Especial (Parte 1): Lyzbeth
Lyzbeth cerró los ojos, dejando que los últimos rayos del sol calentaran su rostro. La arena de Firesand brillaba ardiente, el cielo estaba despejado, y el mar en calma. Momentos como ese le hacían valorar más su sencilla vida. Siempre había querido descubrir el mundo, pero jamás había tenido la oportunidad, o tal vez jamás había tenido el suficiente valor. A pesar de que sólo tenía diecinueve años, sentía que pronto sería demasiado tarde para marcharse, que iría dejándolo siempre para más tarde, otro día, otro año, y para cuando se diera cuenta su vida estaría demasiado ligada a la isla como para marcharse. Pero no se lamentaría si eso ocurriera. Aquella era su isla, su hogar, y morir en ella tras una larga y feliz vida no sonaba nada mal, aunque nuca conociera lo que había más allá del horizonte.
Abrió los ojos, pestañeando por la intensa luz, cuando vio una silueta que se recortaba en el horizonte. Entornó los ojos, intentando distinguir lo que era. Pasaron unos cuantos minutos, hasta que pudo distinguir fácilmente que lo que se acercaba era un barco. Se levantó de donde estaba sentada, y se puso tensa. Al ser Greattree una isla del Grand Line, eran muchos los que pasaban por ahí en su camino hacia la Red Line, hacia Raftel, hacia el One Piece. Lyzbeth no estaba segura de que aquel mítico tesoro existiera. Sabía que había fuertes piratas a lo largo de todo el Grand Line, tanto en Paraíso como en el Nuevo Mundo, y varios habían pasado por Greattree, y que ninguno de ellos hubiera encontrado el One Piece todavía se le hacía impensable. Ya habían pasado unos cuantos años desde que el Rey Pirata fue ejecutado y desde que la Era Pirata empezó. En su opinión, deberían darse más prisa, y así, al menos, las islas del Grand Line como Greattree tendrían un poco de paz sin tanto pirata vagando por ahí.
Sabía por experiencia que no había dos bandas piratas iguales. Algunas de las bandas piratas parecían más exploradores que piratas. A esos, Lyzbeth los llamaba "aventureros". Eran amables la mayoría de las veces, no alborotaban, y contaban historias maravillosas sobre lugares inimaginables. A pesar de que no causaban ningún mal casi siempre, Lyzbeth no se fiaba de ellos. A veces, se pasaban de irresponsables, de salvajes, y destruían cosas sin darse cuenta del valor que tendrían para sus dueños, sobre todo cuando se emborrachaban, y luego no se responsabilizaban de las consecuencias. Otras bandas, en cambio, eran piratas en el sentido más literal de la palabra. A esos, Lyzbeth los llamaba "criminales". Siempre intentaban saquear la isla, atacar a los habitantes, enriquecerse a su costa. Por eso, los guerreros de la isla eran muy fuertes, pues tenían que defenderla cuando gentuza como esa aparecía.
Sin poder evitarlo, tristes recuerdos cruzaron su mente. Cinco años atrás, una banda de criminales atacó la isla. Aunque eran muy fuertes, los Guardianes de la Isla consiguieron derrotarlos y devolverlos al mar del que provenían. Por desgracia, hubieron víctimas, entre ellas, sus padres. Su madre había sido una mujer amable, de oscuros y grandes ojos que ella había heredado, que regentaba una pequeña floristería en Firesand, de la que ella se encargó tras su muerte. Durante los días, cantaba a las flores para que crecieran, y por las noches, le cantaba a ella para alejar las pesadillas de su sueño. Su padre, en cambio, era un hombre orgulloso de carácter fuerte y enérgico, y era el Capitán de la Guardia de la Isla. Había sido marine hacía años, pero, según les había dicho hace años, se marchó al ver que tenía que ser compañero de marines despreciables que se lucraban de las desgracias que causaban los piratas, y que tenía que luchar contra piratas que nunca habían dañado a nadie. Por eso, hasta el día de su muerte, Lyzbeth y su hermano Hank respetaron y temieron a los piratas, pues su padre les dijo que muchos de ellos eran hombres libres y bondadosos que sólo querían seguir sus sueños, mientras que otros eran asesinos crueles. Desgraciadamente, tras su muerte, sólo quedó el temor, el rencor y el odio.
Lyzbeth observó el barco, al que ya se le distinguía la bandera. Eran piratas, sin duda alguna. Observó la Jolly Roger. Era una calavera con una cicatriz en un ojo, y en vez de huesos cruzados tenía dos sables. Sabía cual era el protocolo de la isla cuando aparecía un barco pirata: avisar al alcalde y a alguien que tuviera experiencia en combate. Sin pensárselo más, echó a correr hacia el pueblo.
- ¡Hank! -exclamó, al ver a su hermano a lo lejos, con una caja llena de jarrones al hombro. Su hermano mayor se dedicaba a comprar distintos productos en distintas islas, para después volver y vendérselas a los habitantes de la isla. A pesar de que podría haberse hecho de oro con ese negocio, era un persona bondadosa y honrada, por lo que se conformaba con ganar un pequeño beneficio, lo suficiente como para alimentarse a sí mismo, a su esposa y a su hijo Nick, de dos años. A pesar de ser mercader desde hacía años, en su juventud había sido un Guardián de la Isla, y uno muy bueno, además, aunque lo dejó cuando se convirtió en padre. Era un oficio demasiado peligroso, y no quería que su hijo creciera sin padre.
- ¿Qué ocurre, Lyzbeth? -el alto hombre esperó a que su hermana hablara, mirándola con preocupación. Lyzbeth recuperó el aliento antes de hablar.
- Hay piratas en la playa. No sé si son aventureros o criminales, no reconozco esa Jolly Roger.
- De acuerdo. Iré contigo a la playa, por si reconozco la Jolly Roger. Mientras voy dejando esto, avisa al alcalde. Así, a la mínima, vendrán a ayudarnos.
Lyzbeth asintió; su hermano siempre sabía qué hacer en ese tipo de situaciones. Tras encontrarse con el alcalde y ponerle sobre aviso, Lyzbeth se encontró con Hank delante de su casa. Ambos caminaron tensos hasta la playa, donde vieron que los piratas ya habían desembarcado. Lyzbeth sintió un leve resentimiento, como cada vez que unos piratas llegaban a la isla. Durante un largo tiempo después de la muerte de sus padres, detestó a los piratas, los odiaba con toda su alma, incluso a los aventureros. Soportaba las visitas de los piratas, siempre y cuando fueran cortas. Su hermano, en cambio, todavía no los soportaba. Lyzbeth podía ver el dolor y la rabia que cruzaban su mirada cada vez que miraba a unos piratas desembarcar, como en ese momento.
Con paso firme, Hank echó a andar por la playa, dirigiéndose hacia donde los piratas estaban bajando unos barriles vacíos para rellenarlos de agua potable en uno de los múltiples arroyos que recorrían la isla. Lyzbeth lo siguió, unos pasos por detrás. Por mucho que su hermano hubiese intentado enseñarle técnicas de lucha después de la muerte de sus padres, no se le daba bien eso de golpear a la gente. Siempre le dolía más a ella que a sus contrincantes.
Al llegar adónde los piratas estaban, Hank se plantó ante un joven pelirrojo que llevaba un sombrero de paja. Se cruzó de brazos, en una postura imponente en un hombre de su tamaño, y observó al joven fríamente con sus ojos verdes.
- Quisiera hablar con el capitán de vuestra tripulación.
- Soy yo -respondió el joven pelirrojo, calmado.
Lyzbeth lo observó con curiosidad. Era de mediana estatura, musculoso, y llevaba pantalones holgados y una camisa blanca medio desabrochada, lo que le daban un aspecto relajado. Tres cicatrices verticales le recorrían el ojo izquierdo. Entendía que su hermano no hubiese pensado que él fuera el capitán. No tenía aspecto de capitán pirata.
- De acuerdo -respondió Hank, sin inmutarse-. En representación de la isla Greattree, os damos la bienvenida -Lyzbeth podía ver lo que le costaba pronunciar aquellas palabras. Más que decirlas, las estaba escupiendo-. Si prometéis no alborotar ni molestar a los habitantes, sois bienvenidos a comprar suministros y a descansar en el hostal de Greentree. Si, en cambio, queréis saquear la isla y dañar a sus habitantes, os tengo que pedir que os marchéis.
El joven capitán sonrió ampliamente y alzó las manos en señal de paz.
- No queremos ningún problema. Sólo queremos comprar suministros y descansar unos días, nada más.
- En ese caso, sed bienvenidos.
Sin decir nada más, Hank se dio media vuelta y se dirigió al pueblo. Sin moverse del sitio, Lyzbeth lo observó con tristeza. Podía ver claramente como apretaba los puños y como tenía la espalda tensa. Aquello le costaba muchísimo. Lyzbeth estaba a punto de marcharse cuando sintió una mano alrededor de la muñeca. Se soltó bruscamente y encaró al que la había agarrado. Era el joven capitán, que la miraba sorprendido.
- Siento haberla asustado -se disculpó, inclinando levemente la cabeza-. Disculpe, pero, ¿podría indicarnos donde queda el arroyo más cercano? Nos gustaría rellenar nuestros barriles.
Sin apenas mirarle, Lyzbeth señaló en una dirección.
- Gracias -respondió el pirata, sonriendo.
Lyzbeth alzó levemente una comisura, ni siquiera podría llamarse una sonrisa, y se marchó de allí. Tal vez no odiase a los piratas como su hermano, pero ella tampoco se fiaba de ellos.
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Aquellos piratas se quedaron alrededor de una semana. No alborotaron, ni causaron ningún problema. Simplemente, se dedicaban a pasarlo bien en la taberna del pueblo, mientras bebían sake. Cuando alguien entraba en ella y abría la puerta, sus risas eran claramente audibles.
Según le había contado Emily, la tabernera, la banda se llamaba los Piratas del Pelirrojo, en honor a su capitán, llamado Shanks, y tenían la intención de quedarse alrededor de dos semanas, como mínimo. Lyzbeth no se había vuelto a encontrar con ninguno de ellos desde que desembarcaron, y evitaba acercarse a los lugares en los que podría encontrárselos. Se conformaba con trabajar en su tienda, deseando que se marcharan pronto, deseo que fue cumplido, aunque no como ella habría deseado.
Una tarde, mientras Lyzbeth recogía las cajas llenas de macetas con flores y otras plantas que ponía fuera de la tienda para que les diera el sol, escuchó un alboroto al final de la calle. Con una caja en las manos, se asomó a mirar, cuando un cuerpo se estrelló contra el suyo. La caja se le cayó de las manos, haciendo que las macetas se rompieran, desparramando la tierra por el suelo. Tropezó y estuvo a punto de caer, pero una mano le agarro de la muñeca, impidiendolo. Alzó la mirada, encontrándose con los ojos negros del pelirrojo capitán, Shanks.
- ¿Estás bien? -le preguntó, con preocupación en los ojos.
Lyzbeth asintió, y el pareció aliviarse. Justo en ese momento, un hombre enorme apareció delante de la floristería.
- ¡Pelirrojo! -gritó, con una voz que resonó como un trueno en la vacía calle-. ¡Esto no ha terminado!
Embistió contra Shanks, pero este lo esquivo fácilmente. Desenvainó su espada, y echó a correr lejos de la floristería, con el gigante por detrás.
- ¡Tú, Pelirrojo! ¡No huyas!
Lyzbeth se quedó muy quieta, delante de su tienda, sobre la tierra y los trozos de macetas rotas. Sólo ella había visto que, antes de echar a correr, Shanks le había guiñado un ojo, con una leve sonrisa. No huía de aquel hombre. Estaba alejándolo de la floristería.
Se quedó varias horas ahí, con el corazón en un puño, preguntándose qué habría ocurrido con la pelea. Ni siquiera terminó de recoger las cajas, ni barrió el suelo. De pronto, apareció Hank, que se le acercó corriendo al ver las macetas rotas en el suelo. La zarandeó.
- ¡Lyzbeth! ¿¡Estás bien!? ¿¡Qué ha ocurrido!?
Lyzbeth se apartó suavemente, agarrando a su hermano de las manos.
- Estoy bien. Sólo... El capitán pirata estaba peleando con un hombre...
- ¡Maldita sea! ¡Otra vez los piratas! -el rostro de Hank se transformó en una mueca de odio. Parecía dispuesto a ir directamente al barco pirata y pelear con todos ellos. Lyzbeth lo agarró más fuerte; no quería que se metiera en líos.
- ¡No! ¡No lo has entendido bien! -Lyzbeth lo obligó a mirarla, para que escuchase lo que tenía que decir-. Ese hombre estaba atacando a Shanks, pero éste lo ha alejado de mí, y de la tienda.
- No importa -gruñó Hank-. Ha causado problemas en el pueblo, y sabes qué consecuencias trae eso.
Lyzbeth asintió, con la mirada clavada en el suelo. Si algún pirata aventurero creaba algún problema, debía abandonar la isla inmediatamente.
De pronto, alguien la llamó a lo lejos.
- ¡Lyzbeth-chan! ¿Estás bien?
A medida que el dueño de la voz se acercaba, los dos hermanos vieron que se trataba de Shanks. Una herida en la frente hacía que un hilo de sangre le decorara el rostro, pero por lo demás parecía ileso. Se acercaba a paso rápido, casi corriendo. Al llegar a su altura, Shanks no se fijó en la mirada iracunda que le dedicó Hank, sino que fijó la suya en la joven.
- Siento que hayas tenido que ver eso. Un viejo... amigo nos siguió hasta Greattree. Lamento lo de tus plantas. Te pagaré lo que he roto, te lo prometo -sonrió, disculpándose.
Lyzbeth miró a las macetas rotas del suelo, como si las viera por primera vez, y se dio cuenta de que eran las bailarinas blancas. Eran unas flores de una isla bastante lejana y peligrosa, que les trajo un aventurero a su madre y a ella a cambio de hierbas medicinales. Eran hermosas, pero ahora estaban destrozadas, y no tenía más. Pocas de las flores conseguían florecer en Greattree, pues el clima era distinto al de su isla natal.
Hank también se dio cuenta de que eran las bailarinas blancas, y cerró los puños con fuerza. Eran las flores favoritas de su madre, y las mantenían en la tienda para honrar su memoria.
- Lo que has roto no se puede pagar con dinero -respondió Hank, con la voz rezumando odio-. Esas flores son bailarinas blancas, son casi imposibles de criar en esta isla, sólo mi hermana lo consigue, con mucho esfuerzo y trabajo duro. Y ahora, por culpa de una de tus "batallitas", has echado por el retrete el trabajo de todo un año.
- Hank, no es para tanto... -intentó calmarlo Lyzbeth, poniendo una mano en su brazo, pero Hank la apartó bruscamente.
- Sí, sí que lo es Lyzbeth -mantenía la mirada fija en Shanks-. Y además sabes las leyes.
Shanks los miraba a ambos, confuso y con un punto de culpa en la mirada. De vez en cuando, miraba las flores en el suelo, ya mustias, y la culpa en su mirada se agravaba.
- En nombre de la isla de Greattree -empezó a recitar Hank, con voz solemne. Lyzbeth apartó la mirada-, debo pediros a ti y a tu banda que abandonéis la isla inmediatamente, por romper el acuerdo que hicisteis nada más llegar a la isla, de que no causaríais ningún problema.
Los ojos de Shanks parecieron dolidos y miró a Lyzbeth en busca de ayuda, pero ésta aaprtó al mirada, abochornada. Sentía vergüenza por su hermano. La pelea no la había causado Shanks, y no habían dañado el pueblo de ninguna manera, excepto por las plantas. ¿Por qué tenían que irse? Pero sabía que no serviría de nada tratar de convencer a su hermano. Para cualquier tema relacionado con piratas, era muy testarudo.
Entonces, los ojos de Shanks brillaron con determinación, y asintió.
- De acuerdo, diré a mis muchachos que nos marchamos ahora mismo -hizo una pausa, mirando directamente a Lyzbeth, aunque ésta no le devolvió la mirada-. Disculpen las molestias.
Tras decir eso, se marchó de ahí, con paso digno.
Dos horas más tarde, Lyzbeth observaba como el barco se marchaba, perdiéndose en el horizonte, rumbo a nuevo lugares.
Se preguntó si volvería a verlos otra vez.
He vuelto!!!! Aquí está la primera parte del primer especial! Y sí, como veis, narra como se conocieron un joven Shanks y una joven Lyzbeth... En la segunda parte veréis como se desarrolla el amor, pero por ahora, he introducido a los personajes del especial. A que os ha sorprendido el saber que los abuelos de Anais fueron asesinados por piratas? Y que Hank los odiara de esa manera? Si os soy sincera, me ha sorprendido hasta a mí xD Es que me he dado cuenta de que en la primera parte de esta historia no puse nada sobre los abuelos de Anais, ni ná, y en la siguiente parte se explicarán otras preguntas que tal vez tengáis, como: ¿Cómo es que Shanks, cuando volvió a Greattree tras trece años, no descubrió que tenía una hija cuando todavía había gente que vivía en Grentree? Esa respuestas y más, en el próximo capítulo.
Recordad también que podéis seguir escribiendo preguntas para el especial, que por ahora tengo muy poquitas... Ayuda pliiiiis >-<
Bueno, y no olvidéis votar, comentar y todo lo que queráis, que lo recibiré encantadísima!!! Gracias por leer :-*
PD: Madre mía que difícil es escribir Lyzbeth... Debería haberla llamado Sara... Es más fácil...
PD1: Y también, que difícil es escribir un nombre después de escribir tantas veces Anais... casi lo escribo unas seis veces xD
PD2: Ya son suficientes postadas xD
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