C23
Victoria:
Las horas pasan tan lento que cuando creo que es viernes apenas es martes. Desde que recibí esa llamada no he podido respirar sin sentir dolor emocional.
Aquella noche me encontraba en una fiesta con Angie y Mario, una de las tantas que organizaban los estudiantes de la universidad. June se había disculpado ya que no asistiría por algo relacionado a su trabajo, la entendía perfectamente al darle prioridad a su vida laboral. Al día siguiente teníamos planeado reunirnos para ir al centro comercial por ropa en rebaja.
A mi amiga le mataba ir a Ross para comprar esas braguitas Calvin Klein a mitad de precio y de paso se iba a la sección de niños en las que se adueñaba de las piyamas más empalagosas. Ella tenía una extraña obsesión por aquello.
Nunca imaginé que esto sucedería, nuestras vidas se basaban en tardes metidos en la universidad, fines de semana en llamada telefónica mientras terminábamos los deberes, a veces yo le marcaba por la madrugada llorando por las estúpidas peleas que tenía con mi novio y, ella de vez en cuando lo hacía cuando tenía ataques de pánico por los sueños nocturnos que la atemorizaban.
Ahora nada de eso pasaría, ella no estaba aquí y no habría llamadas nocturnas ni risas hasta que nos doliera la tripa. Las escorias que se la llevaron no dejaron rastro o señal alguna para encontrarla.
Hemos estado saliendo por las calles a repartir volantes con su rostro, pero nadie la conoce. Cada vez que alguien se toma más de dos segundos para mirar la foto, el corazón se nos detiene, con un atisbe de esperanza en saber de ella.
Cuando asistía a clases lloraba en cuanto veía el lugar vacío a mi lado, lloraba al ver el portarretrato sobre mi mesa de noche, lloraba al subir al autobús y no tenerla a mi lado para charlar de estupideces. Mi corazón se partía al ver a su madre tan devastada, su novio era la encarnación viva del cansancio, este hombre buscaba hasta por debajo de las piedras.
—Vamos Vic, ya casi es medianoche y debemos dormir —Justin se acercó con el rostro agotado, como todos nosotros —. Mañana continuaremos, pero por favor ven conmigo, te llevaré a casa.
—No quiero ir ahí, tan solo volveré a llorar y bueno, hoy no quiero estar sola. Simplemente no me apetece.
—Entonces vayamos a la mía, los otros dos también quieren ir a dormir acompañados. ¿Te parece mejor? —antes de asentir me tomé la tarea de mirar a mi alrededor. Angie tenía las mejillas y los ojos rojos y humedecidos, las uñas que antes estaban arregladas ahora estaban mordisqueadas por la ansiedad. Mario no miraba a nada en específico, estaba perdido en sus pensamientos y ya no hacía chistes usuales para aminorar la tensión del ambiente.
—Bien, mañana seguimos —dije y tome su brazo para caminar.
Angie se unió a nosotros y me tomó de la mano y nos dirigimos al auto de Jus. El silencio en el camino predominó y la tristeza envolvía el interior. Nada de música, nada de chistes tontos ni palabras.
Al llegar a su casa los cuatro nos desvestimos hasta quedar en ropa interior. Angie y yo dormiríamos en la cama y los otros dos en el suelo. Pasó una hora aproximadamente cuando todos estaban dormidos y fue entonces cuando me vestí y salí al porche para sentarme sobre el columpio de madera en el que alguna vez nos sentamos los cinco:
Después de clases los cinco llegamos a casa de Justin, su madre no estaba, así que prepararíamos unas margaritas sin mucho chiste, tan solo tequila, hielo y limón que encontramos en la nevera.
Mario se había quitado ya la playera dejando su torso musculoso a la vista, June se burlaba de lo velludo que estaba y yo me dedicaba a reír. No podía creer que tenía estos amigos tan geniales, amigos los cuales serían para toda la vida. Si alguna vez me hubieran dicho que llegarían a mi vida personas las cuales amaría con toda mi alma, jamás les hubiese creído.
Ellos pintaban mi vida de colores. Sin duda son mis personas favoritas en todo el planeta tierra.
June subió al columpio mordiendo su pajita de la bebida, los ojos ya le brillaban por el alcohol.
—¿Te diviertes, Vic? —sonrió cuando me senté a su lado.
—Sí, ¿qué hay de ti, Ju?
—Ahora mismo estoy contenta, pero ayer lo hice de nuevo, me corté. Creo que ya me siento mejor.
—¿Por qué te autolesionaste esta vez? —Ese tema no era un tema tabú para nosotras, ella lo hacía cada vez que sus miedos la comían y aunque nosotros intentáramos hacerla cambiar de parecer, simplemente no podíamos.
—Una recaída. Ya sabes, lo usual: Me sentí vacía y quería cambiar el dolor mental por el físico.
—¿Y funcionó?
—No —su voz fue un susurro apagado.
—Ya verás que un día dejará de doler Ju, no te des por vencida.
—Nunca me dejes ir Vic, por favor.
—Créeme que no planeaba hacerlo.
La abracé mientras observábamos a Justin bailar descoordinado y los otros dos lo hacían igual o peor que él. Ju y yo terminamos con este momento de intensidad para unirnos a la fiesta y seguir aquella noche que parecía no tener mañana.
Esa noche bailamos, bebimos y contamos nuestros secretos. Vivimos como unos jóvenes sin más, viviendo la vida que merecían y tenían.
Limpié con ira mis lágrimas con el dorso de la mano, tomé mi celular marcando por milésima ocasión el número de June. Desde su desaparición no he dejado de marcarle esperando escuchar su vocecilla, sin embargo en cada una el mensaje era el mismo:
"El numero al que llamas se encuentra fuera de la zona o está fuera de servicio."
Lo que daría por escuchar una vez más su risa contagiosa o esos ruiditos extraños que de la nada hacía. Las nubes estaban cubriendo la luna y las estrellas, no dejaban ver ese brillo natural, era como si el cielo supiera que su mayor admiradora no estaba ahí para observarlos. Se ocultaban.
Dando un suspiro sonoro me decanté por entrar de nuevo, me acurruqué entre los cuerpos de Mario y Justin, ya que con ellos me sentía protegida. Sentía que sin ellos me desmoronaría en cualquier momento, este par eran mi pegamento.
Seth:
Como había dicho Oliver, nos encontramos en la pista privada al amanecer, había un par de aviones pintorescos y muy ostentosos, no dudaba de que en el interior se encontrara algo de equipamiento ilegal.
Toronto era una ciudad bellísima con vistas excéntricas, caminé con la mochila colgando de mi hombro sin dejar de mirar el paisaje. Oliver se encargó de presentarme a su equipo de trabajo, el cual nos acompañaría hasta Estados Unidos, su mano derecha llamado Rafael, me dio un apretón de manos compartiendo conmigo una mirada de empatía. Rafael era un hombre de edad mediana, vestido de negro, gafas negras y un auricular en su oído seguramente para comunicarse entre ellos.
Ya en el interior tuve que morder mi lengua para no soltar una palabrota, era inmenso y cada esquina gritaba lujo, sillones color beige aterciopelados, alfombra y hasta el fondo aguardaba una recamara con una inmensa cama. Vaya vida del mafiosito.
Mis pensamientos se intensificaron cuando me centré solo en la ventanilla, los días se iban acumulando y estos pasaban con rapidez, sin embargo yo no me sentía al mismo ritmo, era como si viera todo pasar en cámara lenta.
—¿Me estás escuchando, Harrow? —La voz de Oliver volvió a ser audible por lo que miré sus ojos, prestando atención —: Moveré hasta por debajo de las piedras si es necesario, ella regresará a tu lado. Esas escorias pagarán.
—Se que lo harás, no por nada tienes tu jodido imperio —le sonreí divertido.
—¿También has investigado sobre mí? —me devolvió aquella sonrisa macabra.
—No hay mucho que investigar, tan solo un doctor especializado en niños de día y bueno, de noche eres el dueño de las calles de Toronto.
—Epa, hay un error en tu insignificante búsqueda, no soy solo dueño de esta ciudad, soy el maldito Rey de todo Canadá.
—Y Alaska. —Completé su frase icónica —. Por eso tu apodo de Señor Frío.
—No siempre fui lo que ves ahora, Seth —sonrío con melancolía —, mi padre me obligó a seguir con su legado. Adam Erickson, era el dueño de esta ciudad, nada se asemejaba a él. Manejaba el tráfico de drogas hacia la frontera, no permitía que nada ni nadie pasara delante de sus narices sin estar al tanto de la situación primero. O bueno, al menos eso fue hasta que un idiota se creyó mejor que él y le metió una bala en la cabeza.
»Tenía diecinueve cuando fui el sucesor y me tocó tomar el puesto. Mi madre estaba ansiosa y temerosa de que yo no lo supiera llevar, ella no estaba del todo a favor de este mundo ilícito, pero jamás se opuso a ello por el gran amor que le tenía al hombre con el que contrajo matrimonio a los dieciséis. Cuando todo esto pasó, yo comenzaba con la escuela de medicina, ¿sabes lo complicado que es entrar a esa maldita escuela? Por mano de mi padre pude haber entrado sin esforzarme, tan solo bastaba dinero o amenazas, sin embargo yo quería hacerlo por mérito propio y generar esa sensación de orgullo en mí mismo. Y así fue, solo era un chico el cual soñaba con usar una bata blanca y enfrentarse a casos médicos complicados.
»Tuve que aprender a manejar una doble vida, dejando atrás a mis amigos, a mi novia de ese entonces y por seguridad me alejé de las personas que quería. A los veinticuatro ya no solo me pertenecía Toronto y ciudades cercanas, ahora era el puto amo de todo un país. Me las tuve que apañar para terminar la universidad con honores y especializarme en pediatría y cuidados intensivos. Tomé diplomados en cardio, endocrino y neurología, sin embargo me quedé con los niños porque ellos me alejaban de la mierda tan asquerosa por la que tenía que supervisar de noche.
Me quedé pasmado con lo que me contaba, no tenía planeado que un tipo como él me contara el storytime de cómo llegó a entrar en el top cinco de mafiosos los cuales temerle si sales de noche. Lo hizo como si fuéramos compillas desde el jardín de niños y esto fuera de lo más normal entre nosotros, y a pesar la situación tan bizarra, no lo frené. Realmente parecía que quería hablarlo con alguien, si a él le parecía bien contármelo, yo no tenía problema con escucharlo. No me costaba nada hacerla de terapeuta.
—¿Y cómo te hace sentir eso? —tal vez me meta a estudiar psicología en criminales.
—Pues verás, he matado, he torturado..., he hecho tantas cosas de las cuales no me siento del todo orgulloso, pero tampoco me pongo a darle vueltas. No es como que me quite el sueño por las noches. Dejó de importarme hace años. Traté de balancear las cosas: por las noches me tocaba ser el jodido Lucifer, sin emociones de por medio, tan solo sadismo; no toleraba a los traidores, a los que intentaban burlarse de mí en mis narices, a los fisgones, entre otra cosas. Y luego, el sol aparecía y era momento de cambiar de posición, colgar esa máscara asesina y ponerme aquella que veía por el bien de la humanidad. No sabes lo reconfortante que me es escuchar una risilla infantil o un chiste malo de un niño. En un mundo como este, cuando tienes mierda en la cabeza hay algunos que hacen donaciones, otros que van a la iglesia y todo esto es para sentirse mejor consigo mismo —negó sonriendo como si intentara despejar su mente —. En fin, conocí a Kate en circunstancias tan absurdas y poco probables de que sucedieran. Su energía tan activa me enganchó desde el segundo uno. Con ella podía ser yo, simplemente un hombre. Ella miró a través de la barrera tóxica en la que vivo, desde entonces he tenido una vida mejor. Con ella formé una familia, tengo una preciosa bebé que es mi motor. Cuando la veo sonreír, me digo que todo lo que he hecho ha valido la pena.
—Entiendo —asentí entrelazando mis dedos —. Eres como un osito cariñosito dentro de un... ¡Mafioso malote!
—Chico, no me llames osito cariñosito, eso sobrepasa la línea entre nosotros. Además, te he contado esto porque quiero que entiendas que para mí la familia es esencial y tú, tienes un futuro con esa mujer. No la dejes ir. Los hombres solemos ser bastante tontos cuando encontramos a la correcta, solemos cagarla miles de veces y ellas tienen un límite, no dejes que llegue a ello y que sea tarde.
—¿Te pasó?
Oliver dejó de mirarme para mirar a la nada. Su rostro se llenó de tristeza y arrepentimiento.
—Esa será historia para otro día, niño.
—Oye, que tan solo me llevas unos cuatro o cinco años. No jodas.
—Son ocho, así que puedo llamarte niño, Niño.
Le dejé riendo solo cuando me cambié de lugar. Su historia me hizo pensar en que quería una vida al lado de June, tener un futuro juntos, con críos revoltosos de por medio y viajes por el mundo tomados de la manos. Mi pequeña lista consistía en besarla bajo las Auroras Boreales en Noruega, hacer el amor bajo el calor de Turquía, nadar en las aguas de Malta, y correr descalzos por los prados de Pamplona. Así de serio iba con June.
—
Al llegar nos reunimos todos en mi departamento, Erickson se la pasaba renegando a cerca del clima tan caliente. Tuvo que quitarse el saco y arremangarse las mangas de su camisa blanca, dejando sus brazos al desnudos sin ninguna clase de marca o tinta que desequilibrara ese perfecto patrón de piel de porcelana.
No entendía nada de lo que hablaban entre ellos, revisaron cada una de las pruebas que había estado recolectando en este tiempo, desde las fotos de la camioneta, hasta el video de seguridad. Sus chicos de confianza habían pertenecido al ejército militar, algunos otros eran agentes retirados y de verdad que eran agiles con lo que hacían. Comenzaron a moverse a los alrededores de los sitios a los que June solía frecuentar constantemente, entre ellos la cafetería.
—¿Quién es él? —señaló al imbécil con el que June solía hablar —. ¿Lo conoces?
—No es nadie relevante. Es un idiota que le dio por hablar con June un par de veces, una vez le di una golpiza bien merecida.
El hombre asintió dejando de lado aquella foto, siguió en busca de encontrar una señal. Tiempo después Oliver se encargó de ir a cada lugar clandestino que se le ocurriera, buscaron entre las chicas que se encargaban de dar servicios extras a los hombres. Me sorprendió lo rápido que se estaban movilizando, desde aquella parte de la logística hasta la tarea de ir dando culetazos con la pistola a quienes no cooperaran.
Ahora sentía que habría esperanza en esta tormenta.
June:
Los parpados pesaban como si tuviera una moneda en cada ojo. Me sentía fuera de la realidad, la oscuridad predominaba en el cuarto, mi cerebro lanzaba pequeños chispazos para que me mantuviera despierta a pesar de la droga que me inyectaban constantemente para mantenerme lo más quieta y silenciosa posible. Con un gruñido de protesta logré ponerme en pie, apoyándome de la mohosa pared que se estaba convirtiendo en mi mejor compañía. Mi tobillo punzaba debido a la fricción de mi piel contra el hierro oxidado, al menos ya no tenía la argolla que me rodeaba el cuello; las costillas me lastimaban en cada inhalación. Toda mi anatomía dolía.
No podía quedarme de brazos cruzados sin idear un plan para salir de aquí. Recapitulando desde el inicio: estaba en la fiesta y era de noche, bailaba con Seth, reíamos y bebíamos, luego salí con Parker para evitar que hiciera el ridículo frente a su jefe. Bajo la tenue luz de la luna nos interceptaron, desde entonces no he podido olvidar aquel sonido de las llantas derrapar. Cada que cerraba los ojos veía las tres figuras masculinas que nos violentaban, recuerdo que intenté luchar hasta que me privaron de hacerlo.
Desde que estoy aquí no he escuchado a Parker gritar y hasta el momento de la boca de Ritz no ha salido nada sobre él. Seguí conmocionada, desperté sola y no fue hasta que el hombre llegó con su porte de machito supe que no era una coincidencia, seguro que no le había roto la nariz, pero le hice daño. Mi madre siempre me dijo que tenía cabeza dura. De algo sirvió. Luego el comenzó a... a tocarme y fue asqueroso. Cuando se fue me escondí entre mis lágrimas como si fuera una cría que patalea: siempre el león retiene al cordero. Es ley de vida.
Las horas o tal vez ya días siguieron, cada cierto tiempo aparecía un hombre encapuchado y dejaba una bandeja de comida y agua para que me alimentara, cada que su presencia se sentía yo lograba recordar una extraña conexión con él, solo que ya no confiaba en la más mínimo en mi mente fragmentada.
La primera bandeja ni quiera me acerqué a olfatearla, no cedería ante ellos. Se me vino a la mente tomar solo la bandeja y darle de palizas al siguiente que se le ocurriera entrar, pero sabía que después me iría mal.
Cuando la segunda charola llegó no fui tan tonta como para no beber del agua que en ese momento me pareció la mismísima gloria, ya estaba demasiado deshidratada y ni hablar de la hipoglucemia en la que me encontraba. Necesitaba de inmediato ingerir algo para recuperar energía. La comida no estaba mal, consistía de un sándwich de jamón con verdura y una gelatina de uva, si algo aborrezco son las gelatinas y sus asquerosos sabores artificiales, no obstante mandé a la mierda aquella idea irracional y la engullí como una salvaje.
Poco a poco recuperé las fuerzas que me habían sido arrebatadas, Ritz no ha vuelto por aquí, aunque había dejado en claro que lo haría y esta vez para completar lo que comenzó aquella mañana en que nos conocimos.
Al momento en el que volví a tener un poco de estabilidad camine tres pasos, me encontraba bajo la única ventanilla por la que circulaba el oxígeno, ni de puntillas lograba alcanzarla. Volví a inspeccionar mi alrededor buscando algo en que subirme. Todo estaba oscuro y ni siquiera lograba distinguir algo.
Me di por vencida —por segunda ocasión — ya que escuché ruidos tras la puerta, regresé a mi posición en la colchoneta rígida. Lo que dolió como el diablo, ahogue un gemido al sentir ese movimiento extraño en mis costillas. Tuve que contener el aliento para dejarlo salir lento y tortuosamente, no sé de dónde salía la tolerancia al dolor en estos momentos, estaba segura de que mínimo tenía unas dos costillas fracturadas, hematomas por todo el cuerpo, la frente ya no me sangraba pero dolía y bueno, todavía no había muerto.
Supongo que era la adrenalina o el simple hecho de querer sobrevivir.
La puerta rechinó cuando fue abierta, aparecieron dos hombres altísimos y encapuchados. Uno de ellos dejó un balde lleno de agua, una esponja, una barra de jabón y una toalla igual de diminuta que la puerta en la que entraba Alicia en el país de las maravillas. De lo más proporcionado.
—Supongo que ahora esperan que tome un baño relajante después de la despiadada paliza a la que me sometieron —ironicé —. Hombre, mínimo traigan unas velas aromáticas y sales para ya completar el paquete de Spa Deluxe.
Comencé a reír entrando en pánico, me alegré de que mi sentido del humor todavía no me lo hayan arrebatado. Ellos me miraban con asco y con su debida prepotencia.
—Aséate un poco, apestas a perdición. El jefe te quiere limpia para cuando él llegue.
—¿Qué? —emití un sollozó al escuchar de él, mi labio comenzó a temblar sin poder evitarlo —. ¿El jefe?
—¿Qué pasa, guapa, ya se fue esa racha de comediante? —se burló el tipo de la derecha.
—Calla, Malcome —le riñó el otro —. Será mejor que te des prisa, no le gusta esperar.
Cerraron la puerta de nuevo, volvía a estar sola, sin embargo no había oscuridad debido a la pequeña lampara de dejaron para iluminar el interior. Ahora si estaba jodida.
—¡Mierda! —lancé contra la pared la barra de jabón.
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El siguiente cap será de lo más fuerte. Ya lo tengo listo.
Gracias por su amor de verdad, lo aprecio demasiado.
---> ¿Cuál es su comida favorita?
Yo amo los tacos y las hamburguesas, juro que son mi perdición.
---> ¿Tienen un artista preferido?
Yo amo a Taylor Swift y 5SOS
---> Si fueran un lugar, ¿Cuál serían?
Definitivamente sería un prado en Italia. Me gustan mucho.
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