Capítulo 1: ¿Salt?
Anais corría por una calle oscura. Oía los pasos de los marines tras ella, y las balas rebotaban contra las piedras a su alrededor. Giró derrapando y entró en otra calle, y dio una patada a un montón de cajas que había ahí, haciendo que cayeran. Eso los detendría ligeramente.
La adrenalina y la satisfacción corrían por sus venas. Excepto por el detalle de los marines, el ataque había sido un completo éxito. Ella y Salt, junto con el resto de la Brigada antiesclavista, habían derrotado a las tripulaciones de tres barcos encargados de llevarles esclavos a los Tenryuubitos. Se habían deshecho de ellos rápidamente, y después habían liberado a los esclavos. Para cuando la marina había llegado, los tres barcos ya estaban en alta mar, guiados por los esclavos liberados, llevándolos de vuelta a sus hogares. Anais jamás olvidaría la expresión de rabia de los oficiales de la marina, que habían comenzado a perseguirlos a todos por toda la ciudad. Lo que ellos no sabían era que los revolucionarios se habían aprendido de cabeza el mapa de la ciudad, y que sabían las mejores calles para escapar y los mejores escondrijos. Anais era el señuelo: entretendría a la mayoría de los marines mientras los demás continuaban el ataque en la casa de subastas de esclavos, que todavía permanecía activa y era una de las más grandes del Grand Line, casi comparable a la del Archipiélago de Shabondy. Sonrió levemente mientras corría. La cara de los Tenryuubitos al enterarse de que habían perdido a decenas, tal vez cientos, de esclavos iba a ser épica. Ojalá pudiera verla.
Oyó una explosión cerca de ella, pero no aminoró el paso. Suspiró. ¿Granadas, en serio? La gente se tomaba muy en serio eso de "Vivo o muerto". Todavía no se acostumbraba a eso de tener recompensa, pero se sentía orgullosa. Les había costado dos años darse cuenta que era una real amenaza para el Gobierno Mundial. Todavía recordaba las semanas que pasó riéndose de Salt, pues había conseguido una recompensa mayor que la suya, a pesar de que su rango fuera menor.
Vio una figura conocida ante ella, que le hizo un gesto para que lo siguiera. Anais se preocupó. ¿Qué hacía Salt ahí? Se suponía que estaba liderando el ataque a la casa de subastas. ¿Y si había habido una emboscada? ¿Y si todos habían sido capturados menos Salt? Sin dudar un momento, lo siguió hasta un callejón sin salida. Ya no se oían pasos de marines tras ellos: habían conseguido despistarlos.
Salt estaba de espaldas a ella, con la mirada fija en la pared frente a ellos.
- ¿Qué ha ocurrido Salt? ¿Dónde están los demás? -Anais sentía la angustia cebándose con ella.
Salt se dio la vuelta y la miró fijamente. Había algo extraño en él, pero Anais no supo identificar el qué. Abrió la boca, y lo que dijo la dejó helada. Entonces se dio cuenta de qué era lo que era extraño en él: sus ojos. Ya no eran azules, eran de un profundo negro. Sus palabras, fueron lo último que escuchó ante de que todo se fundiera en negro.
- Yo no soy Salt.
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Salt se sentía eufórico. El plan había salido perfecto; sólo faltaba que Anais regresara al barco para poder partir. Sonrió con suficiencia al pensar en como los alabarían por una ejecución tan perfecta. Dragon-san estaría encantado.
Salt miró al cielo; comenzaba a anochecer. Sentado en el borde del barco, volvió a observar las cada vez más oscuras calles. Alguien estaba encendiendo las farolas, que empezaron a derramar su cálida luz sobre los adoquines. Anais debería haber vuelto hace horas, pero no se veían señales de ella. Un leve temor se apoderó de su corazón. Y si... No, no podía permitirse dudar. Anais estaba bien. Tenía que estar bien. Había salido viva decenas de veces al hacer esa misma estrategia, y esa vez no iba a ser diferente.
- ¡Eh! ¡Chicos! -llamó Salt a los demás, que se giraron a mirarle-. Anais se está retrasando, voy a ver si necesita ayuda. Id preparando el barco para marcharnos. Nada más volver, levaremos el ancla. Si veis la bengala, ya sabéis qué hacer.
Los demás asintieron y comenzaron a recoger las cuerdas y a prepararlo todo. Salt sabía que Anais estaba bien, pero seguro que no le vendría mal un poco de ayuda si estaba en problemas. Bajó de un salto del barco, y comenzó a dar vueltas por la ciudad. A medida que los minutos pasaban, sin ver ninguna pista de donde podría estar Anais, la angustia crecía cada vez más en su corazón. Cuando estaba a punto de tirar la toalla y asumir que habían capturado o, peor aún, asesinado a Anais, vio algo brillando en el suelo de un callejón.
Se acercó y cogió el pequeño bote que había en el suelo. Abrió el pequeño corcho, y derramó su contenido en la palma de su mano. Polvo negro y un papelito cayeron en ella. Leyó el papel.
"Yo la tengo"
Olió el polvo, y reventó la botella contra una de las paredes del callejón. Tiró el polvo de sus manos entre los trozos de cristal roto, y se las frotó con fuerza en el pantalón, tratando de quitarse el olor. Era pimienta, y sabía perfectamente quién la había dejado ahí.
Maldiciendo en voz baja, echó a correr hasta llegar al barco. Los demás se sorprendieron al verlo volver, solo y enfadado.
- Salt -le llamó Brad, un joven alto y de piel oscura, con la preocupación tintándole la mirada-. ¿Y Anais?
- Un repulsivo perro del Gobierno la ha secuestrado -respondió éste, apretando los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos, con la mirada fija en el suelo.
- ¿Sabes quién ha sido? -le preguntó Mei, una chica de sedoso pelo negro y ojos rasgados, levantándose del barril en el que estaba sentada y acercándose a él, junto con los demás.
- Sí, lo sé perfectamente -respondió, levantando la mirada del suelo.
Todos se alejaron ligeramente de Salt, asustados ante el odio que ardía en su mirada.
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- Tenemos que ir a rescatarla -Salt estampó el puño en la mesa, pero no consiguió ninguna reacción del hombre ante él.
- Salt, Anais sabía en lo que se metía cuando se unió a nosotros. Sabía que tal vez sería encarcelada, o asesinada, pero siguió adelante, como el resto de nosotros. No podemos confinar a un grupo de nuestros soldados sólo para rescatarla -el hombre suspiró-. Yo también lamentó que haya sido capturada. Era una joven muy entregada a la causa, y una excelente persona, estoy seguro, pero no podemos perder tiempo y recursos en salvarla, cuando podemos usarlos en salvar a cientos de personas por todo el mundo.
Salt apretó los dientes, consciente de que tenía razón. Anais tampoco querría que gastasen en ella un tiempo que pudiesen utilizar liberando a personas, pero no podía evitar estar preocupado. Tenía la sensación de que aquel malnacido lo había hecho sólo para hacerle daño.
- Pero sé donde la retienen, y conozco perfectamente la isla. Sólo necesitaría un barco y un par de personas para...
- Salt, basta. Sé que la apreciabas mucho, pero ni siquiera podemos estar seguros de que ella esté viva.
- Lo sé -una nueva idea comenzó a formarse en su mente-. En ese caso, me gustaría pedirle permiso para marcharme durante un tiempo del Ejército Revolucionario, por asuntos personales.
- Diga lo que diga, vas a ir a buscarla, ¿verdad? -el tatuado rostro del hombre sonrió levemente.
- Sí, señor.
- Vale, de acuerdo. Pero el Ejército Revolucionario no te ayudará en esta empresa.
- Gracias, señor.
Salt se marchó de la habitación tras inclinar la cabeza ante su superior, y despedirse con un gesto del joven rubio que había permanecido en silencio durante toda la reunión.
Salt fue a su habitación y metió en una saca todo lo que necesitaría durante el viaje. Tendría que comprar un pequeño barco para viajar hasta ese lugar, pero tenía bastante dinero ahorrado, así que no habría problema con eso. El único problema era que necesitaría ayuda; él solo no podría con los guardias y soldados.
Se dirigó hacia el puerto, dispuesto a comprar un barco, cuando vio una figura conocida dirigiéndose hacia él.
- Sabo -dijo Salt, parándose frente a él.
- Sígueme -dijo únicamente el otro joven, mientras se daba la vuelta.
Salt lo siguió, ligeramente desconfiado, hasta parar ante un pequeño bote de madera. Sabo le pasó el cabo que mantenía el barco atado al puerto.
- Úsalo para ir en su busca -le dijo únicamente.
- ¿Por qué me ayudas? -preguntó Salt, sujetando la cuerda, confuso.
- Se podría decir que... Anais es amiga de un amigo mío -Sabo sonrió levemente, mientras se rascaba la nuca-. Si necesitas ayuda, él te ayudará.
Sabo le dejó un cartel de "Se busca" en la mano y, despediéndose con la mano, se marchó de ahí. Salt miró la sonriente imagen del cartel, y miró al ya lejano Sabo, preguntándose cómo es que el segundo al mando del Ejército Revolucionario conocía a uno de los novatos más buscados. Decidió no darle más vueltas, y saltó al barco. Era pequeño, pero lo suficientemente resistente como para llevarle.
Se guardó el cartel en el bolsillo. Sería un gran aliado, y sabía que le ayudaría sin dudarlo. Mientras comenzaba a alejarse de la costa, tembló ligeramente ante la fría brisa, pero se mantuvo fuera de la pequeña cabina. La rabia volvió a apoderarse de él. Aquel malnacido se arrepentiría si le tocaba un solo pelo.
Awwww que tierno Salt, se pone protector XD Y a que no adivinais quien es el novato al que Salt quiere pedirle ayuda? Es tan difícil adivinarlo... (nótese el sarcasmo) Y que tierno Sabo también. En un principio ni siquiera iba a aparecer en esta historia, pero no he podido aguantarme... Es que es tan kukiiii!!! *modo fangirl ON* Vale, ya, me relajo. Y el hombre de los tatuajes, todos sabéis quien es *movimiento insinuante de cejas*. También, un último comentario. Cada vez que he escrito malnacido, lo que realmente quería escribir era hijo de p***, pero me parecía que no quedaría bien XD Y la pregunta de esta semana es... *redoble de tambor*:
¿Cual es vuestro libro favorito? Mi libro favorito es Cazadores de Saobras. Ya si los orígenes o los originales, ya no puedo elegir... Es tan guay *-* Y el mejor personaje del mundo es Magnus Bane *-* (lo siento Luffy, también te quiero pero Magnus te gana XD)
Besos enormes a todos y sentiros libres de comentar y votar!!! Chauuu :-*
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