puedo escoger mi nuevo apodo? —agregó esperanzada.

Andrew sonrió maliciosamente.

—Ni lo sueñes.

—Vale, no quiero terminar cayéndome de la cama en medianoche.

Intenté lanzar otro cuchillo y ni siquiera le atiné a la diana. Se cayó a medio camino. Andrew se rió y lo fulminé con la mirada.

—No me mires así. No sabes cómo manejarte ¿verdad? Estoy a punto de ser tu maestro, deberías ser más inteligente y tratarme bien, preciosa.

—Me arriesgaré. Ya sabes, me gusta vivir al límite.

—Bien, los dejo —dijo Sakie poniéndose de pie—, me necesitan en un reconocimiento de clase NEPHTA. Está bien para empezar Liz —me aseguró antes de irse.

Andrew analizó la pared minuciosamente antes de volverse hacia mí con una sonrisa petulante.

—Las dagas no son lo tuyo ¿eh? —dijo recorriendo con la mirada las marcas que habían dejado a lo largo de la pared, al no acertar en las dianas—. Vámonos, luego limpiaré esto.

Sin embargo, no llegamos muy lejos. Andrew me llevó a la sala 347, cuyas paredes estaban cubiertas casi por completo de dianas bastante gruesas. De los estantes, sacó una aljaba y flechas. 

—Mi don —explicó descolgando su arco de la espalda. 

—¿Eres arquero?

Puso los ojos en blanco.

—No, soy Andrew. ¿Es que es tan difícil de aprender?

Sonreí involuntariamente y Andrew me alcanzó el arco.

—Con cuidado —dijo con los ojos abiertos, como escandalizado de la forma en que lo cogía— te vas a lastimar. No es un trozo de madera con una cuerda inofensiva ¿sabes, preciosa?

Después de tres horas, quedó claro que tampoco servía mucho como arquera, pero a diferencia de lo que esperaba, Andrew no se burló.

—Casi nadie es un superdotado en la primera clase, preciosa —dijo con una sonrisa mientras me dejaba con Sakie, que acababa de regresar sudorosa y parecía apurada pero sonrió al verme. 

—Ahora debes ir con Eric. Tengo un buen presentimiento —dijo tocándose la sien con el índice.

—¿De verdad? —exclamó Andrew— yo tenía entendido que Eric era incapaz de pasar una hora con alguien sin lanzarle algún maleficio.

Sakie lo miró, molesta. Hasta ahora, todo lo que había oído de Eric no era muy alentador y la verdad me daba un poco de miedo. Después de darle un golpe en la cabeza a Andrew por haber dicho eso (“sabes que es verdad” se defendió él), me aseguró que lo peor que podía pasar era que se negara a entrenarme. 

—Él entrenó a tu hermana cuando llegó ¿sabías? —agregó.

Para calmar mis nervios, Sakie me llevó personalmente al lugar donde iban a ser mis clases. Eric estaba a cinco metros del suelo, sentado en un estante y en sus brazos brillaban símbolos extraños.

—¡Eric! —gritó Sakie. Fue tan repentino y alto que incluso yo salté.

Eric casi se cae del estante pero recuperó la compostura y dio un salto limpio.

—Sakie —dijo con una leve sonrisa— olvidas que no todos podemos intuir que alguien llegará a interrumpir en medio de un entrenamiento.

—Olvidas que te dije que traería a Liz hoy.

Eric no pareció encontrar réplica para aquello y Sakie le pinchó con el dedo en el pecho.

—Está bien —aceptó Eric—, aunque sería más fácil si deja de esconderse detrás de ti.

Me sonrojé profundamente y no ayudó que Sakie me tomara por los hombros y me pusiera delante de ella. 

—Ella es Liz.

Eric asintió con una sonrisa pero ni siquiera me miró.

—Nos hemos visto antes.

—¿Lo ves? Ya lo tienes a tus pies —dijo Sakie con su musical risa— tómenlo con calma chicos —dijo mientras se alejaba hacia la puerta. Se de tuvo un segundo antes de cerrarla— ah, y Eric, te atreves a lanzarle algo desagradable y voy a poner a Andrew sobre ti.

—¿Se supone que eso es una amenaza? —dijo Eric alzando una ceja.

—No, es un comentario —dijo Sakie colocándose un mechón detrás de la oreja— si quieres una amenaza… lo siguiente que voy a intuir es que alguien va a llenar tu habitación de cucarachas.

Cerró la puerta con fuerza y la oí alejarse con una carcajada. Yo seguía sonrojada, e intentaba no reírme de su comentario. Me tensé de nuevo. Sakie intuía que podría ser hechicera y aquello me emocionaba. Sin embargo, hubiera deseado una forma menos vergonzosa que lucir como una completa inútil ante el sorprendente chico que tenía delante. Llevaba una camisa fina que marcaba unos músculos casi perfectos.

—Creo que hasta ahora no te he dado la bienvenida al CEL —dijo Eric lentamente. Sus pasos no hacían ruido mientras se acercaba a mí. 

—No, creo que no.

—Bienvenida entonces. ¿Qué sabes de la magia?

—Pues… —dije intentando recordar todos los libros que había leído. En todos se hablaba de magia de una forma diferente. Lo mismo con las películas. Me preguntaba si necesitaría una varita. Mientras intentaba decidir cuál de las opciones elegir, Eric sonrió.

—Creo que una mejor pregunta sería: ¿qué sabes de la magia lidhanita?

—Nada —contesté al instante. No estaba allí para intentar hacerme la inteligente, sino para aprender. Y a pesar de que Andrew ya me había comentado varias cosas sobre los hechiceros lidhanitas cuando me entrenaba esa mañana, muchas de ellas me sonaban a broma de mal gusto.

—Bien —dijo Eric asintiendo para sí mismo— ahora, ¿cómo averiguamos si tienes don para la magia?

Parecía una pregunta suelta al aire, y no sabía si debía contestar o no.

—¿No tienen una prueba ya definida?

Debió sonarle estúpido, porque me miró con sorna. Me encogí involuntariamente.

—¿Pretendes que te coloque en medio y espere a ver si realizas un hechizo?

Mis mejillas ardían tanto que probablemente lucía peor que de costumbre. Negué con la cabeza. Eric sonrió.

—Eso pensaba. 

Se me ocurrió algo.

—¿Cómo lo descubrieron contigo?

Eric había empezado a acercarse a uno de los estantes y se detuvo ante mi pregunta.

—Entrenaba en lucha lanzando cuchillos. No acerté y lo hice estallar en llamas.

Su tono carecía de emoción, sin sonar como el mejor momento de su vida.

—Ninguno de los que he lanzado ha hecho algo, ni una sola chispa —acerté a decir.

Eric se lo pensó unos segundos.

—¿Nunca te ha ocurrido algo parecido en tu vida? ¿Algo para lo que no hayas tenido explicación?

—No, ya sabes he sido normal.

Eric hizo un gesto con la mano, sin darle importancia.

—Ya lo averiguaremos. Sakie pocas veces se equivoca.

Nos quedamos en silencio, hasta que se me ocurrió otra pregunta.

—¿Cómo lo descubrieron con Alba?

Eric evitó mi mirada y me contestó con rapidez.

—No entrené mucho con ella, lo descubrió rápidamente. Lo intentó hasta conseguirlo. Estaba tan segura de que era especial…

—Pero me han dicho que tú la entrenabas.

Aquello lo enfureció de alguna forma. No entendí por qué pero Eric apretó los puños con rabia y su mirada se volvió colérica.

—Sí —su voz estaba contenida— pero luego ella eligió entrenar por su cuenta. Por supuesto, no te culpo si quieres hacer lo mismo una vez que descubras tu don.

Había algo que no terminaba de ver en toda la historia pero decidí cambiar de tema. 

—¿Entonces me paro allí e intento sacar un conejo de algún sombrero? 

Funcionó. Eric me miró durante dos segundos y echó a reír.

————

Daba vueltas por los pasillos. Eric había dicho que él se quedaría a entrenar pero que Sakie probablemente me esperaría en el comedor. Luego, me cerró la puerta en las narices.

Deambulé por los pasillos del CEL sin cruzarme con nadie. Hasta ese entonces solo había seguido a Sakie o Feried sin pararme a mirar la estructura del edificio. El CEL no era un conjunto de ordenadas habitaciones con pasillos rectos, sino una compleja red de pasillos y paredes que me llevaban a callejones sin salida o habitaciones vacías. En otras palabras: terminé perdida. 

Llevaba varios minutos intentando repetir la ruta de vuelta al aula para preguntarle a Eric nuevamente, cuando me tropecé con Andrew y terminé en el suelo.

—¡Hola Liz! —me saludó alegremente mientras me extendía una mano para ayudarme a ponerme de pie—, no sabía que tenías por costumbre estrellarte contra la gente en los pasillos. Mis disculpas, asumí que serías normal. Bueno, esperar normalidad con los lidhanitas es una esperanza vana ¿verdad?

—La esperanza es lo último que se pierde.

—Ciertamente.  Por eso nunca deberías casarte con alguien cuya madre se llame Esperanza —señaló de forma pensativa.

—Bueno —dije recuperando la sonrisa— voy al comedor, muero de hambre pero…

—Y con eso terminamos de descartar tu normalidad —me cortó Andrew— ¿cómo piensas llegar a un lugar si caminas en la dirección opuesta a él? No pongas esa cara. Vamos, necesitas un guía, preciosa.

Empezó a caminar delante de mí de manera ostentosa. No pude evitar reírme. Si se trataba de diversión, Andrew realmente sabía lo que hacía, incluso me preguntaba si ese no era en verdad su don.

El comedor resultó estar en el último piso del CEL, era amplio y estaba repleto de gente.

Me di cuenta rápidamente que Andrew era popular. Más que popular: los grupos se alegraban al verlo llegar y él siempre tenía una broma para todos. 

—Aquí tienes —dijo conduciéndome hacia una larga mesa con varios platos—sírvete lo que quieras. 

No es que hubiera un surtido buffet de lujo, era más bien un compilado de comida rápida que incluía pizza y hamburguesas de diez tiendas diferentes. 

—¿No cocinan aquí? —pregunté casi sin querer.

—Sí —dijo Andrew señalando tres platos al final de la mesa con lo que parecía ser una sopa de un color gris poco alentador—. Pero no tenemos cocineros y usualmente el plato del día termina siendo un experimento de alguien aburrido. No te lo recomiendo. A menos que Muriel haya llegado de viaje y decida compadecerse de nosotros. Siempre puedes salir a comer fuera, claro. Allí está Sakie —dijo fijándose en alguien detrás de mí—, nos vemos mañana.

—¿Dónde te habías metido? —volteé para encontrarme con Sakie, que llevaba el cabello hecho un revoltijo pero aún así se veía como si estuviera a punto de empezar a decir que admiraba al Papa y quería la paz mundial—, intuía que te podías perder, pero no tuve tiempo —se disculpó mientras cogía un plato y empezaba a llenarlo de rebanadas de pizza y algo de ensalada— es bueno que Andrew te haya encontrado, ¿cómo te fue?

—Bien —le aseguré—, todos ustedes son geniales. 

—Lo sé —dijo ella cogiendo un segundo plato y llenándolo con más pizza— ahora prepárate, es momento de conocer al resto del equipo. Te van a adorar.

Iba a replicar pero me puso el plato entre las manos y me dirigió resueltamente hacia una mesa. Teniendo pizza de almuerzo, la vida no podía ser tan mala, me dije.

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