Capítulo 6: Cadenas
Anais miró al frente, al enorme bosque de pinos que se extendía ante sus ojos. No cabía duda que Anna se escondía ahí dentro; no había nada más en la dirección en la que había huido el día anterior.
Miró al cielo: faltaban un par de horas hasta que fuese mediodía. Era la hora a la que habían quedado para continuar su viaje, para seguir a la siguiente isla. Le gustaría conocer un poco más de esa isla, pero tenía algo más importante que hacer por el momento.
Entró con paso tranquilo al bosque, observando con curiosidad. Aquellas plantas eran completamente distintas a las de Greattree. Debía acordarse de cortar algunas flores y plantas para añadirlas al cuaderno que le regalaría a Lucy cuando volviera. Porque tenía la intención de volver algún día a su hogar. No tenía ninguna intención de morir, lo que quería era ver a Luffy convertido en el Rey de los Piratas. Tal vez tuviera que esperar años, pero no le importaba. Estaba segura de que ocurriría, tarde o temprano.
El tapiz de hojas sobre su cabeza la protegía de los abrasadores rayos del sol, envolviéndola en una fresca luz verde. Caminó haciendo el menor sonido posible, evitando pisar ramas que pudieran romperse bajo sus pies y delatar su posición. A pesar de sus cuidados, no tardó mucho tiempo en sentir la punta de una daga en su cuello. Por el rabillo del ojo, vio una trenza rubia. Había supuesto bien al pensar que Anna tendría todo el bosque bien vigilado.
- ¿Por qué has vuelto? -preguntó Anna, con la voz teñida de rabia.
- Ayer te marchaste muy maleducadamente en medio de una conversación -respondió Anais, enarcando una ceja.
- ¡Deja de hablarme como si fueras una adulta repelente! ¡Apenas tienes un año más que yo!
- Tengo quince... -resopló Anais. No era la primera vez que creían que era menor por su pequeña estatura.
- Da lo mismo. Aléjate de mí y del bosque. No tienes nada que hacer por aquí.
Anna le quitó la navaja del cuello y se alejó hacia lo más profundo del bosque.
A pesar de lo que había dicho, Anais corrió tras ella.
- Anna... -dijo mientras la agarraba del brazo.
Anna se apartó como si le hubiera dado una descarga eléctrica.
- No me toques... -la amenazó con una voz peligrosamente calmada y mirándola con unos ojos helados-. Además, ¿cómo demonios sabes mi nombre?
Anais le tendió el cartel que todavía llevaba en el bolsillo como respuesta.
- Ah, claro, el cartel -dijo Anna con voz cansada mientras hacia una bola con él y se lo metía en el bolsillo-. Parece que no me vas a dejar en paz hasta que hablemos, ¿me equivoco?
- No te equivocas -respondió Anais con una amplia sonrisa.
- Entonces, dime, ¿cuál es la razón por la que me has estado acosando? -le dedicó una leve sonrisa.
- Supongo que... tal vez... -Anais se quedó en blanco. ¿Por qué la estaba persiguiendo con tanta ansia? De pronto, se dio cuenta de qué era la verdad, algo de lo que su subconsciente se había dado cuenta antes que ella-. Supongo que es... porque me recuerdas mucho a mí misma hace un tiempo... y tengo curiosidad por saber qué te ha hecho así... porque sé qué es lo que me hizo convertirme en algo así, y fue algo horrible.
- Entonces, lo que dijiste ayer, ¿era verdad? ¿Realmente sabes lo que es sacrificarte por alguien a quien quieres? -Anna parecía sorprendida.
- Y tanto -rió levemente-. Hagamos un trato, ¿de acuerdo? Te cuento mi historia y después me cuentas la tuya. ¿Trato hecho? -le tendió la mano.
Anna dudó un momento, aunque un intenso brillo de curiosidad iluminaba su mirada. Esa niña cada vez le recordaba más a sí misma. Anna se mordió el labio, insegura, pero al final la curiosidad ganó su batalla interna y le tendió la mano. Las agitaron con fuerza, intentando demostrarse la una a la otra que no eran débiles, que estaban dispuestas a luchar si era necesario, que ninguna se daría por vencida.
Sentadas sobre un tronco caído cubierto de musgo, Anais le contó la historia de su vida: cómo había crecido en una isla no muy lejana, con la única compañía de su madre y esperando ver a su padre en el horizonte (se guardó el detalle de la identidad de su padre); cómo, a la edad de diez años, unos piratas le arrebataron todo lo que amaba; cómo, dos años más tarde, se embarcó ella sola en un peligroso viaje para derrotar a esos odiosos piratas; cómo conoció a la banda de los Sombrero de Paja; cómo, con su ayuda, liberaron a todos los esclavos de esos piratas en su guarida; cómo, en su isla natal, consiguieron liberar a los que faltaban. En los momentos de más tensión, Anna abría mucho los ojos, sorprendida, y retorcía nerviosa su capa. Cuando Anais le contó como gracias a Luffy habían conseguido liberar a todos los esclavos del barco de Didrieg, Anna no pudo evitar que un gritito de emoción se el escapara, aunque trató de disimularlo con un estornudo. Anais fingió que no se había dado cuenta, pero sonrió internamente. Cuando terminó, Anna dijo:
- Vaya. No debería haberte juzgado tan pronto. ¿Realmente detuviste ese disparo por tu amiga?
Como respuesta, Anais se bajó el hombro para eseñarle la redonda cicatriz que adornaba su hombro. Anna lo miró fijamente y después apartó la mirada con una mueca, como imaginándose el dolor que debía haberle causado.
- Te toca contarme tu historia -Anais apoyó la barbilla en sus manos, preparada para escuchar su historia.
Anna dudó un segundo.
- Mejor te la enseñó.
Anna se puso de pie y comenzó a caminar hacia la parte más oscura del bosque, donde los pinos eran enormes y cubrían el suelo con sus hojas muertas. Anais no tardó en seguirla en silencio.
Se veía con facilidad que Anna conocía ese bosque como la palma de su mano. Se movía con gracilidad y elegancia, sorteando piedras y ramas como si lo hubiera hecho cientos de veces, cosa que probablemente había hecho. Anais la seguía de cerca. Tal vez jamás había estado en ese bosque, pero siempre se le había dado bien el senderismo, y aquella vez no fue una excepción.
La siguió hasta llegar a un espeso cerco de setos. Anna buscó un par de segundos hasta encontrar un agujero en la planta cuidadosamente tapado con hojas. Sin pensárselo dos veces entró en el cerco, dejando a Anais sola y sorprendida ante las verdes hojas. La rubia cabeza de Anna salió un segundo.
- ¿Vienes o qué?
Anais asintió y se apresuró a entrar por el hueco por el que Anna había entrado. Sintió como un par de ramitas le arañaban la piel, una de ellas en la mejilla, creándole un pequeño aunque doloroso corte.
Cuando salió del verde laberinto no pudo evitar abrir los ojos como platos. ¡Había un pequeño pueblo ahí dentro!
Las casas eran pequeñas, apenas chozas, hechas con ramas de madera de pino. Había gente correteando de un lado a otro, echándole miradas curiosas. Pero no eran gente normal. Todas aquellas personas... eran niños, la mayoría de poco más de siete años, e incluso había más pequeños.
- Esta es mi historia -dijo de pronto Anna, con una mirada llena de amor y pesadumbre-. Todos los que vivimos aquí somos niños no deseados o huérfanos. Cada vez que alguno de nosotros encontramos a alguno, lo traemos aquí. Siempre hay un niño más mayor que los demás, pero siempre termina marchándose tarde o temprano, en busca de una vida mejor. Nos abandonan -su rostro se contrajo en una mueca de rabia-. Ahora, yo soy la líder, la que se asegura de traer alimento y medicinas si alguno lo necesita. Pero... -bajó la voz hasta ser casi un susurro- yo también tengo ganas de marcharme. Pero no puedo abandonarlos.
Una lágrima le resbaló por la mejilla. Anais se la secó con una caricia y le sonrió.
- Tienes derecho a ser libre -le susurró-. Aunque a veces las cosas que más queremos sean nuestras cadenas, tarde o temprano debemos soltarnos de ellas. No quiero decir olvidarlas o abandonarles a su suerte. La mejor manera de soltarte de ellas es dejarlas de manera que, estés donde estés, sepas que estarán bien. La libertad no significa que debas ser presa de tu propio remordimiento.
- ¿Y cómo demonios voy a hacer eso? -preguntó Anna, ansiosa.
- Prepáralos para que tu marcha no les afecté. Prepara a los más mayores para que sean capaces de hacer todo lo que tú haces. Así, cuando te marches, estarán listos para sobrevivir cuando tú no estés.
Anna abrió mucho los ojos, y densas lágrimas cayeron por sus mejillas.
- No nos abandonaron a nuestra suerte -lloró de alegría-. Nos prepararon para su marcha. Gail me preparó a mí para que, cuando se fuera, pudiera mantener la aldea.
- Tómalo como una costumbre. Cada líder deja a un sucesor y después se marcha. Tiene lógica.
- Aun asi, no soy capaz de abandonarlos...
- No te apresures -Anais le sonrió con dulzura-. Ve preparando a tus sucesores y, cuando ellos y sobre todo tú, estéis preparados, márchate. Tienes tiempo, aún eres joven.
- Supongo -Anna sonrió ampliamente por primera vez que la conocía, y Anais se sintió feliz al ver que la había ayudado a descubrir su libertad. Aún tardaría un tiempo, lo sabía, pero sería libre como un pájaro, como el mismísimo mar.
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Anais corrió hacia el puerto. El mediodía ya había llegado y pasado, y todavía no había vuelto al barco. Sabía que no se habrían marchado sin ella, pero sabía que Nami estaría furiosa con ella. Hizo un último esfuerzo y llegó al frente del Merry. Subió lo más rápido que pudo la escala de cuerda y se enfrentó con una furiosa Nami y con un risueño Luffy.
Se agachó y se apoyó en sus rodillas tratando de recobrar la respiración.
- Lo... siento... -jadeó, tratando de llenar sus pulmones de oxígeno. Se había demorado demasiado en el pueblo de Anna y debía de llevar más de una hora corriendo, pues se había desorientado en el bosque y había aparecido en una parte de la isla que no conocía-. He... estado... ocupada y... se me ha... pasado... la hora.
- No pasa nada -la excusó Luffy, sonriente como siempre.
- ¡¡¡CÓMO QUE NO PASA NADA!!! -gritó Nami-. ¡¡¡Llevamos esperándote más de una hora!!! ¡¿Y si hubiera aparecido un barco de la Marina?! ¡¡¡Tendríamos que habernos ido sin tí!!!
- Pero nada de eso ha ocurrido Nami -dijo Luffy, frunciendo levemente el ceño.
- Es inútil... -suspiró Nami. Anais le dedicó una sonrisa de disculpa-. ¡Prepararos para zarpar! ¡Nos vamos!
Mientras preparaban las velas para partir, Luffy preguntó:
- Anais, ¿Qué te ha ocurrido en la mejilla?
Anais se rozó la mejilla con la punta de los dedos, notando la rugosidad del corte que se había hecho al traspasar el seto que rodeaba la aldea de los niños.
- No es nada, no te preocupes -le sonrió.
- ¿Qué has estado haciendo tanto tiempo? -la curiosidad de Luffy salió a relucir. Anais sonrió levemente.
- He estado ayudando a cortar cadenas.
Después de mucho tiempo (¿dos semanas? ¿sólo?) subo el sexto capítulo de la Chica del Sueño Imposible. Sé que probablemente queráis más Anais x Luffy, pero no se me ocurre ningún momento tierno... mi imaginación romántica esta seca :/ Sé que he tardado más de lo normal, pero tengo clases y además no me venía la inspiración. Pido perdón porque no tiene mucha acción, pero de vez en cuando no viene mal un capítulo un poco de relax, ¿verdad? Por favor, no me odieis T_T
Bueno, y la pregunta de este cap es *redoble de tambor*:
¿Cuál es vuestra pareja favorita de One Piece? No tiene porque ser romántica... o sí, lo que queráis. A mí me encanta la pareja que hacen Hancock y Luffy son tan monoooos... Aunque también me encanta la pareja que hacían Luffy y Ace, como hermanos (no penséis mal... pervertidas XD) y Law y Kid, porque son muy fuckers cuando luchan juntos y con Luffy... y cientos de parejas más que no escribiré por falta de ganas y de memoria.
Espero que os haya gustado el capítulo, y no os olvidéis de comentar y votar. Paz y Amor para todos <3
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