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5. Guerra de almohadas

 Capítulo 6

Guerra de almohadas

⭐⭐⭐


La voz de Max cuestionando el por qué yo estaba ahí, me sacó del embelesamiento en el caí por culpa del armonioso sonido de la risa de Ian y me permití cuestionarme yo también ¿Qué carajos estaba haciendo ahí?

Hmm ya, quería preguntarles si ya lo habían pensado.

Ellos me observaron de arriba, abajo con el signo de interrogación en sus frentes, carraspeé dispuesta a hablar, aunque me vi interrumpida por Ben.

—Perdón chicos, yo la traje porque dijo que necesitaba hablar con nosotros —explicó muy calmado y ellos lo miraron mal.

Sentí que estaba interrumpiendo su momento de amigos, pero ya que más daba, no me había echado esa larga caminata en vano solo para que ellos terminaran de celebrarle el cumpleaños a Ian, no señores ya nadie me sacaba de esa casa.

—Dijeron que lo pensarían y como no soy muy paciente, vine a saber qué decidieron —hablé intercalando mi vista de los chicos a la decoración que había en la pared, unas letras de helio en color morado decían "felices 18"

Ian estaba cumpliendo dieciocho años ese día.

—No, nos diste mucho tiempo, aún no lo hemos hablado —Se pronunció Ian, después de las miradas juzgadoras de sus amigos.

—Pues ¿Qué esperan?

—Ok, pisa el freno, chica —intervino Josh, haciendo un gesto de calma con sus manos—. Nosotros aún no sabemos qué habilidades tiene tu hermano, no lo conocemos.

—No basta con que yo les diga que canta, escribe y compone canciones, además de eso también baila —dije con orgullo.

—¡No! —gritaron todos al mismo tiempo, dejándome un poco sorda. Josh volvió a hablar.

—No es suficiente, es una decisión muy importante y no podemos tomarla tan a la ligera solo porque... —cortó repentinamente sus palabras y le dio una rápida mirada a Ian. Quién compartió esa misma mirada cómplice pero solo se quedaron en silencio.

—¿Por qué? —Tomé la iniciativa ya que ninguno habló.

—Nada, solo no podemos tomarla a la ligera —Suspiró cansado. 

Luego de la nada, se reunieron en un pequeño círculo para nada confidencial; ya que podía oír sus murmullos debatiendo qué hacer y echándole la culpa Ian por comprometerlos.

Ellos en su circulito cuchicheando y yo ahí parada sin saber qué hacer, hasta que sentí un toque suave en mi hombro. Me giré y me encontré con la señora que vi cuando llegué, era la que estaba sosteniendo la torta de cumpleaños, pero no me había dado cuenta en qué momento se desapareció, solo hasta que la tuve frente a mí.

Era casi de mi misma altura y aunque no aparentaba ser tan mayor, su cabello era completamente blanco; llevaba un hermoso vestido floreado de color amarillo y unos lentes. Su sonrisa se ensanchó y yo le devolví la sonrisa.

—Hola —saludé sonriendo y me quedé petrificada cuando vi que ella empezó a hacer movimientos con sus manos de una forma muy específica. Mi cabeza hizo cortocircuito al no saber qué hacer, era más que obvio que ella estaba hablando en lengua de señas y yo no entendía ni madres. Esa fue la primera vez en mi vida que me arrepentí de no aprender el lenguaje de señas.

—Te está preguntando, ¿quién eres? —intervino Ian, acercándose a nosotras y lo miré por varios segundos aún congelada—. Abuela, ella es Estela, una compañera de clases —dijo él por mí y yo volví a ver a la señora quien, con una sonrisa, movió de nuevo sus manos.

—Soy Sonia, la abuela de Ian, es un gusto —habló Ian por la señora—. ¿Quieres un trozo de torta? —preguntó a nombre de ella y lo miré.

—Ian, yo no... —intenté explicarle, sin embargo, él me interrumpió.

—Respóndele, Estela. Ella no habla, pero puede escucharte a la perfección —dijo indicándome con su cabeza que lo hiciera. Respiré con tranquilidad al escuchar eso.

—Claro, me gustaría un trozo, aunque no sé si pueda; ya que siento que en cualquier momento los amigos de su nieto me van a sacar a patadas de aquí —bufé y ella se rio con ganas. Hizo una señal de que aguardara y se dirigió, a la lo que supuse, era la cocina.

Giré a ver a Ian, el cual estaba riéndose de mi comentario y luego negó.

—No, Estela. Ellos no te sacarán a patadas, ellos no son tan malos.

—Bueno, si tú lo dices, pero creo que no le caigo bien a Max, ni a Josh —murmuré dándole una mirada al grupito de chicos, ahora sentados en el sofá tragándose unas rebanadas de pizza.

—No es que no les caigas bien; es que ellos cuando están en presencia de una chica linda, no saben cómo reaccionar debido a los nervios y por lo general actúan a la defensiva.

—Y ¿Por qué Ben no es así conmigo? —Lo miré y noté un destello de curiosidad en sus ojos.

—Él es un caso contrario, cuando está en presencia de una chica se pone muy tímido.

— ¿Y tú? ¿Cómo reaccionas?

—No sé, creo que depende de la chica, lo que piense de ella.

—Bueno ¿Qué piensas de mí? —pregunté esperando miles de cosas de su parte.

No sabía que me diría solo que por mi mente pasaron muchas ideas. Pensé que me diría: Eres una chica desastrosa, tienes mal carácter, no tienes paciencia, te justa juzgar sin conocer y siempre quieres que se haga lo que tú dices. Tu cabello es un asco y eres fea. Esperé que me dijera eso y mucho más, pero él solo se quedó mirándome. 

¿Qué? Dime ¡¿Qué!?

—Estela, no te conozco, no sé nada de ti, no puedo solo encasillarte bajo un estándar; cuando no tengo ese derecho.

Ok, bien sabio el muchacho, eso que dijo me sacó una sonrisa tonta y él volvió a hablar.

—Pero seguro tú, ya me encasillaste ¿No es así? —Quise hablar, sin embargo, no me salió nada, él tenía razón lo había hecho. Bajé la mirada con la intención de sincerarme y decirle; si, lo hice y no sabes cuánto me arrepiento. No pude decir nada, ya que la señora Sonia llegó y me ofreció un plato con un trozo de torta, la cual recibí para comérmela de inmediato.

Decidí cambiar el tema.

—Entonces, hoy son tus dulces dieciocho. Felicidades —murmuré y él asintió sonriendo. En ese momento mi subconsciente me recordó a lo que había ido—. ¿Y que pensaron? —cuestioné comiendo de la torta y él solo suspiró cansado.

—Tal parece, que mis intentos por hacerte olvidar ese tema han fracasado —confesó—. La verdad es que no sabemos qué hacer. Nosotros hemos estados durante algún tiempo solo los cuatro y jamás pensamos en la posibilidad de integrar a alguien más. Teniendo en cuenta que ni siquiera lo conocemos.

Entonces iba a perder el dinero.

No, eso no podía pasar.

Caminé decidida hacia los chicos y pude sentir como Ian me seguía sorprendido por mi arrebato. Al llegar me posicioné frente a ellos, los cuales hicieron muecas ya que les obstaculicé la vista hacia el televisor, en el cual se estaban viendo una película de súper héroes.

—Les propongo un trato —hablé con firmeza, aun sosteniendo el plato en mi mano—. Mañana, a la hora de la salida mi hermano irá al salón de baile y les hará una demostración de lo que sabe hacer, y si a ustedes de plano no les gusta, pues asunto olvidado —inquirí y con lentitud llevé el último trozo de torta a mi boca, bajo la atenta mirada de todos los presentes.

—Pero —murmuró Max inseguro—. Nosotros ya somos muchos.

—Disculpa, no te escuché —Fingí y le lancé una mirada retadora—. Es que tengo un tapón en el oído y por eso no escucho muy bien —dije con un tono serio a lo que él se encogió en el sofá.

Al ver que nadie decía nada más, aproveché para decir.

—Entonces quedamos así, mañana a la hora de la salida.

Sin darles tiempo de procesar mis palabras, caminé con prisa hacia la salida tratando de escapar.

—Estela, espera un momento —Me frené en seco cuando escuché la voz de Ian. Me giré un poco para verlo y él se cruzó de brazos con una expresión seria.

¿Qué quería? Recé porque no me dijera que no, por favor que no cancelaran mi propuesta, aunque tenían todo el derecho de hacerlo.

Él dio unos pasos hacia mí con decisión.

Ian, no lo arruines, por fis.

—Te piensas robar el plato —dijo, con una sonrisa burlona en sus rosados labios y observé el plato en mis manos. No lo recordaba. Dejé el plato sobre una mesa y salí prácticamente corriendo de esa casa.


Como no sabía muy bien donde estaba y volver a caminar jamás, decidí subirme en un bus ya que no tenía mucho dinero para irme en taxi. En todo el camino me la pasé recordando con una sonrisa tonta en mi rostro la imagen de Ian riendo y también estaba el hecho de que me sentía muy extraña cuando estaba cerca de él.

Al llegar a casa lo primero que hice fue subir al cuarto de Brandon para contarle la noticia. Entré a su cuarto gritando su apodo. El muy aburrido ni siquiera se inmutó, solo estaba acostado en su cama revisando su celular, como quien no tiene más nada que hacer.

Y yo era la floja.

—A que no adivinas la noticia que te tengo —Me senté a su lado.

—Los adivinos no van al reino de los cielos, Estela —murmuró sin ganas y lo miré mal.

—¡Lo conseguí! ¡Mañana tendrás una especie de audición para entrar a ese grupo! —solté emocionada y él siguió, así como si nada mirando su celular.

Irritada, tomé una almohada y se lancé con fuerza en la cara.

—¡Reacciona!

Éste se quitó la almohada y para mi sorpresa se abalanzó sobre mí, con mucha agilidad tomó mis piernas y se levantó de la cama conmigo sobre sus hombros. Gritos de emoción salieron de su boca mientras yo lo golpeaba en el trasero para que me bajara, cosa que era en vano. Él me agitaba mientras me agradecía y se reía de mis chillidos. Eso era algo que solíamos hacer cuando éramos niños, pero me gustó bastante recordar nuestros juegos y como él me cargaba cada vez que estaba feliz.

Esa noche jugué con él a los almohadazos; nos reímos, gritamos y nos divertimos hasta que mamá entró y al ver el cuarto lleno de plumas nos regañó y obligó a limpiar todo.

Vaya, nochecita.

⭐⭐⭐

Recuerdo que una vecina, de una de las tantas casas donde vivimos decía "No se rían tanto, que mañana estarán llorando" Nunca le presté atención a esa señora, pero esa tarde entendí a lo que se refería.

Yo llevaba horas buscando a Brandon, desde que llegamos a la escuela no la había visto, no asistió a las clases y él nunca hacia eso. No podía creerlo, mamá lo mataría si se enteraba. Busqué por toda la escuela, hasta debajo de las piedras y no lo encontré.

Lo peor es que como mamá nos quitó los celulares, no podía contactarlo.

La hora de la salida se acercó y corrí hasta el salón de baile con la esperanza de verlo ahí. Mi pecho se apretó al ver a los chicos esperándolo. Él no había venido, ¿por qué? Si se suponía que eso era muy importante para él.

—Estela —exclamó Max un poco molesto—. ¿Dónde está tu hermano? ¿Sabes cuánto tiempo llevamos esperando aquí? desperdiciando tiempo —sonó irritado. Intenté explicarle. pero lo único que salió de mi boca fue un sollozo.

—¡No lo sé! —exclamé desesperada y los demás chicos que estaban sentados en el piso se pusieron de pie, sorprendidos—. No sé dónde está, llevo todo el día buscándolo, él no hace esto nunca... Él —No pude seguir hablando debido a que un nudo se formó en mi garganta. Sentí como algo húmedo recorrió mis mejillas y vi a los chicos preocuparse. No les di tiempo de nada, ya que salí corriendo de ese lugar.

Seguí buscando en cada rincón y preguntando si alguien lo había visto pero nada, simplemente se esfumó. Intenté no exagerar las cosas y no preocuparme demasiado, imaginé que él podía estar en casa solo que no podía llamarme debido que no tenía mi celular. Eso era lo que anhelaba pensar.

Regresé corriendo a casa y lo busqué, pero nada, no estaba. Mi pecho se contrajo cuando tuve que contarle sobre la desaparición de Brandon a mamá y ver como se quebraba imaginando lo peor. Entre sollozos ella llamó a papá, quien pidió un tiempo libre en su trabajo y regresó a toda prisa a casa. Desesperados y asustados los tres fuimos a buscarlo.

Recorrimos muchas calles con el corazón en la mano, hasta que una llamada al celular de mamá nos hizo detenernos.

—Sí, es mi hijo —contestó mamá, con el celular pegado a su oreja—. ¿Dónde está? —Chilló y sus manos empezaron a temblar, mi corazón comenzó a martillar con fuerza—. Por favor no se vaya, no lo deje solo, estaremos ahí en unos minutos —habló mientras trataba de reprimir su llanto.

Ella colgó y le indicó una dirección a papá quien aceleró el auto todo lo que pudo. Miré preocupada a mamá con ganas de hacer miles de preguntas. Ella solo me abrazó para callar mis interrogantes y la sentí temblar.

Desde el asiento trasero y envuelta en los brazos de mamá, vi como cruzábamos varios lugares distintos hasta que papá detuvo el auto abruptamente y salió corriendo hasta un callejón oscuro. Mamá y yo salimos detrás de él, pero sentí mis piernas desfallecer cuando vi que papá regresó con algo en sus brazos. 

Ese algo era mi hermano.

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