Bloqueo mental
Llegué a casa, preocupada porque mi madre hubiera descubierto algo o estuviera preguntándose dónde me había metido. Había pasado toda la tarde escuchando a Feried y aprendiendo cosas sobre los lidhanitas. La información bullía en mi cerebro como un nido de avispas hasta que Feried decidió dejar las dudas restantes para otro día. Además, llegar tarde no me iba a facilitar las cosas con mi madre, aunque me prometió que tratarían de hacer algo.
Por eso, me llevé el chasco de mi vida al entrar en la casa y verla echada en el sillón mordiendo tranquilamente una manzana.
—Buenas noches mamá —dije con algo de miedo. Aquello me parecía la calma antes de la tempestad.
—¡Oh! Hola cariño. Buenas noches.
Su voz era perfectamente normal, así que me relajé.
—Disculpa por llegar tarde —inventé rápidamente—, es que Marie y yo…
—Sí cariño, no te preocupes —me interrumpió ella mirando el televisor apagado como si estuviera viendo un programa interesantísimo.
—Ehh…claro.
Caminé lentamente hacia mi cuarto. Algo muy raro pasaba allí: mi madre no me había regañado ni había preguntado por Alba. Me detuve frente a la puerta de la habitación, pensando rápidamente. Después de tanta información y problemas, me sentía un poco paranoica. Mis sentidos se agudizaron y traté de descubrir algún cambio en el ambiente. Nada. Tal vez, solo por precaución, debería llamar al CEL, estaba empezando a asustarme.
—Mamá, ¿ha venido alguien de visita?
—¿Visita? —se extrañó ella—. No, ningún conejo de pascua.
¿Había oído bien? Volví a la sala, alerta a cualquier sonido repentino. Mi madre seguía mirando el televisor.
—¿Conejo de pascua?
—Sí, ya sabes los conejos que salen en televisión y dan saltos por todos lados.
—Visitas —repetí poniendo mis manos sobre sus hombros, haciendo que me mirase— ¿ha venido alguien mientras no estaba? ¿has oído algo extraño?
—Creo que un castor gitano cantaba debajo de grandes cataratas en el quinto piso.
Mi madre empezó a soltar risitas tontas.
—¿Estás borracha? —pregunté acercándome para oler su aliento. Nada.
—Yo no destruyo arcoíris. Todos visten de rosa y detesto ese color.
Parpadeé para asegurarme que había oído bien. Decidí arriesgarme. Tomé aire, mi intento podía salirme caro.
—Mamá, creo que Alba no volverá hoy a dormir, y tampoco mañana.
—¿No? —dijo tenuemente. Sus ojos se nublaron. Soltó la manzana y esta rodó por el suelo hasta quedar bajo un estante. Mi madre movió las manos como si tratara de apartar una mosca y luego se paró a recoger la manzana.
—No vendrá.
—Es libre como las mantas en invierno —dijo con total convicción.
—Mamá —insistí cada vez más preocupada— creo que yo tampoco estaré en casa estos días. Me voy por una semana de vacaciones a… Brasil.
—¿Brasil? —repitió ella, inclinada junto al estante— ¿de dónde sacarás dinero?
Aquello sonaba un poco más coherente, pero seguí con mi puesta en escena.
—Una amiga pagará todos los gastos.
—Oh, ya veo —dijo de forma ausente. Por fin había recuperado la manzana—. Las águilas vuelan cariño. Cuídate mucho, a veces sus nidos caen del cielo, y no quieres acabar llena de libros ¿verdad?
Mi mandíbula cayó y mi mano rebuscó en el bolsillo de mi casaca. Saqué el celular lo más rápido posible y marqué el número que me había dado Feried y que tenía apuntado en una hoja. Empezó a sonar. A cada timbrazo esperaba que alguna criatura espantosa saliera de mi habitación y me atacara.
—¿Hola? —se oyó una voz del otro lado.
—Hola, soy Liz, la hermana de Alba —dije en un susurro rápido— ¿puedo hablar con Feried?
—¿Liz? Soy Andrew. ¿Qué pasa?
—Algo raro. Mi madre está diciendo cosas… extrañas.
—¿Qué cosas extrañas?
—Le acabo de decir que me voy a Brasil y me ha respondido que tenga cuidado porque los nidos caen del cielo. ¿Los daluths pudieron haber hecho algo parecido?
Un silencio en la línea.
—No lo sé —respondió Andrew después de unos segundos que se me hicieron interminables— dime, ¿hueles algo extraño?
Me sorprendió la pregunta pero lo intenté.
—No —respondí.
—Avisaré a Feried. Estaremos allí en unos minutos. No te muevas y llama si pasa algo más —y colgó.
Me acerqué a mi madre con los ojos húmedos y la abracé. Ella me devolvió el abrazo, pero parecía una simple marioneta. Sus ojos no tenían esa pasión que teñía todas sus acciones, mucho menos ese brillo y calidez cuando consolaba a alguien.
Los minutos se arrastraron en calma. Constantemente me asustaba el ruido de los coches o algún sonido de otro departamento. No quería separarme de mi madre.
Por fin, se oyó un ruido en la puerta y me levanté de un salto.
—¿Liz?
Con las manos sudorosas, abrí. Dariel, Andrew, Eric y Feried ingresaron al departamento.
—¿Todo bien?
—Algo le pasa a mi madre —expliqué.
Por su parte, ella se acababa de levantar y los veía a todos con furia, como si estuvieran arruinando el piso recién encerado. Me sorprendió su rápido cambio de humor. Un segundo después soltó un quejido y se llevó las manos a la cabeza.
—¡Mamá! —grité acercándome a ella—, ¿estás bien?
—Solo me duele un poco la cabeza—murmuró entre dientes. Tenía los ojos desenfocados cuando miró a los cuatro recién llegados—, ¿Quieren galletas?
Feried, inmediatamente se inclinó y la tomó del rostro. Parpadeó muchas veces y la miró a los ojos un largo rato.
—Salgan de su vista —dijo a los demás— ¡ahora!
Los chicos corrieron al pasillo que llevaba a las habitaciones y se quedaron allí.
—¿Qué pasa? —preguntó Eric antes que yo pudiera hacer algo.
—Mentalismo —respondió a su vez Feried, sentando a mi madre en el sillón. Ella se dejaba llevar, como si no tuviera fuerzas para moverse —le han bloqueado el cerebro.
—Las hormigas se están acabando mi perfume favorito —dijo mi madre.
—¿Se recuperará? —inquirí con preocupación.
—Podríamos intentar romper el sello pero eso le causaría un dolor inimaginable. Dame un instante.
Volvió a mirarla, esta vez de una forma que recordaba a los encantadores de serpientes. El silencio se extendió durante varios minutos, apenas roto por nuestras respiraciones. Finalmente suspiró y se puso de pie. Su expresión me dijo que algo andaba terriblemente mal, aparte de que mi madre creyera que los insectos se echaban perfume.
—Hablemos en otro lado o le daremos un buen dolor de cabeza —dijo. Chasqueó los dedos y mamá cayó sobre el sillón. Se me escapó un pequeño grito y corrí a su lado.
—Solo está dormida —me tranquilizó Feried.
Asentí y la recosté cómodamente sobre algunos cojines. Luego, los guié hacia mi habitación y le dirigí una última mirada a mi madre que respiraba plácidamente.
Cerré la puerta detrás de mí. Todos se habían sentado en las camas, a excepción de Eric que se había reclinado junto a la ventana. Inmediatamente me tensé al percibir el ambiente. No era así como había dejado las cosas en la mañana. Claro que mi madre pudo haber entrado a revolver un poco el cuarto pero no solía hacerlo. Moví la cabeza en todas las direcciones.
—¿Algo va mal, Liz? —preguntó Feried.
—Han movido cosas —dije. Todos saltaron en su sitio.
—¿Qué? —dijo Feried tranquilizándolos a todos— ¿hay algo diferente?
—Se han llevado las fotos —dije señalando el escritorio. Me acerqué a él y empecé a abrir cajones. Todo estaba intacto. No me di por vencida y revisé debajo de las camas y el closet. No encontré nada revelador hasta que fui a la mesa de noche de Alba.
—Han vaciado esto —dije con seguridad—. Los lapiceros de colores, las llaves, los post—it, todo fuera.
—¿Algo más? —dijo Feried dirigiendo una mirada hacia Eric. El chico asintió y cerró los ojos.
Continué mi búsqueda, pero no faltaba nada más. Excepto un detalle al que no le di mucha importancia.
—Su cepillo de dientes, pero todo lo demás sigue aquí.
—¿Quién se lleva fotos y un cepillo de dientes? —dijo Andrew— ¿qué haces Eric?
Eric estaba dando vueltas alrededor de la habitación, como si danzara.
—Un daluth ha estado aquí —dijo cuando se detuvo—, pero ha pasado un tiempo, el olor se ha esfumado.
Aquello disparó mi pánico. Los daluths, hasta donde me habían explicado, eran criaturas terribles, casi como demonios. Tenían cuerpos humanos y podían adquirirlos y controlarlos como si fueran marionetas. Perseguían a los lidhanitas, dispuestos a acabar con ellos a cualquier precio. No era mi idea de invitado ideal para mi casa.
—Mierda —solté—, seguro atacó mi madre.
—¿Qué le han hecho Feried? —dijo Dariel.
—Nada muy grave. Han bloqueado su cerebro contra todo —se volvió hacia mí e intentó explicarme—. Por más cosas sorprendentes que vea no reaccionará como debería, solo sonreirá y soltará alguna frase sin sentido. Un hechizo de bloqueo como el que usamos a veces cuando alguien nos ve, pero diez veces más fuerte.
—Eso es útil —dijo Andrew. No podía creer que acabara de decir eso: casi lo fulmino con la mirada—, no me miren así. Yo también lo siento mucho, pero Liz podrá entrenar y no tendrá que preocuparse por su madre ¿no?
¿Entrenar? ¿No habían dicho que solo me iban a dar información? Nadie dijo nada sobre entrenamientos.
—¿De verdad no se puede hacer nada? —dije tratando de apartar la palabra de mi mente.
—Yo no he dicho eso. Quien le ha puesto el hechizo se lo puede quitar sin problemas. Por ahora, trata de no decirle cosas confusas o empezará a darle dolor de cabeza por su propia lucha de reaccionar ante los cambios.
—¿Un daluth le ha hecho eso? —pregunté, intentando contener las lágrimas.
—No —dijo Feried y su expresión se volvió sombría—, reconozco la marca. Lo hizo Alba.
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