10 | Libre
La chica que no era una chica perdió a muchas personas. A algunas por voluntad propia, se alejó antes de que su toxicidad lo ensuciara, antes de que le matara por dentro. Otras se fueron y ella les rogó que se quedaran antes de recordar que eso no era sano. Las vio marcharse con su corazón en la mano, las vio dejarle la piel roja de inseguridades, de esos golpes que la gente llama palabras y que no son más que una bonita forma de maltrato si se usan sin pensar.
A esas personas las lloró, las sufrió, se lamentó perder recuerdos, momentos, pasado, presente y futuro. Se preguntó más de una vez por qué se iban, si no era suficiente o si tal vez era demasiado. Se culpó hasta que se dio cuenta de que si alguien decidía abandonarle era su problema y no había nada que él pudiese hacer para cambiarlo.
Algunas noches la tristeza llegaba. La encontraba intentando dormir y sin querer recordando un momento, un apodo, un detalle que lo llevaba a alguien que ya no estaba en su vida, y era como si un peso enorme se instalara sobre sus hombros. Otras veces, la nostalgia y la tristeza se transformaban en ira. Se sentía mal cada vez que eso pasaba pero la ira y elle eran viejos amigos. Compañeros de cuarto que por momentos se ignoraban pero al final siempre volvían a fundirse en el más cálido abrazo.
Pero a pesar de la tristeza, la nostalgia, los recuerdos y la ira, la chica que no era una chica era feliz. Seguía teniendo al chico que brillaba más que el sol, sus sueños y cada pedacito que descubría de sí mismo le gustaba. Su vida no era perfecta pero se sentía libre. No podía pedir más.
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