Capítulo único. No una copia.
Es una noche de sábado. Los chicos del Françoise Dupont lucen sus mejores galas, por las que debieron de dejar de comer para usar; ya sea porque necesitaban el dinero o adelgazar, no importa. Tú, por otro lado, eres rica y delgada como el infierno, así que sigues con tu vida como si nada.
Desde hace una semana, hay cartas por todos lados. El lugar varía desde escritorios a mochilas a casilleros. Están en todas partes, pero ninguna es para ti. Nunca son para ti. Así que decides no dar lo que no has recibido.
Adrien es un caso, es el extremo opuesto pese a que vienen de lugares parecidos. Donde él es todo sonrisas amistosas, tú eres una bruja. Así que no debe sorprenderte que tu viejo mejor amigo reciba tantas invitaciones y tú no.
Siempre admiras cómo, a pesar de no estar interesado en ninguna de las cartas, se toma el tiempo de ir hacia la chica y decirle amable que no puede aceptar su invitación porque ya tiene novia pero que cualquier chico sería afortunado de ir con ella.
El muy... ugh.
Contemplaste un par de veces escribirle una tú misma, incluso hubieras ido a comprar una pluma fuente para escribirla. Pero tan rápido como llegaba la idea, la desechabas; te negabas a hacer el ridículo. No pensabas pararte frente a él y ofrecerle el mundo con palabras cuando él le ofrecía el universo a otra con los ojos.
Nadie sabrá cuánto deseaste que te mirara como la miraba a ella.
Eres consciente de que no era la culpa de Marinette ser tan perfecta, ella no te robó la oportunidad de estar con Adrien. Te saboteaste a ti misma con tu actitud, alejaste a la única persona que se interesaba por ti cuando levantaste los muros y pusiste espinas alrededor.
Ahora estás sola y no es culpa de nadie más que tuya.
Pudiste haber sido la razón por la que sus ojos brillaran, pudiste ser la invitación que él aceptara, pudiste ser la única persona en su mundo esa noche. Pero no lo eres porque desechaste tus oportunidades.
Fuiste estúpida al no aprovecharlas. Durante muchos tiempo, fuiste su único apoyo y sabes que él solía pensar el mundo de ti; ya tenías su cariño y no lo supiste convertir en otra cosa.
Casi podías tocar la felicidad con la punta de tus dedos y lo arruinaste. En vez de estirar el brazo un poco más, te alejaste y pensaste que Adrien se quedaría sólo porque eras su mejor amiga. Decidiste tirar tantos años de amistad a la basura y esperaste a que él estuviera esperando por ti cuando tomaras la decisión de volver.
Ahora lo ves bailar con otra mientras tú estás sola.
Huir demuestra ser más fácil de lo que crees; ni siquiera Sabrina está contigo. Apagas el teléfono y lo metes en el bolso de mano, y así sales del salón de la misma forma que entraste: sola.
A veces piensas que no has conocido otra cosa que la soledad, porque vagando por las calles de París en tu vestido azul eléctrico sin que nadie repare en ti, te das cuenta de que toda tu vida te has sentido como te sientes ahora.
Esta no es la noche que esperabas, vagas por la calle sin dirección con un vestido más caro que muchos autos que pasan junto a ti y un maquillaje del que una modelo profesional sentiría envidia. Y nunca te has sentido tan ridícula, como una niña en busca de atención.
«Mírame, soy Chloe Bourgeois. ¿Es que no me ves? Soy preciosa, ¿verdad, Adrien? ¿Adrien?».
Tus esfuerzos por arreglarte tanto, sólo parece un capricho infantil, y todo lo que te queda es la vergüenza, caliente y pesada e insoportable. Quieres huir a un lugar donde tu rostro no pueda ser reconocido y donde nadie sabrá el ridículo que hiciste.
La vista se te nubla y los ojos te arden. Te tapas la boca con la mano y detienes el sollozo que amenazas con soltar. Hipas un par de veces y respiras hondo y quebrado.
¿Qué te hizo pensar que Adrien voltearía a verte cuando tiene a Marinette? ¿Qué te hizo pensar que alguna vez podrías ser como ella? Tal vez pensaste que las estrellas se alinearían en tu favor y Adrien se daría cuenta que eres y siempre has sido la única. Qué fantasía tan infantil.
Llegaste a la torre Eiffel sin planearlo. No ibas a subir, sólo te quedaste observando. Recuerdas que ahí comenzó todo. El rostro emocionado de Adrien aparece en tu mente. Ambos estaban en el nivel más alto y él sonreía como si nunca hubiera sabido lo que era la felicidad. Era una vista que lograba hipnotizarte, cómo se formaban hoyuelos en sus mejillas y arrugas en sus ojos. Adrien estaba maravillado con la vista, y tú estabas maravillada con él.
—Te noto diferente, Chloe —te dijo Emilie Agreste, temprano ese mismo día—. Estás distraída. No será que...
Una sonrisa de te bastó para saber de qué hablaba.
—Claro que no —saltaste, tan indignada como pudiste—. Has perdido la cabeza, Em.
Emilie alzó una ceja y sonrió; no se creía una palabra que decías.
—Claaaro. —Giró la cara al lado contrario. Aún podías ver su sonrisa burlona.
Sentiste la cara caliente y supiste que estabas roja. Sentías vergüenza y no sabías por qué, pero esto era diferente porque sentías algo revolotear dentro de ti y te preguntaste si esas eran las famosas «mariposas en el estómago».
—¿Cómo puedo saber si estoy enamorada? —preguntaste y te arrepentiste de inmediato.
Emilie lucía terriblemente satisfecha y de repente querías meter la cabeza en la tierra como una avestruz. Por un segundo sólo te miró enternecida y tú sentías que la cara te iba a explotar.
—Cuando veas a esa persona especial y sepas que quieres verla feliz por sobre todo lo demás.
Y esa misma noche, al ver la alegría en sus ojos, supiste que estabas enamorada porque harías lo que fuera para mantenerlo feliz, incluso si su felicidad no eras tú.
Pero luego todo cambió y ese todo te incluía. Emilie desapareció y Gabriel encerró a Adrien en una jaula de oro, tus padres firmaron los papeles del divorcio y las peleas comenzaron. Dejaste de lado las tardes de juegos y comenzaste a salir a comprar ropa o lo que fuera con tal de no volver a casa. Te inscribiste en clases de canto, actuación, baile y piano con tal de no pensar en la situación en casa pero rápido te diste cuenta que no eras como Adrien que podía guardar sus sentimientos y luego lidiar con ellos poco a poco. Tú necesitabas gritar, patalear y llorar, pero no lo hiciste porque no le podías gritar a las paredes de tu casa; así que decidiste gritarle a los demás, y te gustó cómo retrocedían con miedo.
Y nunca se volvieron a acercar.
Para cuando tuviste contacto con Adrien otra vez, ya eras una bruja y él comenzó a alejarse al notarlo. Te dijiste que ya no estaba acostumbrado a ti y se tomaría sólo un poco de tiempo para que su amistad volviera a ser igual, pero en el fondo sabías que eso no iba a pasar. Podías ver que Adrien no te soportaba; lo único que lo ataba a ti eran esos años de amistad, pequeños hilos que cortaste con tus acciones.
Lo perdiste, lo dejaste ir y aún te aferrabas a él y a la esperanza de que él pudiera sólo ignorar tus defectos. «Soltar duele, sostener lo insostenible duele más.» No recuerdas quién dijo eso, pero tiene razón. Adrien ya avanzó y es hora de que lo hagas también porque te está matando.
Así que, ¿qué mejor lugar para terminar eso que el lugar donde comenzó? Recuerdas todos los momentos buenos, malos, felices y tristes. Recuerdas las veces que se empujaron en la piscina del hotel y el día que se les cayó un diente; recordaste las veces que rieron hasta llorar y lloraron hasta reír; recuerdas las siestas y las fiestas de té; recuerdas al Sr. Abracitos y a Fifi, la gata. Recuerdas todo y lo dejas ir, aunque duela. Sabes que dolerá por un tiempo, pero eres fuerte y lo vas a superar.
Lágrimas salen libres de tus ojos, pero ya no te importa ocultarlas. Está bien llorar, está bien sentir. Una risita se te escapa junto a un hipido. Tu pecho sufre espasmos, sin embargo, no te has sentido así de bien en mucho tiempo.
—¿Chloe?
Das un brinquito y sueltas una una exclamación. Volteas a ver sobre el hombro, aunque sigas llorando. Los ojos azules de Ladybug dejan ver consternación, los tuyos sólo se muestran confundidos.
—¿Qué haces aquí? —preguntas sin salir de la estupefacción. Sientes como si tuvieras la boca llena de algodón.
—Yo hago patrulla —miente—, ¿y tú?
—Disfruto de la vista. Es hermosa, como yo —también mientes, aunque ella sabe que no es lo que haces y sabes que ella no hace lo dice tampoco.
La miras de arriba a abajo, como si pudieras descubrir sus mentiras. Ves que traga saliva bajo tus ojos; la estás poniendo nerviosa.
—¿E-Estás bien, Chloe?
Y ahí está el tartamudeo. Nervios. Conoces a esta chica.
—¿Por qué no lo estaría? —Te encoges de hombros.
Levantas los muros otra vez, tu voz se vuelve imposible de leer, pero sigues llorando y Marinette también te conoce; tú no lloras por cualquier cosa.
—Estás llorando.
—Vaya, no lo había notado.
—Y estás aquí... sola —titubea.
Dejas que pase un momento de silencio entre ustedes, pues no sabes qué decir.
—Tienes razón —dices mientras le das la espalda otra vez.
Te muerdes el labio y derramas un par de lágrimas sin que ella las note. Sientes como si alguien te apretara el corazón en la palma de su mano; quieres que pare.
—¿Qué te sucede, Chloe? —pregunta.
Pones los ojos en blanco y los viras; más lágrimas se deslizan entre tus pestañas. «Como si no lo supieras ya.» Un ataque de resentimiento se apodera de ti. ¿Cómo se atreve a venir y fingir que le preocupa lo que te pase?
—Me gusta un chico y a él le gusta otra. Lo básico.
El «y esa eres tú» va implícito.
Volteas de nuevo. No esperas verla cabizbaja, casi como si le doliera como te duele, ni siquiera sabes qué esperas. Esta es Ladybug, debes recordarte, ella no se reiría de la miseria de nadie. Así de perfecta es.
—Siento eso —murmura, casi avergonzada.
—No, no lo sientes —bufas.
Ves en sus ojos cómo la culpa se la come un poco, como un cáncer. Tú eres la causante. El corazón te da un vuelco. Te preguntas si algún día dejarás de herir a todo el mundo cada vez que abres la boca.
—Es decir, tú tienes a Chat Noir. Eres feliz con él, ¿no es así? —intentas remediar.
—No siempre ha sido así —comenta. Esboza una sonrisa que no se refleja en sus ojos—. También pasé por eso. Así que si quieres contarme, te puedo escuchar.
«Claro, para contarte mi eterno amor por tu novio, genia.»
Te muerdes la lengua. En vez susurras:
—¿Por qué te importa?
Ella te mira con algo que no pensaste ver de nuevo: empatía.
—No lo sé. —Se encoge de hombros—. Me importas más de lo que crees.
Esta es Ladybug, Marinette, la chica a la que le has hecho la vida imposible desde primaria, diciendo que si quieres hablar con alguien, te va a escuchar. Algo se remueve con fuerza en tu pecho. Te preguntas si es posible que sus palabras sean sinceras.
Aprietas los labios, no puedes llorar más, no debes. Pero las emociones te dejan abrumada y no encuentras otra solución. Sientes que podrías explotar.
Entonces su mano te voltea y Ladybug rodea tu cuello con sus brazos. No reaccionas porque no sabes cómo. Ha pasado más tiempo del que quieres aceptar desde que alguien te ha regalado un abrazo y sentirlo de nuevo es como si sintieras calidez por primera vez. No puedes evitar el llanto.
Tus lágrimas caen sobre su hombro mientras ella traza círculos en tu brazo. Te deshaces ahí y entonces como si nada en el mundo te importase porque es así; durante un largo rato, son sólo tú y ella, y tus sentimientos al fin desbordándose.
No sabes si ella está ahí porque la culpa no la deja en paz o porque sus palabras son genuinas, pero te das cuenta de que no te importa porque esto se siente bien y es todo lo que necesitas saber.
Ladybug es la primera en alejarse, no pones resistencia. Ella te pone las manos sobre los hombros y te regala una sonrisa pequeña que de alguna forma te dice que vas a estar bien. Así de cerca, puedes notar el maquillaje en su rostro. Es preciosa, por dentro y por fuera. ¿Cómo puedes odiarla por eso?
Retrocedes un poco.
—Ella es genial, ¿sabes? —Te limpias las lágrimas con la punta de los dedos—. Es todo lo que Adrien puede pedir y más; nada como yo. Es valiente, amable, educada, divertida, y más importante, lo ama. No puedo... no puedo competir contra eso.
Ladybug se quedó sin palabras. Parpadeó dos veces con sus ojos de venado antes de ser atropellado; reíste un poco.
—Es la mejor chica que él podría tener. No puedo estar enojada porque la haya elegido a ella, yo... —flaqueaste—. Yo también la hubiera elegido a ella sobre mí.
Bates las pestañas con fuerza, sin embargo, los ojos se vuelven a llenar de lágrimas. Intentas decirte que no tienes que llorar, que está bien que las cosas sean como son, pero sigues llorando y te sigue doliendo, y eso te preocupa un poco. ¿Será así toda la vida?, te preguntas, ¿dolerá para siempre?
—Ella es cómo tú. —Ladybug se tensa otra vez—. Perfecta. Nunca logré hacerla quedar mal, ¿sabes? Y lo intenté más veces de las que me siento orgullosa. Supuse que, si no podía llegar a si nivel, tendría que hacerla bajar al mío. Es ridículo. —Viras los ojos y ríes sin ánimo, burlándote de tu propia inmadurez—. Siempre quise ser como ella —susurras.
Pero lo que quieres decir es: «siempre quise ser como tú», y Ladybug lo sabe.
Un momento pasa entre ustedes, en silencio. Ladybug claramente no sabe cómo reaccionar y tú ya no tienes nada que decir. Te miras los pies porque ya no quieres ver la cara de confusión en la chica frente a ti; si te pones a pensar, es algo gracioso, en una forma algo torcida. «Pobre Marinette —piensas—, ha de ser raro para ella escucharme.»
Te dices que es suficiente por hoy, para ella y para ti. Marinette tiene una fiesta en la que estar, amigos con los cuales volver; y Ladybug no tiene la obligación de limpiar tus lágrimas, de todas formas. Respiras hondo y la miras de nuevo. Se muerde el labio inferior.
—Arruinarás tu maquillaje así, Ladybug —la regañas. Comienzas a sonar como tú otra vez; crees que es buena señal.
Lady ríe algo nerviosa. Se lleva la mano a la nuca.
—No estoy acostumbrada a usarlo, así que lo, um, ¿olvido?
Murmuras un «no me sorprende», pero ella no lo escucha así que lo dejas así. Ríes un poco también. Ladybug suelta un respiro hondo, como si lo hubiera contenido por un largo rato.
—¿Chloe? —La miras a los ojos—. ¿Vas a estar bien?
Conoces la preocupación, conoces la amabilidad, conoces todas los buenos sentimientos de esta maravillosa chica que tienes al frente. Pero nunca van dirigidos a ti. Sus ojos nunca demostraron que le importaras porque hasta esta noche, no creíste que lo hicieran. Que ahora te mire así, es como tirarse a la cama luego de un día estresante, es acurrucarse en el sofá con una sábana térmica; es cómodo, cálido, tan raro pero tan natural que te asusta pero no puedes evitar disfrutar lo bien que se siente. Como si por fin pertenecieras a algún lugar, algún lugar al que puedes llamar hogar.
Sonríes y, aunque aún hay lágrimas secas en tu cara, respondes:
—Sí. —Suspiras—. ¡Lo que no está bien es ese maquillaje tuyo! ¿Quién te dijo que era buena idea andar por ahí con ese maquillaje? Está todo arruinado. Vamos a casa, te ayudaré a retocarlo.
Ladybug sonríe y niega con la cabeza.
—Te llevaré a casa.
Ladybug desliza un brazo por tu cintura y con el otro, lanza su yo-yo y, puf, ambas están volando por los aires.
Ni dos minutos más tardes, llegan a la terraza del penthouse. Por lo que vale, son los dos minutos más emocionantes de tu vida. Te duelen los pies al aterrizar —malditos tacones— pero lo ignoras en favor de arreglarte el cabello alborotado. Te arrepientes de habértelo cortado por encima de los hombros pues se te viene a la cara cada vez que inclinas la cabeza hacia adelante aunque sea un poco.
—No sé cómo le haces para no despeinarte —bufas.
Das media vuelta y te adentras al penthouse. Sólo cuando enciendes las luces, te das cuenta de que no hay ninguna Ladybug junto a ti. Te asomas por las puertas corredizas, ahí la ves, lista para saltar e irse.
—¿Adónde crees que vas?
Ladybug da un brinquito. Se gira hacia ti con sus grandes ojos sorprendidos, como si la hubieras atrapado haciendo una travesura.
—Eh... y-ya debo irme —tartamudea.
Sales otra vez a la terraza con las manos en las caderas y el ceño fruncido.
—¿Con ese maquillaje? —Chasqueas la lengua—. Claro que no.
Ladybug une las puntas de los índices y hace una mueca que te recuerda a la cara que puso tu padre cuando le preguntaste cómo se hacen los bebés.
—Verás, Chloe... —hasta comienza con las mismas palabras—, no es como si pudiera... —Toma los bordes de su máscara y finge jalarla—. Tú sabes. Um. Y no puedo, eh...
—Sé quién eres —sueltas, antes de poder contener el vómito verbal.
Te llevas la mano a la boca y abres los ojos de par en par. Oh, por Dios, ¿qué has hecho?
—¿Qué?
Ladybug de repente se queda quieta, como si estuviera en frente de un T-Rex y no quisiera que se la comiera. Pero no hay ningún animal extinto cerca y acabas de soltarle una noticia que parece destruir todo lo que creía verdad.
—Eh...
—¿Cómo?
—Fue culpa de Adrien, ¿de acuerdo?
No te responde, sólo parpadea una vez. Algo en su cerebro parece haber dejado de funcionar porque no da señales de responder pronto. O de moverse.
—¿A-Adrien? —dice al fin.
—Sí, bueno, tú no miras a una persona como si te hubiera regalado la luna y luego haces los mismos a otra persona. A menos que esa otra persona, sea la otra persona. Agh.
Esto no tiene sentido. Presionas las manos a cada lado de tu cabeza. Explicar estas cosas no se te dan bien. Comienzas a arrepentirte de no dejarla ir aunque su delineador estuviera corrido.
—P-P-Pero eso n-no prueba nada. —Ríe como lo haría una maniática—. Sea quien sea que creas que soy, no soy yo. Te lo aseguro, es más, ni siquiera sabes si soy una chica o si soy humana. Podría ser un extraterrestre.
Más risa nerviosa. Y más rascarse la nuca.
La miras como si le hubieran salido dos cabezas y luego a esas le hubieran salido tres a cada una. Respiras hondo.
—Eres Marinette —declaras, sin emoción.
Lo dices como si fuera un hecho, porque lo es. El sol sale todos los días, lo que sube baja, Marinette es Ladybug. Así de simple, sin lugar a dudas.
Ladybug chilla algo que sólo los perros serían capaz de escuchar; suena como un «iiiish» demasiado alargado y fino, pero no te atreves a decirlo porque tus oídos sufren daños posiblemente permanentes.
—¡Me acabas de dejar sorda! —chillas en respuesta—. ¡A mí y a media cuadra!
—T-T-Tú, pero ¿c-cómo?
—Te lo acabo de explicar. —Viras los ojos—. Es culpa de Adrien.
Ladybug boquea como un pescado fuera del agua. Su cerebro trabaja a mil por hora y casi puedes ver el humo salirle por las orejas. Así no debería funcionar un ser humano, pero temes decir algo que en lugar de calmarla la ponga peor. Callar es la mejor opción.
—¿Entonces tú sabes que... Adrien...?
—¿Que Adrien es Chat Noir? —completas—. Sí, lo sé.
—Entonces...
—Entonces cuando tú, Ladybug, y Chat Noir se hicieron pareja pero Adrien coqueteaba contigo, Marinette, fue... inquietante. —Suspiras—. Adrien no es del tipo que está detrás de dos chicas al mismo tiempo; es un romántico, el muy estúpido. Así que... sí, eso.
—Oh.
Suspiras otra vez.
—Sí, oh.
Te pasas la mano por el pelo y escondes un mechón tras tu oreja mientras estancas la mirada en el piso, sólo para que se vuelva a salir un segundo después. Haces una anotación mental para no volverlo a cortar así otra vez.
Levantas los ojos hacia la heroína aún paralizada frente a ti. Sus ojos están perdidos en otro mundo. La ves como un detective conectando los puntos y sucesos, haciendo cálculos, usando la lógica. Te recuerda a ti misma cuando lo descubriste.
Te sientes un poco mal por ella.
—Entremos.
Tus palabras la sacan del espiral en el que sumió sus pensamientos; no es un estado mental agradable. Niega con la cabeza varias veces, como si quisiera sacudir una idea fuera de su mente con demasiada fuerza. Da un paso hacia adelante, crees que al fin se va a llenar de valor, pero termina dando un paso en falso.
De acuerdo, así no van a llegar a ningún lado. Enderezas la espalda y marchas hasta la heroína como un soldado a la guerra. La tomas del brazo y la jalas dentro de la suite; hubiera llegado pascua y ella seguiría ahí.
Ladybug no pone resistencia, muy inmersa en su propio enredo mental. Ya saldrá de ahí por sí sola. Eventualmente. Mientras tanto, la sientas en un sofá de la sala y te vas a tu habitación. En la peinadora, encuentras el maquillaje que usaste temprano igual de desastroso como lo dejaste; lo recoges en su estuche y te lo llevas a la sala.
Ladybug sigue siendo Ladybug cuando te sientas en el sofá. Sus ojos están perdidos y sus dedos se enredan entre sí; no parece darse cuenta.
Chasqueas los dedos frente a su cara hasta que deja de mirar al horizonte y te mira a ti. Sus ojos siguen muy abiertos, un poco más y se le caen de la cabeza; sus mejillas están encendidas en un rosa especialmente fuerte.
—Detransfórmate —le pides.
Ladea la cabeza como un perro hacia ti. Una niebla le invade los ojos, crees que es estupidez. Suspiras porque debes morderte la lengua y ser amable con la pobre. Sí, como sea.
—Detransfórmate —repites—, por favor.
—¿Uh?
Intentas. Y fallas. No puedes contener las ganas de darte una palmada en la frente.
—Ya sabes, el «Tikki, detransformación». —Tu voz se empequeñece al final de la frase, casi como si sintieras vergüenza. Casi.
Ladybug frunce el ceño. Su boca está ligeramente abierta y sus ojos desorbitados.
—Tikki, puntos fuera.
Lucecitas envuelven a Marinette y Tikki sale disparada de los aretes en espiral. Las mira a las dos. Sus ojos se agrandan cuando repara en ti, pero no dice nada y se va a otro lugar.
Es una sensación diferente presenciar la detransformación de Marinette. La luz es más brillante, casi cegadora, pero se siente una sensación cálida en el pecho. Con Plagg es diferente, es eléctrico y energizante pero también... oscuro.
Se te erizan los vellos de los brazos.
Sacudes la cabeza y mandas ese tren de pensamiento a Nadie-Le-Importa-landia. Hay cosas más importantes aquí en las que concentrarse, por ejemplo, Marinette que ahora remplaza a Ladybug en tu sofá. En su vestido lila luce más pequeña que con su traje, ahora que no lleva ninguna máscara en la cara.
Tienes que luchar a escudo y espada contra años de burlas automáticas para no hacer ningún comentario «grosero».
—Pareces un pollito en pleno invierno; deja de temblar.
Y fallas estrepitosamente.
Suspiras. Ella tampoco te facilita la tarea. Sacas los cosméticos uno por uno y los pones en la mesa del café en silencio. Por el rabillo del ojos la ves juguetear con sus manos, al menos sabes que no eres la única que no sabe qué hacer con sí misma.
—¿Quién te maquilló? —le preguntas sin mirarla, aún sacando tu extensa colección de sombras, delineadores, labiales y rubores.
—Alya —dice por lo bajo.
—Ah. —Te muerdes el labio—. No está mal, pero no tiene maquillaje de calidad, ¿cierto?
—Lo intenta.
—El camino al infierno está pavimentado con buenas acciones.
Marinette te da una mirada puntuada que logra callarte. Parece que está volviendo en sí. Bien.
—Mira arriba —le pides.
Obedece. Te levantas del sofá y te paras frente a ella con una brocha y los iluminadores; Alya olvidó hacérselo. Novata.
Para alguien tan energética como Marinette, es sorprendente lo quieta que puede estar. Sus ojos no miran a los tuyos, está bien, no se pueden ganar todas.
No intercambian muchas palabras mientras aplicas el maquillaje en su cara. No es un trabajo tan arduo ya que no necesita la cantidad que otros necesitarían para verse decente. Una parte de ti que aún no supera el aborrecimiento hacia Marinette, sigue sin admitirse que es hermosa. Puedes ver por qué toda la clase se fijó en ella, por un segundo tan siquiera.
—Y voilá —anuncias por fin, cuando la última brocha abandona tu mano.
Marinette abre los ojos como si acabara de despertar. Bien puede ser así, con ese maquillaje es como si renaciera.
—Estás fabulosa. —Te limpias una lágrima inexistente con tus uñas postizas.
Marinette boquea como un pescado agonizante, luchando contra su propia lengua para encontrar algo que decir. Es bizarro —notas— lo genuino que es tu comentario. Te sorprende a ti misma; no es sorpresa que ella no encuentre cómo reaccionar. La esquina de la boca se te tuerce hacia arriba, pero sacudes la cabeza y alejas las distracciones.
Rescatas tu espejo de mano del desastre de cosméticos y se lo entregas.
—Mira.
Los dedos de Marinette tiemblan, pero son delicados cuando agarran el espejo de tus manos. Con esas manos temblorosas ella ha salvado tu ciudad por años, tu vida, y aun así son suaves como si no quisieran cometer un error que te pudiera hacer estallar igual que un campo minado. No sabes qué pensar.
Marinette no quita los ojos de ti hasta que tiene el espejo en su regazo, e incluso así, es un esfuerzo para ella romper el contacto visual, como si fuera la primera vez que te viera de verdad. Le sonríes con los labios apretados. Ella mira hacia abajo, a su reflejo.
—Quedó hermoso —suspira.
Ríes como si no tuvieras aire.
—Lo sé. Lo hice yo, después de todo.
Una sonrisa boba le adorna los labios de color durazno, con un deje de nostalgia. ¿Extrañará la arrogancia en tus palabras, ahora que no te verá más?
Un poco de nostalgia se filtra en tus huesos. Te golpea entonces el hecho que ya no la verás más tampoco. La rivalidad tonta, las miradas puntiagudas y los comentarios viciosos; todo se habrá ido luego de esta noche. Y no entiendes por qué esta revelación te cae tan pesada en el estómago. Deberías alegrarte, si no es por ti, entonces por ella. Por ellos.
Pero no lo logras.
—Lo que dije antes…, lo dije en serio. Eres la mejor chica que Adrien puede tener. —Marinette clava los ojos en ti, suaves y al mismo tiempo intensos. Contemplas los adornos en la mesa; si la miras a los ojos temes perder toda la compostura que lograste reunir—. No fui yo quien lo hizo feliz al final, pero… —Los pulmones te fallan—. Supongo que perder contigo no es tan malo.
Te encoges de hombros, como si no acabaras de decir la verdad que te ha estado consumiendo. Perdiste. Contra quién, eso no importa, sino el cómo. Nadaste un océano, y te ahogaste en quince centímetros de agua. Lo acariciaste con los dedos y en vez de tomarlo, lo empujaste para siempre fuera de alcance.
Adrien había… había comenzado a mirarte diferente, y lo sabías, y te rendiste. De él, de tus sentimientos, de ti misma. Pero los remordimientos de nada te sirven, no van a solucionar nada.
—Déjame decirte algo, Chloe. —Se levanta del sofá y pone una mano sobre tu hombro. No quieres mirarla más de lo que quieres comer rata asada, pero lo haces—. No tienes que ser como nadie. No me interesa si soy Ladybug, no tienes que ser como yo. Mucho menos para gustarle a un chico, nadie vale tanto.
«Adrien sí.»
Cómo si te leyera el pensamiento, continua:
—Ni siquiera Adrien —dice. Te mira a los ojos, y aunque los de ella son suaves, hay algo severos en detrás, como si te retara a que pensaras que lo que te dice no sea verdad—. Sé que no quieres perderlo, pero no te pierdas a ti misma para lograrlo. No pierdas de vista quién eres, Chloe. Adrien no quiere la copia de alguien más, él te quiere a ti.
La garganta se te cierra. El labio inferior comienza a temblarte y los ojos te arden. Giras la cara.
—Pero si ya lo perdí.
Y esas palabras son las que te llevan a las lágrimas otra vez. Otra verdad aplastante, porque te habías resignado a que nunca pasaría nada con Adrien, pero admitir que no sólo perdiste a un interés amoroso, sino a un amigo... te está matando. Te ha estado matando desde hace tiempo y no has hecho nada para salvarte.
Un sollozo se te escapa, quieres retenerlo, pero para cuando te llevas la mano a la boca, es muy tarde. Para ti, siempre es tarde. Siempre se te desliza entre los dedos como arena.
—Claro que no —Marinette dice.
—¡Por supuesto que sí! —le gritas, y no es odio lo que te hace levantar la voz, no hacia ella, ni siquiera hacia ti.
Lo que te retuerce las entrañas es saber lo que pudiste hacer y lo que no hiciste. El desastre que eres no es más que el resultado de años sobre años sobre años arruinando lo único bueno y bonito que tuviste en la vida; la ruina que se convirtió la única amistad verdadera que conoces. Es como una ciudad destruida, con los edificios y las casas quebradas hasta los cimientos, y en medio del caos, sólo estás tú; tú, que no levantarías un pedazo de escombro por miedo a romperte una uña.
¿Cómo te atreves a sentirte mal, habiendo tenido tantas oportunidades para evitar todo esto y habiéndote quedado a un lado, haciendo de la vista gorda? Una arrogante, eso es lo que eres, arrogante y estúpida por pensar que alguien se daría la molestia de siquiera mirar en tu dirección luego de todo lo que hiciste. Qué nervio has de tener para esperar que Adrien volviera a ti.
—Créeme cuando te digo que no has perdido nada; sólo tiempo —te dice Marinette.
—¿Entonces por qué estoy teniendo esta conversación contigo? ¿Por qué no él? —Estúpida, estúpida, es lo que eres—. ¿Por qué no está Adrien aquí?
¿Por qué debería estarlo?
Marinette se queda sin palabras por un momento. Sus ojos viajan por todo tu rostro: las lágrimas, el maquillaje corrido y la profunda amargura impregnada en esa expresión de hielo que tanto has usado durante toda tu vida. Crees que no va a responder nada, y esa misma parte que no admite haber perdido contra ella, se siente complacida sabiendo que tiene razón y Marinette no, aunque duela como los mil infiernos.
Entonces te sonríe.
—La única razón por la que Adrien no está aquí es porque no quería que Chat Noir comenzara a gritarte en medio de la calle como si te conociera, donde cualquiera pudo haber escuchado —explica. Te aprieta ambos hombros y te sacude ligeramente, como si así logrará meter sentido común en tu cabeza—. Estaba preocupado hasta la locura por ti.
Sabes hasta dónde llega esa preocupación, cómo puede dominar todos sus pensamientos y acciones. Sabes que buscaría debajo de las piedras si es necesario, puedes imaginarlo. Pero la imagen no termina de caer en su lugar, no si se trata de ti. ¿Quién se dignaría a buscarte?
Marinette parece darse cuenta de tu hilo de pensamiento para que ponga esa cara de «me estás jodiendo». Cambias de peso sobre los pies y resoplas. ¿Qué va a saber ella? ¿Qué sabe una niña perfecta como ella sobre ser una desgraciada? ¿Sobre las consecuencias? Ella con su familia amorosa, con su personalidad fresca y su sonrisa tierna. Ella que es todo lo que no puedes ser.
Te callas esos pensamientos, te los tragas y te convences de que sólo quiere ayudarte, de que lo hace con todas las buenas intenciones —aunque con eso se asfalte el camino al infierno—. Te dices que es progreso, al menos no escupes palabras de las que te arrepentirás después.
—Sé que no crees una palabra de lo que te digo y que no sé de lo que estoy hablando… —un eufemismo—… pero conozco a Adrien, y sé que tú le importas.
—A Adrien let importaría si pisaras una hormiga; es quien es. Eso no dice nada.
Marinette bufa. Sus manos se deslizan de tus hombros y caen inertes a cada costado de ella.
—Hace mucho tiempo hablábamos, sobre a quién le diríamos nuestro secreto si pudiéramos. Yo le dije que a Alya. ¿Sabes qué dijo? —La suavidad en sus ojos se esfuma, ahora sólo puedes encontrar hierro en esa mirada—. «Si pudiera —cita— contarle a alguien, iría al Grand Paris y despertaría a Chloe sólo para quejarme con ella sobre lo poco que puedo dormir de noche». —Se encoge de hombros—. Si eso no te dice nada, no sé qué lo hará.
Se sienta de nuevo en el sofá. Explaya los brazos en el respaldar y cruza las oiernas: la pose de una persona relajada. De no ser por la tensión en su mandíbula, quizás hubieras creído. Parece capaz de arrancarle la cabeza a alguien de un mordisco por pura frustración. No le respondes, no encuentras cómo.
Escuchas las palabras salir de sus labios, y lo entiendes, pero a la vez... no. No te permites entenderlo, no, porque te aterra; creer que pueda ser cierto es como saltar de un acantilado creyendo que puedes volar. Es demasiado optimista, demasiado peligros pensar que pueda haber esperanza, tan pequeña como sea.
Sientes las rodillas débiles de un momento a otro. Te sientas junto a la chica que se niega a mirarte a la cara, quizás hasta que veas lo que ella quiere que veas, lo que está ahí y te niegas a reconocer.
—¿Él... Adrien dijo eso?
Tu voz suena terriblemente pequeña, vulnerable, como la niña rota y abandonada que ocultaste del mundo para que nadie pudiera hacerle daño otra vez.
No quieres verla a los ojos tampoco, no quieres descubrir que de alguna forma escuchaste todo mamá, no ahora que tu pulso se acelera con el prospecto de que tal vez no todo se haya perdido.
Curioso como alguien tan pesimista como tú es capaz de elevar sus esperanzas tan rápido.
—Cada palabra —jura Marinette.
Sólo entonces te arriesgas a mirarla, sabiendo que si no es verdad, esa chispa de esperanza te prenderá el vestido en llama y no quedará nada de ti excepto cenizas. Pero cuando ves esos orbes celestes tan claros y tan sinceros, no encuentras nada que pueda hacerte creer que te habla con otra cosa que no sea la verdad.
La respiración se te atora en la garganta. Has estado en caída libre, y no lo notas hasta este momento. Dejas de caer. Los vellos se te erizan cuando ese peso invisible se desvanece como niebla. Sin querer, derramas derramas un par de lágrimas que ya no tienen sentido.
Te recuestas en el sofá.
—No lo entendí —Marinette dice—. Por cuál razón en el mundo el vendría acá a hablar contigo sobre toda esta locura. Y me lo explicó, me contó sobre su mejor amiga que nunca lo dejó enfrentar un problema solo, que nunca dejó que se desvaneciera, que de lo detuvo de perderse en la sombra de sus padres. —Hace una pausa. En el silencio, temes que oiga tu corazón quebrándose y reconstruyéndose, todo al mismo tiempo—. Tal vez una parte de mí sigue sin entender por qué Adrien no pudo alejarse te ti, pero no tengo qué. Todo lo que entiendo es la tristeza que había en sus ojos cuando me contaba todas estas cosas. Te extraña, Chloe, y tú lo extrañas a él. Deja de darle vueltas al asunto y haz algo para arreglarlo.
Lo único que puedes responder son las lágrimas que bajan en cascada hasta tu cuello.
—No perdiste contra mí, Chloe. Esto nunca fue una competencia. Yo nunca podré ganar el lugar que tienes en el corazón de Adrien, no fui yo quien estuvo ahí cuando no tenía a nadie. Nadie te puede quitar eso, ni siquiera tú misma. Así que deja de huir y haz algo. —Sus ojos son suaves aunque sus palabras sean cachetadas.
—¿Por qué? —murmuras. La voz te raspa la garganta—. Sabes lo que…, lo que siento por él. ¿Por qué insistes tanto en juntarnos?
Marinette te sonríe críptica.
—Porque confío. Y porque sé —te responde, como si sostuviera las respuestas del universo en la palma de su mano.
Ciertamente así parece.
—Sé que te necesita, y tú a él. No es fácil reconstruir lo que tenían, pero estoy segura de que Adrien quiere intentar. Quiere llamarte su amiga otra vez.
Sueltas una bocanada de aire como si hubieras dejado de respirar por horas. No encuentras qué decir, qué hacer con tu cuerpo. No hay palabra tan grande que pueda hacerle justicia al alivio inmenso que empapa cada rincón de tu alma. Así es, recuerdas, sentirse bien.
Sabes que si decides intentar te espera un largo camino, a ti y a Adrien. Sabes que no todo está bien, pero, por primera vez en mucho tiempo, no todo parece estar mal.
—Gracias, Marinette —gimoteas.
Ella se encoge de hombros.
—Yo sólo te traje a casa.
No crees que sepa lo verdadera que sea esa declaración.
—•—
Pasa algo como una hora antes de que Marinette debating irse. Incluso a ti te sorprende cuánto tiempo gastan hablando de nada. Sorprendentemente raro.
Se despide de tú a anunciando que más de una persona habrá notado su ausencia. Llama a Tikki y se transforma otra vez en Ladybug; esta vez te cubres los ojos antes de que la luz te ciegue. Te levantas a acompañarla al balcón.
—Sé que tú y yo nunca estuvimos en los mejores términos, antes —te dice cuando están en la baranda del balcón—. Pero… creo que, algún día, me gustaría llamarte mi amiga también. Si así lo quieres. —Abres tanto los ojos que crees que rodarán por el piso. Ladybug se ríe, pero es nervios lo que escuchas—. Claro que, si alguien me pregunta, voy a negarlo.
Una risita se te escapa.
—Creo que me gustaría. Aunque también lo negaré, si te hace sentir mejor.
Ladybug ríe otra vez.
—De acuerdo entonces.
Sin dar otra palabras, salta sobre el barandal y luego hacia el techo al otro lado de la calle, hasta que no distingues el color de su traje contra el cielo.
Te das cuenta de que no se despidió. Como si supiera que volverán a verse, y dónde está Ladybug, su Chat Noir usualmente sigue.
Se siente como una promesa.
Nota de autora:
Fue más largo de lo que esperé, cosas que pasan.
Also, lo terminé en la madrugada, cualquier error se debe a mi cuerpo deprivado de sueño. Corrección para algún día futuro.
De todas formas, espero que les haya gustado.
Trouble milagrosa se va.
[18/06/18]
Palabras: 6685
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