En un lugar donde el sol siempre brillaba y la gente reía vivía una chica que no era una chica, aunque en ese momento no lo sabía.

Lo que sí sabía era que dejarla era tan sencillo como respirar. Sino no entendía cómo él podía haberse ido luego de decirle que era lo más preciado que tenía.

¿Por qué, por qué, por qué? se preguntaba.

¿Hice algo mal? se preguntaba.

¿Es mi culpa? se preguntaba.

No le decía a nadie lo que pensaba, se lo guardaba dentro. Se lo guardaba todo. Sus miedos, su llanto, su ira. Todos creían que era fuerte. De hierro, decían. Invencible, decían. La verdad es que la chica que no era una chica solo era mejor en ocultarlo. En ocultarse.

El problema de hacer eso, de fingir, de guardarse todo, es que acabó explotando. Y no fue bonito.