Un día la chica que no era una chica conoció al chico que brillaba más que el sol. En ese momento no sabía que él iba a convertirse en la persona en la que más confía, en su mejor amigo.

El chico que brillaba más que el sol llegó con bromas y conversaciones interminables a cualquier hora. Se quedó para las risas pero también para las lágrimas. Vio todo lo malo que había en la chica que no era una chica y no se asustó ni se alejó. La abrazó y le dijo que estaba con ella, que podía sanar. Confío en ella y poco a poco la ayudó a acomodar sus piezas rotas. No resultó ser algo perfecto. Muchas piezas se habían perdido y no había forma de recuperarlas. Habían huecos en su alma pero la chica que no era una chica sonreía porque se sentía más viva.

Y cuando miraba a su amigo sentir demasiado no le parecía una maldición.