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Capítulo 3: La verdad

La sala se quedó en completo silencio. Todas las miradas clavadas en Salt. Nadie se esperaba eso. Salt llevaba años en el Ejército Revolucionario, y era completamente leal a la causa. ¿Cómo era posible que alguien tan cercano a él estuviese tan en contra de los Revolucionarios como para conspirar contra ellos?

- Supongo que os debo una explicación, pero para que comprendáis como Pepper y yo hemos llegado a ser como somos hoy en día, debo retroceder mucho. En sí, es un historia muy larga.

- Cuéntala -le respondió Zoro-. Si queremos saber como derrotar a Pepper para liberar a Anais, primero debemos comprenderle.

Salt suspiró.

- Está bien.


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Salt y Pepper nacieron veintidós años atrás en una pequeña isla de la primera mitad del Grand Line. Apenas tenían unos meses cuando una horrible plaga asoló la isla, matando a la mitad de sus habitantes. Entre ellos, sus padres, de los que sólo tenían un foto. La misma que, dos años antes, Salt recogió del hogar en el que tan poco vivió, el único hogar que conocía, aunque no lo recordase.

Como tantos otros niños huérfanos, fueron enviados a un mugriento orfanato del centro de la ciudad. Ahí había niños de todas las edades, todos tristes, apagados, tras las muertes de sus padres. Desgraciadamente, no había ningún registro de los bebés nacidos en esa isla, o nadie se molestó en buscarlos. Por lo tanto, los niños que eran demasiado pequeños para hablar se quedaron sin nombre. En un principio, los llamaban por números, y los jóvenes gemelos se convirtieron en Número 13 y Número 14. Como si no fueran personas, sólo objetos que había que numerar y controlar, pero con la llegada de Jannisse-san, todo cambió.

En vez de mirar a los huérfanos como una desagradable consecuencia de la plaga y como un gasto de fondos, los veía como lo que de verdad eran: niños. Ella les puso nombre a todos los niños que no lo tenían, aunque su imaginación era bastante limitada. Así es como terminaron llamándose Salt y Pepper. Con una sonrisa, les decía que les había llamado así porque eran una pareja inseparable y necesaria.

Salt todavía podía recordar su afable rostro, su ancha sonrisa, los cálidos abrazos que daba, rodeándolos fuertemente con sus rechonchos brazos. Era la única madre que la mayoría de los huérfanos habían conocido.

Pero, cuando Salt y Pepper tenían catorce años, encontraron muerta a Jannisse-san en un callejón. El informe oficial decía que había sido un robo, pues su bolso y sus escasas joyas habían desaparecido, pero Salt y Pepper se negaron a aceptarlo. Ellos, y todos los niños del orfanato, habían visto como Jannisse-san había pasado de ser una alegre y amable mujer a ser una mujer inquieta y paranoica. Alguien la estaba persiguiendo. Su muerte no fue un simple robo.

Pepper y Salt decidieron vengar a la única madre que habían conocido, y salieron a las oscuras calles de la ciudad, noche tras noche, intentando descubrir quién había matado a Jannisse-san, y por qué. Terminaron infiltrados en una banda de criminales, la misma a la que derrotó Salt cuando salvó a Anais el día en que se conocieron. Un día, finalmente, consiguieron emborrachar a uno de sus "compañeros", y éste les contó todo lo que sabía.

Al parecer, Jannisse-san era una infiltrada del Ejército Revolucionario, encargada de investigar el trato que se les daba a los niños huérfanos en aquella isla, pues había rumores de que, cuando alcanzaban cierta edad, los vendían a algún esclavista, recuperando así el dinero que habían utilizado año tras año criándolos. Jannisse-san no sólo había investigado el asunto desde dentro, sino que había usado su puesto como responsable de los niños para salvar a todos los que pudiera, aunque no siempre lo logró. Aquellos había enfurecido al gobierno de la isla, y habían enviado a un matón a acabar con ella. Incluso consiguieron sonsacarle el nombre del matón a aquel infeliz borracho.

Nada más salir de aquella reveladora reunión , Salt dijo:

- Creo que ambos estamos de acuerdo en que el Gobierno tiene la culpa... ¿y quién controla este Gobierno? El Gobierno Mundial.

Sorprendido, Pepper clavó sus negros ojos en los azules de su hermano.

- ¿Qué? La culpa es del Ejército Revolucionario. Ellos la metieron en esto... Ellos pusieron la cuerda alrededor de su cuello.

Tras eso, ambos empezaron a discutir acaloradamente. Tan parecidos en tantas cosas, pero en aquel momento, cuando la perdida debería haberlos unido más que nunca, los separó. Ambos decidieron que harían pagar al culpable de la muerte de Jannisse-san, pero cada uno culpaba a alguien diferente. Al final, tras gritarse durante un rato, quedaron mirándose, jadeando de la rabia que ambos sentían. Tras unos minutos de silencio, Pepper susurró:

- Pero... hay alguien que es el culpable sí o sí...

- El bastardo que la mató... el que tiene las manos sucias de su sangre.

Sin hablar más, se dirigieron a donde sabían que encontrarían al asesino. Lo encontraron en un bar, bebiendo cervezas y cantando ruidosamente, borracho como una cuba. El bar estaba completamente vacío; incluso el camarero había desaparecido un rato en la trastienda. Los dos hermanos se le acercaron por detrás sin que él se diera cuenta y, en completa sincronía, clavaron sus dagas en su grueso cuello. Después, se marcharon, dejándolo herido sobre la barra, desangrándose lentamente. Cuando salieron afuera, se limpiaron la sangre de las manos en un par de pañuelos y los tiraron al río que discurría por aquella zona de la ciudad. Se miraron, conscientes de que acababan de cometer su primer asesinato, pero bastante indiferentes sobre ello. Aquel hombre se lo había merecido.

Tras eso, se dieron media vuelta y cada uno tomó su propio camino. Un par de semanas más tarde, Salt cogió un barco y navegó para encontrarse con los Revolucionarios, con los que había contactado gracias a un Den Den Mushi que tenía Jannisse-san. Quería seguir los pasos de Jannisse-san, y luchar, como ella, contra los esclavistas, y vengarse de los corruptos gobiernos de los reinos del Gobierno Mundial. Los verdaderos asesino de Jannisse-san. Con el tiempo, gracias a su profunda e interminable motivación, ascendió hasta el puesto de capitán de la Brigada Antiesclavista.

Poco después, Pepper ingresó en la Guardia Real del reino para recibir entrenamiento, y con los años, se convirtió en el capitán, y comenzó a conspirar contra todo aquel que siguiese la misma causa que Jannisse-san siguió una vez: terminar contra el esclavismo. Él no lo veía como una causa, lo veía como un asesino. El asesino de Jannisse-san.

Aunque ninguno de los dos lo admitiría jamás, habían estado atentos a los progresos del otro, aunque no se encontraron ni se comunicaron de ninguna manera durante ocho años. Aunque a ninguno le importó demasiado. El lazo de sangre que los unía era como una cadena para ambos, algo de lo que no podían deshacerse, pero que tendrían que arrastrar hasta que uno de los dos muriera. Y en ese mismo momento, Salt estaba dispuesto a que el primero fuera Pepper.


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Se sentía cómo si llevara años ahí. Cómo si hubiera envejecido, y cómo se estuviera hundiendo en una profunda oscuridad. Hacía horas que había dejado de luchar contra las cadenas, o tal vez apenas habían sido minutos. En aquella habitación, era como si el tiempo no pasara. Lo único que le aseguraba que el tiempo pasaba era su pausada respiración, el lento latido de su corazón.

Anais pensaba en sus seres queridos, lo único que le impedía hundirse en la más absoluta locura. Las quemaduras que le habían hecho en los brazos, mientras le gritaban y preguntaban sin parar, le dolían muchísimo, pero se concentraba en otras cosas. Pensaba en las canciones del Gran Árbol de Greattree, las murmuraba, las tarareaba, nunca demasiado alto. Prefería que pensaran que seguía inconsciente.

Se preguntó si alguien la estaría buscando, pero inmediatamente negó con la cabeza, haciendo que punzadas de dolor atravesaran su columna vertebral. Sabía perfectamente donde se metía cuando se unió al Éjercito Revolucionario. Asumió todos los riesgos al unirse a ellos, y sabía que pronto la marcarían como "desaparecida en combate". Para la mayoría de los revolucionarios, ya sería un fiambre.

Sintió pánico al ser consciente de eso. Para la mayoría, ya había muerto. No existía. Y eso, la idea de que ya no existiera, la aterrorizó más que la idea de metales al rojo vivo en su piel, más que los gritos y los golpes. Antes de que se diera cuenta incluso, comenzó a hiperventilar, tratando de que el oxígeno le llegara a los pulmones. Jadeaba en busca de aire, mientras el terror hacía que temblara tanto que las cadenas que le ataban manos y pies comenzaron a tintinear. Se obligó a respirar hondo, a calmar su temblor. Si no paraba pronto, el ruido llamaría la atención de los guardias y volverían a por ella.

Estaba viva. Existía. Y existía en los pensamientos de sus seres más queridos. Su madre. Su padre. Su tío. Sus primos. Sus amigas. Sus nakamas. Ellos no sabían nada. Ellos, mientras no tuvieran una prueba, no la darían por muerta.

Poco a poco, su respiración se calmó. Dejó que los seres de sus seres queridos desfilaran por sus retinas. Se sorprendió al ver el rostro de Salt entre ellos. No el falso Salt, sino que su Salt, el de los alegres ojos azules y la letra incomprensible. Él tampoco se daría por vencido. Él no se rendiría hasta que viera su cadáver ante él. Estaba segura.

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Salt observó la isla. Era tan parecida a su isla natal. Y al mismo tiempo tan distinta. El estilo de las casas era parecido, incluso la misma fauna y flora vivía en las laderas de sus montañas. Pero esa isla parecía mucho más viva que su hogar. El puerto estaba lleno de coloridos puestos, y en toda la isla se respiraba un aire relajado y feliz, algo que nunca abundó en su isla natal. Al fin y al cabo, aquella isla no había sufrido una horrible plaga que diezmó a su población, y recibía todas las ayudas del Gobierno Mundial, mientas que a su isla natal sólo le llegaban las sobras. Esa injusticia era otra de las causas que lo empujó a unirse al Ejército Revolucionario.

Miró a lo más alto de la isla, al imponente castillo que la coronaba. Los estandartes ondeaban levemente ante la brisa marina, y la luz de sol hacía brillar las cristaleras y las ventanas. Lo miró con encono. Aquel castillo era la residencia del rey de ambas islas, su isla natal y aquella. El que jamás envió una minúscula ayuda durante la plaga. El que se contentó con observarlo todo desde su cómodo y seguro trono, a cientos de leguas de distancia. Y sabía que era el causante de la muerte de Jannisse-san. Había pasado años investigando, tratando de descubrir quién fue el pez gordo que la mandó asesinar. Cual fue su sorpresa cuando descubrió que fue el más gordo de los peces quien lo hizo. Durante sus investigaciones, descubrió que parte del dinero que ganaba el gobierno por la venta de los huérfanos iba directamente a las arcas reales. La disminución de sus ingresos debieron haberle enfurecido.

Aquel país estaba podrido por dentro. Había que arrancar aquella corrupción de raíz, y sembrar una nueva semilla que hiciera que el país floreciera de nuevo. Sólo había que arrancar el núcleo de la podredumbre, y su nombre era Wilhelm III.


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Y aquí está el tercer capítulo de La Revolucionaria de la Sonrisa Pintada!!! Sé que he tardado mucho, creo que mínimo seis semanas "^-^ Prometo que lo tenía medio escrito desde hace unos cuantas semanas, pero entre los exámenes finales, la flojera y que se me olvidaba que tenía ordenador (es lo que tiene que te regalen una tablet, que no es muy cómoda para escribir, así que no me ponía) pues ahí se quedó el capítulo. Pero, alegrémonos!!! Se me ha roto la tablet y ya no puedo perder tiempo con ella XD Ahora a perderlo con el ordenador, pero bueno, así al menos el iconito de wattpad en mi internet me recuerda que debo escribir XD Y la pregunta de esta semana es... *redoble de tambor*:

¿Os gustaría haceros un tatuaje? ¿Cuál?

A mi sinceramente me gustan bastante, pero claro, si son bonitos. Escribir "I lof miselve", pos como que no. A mi me encantaría tatuarme algo en la mano, una frase con sentimiento que me acompañara durante toda la vida y que me animara a seguir adelante siempre *pose soñadora* Ahora sólo me falta encontrarla XD Tal vez debería escribirme "Escribe" en la mano. Así al menos me acordaría XD

Bueno, no os olvidéis de comentar y votar esta historia si os ha gustado, y si no... pues también XD Pero sobre todo, muchísimas gracias por leer :-* Sois unos amores!!!

PD: Capítulo dedicado a MarianaCastellanos (el nombre de usuario creo que en si no es así... gomen), por enviarme un mensaje que realmente me emocionó y por recordarme que debo escribir... aunque no era su intención XD


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