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Su cabello sí se despeina.

Y la hora del almuerzo llegó.

Todos salieron corriendo similar a una estampida desesperada por irse incluyendo al profesor, bueno era comprensible, nadie soporta una mañana de un lunes, pregúntele al gato naranja.

Yo, por el contrario, me quedé sentada viendo como todos se iban. El salón vacío y silencioso era mucho más cómodo para descansar que el comedor repleto y ruidoso.

Saqué mi celular y conecté los auriculares, antes de reproducir algo revisé los mensajes.

Steven.

—Jassssssss, vendrás al ensayooo¡¿¿¡¡

Matt.

—Jazzzzzzzzz bennnn

—No es q

—Te nececitemos

—pero t necesitamos

Dereck.

—Steven ¿qué te dije de los signos de interrogación?

—Matt, es Jass* Ven* Que* Necesitemos* Necesitamos* Y es innecesario enviar varios mensajes cuando puedes escribirlo todo en uno.

—Y, Jass, tienes que venir, ya jan pasado dos semanas, por favor.

Yo

—No.

—Matt como vuelvas a escribir mi nombre con Z te parto tu ukelele en la cabeza.

—No jodas Dereck, y te equivocaste *Han* Ja.

Steven.

—En qué cabeza¿¿¿¡! lolll

Matt.

—JAJAJAJ te equiviscate, idiota.

Dereck.

—Cállate Matt. 

—Jass esto no es un juego.

Steven.

—No está hablando lolll


Rodeo los ojos sabiendo que se terminarían peleando todos, apago los datos y coloco mi playlist en aleatorio, subo todo el volumen sin pensar en el dolor de cabeza que me dará después, pero da igual porque solo quiero que la música calle un poco la voz de culpa de mi cabeza.

Hundo mi cabeza entre mis manos.

Los chicos y yo tenemos una "banda", bueno al menos un intento algo decente de una, la verdad nos va bien, el mes pasado tocamos en el cumpleaños número dos de la sobrina de Matt. Vaya que los niños son un público pesado.

El punto es que, hace dos semanas que no voy a los ensayos, no ayudo a difundir panfletos, y he dejado de ir a los pequeños conciertos que dábamos en una cafetería.

¿La razón? Ninguna, no hay. No me he enfermado, no me he fracturado la mano, no he empezado a odiar la música de repente o he perdido mi talento con la guitarra. Es eso lo que más me molesta, no poder darles la cara porque no tengo excusa alguna.

¿Cómo les explico que ya no tengo motivación o ganas, o lo que sea que me impide seguir? Me gusta tocar la guitarra, y estar en un pequeño escenario, pero como todo lo que hago llega el punto donde ya no veo motivos, la magia se pierde y abandono todo.

Jamás hago algo por demasiado tiempo. Antes dibujaba, tocaba el violín, jugaba ajedrez, practiqué karate, y terminé dejando todo eso en menos de dos mes. Solo porque sí.

Esa soy yo, Jass, la chica que deja todo a medias, que adopta algo y luego lo abandona, y huye para no sentirse culpable, la chica que...

Carajo quién osa interrumpe mi monólogo interno.

En el momento justo en el que una canción cambia a otra logré captar el chirrido odioso de la puerta. Alguien debería engrasar esa cosa.

Como acto de mis reflejos llevo mi mano al celular y lo escondo de inmediato, no sería la primera vez que me lo decomisan. Alzo la mirada, y siento algo de alivio al ver que es la nueva.

Enarco una ceja cuando se queda parada detrás de la puerta sin moverse.

—¿Qué haces aquí...?

—Estoy desenterrando huesos de dinosaurio en este salón de clases —expresé en un tono cansado, señalando el entorno—, en esta banca en la que estoy sentada —me señalo a mí misma—, con estos auriculares ¿no es obvio?

Su ceño se frunce al principio y luego un pequeño tono carmesí se crea en sus pómulos, sin decir nada se dirige a su asiento. ¿Fui grosera?

Qué va, la más amable tú.

Pasan dos canciones más, pero no logró concentrarme en mis pensamientos sabiendo que hay alguien, es incómodo.

Así que decido levantarme, me dirijo hacia la puerta, pero antes de tomar la perilla echo un vistazo atrás hacia la chica que esconde su cabeza entre sus brazos. Me detuve al escuchar un sollozo ¿está llorando? ¿por lo que dije? Tiene un aspecto frágil, pero no creí que tanto.

¿Qué se supone que debo hacer? Madre sabe lidiar con esto, no yo.

Suelto la perilla y me camino a su lugar, me siento en la silla de enfrente, ella se percata de mi cercanía y cesa con su llanto. Veo su espalda ralentizar sus movimientos, y como lentamente separa su rostro de sus manos, sus mejillas están completamente rojas y sus ojos cristalizados me ven con vergüenza.

Oh, cuán equivocada estaba. Su cabello sí se despeina.

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