C22
Nota: Aquí comienza el verdadero infierno de June. El contenido de los siguientes capítulos es +18 debido a que hay relaciones sexuales sin consentimiento, drogas y violencia tanto física como verbal.
Sean respetuosos por favor.
Seth:
24 horas desde la desaparición de June.
Un día entero ha transcurrido desde que sentí como mi alma salió de mi cuerpo. No he dormido, ni siquiera me he cambiado de ropa desde la noche anterior. Tan solo había lanzado el saco a la parte trasera del auto.
Mi padre había contactado a la compañía de seguridad e investigación de California, la policía también estaba al tanto de la situación. Han interrogado a cada uno de los que estuvieron presentes, pero como era de esperar nadie sabía nada. También los amigos de June fueron llamados para declarar, esperando que notaran un comportamiento diferente estos últimos días. Sin embargo, no sirvió de nada.
Las redes sociales fueron una herramienta de ayuda, se circulaba una imagen de la cara de June que su madre proporcionó, al igual que algunos carteles que amigos cercanos se encargaron de pegar por la ciudad.
Me dolía demasiado ver a los cercanos de June tan vulnerables, ellos la amaban tanto como yo lo hacía y, estábamos unidos para hacer todo lo posible para encontrarla y traerla de vuelta.
Caí rendido sobre mi cama, el lado derecho desprendía el olor natural de ella, la almohada con un aroma a coco y flores mientras que las sábanas eran una mezcla de su propio sudor y ese único olor de ella. Abracé la almohada con fuerza y enredé mis piernas a las finas sábanas satinadas color gris, mi llanto se mezclaba con los aullidos que de vez en cuando salían del interior de mi garganta.
Es increíble como la vida cambia de un momento a otro. Parece gracioso que ayer ella refunfuñaba por haberla besado con aquel sabor del vinagre, luego el cómo escuchaba sus gemidos ahogados contra mi cuello y de pronto... ella no estaba. Tenía tantas preguntas que no sabía por cual comenzar:
¿Dónde estaba?
¿Estaba herida?
¿Tenía frío?
¿Le daban de comer o beber?
¿Sus heridas habían sido atendidas?
Y la que más miedo me daba pensar:
¿Seguía con vida?
Dejé de martirizarme con aquellos pensamientos que solo me hacían más daño. Me desvestí y me di una ducha rápida, tenía que hacer unos cuantos pendientes que llevarían tiempo.
—
Conduje a mi primer destino, se trataba de un bar clandestino en el que se encontraban personas de mal fiar, lo conocía porque estuve investigando un poco de la red de prostitución y narcotráfico que pertenecía a las partes más escondidas de Los Ángeles.
Cuando entré me dio asco, quise salir en ese segundo y dar la vuelta a otro sitio más luminoso. Los tipos me miraban mal, había mujeres con diminutas prendas o sin ellas, los hombres ponían sus manos sobre su piel. Algunas parecían disfrutarlo y otras no tanto. Sentí pena al ver chicas tan jóvenes, ni siquiera parecían tener los dieciocho años, eran niñas.
Me acerqué a unas cuantas y les mostré la foto de June, ninguna había visto ese rostro y no les sonaba de nada. Ni un maldito destello.
48 horas desde la desaparición de June.
Recibí una llamada de mi padre cerca de las cinco de la tarde, me alerté de inmediato ya que apenas y había cerrado los ojos cuando sentí que el celular vibraba. Me dijo que tenía una cita con el comandante Torres —hombre que llevaba el caso de la desaparición —. Estaba al tanto del avance que se tenía, no había sido tan difícil contactar al comandante para que se encargara de esto, nos había dicho que estaba haciendo todo lo que se tenía que llevar en el protocolo de desapariciones en el estado de California, sin embargo, a mi parecer no era suficiente. Necesitaba más.
—Comandante, es necesario que repita la búsqueda de la maldita camioneta con sus placas en su jodida base de datos —espeté molesto.
—Seth, ya hemos revisado eso y las placas fueron reportadas como robadas la misma noche. Pertenece a una chica de Fontana.
—¡No hace lo suficiente! —salí de la oficina en busca de un café o algo que me relajara un poco de esta locura.
La cafetería se encontraba despejada. El color azul del papel tapiz brindaba esa bonita sensación de tranquilidad. Mis ojos estaban perdidos en la máquina de expreso que apenas y escuché la voz tras de mí, cuando me dila vuelta vi que era el tipo con el que June hablaba aquel día. Lo miré, y si tan solo mis ojos tuviesen cuchillas el tipo estaría muerto.
—El niño bonito —se burló —, ¿cómo está tu novia? ¿Cuál era su nombre?
—No es de tu incumbencia. —Espeté.
—June. Ahora lo recuerdo. Que preciosa es, sus ojos tan bonitos y esa boca tan apetecible que dan unas ganas de meterle mi pol...
—La razón por la que todavía no te he metido una paliza en este momento es porque no tengo tiempo para idiotas como tú.
—Sabrás de mí —amenazó —. Y lo lamentarás.
Me di la vuelta olvidando mi café y todo lo demás. Estaba que desbordaba colera, no estaba tolerando a nadie.
June:
Cuando era adolescente, me la pasaba leyendo poemas que marcaban mi interior, me encantaba leer los que eran sobre un amor imposible y el arte de vivir. Una noche me quedé leyendo hasta las tantas y mi madre me regaño por ello, me dijo que no era bueno alterar mi patrón de sueño, a lo que le prometí que no volvería a suceder. La noche siguiente lo hice de nuevo y esa vez se sintió diferente porque fue entonces cuando leí aquella frase que no cobraría sentido hasta este momento: "Estar solo, te hace comprender muchas cosas."
Y fue verdad. Estoy sola, más que nunca. He dado mil y un vueltas a mi situación, buscando entre mis huecos mentales aquel recuerdo de alguna señal de que esto sucedería, pero simplemente no hay nada. No hay nada que me lleve a entender porque estoy encerrada en estas cuatro paredes pasando hambre y frío, aunque eso no se comparaba con la sed que me frustraba. Mis labios estaban resecos al igual que mi piel.
Había perdido la noción del tiempo, nadie había cruzado esa puerta o al menos no mientras estoy consciente, constantemente me he quedado dormida por el dolor de cabeza y el agotamiento que siento. La herida, por cierto, seguía sangrando un poco ya que había logrado presionarla con un trozo que rasgué del vestido.
Todo estaba oscuro, solitario e insonoro. No había ni una sola pizca de ilusión. Todo esto me recordó a las pelis que había visto en las que cuando había un secuestro la protagonista salía corriendo por su cuenta sin haber sido tocada. Todo eso era mera ficción, la realidad es todo lo contrario. No podía pelear porque no había con quien hacerlo y además, no tenía las fuerzas. No había lugar para donde huir.
Mi cabeza se estaba desmoronando de nuevo, cuando no dormía me la pasaba llorando y cuando no lloraba me la pasaba durmiendo. Extrañaba el calor y la seguridad que me brindaban los brazos de Seth, extrañaba su voz, su olor y sobre todo saber que estaba ahí para mí.
¿Por qué me hacían esto?
No hice nada.
Algo me dice que esa es la pregunta que cada mujer se hace cuando están siendo violentadas y despojadas de sus derechos. Siendo privadas de su vida.
Escuché el ruido que provenía del otro lado de la puerta de metal. Me hice lo más atrás posible hasta que topé con la mohosa y fría pared, me sentía un cachorro asustadizo. Que ironía, hace unos meses el chiste del canino me parecía más gracioso. Ahora era una triste y real comparación.
Una luz cegadora me hizo apretar los ojos con tanta fuerza que la cabeza me palpitó, lo poco que podía ver era una robusta figura que se dirigía a mí. Lo extraño era que había un aroma que se me hacía conocido, un olor al cual le temía.
—¿Ya despierta, corderito? —las palabras dentro de un tono de burla y diversión inundaron el interior con un sutil eco —. No sabes cuanto tiempo esperé la llegada de este día.
—Debía saberlo o al menos intuirlo —abracé mis piernas mirándolo como se acercaba para sentarse en un intento de mueblecito —, espera, ¿tiempo? ¿Ya tenías esto planeado? —Y fue entonces que en mi cabeza algo hizo clic —. No sé ni porque gasto saliva en preguntarlo, eres un maldito enfermo. Una escoria de ser humano.
—Pequeña, pequeña. Yo siempre voy un paso adelante, suelo tener todo calculado June, aunque conocerte en aquella junta no lo estaba, cuando te miré y me hablabas con esa vocecilla de niña buena, algo en mí se sintió excitado. Era esa sensación de atracción.
—No es atracción, es una jodida obsesión, cerdo. Déjame ir Ritz, tienes todavía la oportunidad de dejarme libre y no te delataré —mentía —. Supongo que todavía no hay tanto revuelo allá afuera, puede enmendarse. ¿Sí? —Aquella pregunta salió como un indignante sollozo.
—La vida es irónica, antes te daba asco mirarme, me repudiabas y ahora, bueno estás suplicando. Ya veo que al fin entendiste en donde te encuentras y los roles que jugamos, yo un león y tú, cariño, eres un simple y pequeño corderito dentro de mi habitad. ¿A dónde se fue la June feroz que sacaba las uñas antes de suplicar?
Se fue. Pensé.
Bajé la cabeza dejando caer las lágrimas que no se habían marchado desde que llegué. El hombre se acercó limpiando el caminillo del líquido salado, de inmediato percibí su aroma a puro y ron, por consiguiente sentí nauseas al tenerlo tan cerca. Él tenía razón, antes cuando compartíamos oxígeno en un mismo lugar solía mirarlo con odio y me portaba a la defensiva, peleaba por el respeto que merecía como mujer. Ahora, me encontraba encadenada por obra de mi captor llamado Cameron Ritz, aclamado publicista, embajador de empresas enfocadas en el desarrollo humano.
Él no tiene nada de humano. Es un monstruo.
Cuando somo niños nos cuentan historias en los que tratan de asustarnos con monstruos que son feos, con pieles extrañas, cabezas múltiples y colmillos que podrían matarte en segundos, sin embargo los verdaderos monstruos tienen pieles humanas, un par de ojos, dientes completos y visten bien. No hay múltiples rostros a la vista, solo uno, pero sí que tienden a llevar una máscara que disimula su verdadera personalidad. Un monstruo no ataca a la primera; un monstruo lo hace con sutileza y luego te toma. Sin piedad alguna.
—Tu no mereces mis súplicas. No me romperás. Jamás —levanté el rostro quedando cara a cara, mirando su expresión de confusión —. Tu vida se irá a la mierda, te aseguro que Seth me encontrará, siempre lo hace. Estarás muerto para cuando quieras volver a uno de tus jueguitos de golf —honestamente no sé de dónde salieron las fuerzas o con que ovarios, pero le di un tremendo cabezazo en la nariz. Lo escuché gemir por el dolor y el hilillo de sangre no tardó en salir, Mi frente me palpitaba más no le di importancia.
Su risa resonó por todas parte y su rostro cambio como el de un demonio. No debí jugar con fuego si no me quería quemar, justo entonces supe que la había cagado. Este hombre era un enfermo desquiciado.
—Traté de ser amable contigo June porque sentía cierto aprecio por la chica dulce e inocente que eres, ahora eso se acabó y tendrás el verdadero infierno al que te metiste. Perra.
Con una velocidad sorprendente me tomó de los brazos, con tanta fuerza que grité de dolor, me tumbó de espaldas contra la mugrienta colchoneta. Me zangoloteé como un pececillo fuera del agua y a cambio recibí una bofetada en el pómulo que provocó que me desconcertara al instante.
—No me toques. Quita. Tus. Asquerosas... —otra bofetada —. Manos.
La tercera bofetada rompió mi labio, saboree mi sangre mezclándose con mi saliva y fue repugnante. Ardía. Intenté gritar, pero se atascó a mitad de mi garganta debido a que sentí como su mano enroscó el tirante del delgado vestido que seguía llevando, tiró de él rompiéndolo al instante, una gran apertura al costado expuso mi pecho al desnudo. Su cara se desfiguró en un modo perverso que me asustó, me miraba con lasciva, sus ojos lujuriosos pasaban de un seno a otro. Su sonrisa de satisfacción me heló la sangre. Sentí el miedo que nunca había sentido, el terror del verdadero infierno estaba aquí. Y yo no saldría viva, eso sí que lo presentía.
—Que delicia, cientos de veces me imaginé como serían y ahora no puedo esperar más a probarlas —dijo, con su maldita perversión.
Las lágrimas corrieron con mayor pesadez cuando sentí su mano en mi pecho, los amasaba con fuerza. Juro que trataba de forcejar, pero mis manos estaban fuertemente atrapadas por él. Me sentía claustrofóbica.
—N-no —chillé.
—Está bien, pequeña. Por hoy solo será esto, pero debes tener en cuenta que pronto serás mía. Te meteré mi polla, follandote con fuerza y con profundidad. Gritarás de dolor. Vete haciéndote la idea de que un día de estos te tendré a mi merced.
Dejó un beso en mis labios y se puso de pie. El bulto en sus pantalones era prominente, se lo arregló con incomodidad y se quedó observándome antes de salir y volver a dejarme en total penumbra. Traté de sentarme y cubrir mi desnudez con el intento de vestido, antes era una prenda preciosa y digna de una modelo, ahora solo era tela mugrosa y rota.
Mis muñecas se encontraban enrojecidas por culpa del forcejeo y la cara no paraba de palpitarme. Abracé mis piernas ahogando un grito de desesperación. La noción del tiempo la tenía perdida, ignoraba lo que sucedía en este momento en las calles, ¿me buscaban? Si lo hacían, temía que se cansaran de no encontrarme y que pronto se rindieran. No quería quedarme aquí, no quería seguir con este sufrimiento.
Nunca le he temido a la muerte, al contrario, le admiro. Antes, cuando pensaba en el suicido deseaba conocerla, pero luego todo cambio y prefería conocerla hasta que fuera tiempo.
Estoy en el infierno. Un infierno en vida. Y si tuviese que vivir de esta manera, preferiría morir antes de volver a sentir sus manos sobre mí. Quería morir.
Yo quería morir.
Seth:
Siete días desde la desaparición de June.
Después de haber dormido tres horas me sentí de lo más culpable. Me reprochaba el no saber si ella dormía o al menos en qué condiciones lo hacía, yo estaba gozando de ciertas comodidades que ella no. Y duele.
Se cumplía una semana sin señal alguna de June, su madre lloraba a toda hora y no salía de la iglesia. Tuve que quedarme en su casa por las noches para asegurarme de que durmiera, su rostro ya no deslumbraba la luz que antes proyectaba, ahora se le formaban unas medialunas oscuras bajo sus ojos verdosos, vestía ropa holgada. Bueno, no es como si yo estuviera mejor que ella, también tenía ojeras y la barba crecida, apenas y se notaba, pero ya era una mancha dorada opaca.
Al terminar el días nos sentamos en el sofá mientras esperamos a que el teléfono fijo sonara anunciando la llamada de rescate, la cual no llegaba. Nos retirábamos sin decir ninguna palabra, cada uno a su habitación, yo dormía en la de mi novia, inhalando el sutil aroma propio de ella. Lloraba hasta quedarme dormido y cuando veía el sol salir.
—Hijo, he preparado revuelto de huevos y te hice café. Es momento de que comencemos a cuidar de nuestra salud, June no querría esto y lo sabes.
Ella tenía razón, June no querría vernos de esta manera.
—Gracias señora, no tengo hambre. Pero si me regala un poco de café en un termo se lo agradecería. —Le tomé la mano dándole un ligero apretón con cariño. Ella me trataba como si fuera su hijo y yo la estimaba como si fuese mi figura materna.
La señora Garrido me dio un termo con café, le di un beso en la mejilla como despedida. Me puse la cazadora y salí de la casa. Conduje hasta mi apartamento para darme un baño. Las cosas con la policía iban sin prisa al parecer, ni el oficial ni el comandante tenían pista alguna sobre el paradero de mi chica, así que era momento de tomar las riendas.
En una mochila metí ropa para un viaje de lo más exprés, al igual que lo esencial. Esta noche me iba a Canadá, allí me encontraría con un hombre con poder como ninguno otro, estaba dispuesto a darme una mano.
En una de esas visitas a los bares un tanto clandestinos, me encontré con un hombre que me habló de un médico algo... peculiar, el cual hacía otro tipo de trabajo. De inmediato se me vino a la mente a que se refería, no conocía nada de ese mundo, pero si ese hombre era poderoso, mi alma estaba en sus manos.
Tomé un vuelo directo a Toronto, ciudad que esperaba visitar en otro tipo de circunstancias y con una persona a mi lado. Cuando llegué ya había anochecido por lo que no tenía chiste ir ahora mismo en busca de él. Mañana a primera hora lo haría. El hotel en el que me hospedaría no quedaba lejos del hospital, así que tenía unas horas para descansar e idear la conversación que mantendría con él.
—
Dejé la bicicleta que había rentado esa misma mañana en el área especial, el hospital era inmenso, la fachada estaba adornada de cristal y pintura color gris azulado. Daba un total aire de misterio. Me dirigí a la recepción en busca de orientación.
—Buen día, ¿el doctor Erickson? —le hablé a una mujer castaña con mechas rubias.
—¿Tiene cita?
—Sí, a nombre de Alex Sears.
La chica revisó una agenda que parecía rallada por doquier, con su dedo señaló ese nombre confirmando lo que le dije. Tuve que dar un nombre falso por miedo a quien me dirigía.
—Señor Sears, el consultorio se encuentra en el tercer piso y es el nuero trescientos cincuenta y ocho. —Sonrió.
—De acuerdo, gracias.
Dentro del elevador me temblaban las manos, estaba ansioso por tener esa charla y saber que tanto misterio había con este hombre. Cuando las puertas se abrieron, me di cuenta de que el piso era enorme y no había ni una pobre alma aquí, tan solo estaba yo. Los ventanales dejaban a la vista el paisaje nevado de Toronto y los rayos de sol eran escasos. Me encantaba este precioso panorama.
Trescientos cincuenta y seis.
Trecientos cincuenta y siete.
Trescientos cincuenta y ocho. Aquí es.
Toqué la puerta de madera color caoba, en respuesta se escuchó un lejano adelante, así que entré cerrando la puerta tras de mí. Lo primero que vi fue una pared color crema adornado con varios diplomas, certificados y fotografías enmarcadas, en una de ellas aparecía una mujer rubia con ojos brillantes color azul y destellos grises, en brazos llevaba a una pequeña que sonreía y a su costado un hombre con traje sin ninguna arruga, la sonrisa que llevaba en su rostro irradiaba felicidad. Eran una familia —de inmediato el corazón me latió con rapidez pensando en que me gustaría tener ese futuro con June. Lo quería con desesperación—. Del otro lado estaba un escritorio de cristal con todo ordenado, tras de él la figura del mismo hombre en la fotografía me miraba atento, llevaba una bata impoluta sobre una filipina de color azul y autos animados. En su broche se leía: Dr. Erickson.
—Toma asiento, Seth Harrow —su voz firme era fría y en su rostro no demostraba debilidad —. Debes estar cansado por el viaje hasta acá.
—Erickson —saludé con respeto y me senté —. ¿Cómo sabes mi verdadero nombre?
—No suelo reunirme con hombres americanos y mucho menos me reúno sin investigar a fondo. —Se puso de pie quitándose la bata dejándola en un perchero —. Y llámame, Oliver. Oliver Erickson, ese es mi nombre. Hablemos de negocios, ¿qué es lo que te trajo a mí? No creo que quieras una consulta con un pediatra cuando no tienes niños, bueno, solo esa pequeña que vive en la finca que está a nombre de tu madre.
Su sonrisa se ensanchó y eso me asustó un poco. De verdad que si había estado investigando a fondo, eso me hacía cuestionar que clase de hombre era. Oliver claramente no era un simple doctor, no era una persona común y corriente, él tenía otra vida. Supe que en las calles por las noches solían llamarlo Señor frío, todo esto por el tipo de mañas que tenía. Manejaba una red de tráfico de estupefaciente en Canadá y hace poco se adueñó de Alaska. Era un jodido mafioso. Nada pasaba desapercibido en sus tierras.
De día un doctor especialista en niños y de noche, era el mismísimo Señor de los cielos —o del frío —.
—Necesito tu ayuda, de otra manera no estaría aquí. —El asintió, dando a entender que me escuchaba —. Si no fuera tan importante, ahora mismo ni siquiera sabría de tu existencia.
—Es curioso que un chico de California esté en mis tierras buscando de mi ayuda. ¿Sabes que allá también hay mafiosos o lo más cercano a ellos? Pero seguro que debe ser algo bastante gordo como para que te atrevas a venir a hablarme como si fuese uno de esos niños bonitos que buscan broncearse en tu ciudad.
—No te tengo miedo Oliver —mentira, los huevos en este momentos los tengo en la garganta —, solo quiero tu ayuda para encontrar a mi novia. Es todo.
—¿Por qué tendría que ayudarte? —se recargó en la esquina del escritorio con su mirada fija en mí.
—Porque la foto de la pared te delata. Pareces contento de estar con esa chica, es guapa y ni hablar de la bebé que ella lleva en brazos, puedo apostar a que es tu hija porque tienen los mismo ojos. Ahora, ¿me escucharás?
La cara de Oliver cambió, al parecer di en el clavo. Dije eso solo por decirlo, pudo ser su hermana o yo que se, fue un comentario bastante arriesgado. Estaba cagado de miedo al estar frente a este tipo, seguro que tiene buena maniobra con las armas y aseguro que puede ponerse creativo con un simple bolígrafo.
—Habla —dijo.
Y así fue. Le hablé de June y su rapto. El cómo las autoridades de la ciudad no ayudaban ni aportaban nada, solo hacían un asqueroso bulto en toda la búsqueda. Daban falsas esperanzas. Mujeres desaparecen día con día y nadie hace nada por ellas, así que con June no hay diferencia, es por eso que tuve que meterme, era lo mejor.
June se encargó de mover mi vida de pies a cabeza, fue un terremoto que sin quererlo dejó todo en su lugar, como todo debía ser, así que yo haré lo mismo por ella; movería cielo, mar y tierra hasta encontrarla.
Tras un momento de silencio Erickson habló:
—Lo hare. Voy a ayudarte. Primero debo arreglar algunos asuntos antes de partir a California, los haremos mañana a primera hora, vendrás conmigo y me hablarás más de ella —la determinación con la que habló me hizo sonreír, él traería a mi Juni. De no saber que el tipo era un criminal, ahora mismo me lanzaría a sus brazos y le besaría la mejilla.
—¿Hace cuanto que la conoces? —le pregunté mirando el retrato de la chica.
—Tres años, su nombre es Kate y la pequeña es Katie —cuando las miró sus músculos se relajaron, eso mismo me pasaba cuando hablaba de June. Ambos estábamos perdidos en el amor de ellas.
—KO —sonreí recordando ese juego que tanto me enviciaba de niño.
—Lo sé, yo también le tomo el pelo con eso —dejó de mirar la foto para mirarme —. Seth Harrow, o tienes las bolas muy puestas o no temes morir.
—Honestamente, cuando te vi, las bolas se fueron hasta mi garganta —confesé —, pero haría todo por ella y para volver a tenerla de nuevo en mis brazos.
—En eso sí que somos compatibles tú y yo. Yo haría hasta lo imposible por mis dos chicas. La traeremos de vuelta Seth, lo prometo.
Lo prometo. Sus palabras eran creíbles, pero en un mundo así, jamás debes hacer una promesa. Menos cuando la vida de una persona está en juego.
—Te veo mañana, Erickson —le dije poniéndome de pie.
—Hasta mañana, Harrow.
Salí de aquel hospital lleno de esperanza, sin embargo, también sentía esa opresión en el pecho que no me dejaba respirar sin ese peso. Al llegar al hotel me di una ducha con agua caliente y fue entonces que me derrumbé.
Me pegué a la fría pared con azulejo y poco a poco me fui deslizando hasta terminar en el suelo, abracé mis piernas y solté el llanto. Un llanto doloroso y desesperado. Si june estuviera aquí, entraría a la ducha con una de sus piyamas coloridos y empalagosos, me abrazaría y me susurraría palabras de aliento para que me calmase. Me sentía un niño desolado, sin nada o nadie a lo que aferrarme para continuar.
—Estarás bien mi pequeña estrella, voy por ti June. —Dejé caer la cabeza, permitiendo que mis lágrimas fueran limpiadas por el agua que caía.
————
No tengo palabras con este cap. Me ha dolido demasiado escribirlo y bueno, se viene algo todavía más fuerte. 😓
Pero todo tiene un fin, ¿no?
Quiero dejar claro que esto no está para nada alejado de la realidad, lamentablemente en México lo que va del año, ya suman más de 700 mujeres desaparecidas y lo más triste es que la cifra aumenta cada día.
Rezo para que cada mujer llegue a su casa con vida. Me duele tener que saber que por ser mujer ya llevamos una maldita diana en la cabeza.
Hoy no tengo ganas de hacer preguntas, solo quiero llorar.
Con amor, Vanessa N. 💜
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