C24
Nota de advertencia ⚠️ : Este capítulo narra una violación, así que les pido que sean respetuosos con el tema. En especial porque es importante.
Si alguna de ustedes está pasando por esto, recuerden que su vida es vital y buscar ayuda no es malo 💜
June:
Si algo se tiene que saber de mí, es que no hago caso a idiotas que me tienen secuestrada. No iba a cavar mi tumba con mis propias manos, jamás. No iba a limpiar mi cuerpo para que un cerdo lo ensuciara con sus asquerosas manos. Tan solo me dedique a limpiar la sangre seca de mi cabeza, me ardía un montón, pero era necesario aprovechar esto para mi bien.
Honestamente sé que pasará hoy, sé que de aquí no saldré ilesa —fuera de los golpes —, abusarán de mí, trataran de corromper mi mente y mi cuerpo. Daré todo de mí para retardar lo inevitable, ¿estaba aterrorizada? Sí, estoy que me cago.
Lloraba en la esquina de la habitación, rasgaba mi piel con mis uñas astilladas. El dolor físico me distrae un poco del dolor mental. En ese momento de quiebre encontré una piedrecita algo filosa, eso podría ser un plan b si mi plan a no llegara a funcionar.
Plan A: Golpearlo con todas mis fuerzas.
Plan B: Enterrar la piedrecita en su ojo.
Plan C: Aceptar que en esto soy un simple cuerpo humano.
Plan D: Morir.
Los vellos estaban erizados, mi estómago estaba hecho un nudo de los nervios. Nunca en mis tantos años de vida había rezado con tanta devoción, de mi boca solo salían murmullos invocando a Dios. Solo le pedía que me llevara a su lado, o al menos que no me permitiera sentir cuando el momento llegara. En sus plegarias me refugiaba.
Constantemente mis ojos se cerraban con fuerza, tenía que pellizcar mi brazo como si intentara despertar de este sueño y apareciera en cama de Seth, rodeada en sus brazos y el susurrándome que tan solo había sido una pesadilla.
Me recosté en la colchoneta mirando a la puerta, no sé en cuanto tiempo aparecería, pero estaba agotada. Me quedé absorta en el pasado y los recuerdos que me atormentaban:
Estaba dentro de un auto mirando el techo color beige, sentía una suavidad bajo mi cuerpo por lo que supuse que estaría tumbada a lo largo del asiento trasero. Sentía caliente las mejillas y húmedas, estaba llorando. Había ruidos extraños, esos que suelo hacer cuando juego mucho en la escuela por falta de aire.
El auto me era familia, creo que es el de mi padre. Miré de reojo a mis piernas y vi que un hombre estaba entre ellas, sentía algo de dolor, humedad y esa sensación áspera en donde muchas veces mi profe del cole dijo que era un lugar privado e íntimo.
—¿Papá? —logré articular con dificultad —. ¿Qué estás haciendo, papi?
Su rostro me dio la cara cuando se irguió, su sonrisa se ensanchó y con ello las mejillas rojizas se inflaron.
—Nada cariño, no tienes de que preocuparte. Sigue contando números.
Asentí recordando lo que yo estaba haciendo antes de distraerme. Mi padre me acaricio la rodilla y volvió a meter su cara dentro de mi vestido rosado con lunares blancos.
—...doce, trece, catorce, quin... ¿papá, que sigue del catorce?
—Quince y luego dieciséis.
—Es verdad: quince, dieciséis, diecisiete... —Y seguía la numeración hasta el numero veinticinco y luego se repetía una y otra vez.
Sentí uno de sus dedos dentro de mi explorando mi interior, me dolía tanto que tenía que apretar mis puñitos. Él volvía a hacer esos ruidos extraños que salían de su garganta, no podía cerrar las piernas por la fuerza que ejercía con sus brazos.
—Papá, duele. Quiero regresar con mami —la voz infantil rota inundó el interior del auto.
—Ya, ya, estoy por terminar. Recuerda que mamá no puede enterarse de esto, si guardas el secreto te regalaré todos los dulces que quieras de la tienda.
Asentí de nuevo y volví a contar desde cero. Tan solo esperaba a que terminara lo antes posible para ir a casa y jugar con mis peluches afelpados, darme una ducha y así quitarme la sensación de asco de mi cuerpo...
De madrugada desperté con la frente sudorosa y la respiración agitada, estaba llorando y Seth me miraba con preocupación.
—June, tranquila amor, fue solo una pesadilla. Estoy aquí, siempre estaré aquí para ti en las noches en las que los malos sueños te asusten.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo, mi dulce chica.
Recordarlo me hizo llorar, me había prometido estar en cada noche de pesadillas, pero no estaba aquí y era porque no era un sueño, esto era real. Ningún pellizco lograría sacarme de aquí. Abracé mis piernas recargando la barbilla en las rodillas, de nuevo me sentía esa niña pequeña.
¿Lo más triste de la historia? Hola, soy June y mi padre abusó de mi cuando era una niña.
¿Lo más desagradable de todo esto? Hola, soy June, tengo veintiuno y de nuevo abusarán de mí.
¿Lo más injusto? Hola, soy June y recibí acoso laboral. Y no soy la única.
—Uno, dos, tres, cuatro, cinco... —seguí contando y contando y contando hasta quedarme dormida.
—
El chirrido de la puerta me despertó alerta, frente a mí se encontraba Ritz, vestido en un traje a la medida, su sonrisa diabólica y una bolsa de papel con franjas rosadas y blancas. Se inclinó y me dio un beso en la mejilla, su asqueroso olor inundó mis fosas nasales.
—Buen día preciosa, espero que estés lista.
—Más te vale no tocarme porque si lo haces, te juro que te cortaré la mano —respondí arisca.
—Estoy asustado, debería huir en este momento. —Se mofó el muy idiota —. Preciosa, este lugar está cerrado, no tienes escapatoria y una niñita como tú no va a hacerme daño. ¡Me cago del miedo! —comenzó a reír —. Anda, ponte esto que quiero verte más sensual.
Agarré de mala gana la bolsa que me lanzó, en ella había prendas de lencería que consistían de una tanga de encaje rojo chillón, el sostén a juego —que no cubría nada — y un labial rojo. Este era un psicópata con una fijación por las braguitas de encaje y el color rojo, porque si es así, no tiene nada de moderno ni de único. Hasta para eso es imbécil. Es tan básico.
—Pues ya vas poniéndotelas tú, porque yo no pienso ponerme ni una mierda —le lancé las prendas a su cara.
—Se vería mejor en ti. Por el amor a los dioses, ni siquiera te diste una limpieza, das asco chica. Ya tendré que hacerlo yo, cosa que no quería.
Arremangó sus mangas y tomó la agarradera de la cubeta con agua, enjuagó la esponja con el jabón. Me tomó con fuerza del tobillo para estirar de mi pierna, pasó por lo largo de mi piel la esponja color amarilla que poco a poco cambiaba de tonalidad por la suciedad y la sangre que guardaba mi piel. Camerón se encargó de limpiar cada recoveco de mi cuerpo, cuando llegó a mi vagina sentí asco de que me tocara, me hizo recordar el pasado, además de que el cabrón lo estaba disfrutando y en consecuencia soltaba palabrerías sin sentido.
Cuando terminó secó la humedad con la diminuta toalla, en sus ojos deslumbré la lujuria que lo estaba consumiendo, yo estaba desnuda y acorralada: estaba vulnerable y él lo sabía. En un impulsó aventó todo lo que tenía cerca de él. Su respiración estaba agitada por la excitación y la mía por el temor.
—Tócame y ya te dije lo que te sucederá, cabrón. ¡Inténtalo!
Él lo tomó como un jodido reto y masajeó su abultado miembro que deseaba ser liberado de las prendas que lo retenían. Como el jodido depredador que era se lanzó a mis labios para besarlos con desesperación, me obligué a cerrarlos y a apretarlos con fuerza, tanto que apenas y eran una línea rígida.
—Abre la boca perra. —De nuevo atacó y esta vez empujó su lengua para meterla a mi interior, la repulsión que sentí me hizo sacar la piedrecita y con un leve impulso se la clavé en el lugar más cercano que fue el hombro, este soltó un aullido de dolor y se la sacó —. Sin treguas niñata, ya me cansé de este jueguito.
Me di cuenta de que no bromeaba, si antes estaba conteniéndose ya no lo hacía. Su mano viajaba a mi mejilla para azotarla, tanto que la cara me punzaba de dolor. Fue un clic el que sentí en mi mente, era como si apenas estuviera siendo conscientes de la situación en la que me encontraba: yo estaba aquí, indefensa, era una chica sin fuerza contra la de un hombre que me doblaba en tamaño. Era un ave sin alas contra un lobo hambriento. La chica que peleaba hasta sacar las uñas de un de repente se había esfumado, dejando en su lugar a la temerosa e inestable.
Rompí en llanto suplicando, me juré que no lograría corromperme, pero esto era lo único que me quedaba. Suplicar para vivir. Él lo cumplió, me doblegó.
A pesar de mi llanto, no le importó y continuó tocándome en contra de mis súplicas. Su mano se colaba en mi entrepierna, de su boca no salían más que gemidos secos que me repugnaban. Estaba en una batalla interna contra el tiempo, se sentía veloz y a la vez lento. Su boca se enfocó en mi cuello y luego al resto de mi torso expuesto.
Me paralicé en cuanto el chasquido del botón de sus pantalones resonó, dejé de moverme escamada, sentía su mirada y su sonrisa llena de victoria.
—Lo prometí corderito, y yo nunca rompo mis promesas.
Con la punta de su miembro en mano, la llevó a mi vagina y la alineo en mi entrada, presionándola con fuerza. Quería morir. Quería desconectar mi mente de mi cuerpo en cuanto lo introdujo con fuerza, el ardor recorrió toda mi columna vertebral, sentía como corrompía cada musculo de mi interior con su brutalidad. Siguió metiendo y sacando una y otra vez, el sonido me provocaba asco, sus gruñidos eran un martirio.
Besaba mi piel, mis labios y mordía mis pezones. Enroscó su mano en mi cuello adolorido y lo estrujó hasta que llegó al orgasmo, mis pulmones exigían oxígeno del cual lo estaban privando. Sentí el espeso semen que resbalaba por mis piernas, era una sensación grotesca que ni siquiera quise mirarla.
—Mírate, mi semen invadiendo tu interior es lo más bello que he visto.
Se vistió, saciado por hoy. Me dejó dentro de la oscuridad tendida en el suelo, mi mirada estaba perdida en la esquina de las paredes y las lágrimas amargas recorrían su habitual camino. Mi vida en definitiva ya había terminado, han violentado mi integridad. Violaron mis derechos. Violentaron mi mente. Violentaron mi cuerpo. Y para él no significó nada, solo soy una muñeca de trapo con la cual puede jugar hasta que se canse.
—
Los días pasaron y con ellos las violaciones incrementaban. Despertaba con el dolor de mi vagina y las piernas entumecidas, veía crecer los moretones de mis brazos por la fuerza que ejercía al sostenerme en las posiciones que se le ocurrieran en el acto. A veces no comía nada y cuando lo hacía horas después lo vomitaba. Me era incapaz retener algo en mi estómago.
Por las noches venía e invadía mi jaula, usaba mi cuerpo a su antojo, llegó el momento en el que dejé de forcejear para evitar palizas que me lastimaban más, dejé de llorar para hacerlo en silencio y solo cuando estaba sola, dejé de gritar al darme cuenta de que mi voz ya no sería escuchada. Todo esto era inevitable.
Poco a poco dejé de brillar y me fui apagando por dentro y por fuera. No se cuento tiempo estaré aquí, pero de lo que estaba segura era que haría lo que fuera para dejar de sentir.
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