C8
N/A: Definitivamente este es el más lindo que he escrito, y lo amo por como termina. Disfruten tanto como yo. Si lloran, dejenlo en los comentarios. 🥺
June:
Seth y yo tenemos algo extraño cercano de una relación, comenzó hace aproximadamente dos meses, justo desde que charlamos en mi casa. Lo que hemos estado haciendo en este corto tiempo es normal, nada fuera de lo común: después del trabajo me lleva a la universidad en su auto —que por cierto lo compró recientemente —, cuando no tengo clases salimos a comer o pasamos el rato caminando por la orilla de la playa viendo a los turistas apreciar el bello atardecer.
Retomando el tema del auto admito que es precioso y estéticamente bien hecho. Tal vez para él no sea costoso, pero para mí simplemente jamás tendría el dinero suficiente para algo así. Cuando fue a la agencia automotriz lo acompañé, había autos pequeños, largos, camionetas, algunos de colores brillantes y otros opacos; mi favorito fue uno color blanco compacto y del tamaño perfecto para mí. Él eligió uno en color rojo, mencionó que se llamaba Stinger y que justo era lo que buscaba.
—Esta belleza irá conmigo —dijo emocionado besando el cofre del reluciente auto.
—Y yo que ni una bicicleta tengo —reproché tocando el suave volante —, además, ni siquiera se manejar. Bueno, ahora que lo pienso tú serás mi chofer privado.
—En tus sueños, Garrido.
Reí cuando recorrió todo el coche de punta a punta, su cara era similar a la de un niño adicto a la azúcar dentro de una dulcería. Ese mismo día fuimos a su apartamento y cenamos comida china. Hace una semana comencé a visitar su piso, veníamos para hablar y hacer cosas fuera de lo sexual. El espacio era amplio, pulcro y con colores claros, tiene un gran librero de dos columnas que destaca en la sala, lo curioso era que solo la mitad estaba ocupado. Se veía muy triste. En la pequeña mesa de centro se encontraba un ajedrez de mármol, las fichas estaban bien detalladas e impecables, a su lado un portarretrato de una mujer rubia con ojos azules, parecidos al color del cielo. Un niño pequeño se encontraba a su lado abrazándola con una sonrisa como protagonista, le faltaba uno que otro diente y las pequeñas pecas eran mucho más notorias.
—¿Es tu madre? —Me acerqué a él.
—Sí, ese día me había llevado a comer helado después de un día malo en el colegio. Recuerdo que me decía que no había días malos, solo días de aprendizaje.
—Tiene razón —acaricié la silueta de su cabello —. Era muy bella y justo tienen la misma mirada llena de luz y sinceridad.
—La extraño demasiado Juni, me hace tanta falta. —En ese momento sentí como mi corazón se apretujaba al verlo así, dejé el marco con cuidado en la mesa y lo rodee con mis brazos.
—Me lo imagino grandulón, siempre existirá en tu mente. En esa fotografía se ve lo mucho que te amaba tan solo con la mirada.
—Creo que si te hubiera conocido, estaría muy contenta contigo —sorbió la nariz.
Tristemente son pocas las veces que nos damos cuenta de lo afortunados que somos al tener a personas que nos amen tanto, es lamentable que las personas con gran corazón sean tan momentáneas y escasas. El mundo necesita esta clase de amor.
Ahora me encontraba cerca del campus dentro de una cafetería, el sol estaba en sus últimos momentos del día, mis compañeros de clase jugaban y tonteaban entre ellos, yo los miraba divertida mientras comía un poco de fruta picada. Ya estaba por terminar el primer año de universidad, me encantaba mi carrera y tiene tanta relación a la salud, lo social y lo gastronómico que no hay manera de aburrirme.
De vez en cuando me gustaba visitar a la señora Sunny, una mujer de unos setenta años que conocí a mis inicios por aquí. Ella tenía una pequeña cafetería cerca del campus, después de visitarla la primera semana, dejó de ser ocasional a ser algo como un hábito y una gran amiga. Contaba historias increíbles, que juro que si no tuviera pruebas sería imposible de creer, su esposo había formado parte del ejército estadunidense, fue participe en la segunda guerra mundial y claro que la etiqueta de veterano honorable quedaba con él. Murió hace unos cinco años a causa de una falla pulmonar, el tiempo le había pasado factura y con él se llevó demasiadas historias sin contar.
Me gustaba visitarla y estudiar con ella, me decía continuamente que era su niña favorita y a mi favor me regalaba una rebanada de pastel de naranja y una taza de chocolate caliente. Nunca pudo tener hijos, así que los estudiantes que la pasamos dentro de estas cuatro paredes somos lo más parecido a sus hijos.
—¿Recuerdas que te hablé de mi sobrino y su visita para navidad? —intervino Sunny.
—Algo recuerdo, decías que traería a los gemelos para que aprendieran a hacer el delicioso pastel de naranja —casi dije todo eso celosa.
—¡Te lo enseñaré a ti también! Querida, no te pongas celosa. Bueno, bueno, como te decía, ellos vendrán una semana antes de las fiestas e iremos a Quintana Roo a pasar las vacaciones en las hermosas playas.
—Eso es verdaderamente genial Sunny, mi familia materna es de México, son de un estado llamado Jalisco, que es muy bello. En cambio mi padre es otro caso, es de Vietnam y jamás hemos visitado a su familia.
—Así que eres una mezcla de aquí y allá —asentí —. Bueno mi niña, te dejo para que sigas estudiando y saques la mejor nota en ese examen de fisiología, mientras aquellos tontuelos no paran de lanzarse bolitas de papel. ¿Recuerdas el trato? —Negué —. Yo te doy de mi pastel todas las veces que quieras para que cuando seas toda una profesional me ayudes a mantener esta cafetería lo más saludable posible.
—Y lo haré Sunny, dejaremos este pastel en el menú siempre. —Le sonreí lanzándole un beso al aire.
—
Navidad, una de mis épocas favoritas del año lleno de nostalgia. Seguramente esta Navidad la volveremos a pasar en casa mirando alguna película navideña o si mi madre está de buenas a lo mejor y me deja elegir a mí que ver. Desde que papá se marchó dejamos de pasar las fiestas en familia, mi madre intentaba alegrarme al ser una niña, pero ahora que he crecido soy consciente de la situación, ella ya no se molesta en pretender. Encargaríamos de cenar en algún restaurante de italiano, de postre seria helado de durazno con extra de chispas de yogurt. Planazo para una noche así.
La playa en este tiempo era fría, el viento se colaba por los pequeños hoyuelos de entre las capas de mi ropa, el agua helaba mis pies desnudos y acepto que me gusta mucho la sensación. La gaviotas pasaban volando en su pequeña parvada, dándole un toque de añoranza al lugar. Me quedé de pie mirándolas las olas arrullar tan relajante que podría dormir a un bebé. En un lugar así no puedo evitar ponerme nostálgica y pensar en mi padre.
Tenía recuerdos distorsionados de él, al fin y al cabo se marchó cuando tan solo cuando estaba por cumplir los ocho años. Mi padre era un hombre bueno, me contaba historias antes de ir a la cama, compraba golosinas después de clases sin decirle a mamá, éramos cómplices y me pedía que guardase sus secretos —muchos secretos—. Siempre creí que nos amaba, pero dude de sus sentimientos el día que me dejó en casa y se marchó en su auto sin mirar atrás. Esa tarde no hubo risas, ni golosinas y mucho menos secretos.
Había pasado las últimas dos horas en la orilla pensando, me pasaba que al ser los días finales del año que me afectaban emocionalmente, para lo que muchos eran días de amor y felicidad, pues para los otros eran días de melancolía.
Antes de marcharme recolecté algunas piedras acompañadas de conchas marinas, en mi habitación había un frasco de cristal con todas las que he recolectado a lo largo de mi vida. Había un pequeño cuento que mi abuela solía contarme cuando la visitábamos en México. Me hablaba de las criaturas marinas y como podrían escucharme si alguna vez las necesitaba:
—...Y las criaturas marinas escucharan tus lamentos y deseos, sin importar cuantas millas nos separen. Siempre que las necesites busca en las caracolas —dulcemente dijo besando mi cabeza.
—Pero abuela —una June de seis años curiosa habló mientras se arropaba —, ¿cómo sabemos si ellos nos escuchan?
—Nunca sabremos eso pequeña, solo sucede. ¿Qué deseaste?
—Que llegara a mi vida un príncipe, pero no uno que me salve como pasa en los cuentos. Quiero ser una princesa fuerte, valiente y autosuficiente como tú me lo dices.
Mi abuela arrugo su rostro al sonreír. Recordar esos tiempos me llenaban el alma de una calidez inexplicable, había cumplido una parte de mi deseo: Me estaba convirtiendo en una mujer autosuficiente y valiente que trabajaba día a día para tener el futuro que merecía. Tomé la pequeña caracola y le susurre mi secreto, este ya no trataba sobre princesas o príncipes con un hermoso corcel, este era desde una chica adulta.
Seth:
Para muchas personas el cementerio les parece tétrico de noche, a mí me gustaba venir de vez en cuando y sentarme frente a la lápida de piedra brillante con el nombre de mi madre. El clima estaba acorde a como me sentía por dentro, frío, esa es la palabra que describe mi interior. El césped estaba húmedo, por lo que helaba todavía más mi cuerpo, sin importar todo aquello comencé a hablar con mi dulce madre que yacía debajo de todo este monto de tierra. Le conté todo lo que me ha sucedido recapitulando lo del año, desde la paliza que me metieron a inicios, las veces que lloré en la ducha porque solo así sentía que podía llorar sin ser visto y además, porque el agua se llevaba mis lágrimas, también le conté el momento en el que conocí a June en aquel vagón de metro.
A la vista podría parecer que hablar con un pedazo de piedra es deprimente, sé que no me responderá ni nada por el estilo, es solo que me gusta saber que ella no pensará que la he olvidado. Si algo recuerdo, es que ella temía que nunca la visitara cuando muriera en su tumba, no quería que me estancara y mucho menos que la olvidara. Así que vengo al menos una vez por semana, la mayoría del tiempo solo me quedo mirando cada detalle de su epitafio grabado, es raro ver como una pequeña raya resume toda tu vida. Un pequeño guion es tu historia en la tierra.
—Feliz navidad, madre.
Al ser nochebuena no tenía algún plan o cena a la cual acudir. Algunos amigos me habían invitado a sus fiesta que terminaban a algo parecido a ¿qué pasó ayer?, también mi padre me había enviado un mensaje con la invitación a una cena en algún restaurante, sin embargo dije que no a todas aquellas propuestas.
Me levanté para observar la bella vista desde lo alto de la colina. Las casas estaban iluminadas por las series de lucecitas coloridas, amarillas y blancas, las decoraciones eran exageradas y daban un aire de vida a la calle solitaria. En sus interiores de seguro estaban reunidas las familias, posiblemente las madres dando besos cariñosos en las frentes de sus hijos, los niños estarían abriendo emocionados los obsequios que estrían bajo el gran árbol con esferitas de todo color y tamaño.
—Vamos ratoncito, ábrelo. Se que te encantará —la dulce voz de mi madre inundó la sala en la que solo nos encontrábamos nosotros dos —. Lo he comprado antes de llegar a casa porque se lo mucho que te gustan.
Hice lo que dijo, la caja era grande y alargada, estaba envuelta en una papel azulado con estampado de renos, el gran y voluminoso moño rojo destacaba. Mi lado delicado abrió con cuidado el papel dejando a la vista el interior de la caja.
—¡Gracias mami! —Me acerqué a ella dándole un gran abrazo lleno de amor —. Lo había deseado por semanas. Te adoro mamá.
En el interior guardaba un estuche de colores y acuarelas, un cuaderno de dibujo y lo que más anhelaba eran una baquetas para la batería que tenía en mi habitación. La emoción no cabía en mi pequeño ser por lo que subí con prisa al despacho de papá y así, mostrarle el maravilloso regalo que ahora tenía.
—Mira papi, mamá me ha dad...
—Guarda silencio Seth, estoy en una reunión por teléfono —me acerqué a él con la manitas por atrás, escondiendo los dos palitos de madera lisa —. Ve con tu madre, hijo.
Tan solo se molestó en mirarme con disgusto y en darme una palmadita en la espalda. Salí del despacho con los ojos inundados en lágrimas, me senté recargado en la puerta y comencé a llorar, en silencio, claro. Creí que se alegraría porque ahora yo podría ayudarlo en su trabajo, sabiendo tocar la batería ya podría crear una banda y así tener una carrera musical con él de la mano. Para un niño de trece años solo quieres que tus padres se sientan orgullosos de ti, tres años después perdí a mi madre y con eso se llevó toda la seguridad que tenía en mí y por supuesto, el amor.
Recordar ese día fue como un golpe en seco, las manos me temblaban y las lágrimas salían solas. En ese momento la llamada entrante de June me hizo espabilar y deshacer el nudo de mi garganta.
—Dime que la estás pasando peor que yo en esta noche y que no debería sentirme mal —dijo con rapidez riendo.
—Pueees... la verdad es que sí, estoy en el cementerio.
—¿Qué?, ¿estás bien?, dime que no estas profanando una tumba a lo Riverdale o peor, que estés cavando la tuya.
—No, descuida. No estoy haciendo nada ilegal, solo estoy visitando a mi madre. Reunión madre e hijo —ironicé.
Ella quedó en total silencio o al menos así era hasta que se escuchó un sollozo.
—Juni, no llores por favor. Estoy bien.
—L-lo siento Seth, yo estoy con mi madre y me la paso diciendo que la paso mal cuando está claro que tu no la pasas nada bien.
—Nena, de verdad estoy bien. Mejor dime, ¿qué llevas puesto hoy?
Se carcajea de inmediato. Las guarradas tienen ese efecto en ella, de hecho podría apostar mil verdes a que ahora mismo está sonrojada.
—Hum... pues llevo una falda a cuadros que me llega por las rodillas, medias con botas y un suéter blanco de cuello alto.
—Apuesto que te ves preciosa, cielo. Pero no me refiero a los que llevas puesto en el exterior, me refiero a tu ropa interior.
—¡Seth! —Se ríe —. ¿De verdad quieres saberlo?
¿Qué si quería saberlo? Obviamente, tan solo imaginarla con la falda y las medias ya se me había puesto dura y el corazón me martilleaba.
Rogaría por saberlo.
—¿Quieres decírmelo?
—Quiero enseñártelo, te veo en mi casa, ¿vale?
—¿Quieres qué pase nochebuena contigo y tu madre? —Me quedo seco.
—Quiero que pases nochebuena con alguien que te... aprecia. Te mandaré un poco de incentivo. Adiós, cielitoooo.
Y colgó.
Me aprecia. Ella me aprecia. Sonreí como idiota.
El timbre de mi celular vibró, era una foto. No. No era una foto. Era LA FOTO.
—Juni, Juni, Juni... —le envié un audio.
Una foto puede cambiar todo y cuando digo todo me refiero a todo el asunto de allá abajo. Solo se veía la ropa interior de color azul de licra muy ajustada. Toda una preciosidad.
Antes llegar a su casa pasé por una tienda de autoservicio para comprar a la madre de June una botella de vino e inmediatamente recordé que no sería una buena impresión llevar con tu... ¿suegra?, alcohol. Mejor decanté por una sidra de manzana sin alcohol y jugo de durazno para Juni y su amorío con los zumos frutales. Me presenté frente a la puerta de la casita número trece, solté una risa divertida al ver la corona que estaba enganchada a la puerta que tenía a Mickey, el ratón animado.
—Tu debes ser Seth —una mujer de unos cincuenta años abrió la puerta con una sonrisa —. Pasa, pasa, June está en la cocina terminando de preparar el postre. Tal vez lo mejor es que vayas a ayudarle antes de que tenga un colapso nervioso.
Reí porque era verdad, la castaña solía estresarse con facilidad cuando algo no le salía bien. Entonces antes de entrar me di cuenta de que la madre de June tiene unos ojos color verde muy lindos, su rostro era parecido al de ella y el acento mexicano predominaba a la hora de hablar.
—Es una placer señora Garrido, le he traído esta botella de sidra sin alcohol —le sonreí.
—Uy, pero que bonito muchachito, te lo agradezco.
Seguí el camino que me indicó, la casa era pequeña y acogedora, hasta diría que se respiraba de una manera hogareña que jamás había experimentado. En la pared había marcos de diferentes tamaños con fotos de June de pequeña.
—Linda foto de abejita —susurro al entrar a la cocina —. Deberías usarlo de nuevo y yo me aseguro de que las alitas se queden ahí mientras estamos en la cama.
—Seth, mi madre está en la otra sala y las paredes son delgadas, calma tu boca sucia.
—Te encanta mi boca sucia, ¿cierto, Juni?
—Ere un... —alcé la ceja —. Me encanta, pero cállate. —Se acercó a mí y me dio un beso que me descolocó ambas cabezas por un segundo —. Lleva este refractario a la mesa.
—Como ordene la señora mandona.
No recordaba la última vez desde que cené en la mesa con comida casera y un ambiente sereno, la tarta de manzana humeaba en el centro, la escandalosa risa de June era igual a la de su madre y, ahí me di cuenta de que ambas tienen esa mirada desafiante mezclada con la ternura. Me sentía extraño al estar en un lugar tan diferente a lo que estaba acostumbrado, hace tan solo unos cuantos meses estaba en la cama de alguna chica tomando de una botella de tequila y ahogando mi miseria mientras follaba con despecho.
¿Será que es mi momento de ser feliz?
—¿Qué tal les va en el trabajo, niños? —Habló la mujer mayor mientras cortaba su trozo de carne.
—De maravilla, mi padre me ha delegado algunas tareas que le correspondían a él. Tengo tiempo de sobra para estar en los ratos libre con June o leer un poco.
Si tan solo supiera que en esos ratos libres paso manoseando a su hija y ella a mi...
—Todo va bien, el padre de Seth me dio el horario flexible para asistir a clases y le gusta la manera como trabajo.
Ella queda satisfecha y hablamos de otro tema, el ambiente es más relajado y en confianza. Al terminar ayudo a lavar la vajilla que utilizamos, la señora Garrido menciona que está cansada por lo que se va a su habitación cerrando la puerta tras de ella. June se sienta a mi lado en el sofá, mira como las luces del árbol parpadean.
Tomo su mano y le doy un beso en el dorso, la repase de pies a cabeza y de verdad era preciosa. Llevaba en cabello recogido en una coleta por lo que sus orejas estaban adornadas por unos pendiente de perla pequeños.
—Estás muy bella. Bueno, la verdad es que siempre estás preciosa, pero hoy llevas un brillo especial.
—Es que me bañé —bromea y me contagia la risa.
—Ya era hora, no sabía si debía bañarme contigo para que lo hicieras de una vez por todas —ella me da un palmadita en el hombro como reproche —. ¿Cómo te sientes?
—Estoy bien, no es un fecha agradable cuando te falta un ser querido, pero ahora es más tolerable teniéndote a mi lado. ¿Qué hay de ti?
—La extraño, sin embargo he aprendido que de alguna forma está conmigo. Tú me das calor cuando me siento frío. Gracias por eso.
Me dio un beso en la mejilla y luego fue a buscar algo por el árbol. Regresó con una cajita cuadrada. Era un regalo para mí.
—June no debiste comprarme nada.
—Quería hacerlo, además no fue mucho bobo. Calla y ábrelo.
Rasgar el papel me hizo recordar a mi niñez. Quedé asombrado, mi mueca era seria. Dentro había un libro, pero no uno cualquiera, era el libro que mi madre me leía por las noches, pero...
—¿Cómo lo supiste? —Cuestioné.
—Lo vi en tu librero, era el único que no estaba arrumbado y, el lomo estaba más gastado.
El principito. Un libro para niños que explica la vida, un libro que significa todo para mí. Esta era una edición especial porque era versión español y francés, la tapa dura estaba en perfectas condiciones.
—Es perfecto, me encanta —susurré.
—Feliz navidad, Sethi.
—Feliz navidad, Juni.
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