Capítulo 2: La farsa de los Sacerdotes del Fénix
Anais estaba sentada con la barbilla apoyada en la mano, mirando el oscuro mar. La luna era apenas una fina sonrisa en el cielo y las estrellas brillaban tenuemente.
Era muy tarde, y los Sombreros de Paja dormían placidamente en el Going Merry. Habían decidido no gastar dinero en un hotel cuando se tardaba tan poco tiempo en llegar al barco.
Robin estaba de guardia, envuelta en una manta con un libro cerrado en las manos. A pesar de que a Anais le tocaba dormir esa noche, había insistido en hacerle compañía, aunque apenas habían hablado. De hecho, Anais apenas había hablado desde que volvió con Luffy de ver al fénix, hacia unas horas. Robin no podía evitar preguntarse qué habría ocurrido con el fénix para que Anais hubiera vuelto tan seria y con la sonrisa pintada de vuelta en su rostro. Algo había ocurrido, algo importante para Anais.
- Robin, ¿qué sabes sobre los fénix? -preguntó Anais, rompiendo el silencio en el que había estado sumida.
- Unas cuantas cosas -respondió Robin. Esperó a que Anais continuara.
- ¿Es normal que un fénix renazca una vez al año?
- Segun las leyendas que he oído, renace de sus cenizas una vez cada quinientos años.
Anais abrió muchísimo los ojos y la miró fijamente.
- Una vez... ¿cada quinientos años? -su voz parecía escandalizada. Robin lo afirmó, asintiendo-. Cuéntame alguna de esas leyendas, por favor.
Robin pensó un momento, tratando de recordar alguna de las leyendas que había aprendido mientras viajaba en busca de los Poneglyphs.
- En una isla en la que estuve, había una leyenda muy hermosa sobre la creación del mundo y un fénix.
》Hace muchos años, en la época en la que el mundo estaba creándose, todo estaba sumido en el caos. Los dragones intentaron restablecer el orden, consiguiéndolo tras muchos esfuerzos.
》Durante esa época, la diosa Tierra tomó la forma de un fénix, al que llamaban la emperatriz Feng. Era pura energia, creatividad y caos, y un dragón llamado Long se encargaba de ordenar ese caos creativo que Feng creaba.
》El dragón Long se enamoró de la emperatriz Feng, y juntos crearon el todo.
》Jamás lucharon el uno contra el otro, y siempre se buscaban, se complementaban y se equilibraban. Sin el fénix, no habría creación infinita, ni resurgimiento infinito ni eterno, y sin el dragón no habría equilibrio del orden.
Anais escuchó en silencio, mientras sus ojos se le llenaban de tristeza.
- Así que... ¿el fénix es símbolo de creatividad, de creación?
-Así es.
Anais cerró los puños con fuerza.
- Lo están matando. Lo están matando lentamente... -susurró con la voz rota.
- Anais, ¿qué ocurre?
Anais respiró hondo.
- El fénix, el "gobernador" de la ciudad -dijo, recalcando la palabra gobernador con amargura-, no es más que un preso en su torre. Está metido en una jaula, y eso lo está matando. Según lo que me has dicho, los fénix son creatividad, y la creatividad debe ser libre. Y que muera una vez al año... no es más que una prueba de que estar encerrado lo está matando.
Robin la miró fijamente. Anais estaba más pálida de lo normal, con los puños cerrados con fuerza a sus costados, y su mirada volvía a tener el brillo de determinación que tenía cuando la conocieron.
- No vas a dejar esto así, ¿verdad?
La mirada de Anais fue una respuesta más que suficiente.
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- ¿Estás segura de que quieres ir sola? -Luffy la miró preocupado.
- Sí, si vamos dos llamaremos demasiado la atención. Quédate aquí e intenta animar al fénix.
Luffy asintió, y se dio media vuelta para llamar la atención del fénix, como había hecho la última vez.
Anais cruzó la puerta que, para su sorpresa, estaba abierta. Caminó por un largo pasillo dorado, aguzando el oído por si escuchaba pasos o susurros. A pesar de estar atenta a los sonidos, sus ojos tampoco estaban tranquilos. Por ese pasillo había cientos de esculturas de oro, todas de aves fénix.
Anais no estaba segura de qué era lo que buscaba. Alguna razón que explicara por qué aquellas personas que adoraban a los fénix lo mantenían encerrado como a un simple animal. Necesitaba saber alguna razón, algo que le diese un último empujón para ejecutar su plan. Aunque después de hablar con Robin la noche anterior, apenas necesitaría media palabra para estar segura.
Le había gustado como describía a los fénix la leyenda de Robin. Los creadores caóticos del mundo. Sonaba poético. Sonaba libre. Pero aquellos hombres lo habían encerrado. ¿Cómo se les había ocurrido siquiera? Era como querer encerrar la imaginación, como querer encerrar la creatividad, como querer encerrar las ideas. A Anais le hervía la sangre de rabia con sólo pensarlo.
No había querido inmiscuir a Luffy en sus asuntos sobre la libertad, pero lo necesitaba para llegar a la habitación del fénix. Podría haber entrado por la puerta principal, pero le habría costado mucho más y además tendría que haber luchado contra algunos guardias, lo que habría puesto sobre aviso a los demás. Además, aun sin haberle contado para qué necesitaba su ayuda, Luffy había insistido en llevarla a la Torre del Fénix para hacer compañia al ser. Hasta Luffy se había dado cuenta de que el animal estaba apagado, triste.
Anais vio una gran puerta dorada ante ella. Tenía dos metros de altura, y mostraba el dibujo de unos hombres vestidos con túnica poniendo comida ante un fénix con las alas abiertas. Esos hombres debían de ser los Sacerdotes del Fénix, los hombres que hablaban en nombre del fénix. En esa habitación podría encontrar la información que buscaba. Se acercó y pego la oreja al frío oro. No se oía nada.
Silenciosamente, abrió la puerta y entro en la habitación. Era una habitación grande, con una gran mesa en el centro y varios estantes alrededor. Estaba iluminada por unos grandes ventanales, que estaban parcialmente cubiertos por unas cortinas. Todo, absolutamente todo en la habitación era dorado. Anais estaba empezando a marearse de tanto oro y tanta cosa dorada.
Se puso a investigar en las archivadoras de los estantes (doradas, como no), pero no encontró nada interesante. Parecían las cuentas de los impuestos que mensualmente pagaban los habitantes de la Isla Dorada. Anais no pudo evitar abrir los ojos de la sorpresa. Aquellos habitantes pagaban una fortuna al mes, no le extrañaba que toda la Torre estuviera cubierta de oro, los Sacerdotes debían en fajos de billetes.
De pronto, escuchó que alguien abría la puerta. En una décima de segundo antes de que la puerta se abriera completamente, Anais saltó hacia las ventanas y consiguió esconderse tras una de las cortinas. Estaban polvorientas, y tuvo que taparse la nariz con una mano para no estornudar.
Escuchó pasos entrando en la habitación. Era más de una persona, pero no sabía cuantas exactamente.
- ¿Qué hace esta archivadora fuera de su sitio? -preguntó una voz masculina, de anciano.
A Anais casi se le paró el corazón: en su prisa por esconderse, había dejado la archivadora abierta sobre la mesa.
- Alguno de los novatos lo habrá dejado sin recoger sin querer -dijo una segunda voz. Esta era también masculina, aunque más joven.
Anais oyó como alguien delizaba la archivadora de vuelta a su lugar. Suspiró levemente de alivio.
- Bueno, volvamos al tema por el que hemos venido aquí -dijo una tercera voz. Esa voz le desagradó desde el principio a Anais. Era una voz gruesa, rasposa, como si hubiera pasado demasiado tiempo gritándo por gusto-. Mi bolsillo empieza a vaciarse, así que deberíamos subir los impuestos.
- ¿Otra vez? -respondió la segunda voz, la joven-. Es la quinta vez que subimos los impuestos en lo que va de año.
- ¿Y qué? -respondió la voz desagradable-. Simplemente ponemos la excusa de siempre. Los habitantes nos darán su pasta encantados si es porque su querido fénix necesita comer más. Así de ingenuos son.
- Sigue sin parecerme bien.
- Estoy de acuerdo con Caleb -intervino la primera voz, con un timbre grave-. Los habitantes apenas tienen para comer, ya que entregan al "fénix" -dijo la palabra con sarcasmo- la mayor parte de sus ganancias y cosechas.
- ¿Y eso qué importa? -respondió la voz desagradable-. Al final se hace lo que yo diga, Alistair. Tu tiempo ya pasó, viejo, ahora yo soy el Sacerdote Mayor.
El anciano bufó, pero no dijo nada. Oyó como hablaban unos minutos más sobre los impuestos y después se marcharon, sin saber que una sombra tras las cortinas había escuchado toda la conversación.
Anais sentía que en cualquier momento iba a estallar de la rabia. ¡Usaban al fénix para robarles a los habitantes! Eran unos mentirosos y unos desgraciados. Era peor de lo que había imaginado. Creía que habían encerrado al fénix tal vez porque les parecía hermoso o poderoso, pero lo mantenían en una jaula para mantener bajo control a la población, que adoraba al fénix como a un dios.
Anais sabía perfectamente lo que tenía que hacer.
Segundo cap!!! Espero que os haya gustado. La leyenda del fénix y el dragón me ha quedado un poco rara, pero que conste que no me la he inventado. Es una leyenda china, y decía (pero no he puesto) que el fénix y el dragón formaban el ying y el yang. Si hay muchos fallos, ya lo siento, lo he hecho completamente en el móvil XD
Bueno, y la preguta es... *redoble de tambor*:
¿Qué animal / ser extraño de One Piece es vuestro favorito? Yo amo a Chopper (aunque no sé si puedo considerarlo animal), a Bepo (igual que Chopper, no se si considerarlo un animal) y a Carue (yo quiero un pato como él!!!)
Como siempre, gracias por leer y claro, no olvideis votar y comentar ;)
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