El árbol de Eva.
En el frondoso bosque donde un hermoso río se bifurcaba en cuatro cristalinos afluentes, resplandecía un bellísimo árbol. En lo alto de aquel grandioso vegetal se podía otear el horizonte de toda la arboleda. Subir y bajar por su mástil, era uno de los más enérgicos ejercicios que realizaba varias veces cada día.
Mientras aquel animal me observaba en mis acrobáticas escaladas, yo intuía que deseaba "algo" de mí. Sintiéndome sola desde el principio de los tiempos, pasando la infinita y monótona existencia retozando sin ninguna otra ocupación que saciar mi hambre. Cantando en el soleado prado, bailando mientras mi cuerpo desnudo y sin culpa se sumergía en las límpidas aguas del Euphrates (pues ese nombre le quise dar), sintiéndome sola, digo, quise conversar con el viejo animal que se retorcía en el árbol prohibido y que tanto interés sentía por mi.
Este árbol era el elegido por mí, para deshacerme de todo aquello que supusiera algún conocimiento del mundo. Allí se concentraba todo lo que me estorbaba. Aquello que me impedía ser feliz.
Mi deseo no era la libertad, sino mi dicha infinita.
Me pareció que el animal conocía mis deseos e intenciones más profundos, y me invitó a saciar mi hambre con un fruto del árbol que yo misma había elegido, para eliminar la razón y la conciencia.
-Hola alimaña -le dirigí por primera vez la palabra a la bestia.
- ¡Oh mujer del paraíso! ¿Qué se te ofrece? Te he observado durante largos años subir y bajar por este árbol sin que nunca antes me dirigieras la palabra, y mucho menos una humilde mirada.
- Es cierto, serpiente. -dije, poniéndole nombre- Nunca he necesitado de ti hasta ahora. Sin embargo, pienso que puedes ser de gran ayuda en mi creación.
-Si tú lo deseas así será. Dime, ¿qué puedo hacer por ti?
-Quiero crear a un viviente a mi imagen y semejanza. Pero necesito de otro ser vivo para poder engendrar.
-¡Yo no sirvo para ese menester! Pero si pruebas este fruto, entonces es muy posible que adquieras el conocimiento de la creación.
-Estos frutos solo tienen en su interior todo lo que yo no deseo en este mudo ideal. ¿Intentas engañarme sabia serpiente?
-¡Noooo, ni modo! -contestó asustada.
Entonces la cogí del pescuezo, le arranqué sus patitas diminutas una a una, su dolor era inmenso. Gritaba con fieros y sibilantes aullidos. Quiso zafarse de mis garras, pero mi fuerza era descomunal. Aquel bichejo informe había intentado seducirme con la sabiduría del árbol.
Tendría lo que merecía por aquella ignominia.
Encendí un pequeño fuego bajo el árbol, clavé a la bestia en una estaca y viva, la asé a fuego lento. Inicialmente intentó defenderse a dentelladas con sus fauces. Y blasfemó contra mí. Pero yo, carente de toda moral, pues ésta estaba concentrada en los frutos de mi árbol prohibido, me reía sarcásticamente de su infértil lucha.
Tras quemarla, comí su carne. Mis dientes quedaron algo ennegrecidos por el carbón en el que se había convertido parte de su piel. Me resultó muy sabrosa. Nunca antes me había alimentado de un animal. Rápidamente olvidé lo que acababa de hacer con esa serpiente. Olvidé todo lo que acababa de ocurrir.
Los otros seres que vivían en mi Edén, temieron caer en mis garras, pues yo era la dueña de aquel lugar y podía hacer con ellos lo que me placiera. Uno de los seres vivientes que me habían observado, era una criatura muy semejante a mí. Pero yo nunca había reparado en él. Sin embargo, sus diferencias eran notables. Más musculado y grande en sus proporciones, me miraba desde lo alto de otro gran árbol, donde había acumulado todo aquello que no quería conocer de este mundo.
¿Cómo nunca antes había reparado en ese animal tan semejante a mí?
Pero ahora que había comido carne del animal del árbol de la ciencia del bien y del mal, ahora ya no deseaba compañía, no necesitaba crear a otro ser semejante a mí. El hombre había llegado tarde a mi encuentro.
Me acerqué con mi estaca escondida entre los matorrales de su árbol, le canté como una diosa, me balanceé suavemente como junco en la vera del río, mecida por el viento. Mi susurro le encandiló, mi sensualidad recién adquirida le atrajo, y despertó algo bestial en él, algo que no había sentido nunca en su solitaria vida en el Edén.
Le atraje con mi mano, con un suave gesto de acercamiento. El hombre bajó, sus ojos recorrían mi hermosura femenina. Le dejé acercarse y cuando estuvo muy pegado a mí, le acaricié y abracé. Nos recostamos bajo su árbol. Casi caigo en el error de mi deseo. Y en un arrebato de racional violencia, le empalé con la estaca de mi viejo árbol, en el lado derecho de su bajo vientre.
Mientras se desangraba, comencé a encender un fuego y pensé en lo que podría haber sido mi vida, si hubiera dejado que aquel ser tan semejante a mí, hubiera querido y podido arrebatarme mi reinado en este mundo.
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