XII
Después de que Yūgi se llevara a Téa con él, Yami suspiró y volvió la mirada a Ishizu, quien sólo había estado callada hasta el momento.
La ceja izquierda de la fémina se alzó ligeramente, pero no hizo ninguna pregunta explícita hasta que se dio cuenta que Yami no iba a hablar.
—¿Sabes?, he estado pensándolo, pero ¿qué tienen que ver Mana o el llamado Atem en aquello con lo que quieres ayuda? —inclinó un poco la cabeza.
Yami metió las manos en los bolsillos de su pantalón oscuro.
—La verdad, no lo sé —se encogió de hombros —, pero hay algo, supongo. Después de todo, esto comenzó cuando terminé el Rompecabezas del Milenio.
Está vez fue el turno de Ishizu para exhalar, lo cual hizo lo más largo y lento posible mientras parecía ordenar sus ideas.
—Bueno, no sé si sirva de algo, pero deberían ir a visitarla al hospital —comentó sacando un lapicero junto a una libreta de notas del pulcro traje que vestía. Garabateó algunas cosas en el papel y luego arrancó la página para dársela.
Yami lo recibió con un poco de confusión grabada en el rostro.
—Después de que el accidente se hiciera público, un montón de personas vinieron, pero eso ya se acabó —sonrió ligeramente —. Ahora los únicos que la visitamos somos su familia, así que deberían pasarse por ahí.
Asintiendo, Yami guardó el papel en uno de sus bolsillos, solo para después observar en silencio a Ishizu preguntándose cuál era la mejor manera de preguntar lo que quería preguntar.
Ella pareció notarlo, por lo que lo miró de vuelta con curiosidad.
—¿Sucede algo?
Dudó un poco antes de continuar.
—Ehm... Bueno, ¿qué fue lo que le sucedió a Mana, exactamente? —cuestionó sin rodeos.
El ceño de Ishizu se hizo un poco sombrío mientras dirigía su mirada al suelo y luego a los alrededores, pero pronto cambió por una expresión más relajada junto a una risilla.
—Siempre ha sido una niña hiperactiva —comentó —. Mientras transportaba sus pinturas, tropezó en las escaleras y se golpeó la cabeza.
—¿Tropezó? —Yami frunció el entrecejo, pero evitó mencionar que aquello era dudoso.
Ishizu asintió.
—Sí. Todas las pinturas por las que había estado trabajando quedaron destrozadas. Gracias a eso ni siquiera podrá participar de la exposición de este año.
—¿La exposición? —una vez más, Yami se encontró sospechando de algo.
Pero... ¿Qué era?
—Iba a mostrar sus pinturas, ¿sabes?, en las que plasmaba sus sueños sobre este Faraón Atem. Le puso mucho empeño y... Bueno... Todos estamos tristes al respecto —aunque su sonrisa tambaleó, Ishizu se mantuvo firme en lo que decía antes de abrir más los ojos y expresar una idea que de pronto le vino a la mente —. Oh, deberían ir también. Es en otoño, la exposición, quiero decir. Vayan después de visitarla al hospital, ¿bien? Puede sonar anticuado, pero creo en el destino y esas cosas, así que...
Se mantuvo hablando un poco más sobre las interacciones que Mana debería tener mientras estaba en el hospital, pero Yami dejó de prestarle atención cuando oyó acerca de la exposición de arte.
¿Cuántas personas le habían dicho ya que debería ir? No lo recordaba, pero si todo aquello del destino y las casualidades era real, entonces no había ni siquiera que dudarlo.
Debía asistir a esa exposición con Yūgi.
Sonriendo y agradeciendo, Yami se despidió de Ishizu con una mano en alto antes de dirigirse a buscar a Yūgi.
Sus labios iban fruncido mientras analizaba toda la información recién obtenida. Si agregaba lo que la anciana les había dicho, ¿eso quería decir que quien la vigilaba era parte de su familia?
Parecía casi imposible, ¿quién ganaría qué haciéndole eso a alguien como Mana?
Su celular vibró en su bolsillo derecho interrumpiendo sus pensamientos. Al sacarlo, el nombre de su hermano ocupó la pantalla por unos cinco segundos antes de que se animara a contestar.
—Yami, ¿en dónde estás? —preguntó su hermano en voz baja —. ¿Terminaste de hablar con la señorita Ishizu?
Aunque no lo estaba viendo, Yami igual asintió.
—Sí, dijo algunas cosas interesantes sobre Mana —suspiró y se apoyó contra una de las columnas que sostenían en pie el museo —. Hablando de ella, ¿cómo está? ¿No ha-...?
—No, solo ha estado observando a los alrededores en silencio, pero ya debe estar impaciente por oír lo que debes decir —lo interrumpió Yūgi seguramente sonriendo del otro lado de la línea. Yami no tenía que verlo para saberlo, era su mellizo después de todo —. Ah, pero Téa se perdió en la multitud. He intentado llamarla, pero no contesta. Si la ves...
—Entiendo, te avisaré —Yami rodó los ojos —. Como sea, dile a Mana que todo está relativamente bien, y que-...
—¿Quién es Mana? —la voz de Téa lo cortó mientras se acercaba a pasos firmes frente a él.
Yami frunció el entrecejo y bajó el teléfono móvil a pesar de que Yūgi seguía al otro lado pendiente de la llamada.
—¿Téa? ¿Qué sucede? ¿Por qué dejaste a Yūgi? —él quiso saber, aunque, bueno, no era necesario que le respondiera —. Como sea, deberíamos ir a-...
—Hasta ahora no has contestado —ella volvió a interrumpirlo. Su entrecejo estaba fruncido y sus puños apretados. Estaba molesta, muy molesta y él, aunque podía intuir la razón, no podía comprenderla —. Desde hace días, tú y Yūgi mencionan a alguien con ese nombre ¡y no me explican quién es! ¡Estoy confundida! ¡¿No me habías invitado a mí?! ¡¿Por qué siento que hablas y piensas en otra mujer a pesar de que yo estoy aquí?!
Yami rodó los ojos. No podía creerlo. ¿En qué momento habían comenzado a ser pareja para que tuviera el derecho de pedir explicaciones como tales? Además, si bien él sí la invitó, ¿en qué momento había dicho que era con otra intención? ¡Incluso estaba Yūgi ahí!
Tuvo que cerrar los ojos y contar hasta cinco para evitar responder todo lo que había pensado. Algunas personas ya los estaban observando y él no tenía intenciones de hacer una escena que no tenía ninguna base para ser hecha.
Tomó de la muñeca a Téa y la llevó a remolque hacia fuera del museo. A una calle menos iluminada, pero igual de transitada que todas las que rodeaban el lugar.
Era hora de volver a aclarar las cosas entre los dos.
Solo que no estaban los dos.
~°~
Tanto Yūgi como Mana escucharon el griterío desde el celular como del otro lado de la sala en la que estaban.
Si bien Mana ya sabía lo que Yami estaba haciendo e intuía que Yūgi también lo hacía, no pudo evitar preocuparse por ambos mellizos.
Observó al pequeño Mutō mirando la pantalla del celular con una expresión que rompería cualquier corazón de amante de los animales.
—Um... ¿Yūgi? —se atrevió a llamarlo.
Inclinó la cabeza frente a él y fue entonces cuando recién reaccionó.
—Yo... Ya lo sabía, ¿sabes? —él dijo con una sonrisa que parecía expresar tanta vergüenza como decepción —. Que Téa gustaba de Yami.
—Pero él no-... Bueno, apuesto a él-... —se vio forzada a cortar cada una de sus frases. No podía decirle a Yūgi que su hermano nunca haría algo que ya había hecho.
Sin embargo...
Mana volvió a buscar la mirada de Yūgi y con una sonrisa confiada continuó:
—¡Pero a Yami no le gusta Téa! —aseguró.
Yūgi desvió la mirada hacia el lugar por el que Yami y Téa habían salido.
—¿Es eso cierto?
—¡Por supuesto! Apuesto a que ahora está aclarando las cosas, ¡vamos a ver!
Si hubiera podido empujar, o jalar de Yūgi, lo hubiese hecho, pero ella, que era intangible para el resto del mundo, sólo pudo esperar a que su amigo tomara la iniciativa de avanzar a su lado.
Yūgi soltó una risilla. Quizá riéndose de sí mismo, o de la energía de Mana, pero de todas manera empezó a caminar.
~°~
—No sé qué has malentendido, pero lo has hecho —fue lo primero que Yami dijo cuando se apartó del museo con Téa.
Soltó su muñeca y respiró hondo para calmarse. Ella alzó una ceja.
—¿Entonces me vas a decir que escuché mal? —ella cuestionó.
Yami exhaló.
—No me refiero a eso —contestó pausadamente —. Mana es alguien a quien Yūgi y yo estamos ayudando.
—¿Todo el tiempo?
—Todo el tiempo —él aseguró y luego supo que debía decirlo de otra manera para que Téa comprendiera lo que quería decir —. Y eso no es algo que debería importarte, Téa.
—¿Por qué no? ¿Acaso nosotros-...? —por fin pareció haber una luz de realización en sus ojos.
—¡Nosotros nada, Téa! ¡Nada! No somos nada y nunca debimos serlo —él terminó por decirlo. Sin rodeos, claro y conciso, como debió hacerlo desde un principio —. Acepté ser amigos otra vez, pero parece que simplemente lo malinterpretas todo.
—¡Pero tú me invitaste a salir! —ella objetó, confundiéndolo —. Aceptaste ir conmigo al cine y me invitaste a venir. ¡Incluso me sonreíste hoy más temprano!
Estaba tan convencida de sus palabras que Yami se sintió forzado a dar un paso para alejarse de ella.
—Acepté ir contigo y con Yūgi, por Mana —él admitió ignorando la mirada que Téa le estaba dando —. Te invité a venir con nosotros, por Mana y... —tomó aire —le sonreí a Mana. No a ti.
—¡No, no había nadie ahí! —ella insistió.
—Quizás para ti y para el abuelo, y para el resto del mundo, pero para mí y para Yūgi, sí. Mana estaba ahí. Mana siempre está ahí —él dijo y luego evitó mirar a Téa —. Lo siento, pero yo, por ti, nunca-...
Fue empujado hacia atrás. No jalado y casi sin ser tocado, pero fue empujado hacia atrás.
¿Por qué?
Antes de darse cuenta, Téa lo estaba besando. Sus ojos estaban cerrados, pero los de él, no. Yami ni siquiera estaba procesando todo con claridad.
No hasta que los vio.
Vio a Yūgi y a Mana observándolos. Ambos con los ojos muy abiertos, uno más sorprendido que el otro.
Téa se separó lentamente de él al ver que no estaba respondiendo al beso, pero ignorando ese hecho.
—¿No extrañabas eso? —ella preguntó en voz no tan baja, lo que hizo que Mana moviera desesperadamente la cabeza e intentara decirle algo a Yūgi —. Yo lo he hecho desde el verano.
Yami no respondió. No tuvo que hacerlo, ya que prontamente corrió en dirección a Yūgi, quien ya se estaba alejando.
Yūgi ahora lo sabía. Sabía de su traición.
¡¿Cómo pudo ser tan descuidado?!
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