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Capítulo 3: La venganza del fénix

Anais entró como una exhalación en la habitación de la jaula, tan rápida y silenciosamente que Luffy no se dio cuenta de que había vuelto hasta  que se puso a su lado.

- ¿Has descubierto algo? -preguntó Luffy, mientras observaba de cuclillas al fénix.

- Sí -contestó Anais, pero decidió no explicárselo. Luffy tampoco pareció muy interesado en lo que había descubierto.

- ¿Y qué vas a hacer?

- Lo que tenía planeado.

De una de las bolsas que le colgaban del cinturón sacó una pequeña ganzua, que se apresuró a meter en la cerradura de oro de la jaula. La movió de un lado a otro, tratando de engancharla en alguno de los salientes que las cerraduras solían tener, pero esa cerradura era distinta a cualquier otra que había abierto antes. No tenía salientes ni agujeros, era un tubo completamente liso. Gruñó de frustración y volvió a intentarlo, sin éxito.

- ¿Qué estas haciendo? -preguntó Luffy poniéndose a su lado. Incluso el fénix la miró con curiosidad.

- Intento abrir la puerta para liberar al fénix, pero esta no es una cerradura normal... -volvió a gruñir de frustración.

De pronto, la puerta se abrió de golpe. Anais se quedó de piedra, con la mirada clavada en el chico que acababa de abrir la puerta y los miraba con cara de sorpresa. Era alto, delgado, con el pelo castaño despeinado y brillantes ojos verdes. Por alguna extraña razón, miró a Anais a los pies y su sorpresa pareció disminuir.

- ¿Eres la que estaba escondida en la sala de cuentas? -preguntó, entrando en la habitación y cerrando la puerta tras él. Anais reconoció la voz: era Caleb, el Sacerdote del Fénix que se había negado a aumentar los impuestos. Eso explicaba la túnica que llevaba.

- ¿Cómo lo has sabido? -dijo Anais, antes de poder contenerse.

- He visto tus botas debajo de la cortina -respondió Caleb, señalándolas con un gesto-. Sabes lo que va hacer el imbécil de Andreas... robarles así a los habitantes -su rostro se contrajo en una mueca de repulsión-. Los Sacerdotes siempre hemos cobrado impuestos para alimentar al fénix y a nosotros mismos, pero desde que Andreas se convirtió en el Sacerdote Mayor... los impuestos son para sus caprichos. El Gobernador lo sintió y quiso marcharse, pero Andreas lo encerró en esta jaula -se acercó y acarició el pico de la criatura. El fénix gorjeó.

- Así que en el pasado era libre... -reflexionó Anais.

- Sí, y volverá a serlo.

Caleb sacó una pequeña varita de oro de uno de los bolsillos de su túnica y se la tendió a Anais.

- Yo, como Sacerdote del Fénix, no puedo desobedecer al Sacerdote Mayor, pero tú, como una persona ajena a la orden, puedes hacer lo que te plaza -dijo con una sonrisa, tendiéndole la varita a Anais.

-¿Es la llave? -preguntó ella, observándola con atención. Caleb sólo asintió.

Sintiendo la mirada de Caleb en su espalda, deslizó la varita en la cerradura y giró. La puerta se abrió con un clac y un chirrido.

- ¿Cómo es posible? -susurró Anais, mientras le daba vueltas y más vueltas a la varita tratando de encontrar algún diente o muesca que hubiese podido engancharse con la cerradura.

- Funciona con magnetismo -explicó brevemente Caleb. Anais se encogió de hombros; por mucho que lo intentara no lograría entenderlo.

El fénix apenas pareció darse cuenta de que la puerta estaba abierta. Luffy, que había estado en silencio mientras Anais y Caleb hablaban. Se acercó a la puerta de la jaula y la abrió de golpe. Miró con firmeza al fénix y gritó:

- ¡Vuela! ¡Eres libre para hacer lo que quieras! ¡No dejes que nadie decida tu destino!

El fénix lo miró fijamente y después miró la enorme puerta, abierta ante él. Sus ojos, oscuros y tristes hace un segundo, se iluminaron lentamente, llenándose de una cálida luz rojiza, como de una hoguera. Al parecer, era cierta esa leyenda de que los fénix tenían los ojos llenos de fuego. Poco a poco, se levantó del suelo y se sacudió, como quitándose el polvo que se le había quedado en las alas tras pasar tanto tiempo en aquella jaula. Unas chispas doradas salieron de sus plumas. Con pasos poderosos, salió de la jaula y abrió completamente las alas, rugiendo.

Bajó la cabeza, hasta quedar a la altura de Anais, Luffy y Caleb. Los miró con una mirada dulce y clara. Con un gesto, les indicó su espalda.

- ¿Quieres que subamos a tu espalda? -preguntó Anais, con los ojos muy abiertos.

El fénix asintió. Por alguna razón, a ninguno de ellos les sorprendió que el ave les comprendiera. Al fin y al cabo, era un ser mitológico, mágico. Lo que menos debería sorprenderles era que comprendiera el lenguaje humano.

Luffy, sin pensarlo dos veces, se subió a la espalda del fénix. Anais subió de una manera más cuidadosa, temiendo quemarse con las llamas que continuaban surgiendo de las alas del fénix. Ante su sorpresa, las plumas eran extremadamente suaves y el fuego, aunque cálido, no quemaba. Sin grandes dificultades, Anais se sentó tras Luffy, con una mano rodeándole la cintura y la otra todavía acariciando las plumas del fénix. La fascinaba la manera en la que las chipas doradas brillaban entre sus dedos, sin quemarla. Le dedicó una mirada a Caleb, que se había quedado donde estaba.

- ¿No vienes? -le preguntó, con el cejo fruncido.

Caleb negó con la cabeza.

- Si me ven subido al Gobernador, sabrán que tengo algo que ver con su huida. Me echarán de mi cargo y no podré ayudar a los habitantes de mi querida isla. Vosotros en cambio sois gente desconocida en esta isla -se encogió de hombros-. Aunque no supieran que habéis liberado al Gobernador, os perseguirían por piratas.

- En eso tienes razón -respondió Anais, encogiéndose de hombros también.

- Os deseo lo mejor -dijo Caleb, despidiéndose con la mano.

Luffy y Anais se despidieron con la mano, mientras el fénix se acercaba con pasos poderosos a la gran ventana. Impulsándose con fuerza, echó a volar por el azul cielo de la Isla Dorada, dejando atrás la jaula en la que había pasado encerrado demasiado tiempo. De nuevo en el cielo, rugió con fuerza, haciendo que los habitantes de la isla miraran hacia arriba, sorprendidos de que el Gobernador hubiera finalmente salido de su Torre.

Desde el lomo del fénix, Anais y Luffy observaron la ciudad y los dorados campos, con el sol en la cara y el viento agitándole el pelo. De pronto, a pesar de que el viento les impedía oír bien, escucharon una voz alzándose de la ciudad:

- ¡Habitantes de la Isla Dorada! -Anais reconoció la voz. Era la desagradable voz que había oído en la sala de cuentas, era el hombre al que Caleb había llamado Andreas-. ¡Nuestro queridísimo Gobernador necesita más comida para gobernar bien nuestra hermosa isla! ¡Por eso, los Sacerdotes del Fénix hemos decidido incrementar los impuestos en un 50%!

A pesar de la altura y la distancia, las quejas de los habitantes se oyeron inmediatamente.

Nada más oír eso, el fénix cambió de dirección. En vez de andar dando vueltas como había estado haciendo hasta ese momento, comenzó a dirigirse a la zona desde donde se había oído la voz de Andreas y las quejas de la gente.

Al acercarse, vieron que Andreas estaba en la Plaza Mayor de la ciudad, sobre una tarima, y que entre él y los demás Sacerdotes que se encontraban a su alrededor trataban de tranquilizar a la muchedumbre furiosa que gritaba y les tiraba cosas.

- ¿Por qué aumentan los impuestos? El fénix parece estar bien ahora que es libre -preguntó Luffy.

- El fénix no necesita más comida, lo que ocurre es que ese hombre utiliza esa excusa para sacarles el dinero a los habitantes de la isla -explicó Anais, con una mueca de furia en el rostro. Como había pensado, Luffy no había entendido nada cuando ella y Caleb habían hablado de los planes de Andreas.

El fénix gruñó, como si él también estuviera furioso con Andreas. De pronto, cayó en picado sobre la plaza repleta de gente. Con el rostro pegado a la espalda de Luffy para sujetarse bien, Anais escuchó los gritos de terror y sorpresa de la gente.

Tan bruscamente como se había lanzado en picado sobre la plaza, se levantó y volvió a volar a gran altura. Cuando el ave se estabilizó y cuando el aire empezó a soplar más suave, Anais escuchó un ruido bajo ellos.

Anais se inclinó a un lado, miró a las patas del fénix y no pudo evitar soltar una carcajada. Colgado  de una de las garras del fénix, completamente rojo y gritando como una niña, estaba Andreas. Ahora que lo veía de cerca, Anais no pudo evitar pensar que su repulsiva voz quedaba a juego con su aspecto. Era un hombre bajo y gordo, con una nariz similar a la de un cerdo y ojillos minúsculos. La parte superior de su cabeza no tenía pelo, aunque de los laterales le caían largos mechones grasientos y castaños.

- ¡Maldito pajarraco! -gritaba-. ¡Bájame! ¡Un animal inútil como tú jamás podrá ganarme! ¡Suéltame!

Aquellas fueron sus últimas palabras. El fénix, cumpliendo su deseo, desenganchó la garra de la parte trasera de la túnica de Andreas, haciendo que cayera centenas de metros hacia el suelo. Anais lo observó con una mezcla de sorpresa y terror. Ella había asesinado a sangre fría a muchos piratas y esclavistas, pero jamás de una manera tan brutal como precipitarlo a la muerte. Antes de que Andreas chocase contra el suelo, Anais cerró los ojos con fuerza. No quería verlo.

Tras ello, el fénix los llevó adonde los esperaban el resto de los Sombrero de Paja, preparados para marchar al lado de Merry. Habían quedado ahí para marcharse cuanto antes, antes de que los reconocieran o de que apareciera algún barco de la Marina.

A los Sombrero de Paja apenas les cabían los ojos en la cara al ver como Luffy y Anais bajaban del fénix. De pronto, el fénix comenzó a emitir una serie de gruñidos y sonidos.

- Chopper, ¿qué dice? -preguntó Luffy al reno.

- Está diciendo: "Muchas gracias por haberme liberado de mi celda y haberme ayudado a acabar con ese humano tirano. Ahora soy libre y puedo proteger mi amada isla de las amenazas que puedan acecharle. Me aseguraré de que elijan a un Sacerdote Mayor competente y de que bajen los impuestos para que los habitantes sean felices. Gracias de nuevo y os deseo lo mejor" -tradujo Chopper.

Tras decir estas palabras, el fénix echó a volar y se perdió en el cielo azul.

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Caleb observó como el fénix volvía a rugir en el cielo con una sonrisa. Le alegraba que todo hubiera vuelto a la normalidad. El Gobernador era libre y patrullaba por la isla. Aunque jamás lo admitiría en voz alta, lo que más le alegraba era que había tenido algo que ver con su liberación. Si lo admitía ante alguien, algún simpatizante de Andreas podría hacerle algo malo. Tan malo como envenenarle la comida.

Alistais entró en la habitación, alto y regio, con el pelo largo y canoso recogido en una cola de caballo y la barba bien recortada.

- Has tenido algo que ver con la huida del Gobernador -no era una pregunta.

- ¿Por qué dices eso?

- Porque, como ayudante del Sacerdote Mayor, eres el único que sabe donde guardaba Andreas la llave.

Caleb tragó saliva. No había pensado en eso. Aún así, preguntó:

- ¿Guardaba? ¿En pasado?

Alistair asintió.

- Nuestro querido Gobernador ha impartido justicia -dijo únicamente, encogiéndose de hombros.

Caleb se quedó en silencio. No podía admitir que la noticia de la muerte de Andreas lo había tranquilizado.

- Ahora, eres el único con el Don de entender al Gobernador -comentó Alistair como si nada-. ¿Sabes lo que significa, verdad?

Caleb asintió. Sabía que tarde o temprano llegaría aquel momento. Pero creyó que tendría que esperar más tiempo.

- Pronto empezaremos tu preparación para convetirte en el nuevo Sacerdote Mayor -terminó Alistair-. Yo te enseñaré, aunque ya haya perdido mi Don. Estoy seguro de serás un Sacerdote Mayor genial, uno que realmente trabajará por el bienestar de nuestra isla.

Caleb asintió, esperanzado. Daría lo mejor de sí mismo.

Y asi termina el cap!!! Sé que he tardado bastante en subir el cap, pero estoy con wifi a ratos, sin poder escribir en el ordenador y este capítulo está completamente escrito en el móvil. Lo siento si hay fallos de ortografia ;) Bueno, y la pregunta de este cap es... *redoble de tambor*:

¿Cual es vuestro malo favorito? Mi favorito es Doflamingo porque es super asdjgajsha. Me encanta cuando aparece riéndose como si todo estuviera saliendo acorde con su plan malvado XD

Bueno, espero que os haya gustado. Gracias por leer y no olvideis votar y comentar. Besos :-*

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