Capítulo 7: El anciano
- Señorita... ¡espere señorita!
Anais se dio la vuelta y observó al anciano que se acercaba cojeando hacia a ella, a la mayor velocidad que sus maltrechas piernas le permitían. Debió ser alto de joven, pero ahora estaba encorvado, y sus huesudos dedos estaban retorcidos, como si hubiera perdido la capacidad de controlarlos a su antojo. Su rostro estaba surcado de arrugas causadas por sus largos años de trabajo en el campo, pero sus ojos azules todavía brillaban, esperanzados, aunque esa esperanza no ocultaba el dolor profundo que los llenaba.
Anais suspiró. ¿Otro pesado tratando de venderle algo? Aunque no llevaba nada que ensañarle en las manos. Debía de estar llamándola por otra razón.
Lo esperó entre la gente, dejando que el resto de los Sombreros de Paja se adelantaran. Ya los encontraría más tarde, o si no lo único que tendría que hacer sería ir al Merry y encontrarse con Zoro, que se había quedado cuidándolo.
Los sonidos y los olores del mercado la envolvían mientras el anciano se acercaba, a un paso más lento ahora que había conseguido llamar su atención. Se fijó un poco más en él. Arrastraba una pierna al caminar, y apenas le quedaban unos cuantos mechones largos y lacios en la cabeza, de un sucio color gris. Jadeaba con la boca entreabierta, y se le podían entrever los dientes medio podridos.
- Señorita, ¿es usted la Dama de la Sonrisa Pintada? -preguntó, apoyándose en sus raquíticas rodillas para recobrar el aliento.
- ¿Ve usted alguna sonrisa pintada en mi cara? -le respondió con una leve sonrisa.
- No, pero es idéntica a una foto que me enseñaron hace tiempo de una muchacha que ayuda a la gente que busca libertad.
- Entonces, tal vez sea esa muchacha que busca -enarcó una ceja.-. Cuénteme, ¿en qué puedo ayudarle?
- Mi nieta fue secuestrada hace unos meses, y fue vendida como esclava a la casa de un noble de otro país que suele pasar el verano a las afueras de esta ciudad.
Ante las sorpresa de Anais, el anciano sacó un saquito de debajo de su camisa y se la puso en la mano. Escuchó el sonido de las monedas chocando las unas contra las otras.
- ¿Qué es esto? -Anais ni siquiera sabía como reaccionar.
- Son los ahorros de mi vida -respondió el hombre, con ojos esperanzados-. Sé que no es mucho, pero espero que sea suficiente como para que la salve.
Anais le devolvió la bolsa y se dio media vuelta, alejándose de él.
- ¡Por favor señorita! ¡Ayúdeme! ¡Sé que no es mucho, pero no tengo más!
- No salvo a la gente a cambio de dinero. El dinero es lo de menos. Yo le devuelvo a la gente su libertad porque es lo que se merecen, por mis ideales, no por unas cuantas monedas o billetes -dijo Anais, deteniéndose pero sin darse la vuelta-. Le ayudaré, señor, pero no a cambio de dinero. Con su gratitud es suficiente.
Anais continuó alejándose, mientras de la bolsita del cinturón sacaba un poco de polvo y se pintaba la sonrisa. Parecía que tenía una nueva misión.
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Anais observó la casa desde lejos. Era bastante grande, de unos tres pisos, fabricada en madera oscura y elegante. De los altos ventanales salía una luz amarillenta, que llenaba de calidez el jardín delantero, lleno de rosales. Las luciérnagas iluminaban la noche, mientras volaban de un lado a otro.
Anais se arregló la cofia que llevaba en la cabeza y se sacudió la falda del vestido de criada que había "tomado prestado" de una tienda. Y realmente lo había tomado prestado, lo devolvería sin falta al amanecer. No era una ladrona. Se frotó levemente la cara, asegurándose de que no quedaba ningún rastro de la sonrisa que se había pintado horas atrás.
Esta vez quería ser discreta y silenciosa, no quería armar alboroto. Si alguien salía alarmado de esa casa, ya no solo ella tendría problemas, sino que toda la banda podría tenerlos. Ya no trabajaba en solitario, no podía cometer errores. Entraría fingiendo buscar trabajo, encontraría a la chica y a los demás esclavos y los sacaría sin armar mucho alboroto. Se había fijado, y apenas había cuatro guardias en toda la casa. No serían ningún problema para ella.
Se acercó a la puerta con postura humilde: la cabeza gacha, los hombros hundidos, la mirada fija en el suelo. Si alguien mirara por alguna de las ventanas, solo verían a una chica triste y deprimida dirigiéndose a la puerta. Llamó con los nudillos, lo suficientemente fuerte como para que la oyeran pero no tanto como lo haría normalmente, sin su habitual confianza confianza.
Abrió una mujer gruesa, de pelo encanecido y ojos oscuros rodeados de arrugas. Anais apenas le dirigió una mirada rápida antes de volver a clavar la vista en el suelo.
- ¿Quién eres y qué quieres?
- Mi nombre es Anastasia, señora, y venía a preguntar si tendrían algún trabajo para mí. Verá, mi padre está muy enfermo, y necesito un poco de dinero para pagar sus medicinas -mintió Anais, fingiendo un sollozo. Entre los mechones de pelo que le cubrían la cara, vio como la mirada de la señora se dulcificaba levemente.
- Estás de suerte. Una de nuestras esclavas se escapó hace poco, y necesito a alguien que ayude a lavar los platos.
Le hizo un gesto con la mano a Anais, que la siguió por los pasillos, hasta llegar a una antigua cocina. Ya dentro, la señora se puso a pelar patatas y le indicó una pila de platos sucios que había en un fregadero. Anais se sorprendió de que estuvieran las dos solas en la cocina.
- ¿Por qué hay tan poca gente? Creía que era la casa de un noble -preguntó Anais, mientras cogía un plato y comenzaba a frotar.
- Es otoño, querida. El señor Monyt sólo viene en verano, y normalmente se trae a varios criados y esclavos para que ayuden en la casa, pero en el resto de las estaciones sólo estamos yo, los guardias y algún esclavo, como esa chica...
- ¿La que escapó?
- Sí -la señora parecía pensativa-. Pobre muchacha, la atraparon de noche mientras volvía a casa, se la llevaron de la isla y la vendieron como esclava. Piensa lo horrible que debe de ser eso, y además que te traigan a tu propia isla natal a trabajar. Cuando su abuelo, un pobre anciano que vive en la ciudad, se enteró, intentó por todos los medios salvarla, pero le fue imposible. Nadie quería ponerse en contra de un noble, por mucho que sintieran lástima por la chica, y el anciano no era lo suficientemente fuerte o ágil como para sacarla de la casa.
- ¿Cómo escapó? Quiero decir, habiendo guardias y todo eso -esa chica debía de ser sin lugar a duda la nieta del anciano.
- Antes también teníamos un mozo de cuadra que cuidaba del único caballo que tenemos en el establo, y al parecer se enamoró de ella. Un día, con la excusa de que llevaba al caballo al veterinario, salió de la casa y jamás volvió. Poco después nos dimos cuenta de que la muchacha tampoco estaba, y comprendimos porque el caballo levaba un fardo tan grande aquel día. No se lo digas a nadie pero... -bajó la voz y agachó la cabeza hacia Anais- he oído rumores de que ambos viven felices en otra isla, cerca de aquí. La isla Kynter.
Anais se quedó con el nombre. Ya sabía qué decirle al anciano cuando fuera en su busca al día siguiente.
- ¿Queda algún esclavo en la casa?
La mujer negó con la cabeza.
- Esa chica era la única que teníamos.
Anais asintió. No tendría que hacer nada más en ese lugar, simplemente saldría en mitad de la noche sin que nadie se enterara. Sólo se darían cuenta a la mañana siguiente de que la muchacha que había aparecido buscando empleo había desaparecido misteriosamente. Tal vez buscaran si faltaba algún objeto pero, al ver que no faltaba nada, olvidarían lo ocurrido. Sólo sería un fantasma más en sus recuerdos.
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- ¿Es ese? -preguntó Luffy.
- No, ese no es... ¿Vas a preguntarme por cada anciano que veamos? -le respondió Anais, enarcando la ceja. Estaba empezando a lamentar haber traído a Luffy consigo a buscar al anciano, pero el capitán había insistido.
- Claro que te preguntaré... ¡no sé cómo es! -Luffy siguió mirando entre la gente-. ¿Es ese?
- Qué no... espera... Sí, es ese -Anais se acercó al anciano con Luffy por detrás, sumido en sus propios pensamientos.
- ¿Ha encontrado a mi nieta? ¿Está bien? -le preguntó el anciano a Anais nada más verla.
- No la he visto, pero sé donde está. En la isla Kynter -respondió Anais, serena como siempre.
- ¿Qué hace en la isla Kynter? -el anciano parecía confuso.
- Un mozo de cuadra de la casa la salvó hace un tiempo, señor, y ahora ambos viven en la isla Kynter. Al menos eso me han dicho -el anciano se había quedado en blanco, mirándola fijamente. Anais trató de hacerle reaccionar-. Su nieta está bien. Libre. A salvo.
El anciano comenzó a llorar de alegría, mientras la gente de alrededor se paraba a mirar con curiosidad. Las lágrimas resbalaban por su avejentado rostro, mientras la desdentada boca se curvaba para formar una enorme sonrisa.
- ¡Está bien! -gimió, aliviado-. ¡Está bien! ¡Gracias, señorita! ¡Muchísimas gracias!
- Yo no he hecho nada... -respondió Anais, sorprendida.
- Pero sin usted nunca habría sabido que mi nieta estaba bien. Ahora puedo ir a buscarla -el anciano no dejaba de llorar. Anais sonrió dulcemente, se dio media vuelta y comenzó a alejarse.
- A quién debería darle las gracias es al joven que la salvó, no a mí -dijo sin darse la vuelta, caminando al lado de Luffy. A sus espaldas, los sollozos del anciano se oían en toda la calle.
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Anais sintió como unos cálidos brazos la abrazaban por la espalda, protegiéndola del fresco viento marino. Echó la cabeza hacia atrás y la apoyó en el hombro de Luffy, dirigiendo la vista al estrellado cielo nocturno. Suspiró, aliviada. Se sentía tan bien con Luffy a su lado.
Luffy hundió la cabeza en su cuello, aspirando su aroma.
- Anais -susurró contra su cuello-. Esta noche, ¿te quedarás conmigo?
- Claro que sí... ¿por qué iba a irme?
- No lo sé... pero quiero estar contigo. No quiero separarme de tí.
Anais sintió como el corazón le latía más rápido al oír a Luffy pronunciar esas palabras. Se dio la vuelta y hundió la cara en su pecho, escuchando como el corazón de Luffy latía, lento y firme, como si llevase latiendo durante toda la eternidad. Luffy le rozó el cabello con las llemas de los dedos, y Anais levantó la mirada para encontrarse con la de Luffy.
Luffy agachó la cabeza y depositó un leve beso en sus labios, apenas un roce. Un roce que hizo que el corazón de Anais comenzara a latir desenfrenadamente. Podía oír a través del pecho de Luffy como el suyo también latía un poco más rápido, no tan desenfrenado como el suyo, pero más rápido de lo normal. No le sorprendió, Luffy no era de los que se ponía nervioso.
Anais se puso de puntillas, lamentando ser tan baja y volvió a unir sus labios. Apenas habían estado solos desde aquella vez en la torre del fénix de la Isla Dorada, y aquella noche, aquel momento, era perfecto para estar juntos.
Ambos se sentaron en la cubierta del Merry, con la espalda apollada contra la pared, recostados el uno contra el otro. Hablaron en susurros, como si creyeran que, al levantar la voz, el momento desaparecería. Hablaron de todo y de nada, de como se conocieron, de su primer beso, de todo lo que habían pasado juntos, de todo lo que todavía no habían pasado juntos.
Mientras los ojos empezaban a pesarles, Anais susurró, medio adormilada:
- ¿Por qué me has preguntado a ver si me quedaría esta noche contigo?
Luffy, con los ojos ya cerrados, respondió:
- Porque tengo la sensación de que podrías desaparecer en cualquier momento, de que pronto todo va a cambiar -y se durmió.
Anais, antes de caer dormida también, no pudo evitar sentirse inquieta. El instinto de Luffy casi siempre acertaba.
Y después de no sé cuantas semanas sin subir nada ni casi dar señales de vida, aquí está, el séptimo capítulo de "La chica del sueño imposible"!!! Una historia que me ha salido más corta de lo que esperaba (tenía planeado hacer lo de la chica secuestrada más largo pero bueno... al final ha quedado así). Y el final, para tod@s aquell@s que echaban de menos algún momento AnaisxLuffy. No me acordaba siquiera de que había creado una relación entre ellos XD Y os dejo con la intriga de si Luffy tenía razón o no muahahahahaha. Capítulo dedicado a mi editora y sis, @Chimney9, que se enfadó conmigo porque nunca le había dedicado ningún cap XD También dedicado a @nury95 (aunque creo que no se puede dedicar a dos personas) por hacerme sentirme culpable (aunque no era su intención) y ponerme delante del teclado XD
Y la pregunta de esta semana es... *redoble de tambor*:
¿Qué raza de One Piece querríais ser? Gyojin, Ningyo, gigante, humano, humano de Skypiea... A mi me gustaría ser ningyo, son super guays!!! Y lucharía por la igualdad y para destruir el racismo de los humanos *-* Por intentarlo...
Espero que os haya gustado el cap, y no olvideis votar y comentar, porfiiii!!! Besos :-*
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