Capítulo 10: La decisión más difícil
Cuando Anais volvió, no pudo evitar que la congoja se apoderara de nuevo de su corazón. Antes incluso de llegar al puerto, ya oía a Nami gritando a alguien. A pesar de su tristeza, no pudo evitar sonreír. Nami solía perder los nervios demasiado facilmente.
Al subir al barco, se encontró con un panorama que a esas alturas, ya no le sorprendía. Zoro estaba sentado en el suelo, frotándose un golpe de la cabeza, mientras Nami le gritaba. Los demás daban vueltas por el barco, excepto Luffy que estaba sentado. Al ver que Anais había vuelto, no dejó de escuchar frases de preocupación, como "¿Dónde has estado?", "¿Estás bien?" o "¡Estás herida!". A pesar de sus preguntas, Anais permaneció en silencio, mientras Chopper le vendaba la herida del hombro. Todavía se sentía demasiado impactada, demasiado confusa, demasiado indecisa. Al ver que no iba a decir nada y que estaba rara, la dejaron en paz. Se fue a la habitación y se tumbó en su camastro. Sólo quería dormir y fingir que lo que había pasado sólo había sido una pesadilla. Pero no lo era, y las dudas la estaban devorando por dentro.
Su parte egoísta le decía que se quedara con los Sombrero de Paja. Estaba segura de que si ella empezaba una guerra contra el Gobierno Mundial, ellos la seguirían y la apoyarían. Además, esa parte le gritaba que debía permanecer cerca de Luffy. Ellos se querían, debían estar juntos. Pero otra parte le decía que eso no era justo. Ya los había arrastrado dos veces a una pelea que no era la suya: el día en que los conoció y cuando Luffy derrotó a Didrieg. Sabía que ellos lo habían hecho con su mejor intención, pero una cosa era una batalla contra un pirata, y otra muy distinta enfrentarse al mundo. Ellos no debían entrar en eso, no lo permitiría.
Pasó horas dando vueltas en el camastro, sin poder dormir, sin poder llorar, casi sin poder respirar de la angustia. ¿Qué debía hacer?
No lo sabía. Y tenía menos de un día para pensárselo.
----------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Salt miró el reloj por vigésima vez. Faltaban cinco minutos para las doce del mediodía. ¿Aparecería Anais? Era una pregunta que no dejaba de rondarle la cabeza todo el rato. Sabía que su deseo por un mundo sin esclavismo era grande, pero ¿era lo suficientemente grande como para abandonar a su capitán y a sus nakamas? No la conocía lo suficiente como para saberlo. En sí, no la conocía.
Las doce en punto. Esperaría cinco minutos más y se marcharía. No podía hacer que los demás se retrasaran sólo por su esperanza de que alguien se uniera a ellos. Miró por la ventana del salón. Estaba lloviendo a mares, tanto que apenas se podían ver bien las casas de enfrente. De pronto, entre la espesa cortina de agua, le pareció ver una figura acercándose a la casa. Salt se quedó de piedra.
Había venido.
--------------------------------------------------------------------------------------------------
Anais entró taciturna a la casa, seria, sin emoción en el rostro. Se sentía como si hubiera vuelto atrás en el tiempo, como si el tiempo en en que reía con los Sombrero de Paja hubiera sido solo un sueño.
Mientras caminaba hacia aquella vacía zona donde Salt la estaba esperando, pensó varias veces en darse la vuelta, decirles a los demás que sólo había sido una broma de mal gusto, aceptar con la cabeza gacha sus reprimendas y fingir que Salt jamás había existido y que sus caminos jamás se habían cruzado. Pero sabía que no había vuelta atrás, y aunque le dolía, sabía que había tomado la decisión adecuada.
A la mañana siguiente, tras pasarse toda la noche en vela, había decidido sincerarse. Les contó sobre su intento de asesinato, sobre los esclavos ejecutados injustamente, sobre Salt y sobre su oferta. Todos la escucharon en silencio, concentrados y sin interrumpirla. Incluso Luffy se había puesto serio. Al terminar de contarles su historia, finalmente dijo:
- He estado pensando toda la noche, y voy a aceptar su oferta. Os quiero muchísimo a todos, pero tal vez sea la manera más fácil de cumplir mi sueño, y además... No quiero involucraros en una guerra con el Gobierno Mundial. Ya habéis hecho demasiado por mí, esto ya sería demasiado -remató, con los ojos anegados de lágrimas. Apartó la mirada, no podía mirarles en ese momento.
Se sorprendió cuando unos cálidos brazos la rodearon. Unos labios se acercaron a su oido, y susurraron las palabras que Anais necesitaba oir en ese mismo instante:
- Tranquila, lo entendemos.
Las lágrimas comenzaron a deslizarse por las mejillas de Anais, imparables. Comenzó a sollozar sobre el pecho de Luffy, mientras él continuaba abrazándola. Pasaron unos minutos, hasta que las lágrimas cesaron y los sollozos dejaron de hacerla temblar. Con los ojos todavía húmedos, se separó ligeramente de Luffy y lo miró. Sonreía levemente, aunque sus ojos estaban llenos de tristeza. Miró a su alrededor, mirando uno a uno a todos sus nakamas, y descubrió que todos ellos tenían la misma expresión, la misma triste sonrisa.
- Haz lo que tengas que hacer, pero quiero que siempre recuerdes algo -dijo Luffy, mientras le secaba con el pulgar una lágrima-. Estés donde estés, estés con quien estés, nosotros siempre seremos tus nakamas, y si necesitas ayuda, siempre estaremos ahí.
Las lágrimas volvieron a fluir, y Anais asintió con fuerza.
La despedida fue más corta de lo que Anais hubiera deseado, pero fue lo suficientemente larga como para poder abrazarlos a todos uno a uno. Justo cuando iba a bajar del barco, Luffy le puso algo en la mano. Era una hoja que Anais reconoció enseguida: era un hoja del Gran Árbol. El corazón se le hinchó el pecho al pensar que la había guardado durante todo ese tiempo.
- Para que recuerdes que siempre estaremos ahí para hacerte feliz... si quieres.
Anais bajó del barco mientras su corazón lloraba, pero sus ojos no derramaron una lágrima más. Miró una última vez hacia atrás, y no pudo evitar sonreír ante lo que vio.
Y ahí estaba ahora. Dejando atrás a sus nakamas para no ponerlos en peligro.
Nada más entrar en la casa, Salt le salió al paso.
- Has... venido -dijo, con los ojos abiertos como platos.
- Sí, lo he hecho -le respondió Anais, frunciendo levemente el ceño-. No entiendo por qué estás tan sorprendido. Fuiste tú el que intentó convencerme.
- Ya pero... en el fondo... no esperaba que vinieras.
- Pues menudo reclutador más negativo que estás hecho -bufó Anais.
- Ya, bueno -Salt se rascó al coronilla, pensando-. Tengo que coger algunas cosas y nos marchamos ahora mismo.
Salt caminó hacia el salón, con Anais siguiendole de cerca. Ésta le observó curiosa mientras Salt cogía el cuadro de la chimenea con cuidado y lo guardaba en su bandolera. Al ver la mirada curiosa de Anais, Salt le sonrió tristemente y respondió a su pregunta no formulada.
- Es la única foto que tengo de mis padres. Murieron al poco tiempo de hacerla, por culpa de una plaga. Es por eso que hay tantas casas vacías en la ciudad, mucha gente murió.
- El otro bebé... ¿es tu hermano?
- Sí, pero lo perdí hace unos años.
- Yo... lo siento mucho -murmuró Anais, apartando la mirada, incómoda. Nunca sabía que decir en esos casos.
- No pasa nada, lo tengo asumido desde hace tiempo. Todos perdemos a alguien tarde o temprano -la mirada de Salt seguía siendo terriblemente triste-. Ya podemos irnos, nos están esperando en una bahía escondida, al norte de aquí.
- ¿Quiénes?
- Otros Revolucionarios. ¿O acaso creías que había venido solo? -Salt sonrió burlonamente, y el rastro de tristeza desapareció de sus ojos.
Anais volvió a bufar, y lo siguió fuera de la casa, donde había dejado de diluviar para dejar cae una suave llovizna. Anais miró al cielo, justo en el isntante en el que un rayó de sol se coló entre las plomizas nubes. Mientras la lluvia y el sol rozaban su rostro, la sensación de haber vuelto a su época oscura desapareció, y Anais sonrió levemente ante la última imagen que había visto de sus nakamas, una imagen que jamás olvidaría, por muchas personas que conociese y por muchas cosas que viese.
Sus siete compañeros mirándola desde la cubierta, completamente serios. Todos con una sonrisa pintada en el rostro. Era su modo de decirle adios, y de demostrarle que siempre serían sus nakamas. Ella solo les había sonreído y se había marchado, sintiendo que los ojos se le volvían a humedecer. Había sacudido la cabeza para ahuyentarlas, y había continuado hacia delante, sin volver a mirar. Sabía que, de la misma manera que ellos se habían apoderado de una gran parte de su corazón, ella se había apoderado de una parte de los suyos. Por eso, debía recordar que no estaba sola, que debía sonreír, reír y llorar. Por ellos.
No había hablado de su relación con Luffy, pero suponía que había terminado. Estarían demasiado lejos y, cuando se volvieran a encontrar, ambos habrían cambiado, y los sentimientos entre ellos también. Aunque era consciente de eso, el corazón de Anais todavía sangraba al pensar que no podría pasar el resto de su vida con Luffy.
Pero se volverían a encontrar. No importaba si se encontraban dentro de un año, de dos o de tres, volverían a encontrarse. Y por mucho que hubiera cambiado su aspecto e incluso su personalidad, volverían a sentirse amigos, compañeros de nuevo. Por que la amistad era el único sentimiento que no cambiaba con la distancia ni con el tiempo.
- Anais, ¿qué haces ahí parada? Tenemos prisa -la reprendió levemente Salt.
- Sí, perdón -Anais echó a correr para alcanzarlo.
- ¡Ah! Tenía otra cosa que decirte -Salt la miró por el rabillo del ojo-. Ahora soy tu superior, así que debes llamarme Salt-san o señor.
- En tus sueños, "señor" -Anais le sonrió burlonamente y le sacó la lengua. Salt suspiró.
- Estoy empezando a arrepentirme de haberte convencido para unirte a nosotros -dijo rascándose la coronilla, pero Anais vio en sus ojos que no lo decía en serio.
Anais rió, sorprendiendo a Salt. Según le habían dicho en su informe, Anais de la Sonrisa Pintada era una persona que raramente sonreía o reía.
- Y ahora, dime -dijo Anais, mirándole burlonamente-. ¿Cómo se siente llamarse como una especia?
Salt frunció el ceño, haciendo que Anais volviera a reír.
Estaba lejos de sus nakamas, sí. Pasaría mucho tiempo hasta que volviera a verlos, sí. Pero eso no significaba que debía volver a su estadio anterior, a ese estadio sereno pero vacío en el que se encontraba antes de conocer a los Sombrero de Paja. Ya no era la misms Anais que antes. Por tanto, decidió que iba a intentar disfrutar lo máximo de su estancia en el Ejército Revolucionario.
Y el primer paso era picar a Salt.
Y llega el final menos épico para un capítulo que he hecho hasta ahora... XD Al parecer el capítulo anterior no os dio muchas ganas de matarme, pero creo que me vais a matar al leer este. Lo único que tengo que comentar es que quería que los chicos hicieras una especie de despedida como le hicieron a Vivi, de eso viene que todos se pinten la sonrisa. He copiado a Oda, lo sé, pero ya que le he copiado los personajes, ¿porque no copiarle a medias una escena? Aparte de que esa escena es adorableee ^__^
Y la pregunta de este capítulo es *redoble de tambores*:
¿Debería continuar la historia en otra novela o seguirla en esta misma? La verdad es que necesito vuestro consejo... no sé que hacer, por qué me da la sensación de que si lo hago en otra novela me saldrá muy corta, pero es que la historia a partir de aquí tiene un corte bastante importante... Necesito vuestra ayuda!!! Por favor, necesito vuestro sabios consejos m(_ _)m
Gracias por leer, y sentiros libres de comentar y votar (es GRATIS!!!). Sois geniales :***
PD: Voy a dejar de decir cuando publicaré, porque de todas todas nunca cumplo lo que escribo -_-" Subiré en cuanto pueda y siento haber escrito en el cap anterior que subiría cada dos semanas... Gomen.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro