II
Yami suspiró cuando bajó las escaleras para poder desayunar. Cambiarse nunca había sido tan cansado, sobretodo porque, aunque Mana tuviera sentido común, no entendía porqué debía esperarlo fuera de la habitación mientras se vestía.
Sus argumentos lo hicieron demorar una cantidad considerable de minutos, los suficientes como para que Yūgi y su abuelo ya estuvieran sentados comiendo cada uno una tostada.
—Has estado muy... Hablador —comentó su hermano mellizo mientras daba un sorbo a su café con leche.
—Sí, bueno..., estuve hablando por teléfono. Ya sabes —excusó evitando su mirada antes de cambiar de tema —. ¿Y mamá?
—Se fue más temprano a trabajar, poco después de que nos despertaras —explicó su abuelo logrando que Yami se sonrojara por la vergüenza —. ¿Qué sucedió?
—Tuve una pesadilla.
—¿En serio? —Yūgi alzó una ceja.
Yami rodó los ojos notando, de soslayo, que Mana daba una mirada a cada rincón sin separarse más de tres metros de él.
—Tú lo dijiste.
Con una risilla, Yūgi asintió.
—Estaba medio dormido —sonrió.
—Wou, Atem, este chico es idéntico a ti —comentó Mana observando a Yūgi.
Yami casi rezó para que su hermano la notara, pero Yūgi terminó solo pidiendo más azúcar.
Suspiró y también preparó su café. A diferencia de Yūgi, a él le gustaba más amargo y puro, una de las muchas pruebas que los diferenciaba más allá de su estatura.
Mana rió y se acercó a Yami otra vez.
—¿Qué es eso? —quiso saber señalando su taza —. ¿Sabe bien?
Yami la miró por unos segundos antes de encogerse de hombros. Le hubiese respondido que, por su personalidad, la respuesta más probable era un "no", pero se negaba a hablar solo delante de sus familiares.
Sin embargo las preguntas de Mana no se detuvieron ahí.
Una vez salieron de su hogar para dirigirse a la escuela, Mana empezó a bombardear con cada pregunta y comentario que le vinieron a la cabeza y no paró ni siquiera cuando estuvo en medio de sus clases.
«¿Por qué todos están sentados? ¡Qué aburrido!»
«¡¿Qué hay ahí?! ¡Quiero ir!»
«¡Atem, Atem, ¿qué es eso? ¿A qué sabe?!»
Su paciencia se estaba agotando. Si en algún momento había pensado que lo soportaría, entonces había cometido un error garrafal.
¿Que tenía paciencia? ¡Claro que sí! ¡Pero Mana era como una niña hiperactiva que encima comió diez toneladas de azúcar!
—Ey, ¿estás segura que no puedes irte? —preguntó tratando de no sonar grosero.
No supo si lo logró, pero Mana igual sonrió cuando flotó a su lado con las manos cruzadas tras la espalda.
—¡Sí! —contestó y se alejó un poco. Su energía pronto pareció decaer cuando lo volvió a mirar —. ¿Quieres saber qué pasa si...?
No le dejó responder, pues antes de que Yami se diera cuenta, Mana ya estaba alejándose cada vez más y más hasta que desapareció.
Fue algo repentino y extraño. Su cuerpo no se volvió translúcido ni nada por el estilo, solo desapareció como si nunca antes hubiese estado ahí.
Y antes de que pudiera siquiera fruncir el entrecejo, su voz lo sobresaltó.
—¿Te preocupé? —ella preguntó.
Yami volteó a todos lados, pero aparte de algunos alumnos de otros años, no había nadie en el patio que conociera, mucho menos alguien que resaltaba tanto.
—Estoy aquí.
No estaba lejos. Eso lo podía saber, pero el término «aquí» era tan relativo y extenso que no pudo averiguarlo en un primer momento.
Pero entonces ella volvió a aparecer.
—¿De dónde-...?
—El Rompecabezas —contestó señalándolo —. No importa qué tanto me aleje, siempre vuelvo al interior de ese objeto. No me gusta. Es frío y... Solitario, ¿sabes?
No respondió. Estaba sorprendido y confundido.
Entonces sí tiene algo que ver, pensó tomando la pirámide dorada entre sus manos. Sin embargo no podía hallar alguna relación lógica en su cerebro.
Ni siquiera podía hallar una explicación normal.
—¡Oh, aquí estás! —entonces una voz lo sacó de su meditación.
A unos cuantos metros, saliendo del edificio principal, una chica de corto cabello castaño y de figura delgada y alta, se acercaba presurosa.
Detrás de ella venía su hermano y ambos se detuvieron a su lado.
—Vinimos a comer contigo —ella anunció —. ¿No, Yūgi?
El nombrado asintió un par de veces antes de mirar a su hermano.
—Téa nos trajo algo de comer a los dos —anunció.
Yami agradeció con una sonrisa, pero se removió incómodo en su asiento, y quizás su expresión se transformó en una extraña mueca cuando oyó a Mana reír.
—Eh... Qué dulce tu novia —mencionó flotando a su alrededor.
—No lo es —él contestó casi por reflejo.
A menudo le decían eso tanto a él como a Téa y, aunque a ninguno le molestaba en particular, sí que era incómodo después de todo lo que sucedió.
—¿Qué "no lo es"? —Téa frunció el entrecejo. Entre sus dedos estaban los palillos para comer mientras sacaba otra caja de almuerzo de su mochila.
Él negó.
—No, nada.
Los siguientes minutos, Yami tuvo que ignorar las insistentes preguntas de Mana acerca del sabor de la comida.
—Está delicioso, Téa —dijo Yūgi tomando un sorbo del té caliente.
La chica sonrió y volvió a mirar a Yami esperando a que dijera algo similar.
—Sí, lo está —él concordó.
Escuchó una risilla.
—Así que no es tu novia, porque a tu hermano le gusta —Mana razonó, de alguna manera —. Un triángulo amoroso, huh... ¡Qué interesante!
—¡Que no es así! ¡Silencio, por favor! —otra vez reaccionó de forma inmediata, con más fuerza y más dureza.
Mana cerró los labios y perdió la sonrisa pícara, seguramente sorprendida.
Algunos otros alumnos detuvieron sus pasos al oírlo, mientras que Téa y Yūgi detuvieron su conversación para mirarlo.
—¿Yami? ¿Estás bien? —su compañera de clases le preguntó preocupada.
Dándose cuenta de lo ocurrido, pronto sintió que todo el mundo lo estaba mirando con curiosidad.
Miró hacia cualquier punto y al mismo tiempo hacia ninguno sólo para evitar confrontaciones directas.
—Yo-...
¿Y ahora qué podía decir?
Su cerebro intentaba maquinar cualquier tipo de respuesta lógica, pero nada le venía. La vergüenza lo superaba más de lo que podía admitir en momentos como ese.
—Le duele la cabeza desde la mañana —lo interrumpió Yūgi de pronto llamando la atención de Téa y la suya. Con una sonrisa que parecía ser de mofa, continuó: —. No durmió bien, tuvo pesadillas, así que es normal.
Si bien no había sido la mejor idea, bastó para que Téa pareciera aliviada.
Yami, por su parte, no perdió la pena ni cuando Téa le dio un par golpecitos en el hombro para reconfortarlo.
—Oh —dijo ella sonriendo —, parecías algo molesto desde temprano, debí suponerlo. Si quieres puedo pedirle un par de pastillas a la enfermera.
Y antes de que pudiera responder, Yūgi asintió por él.
—Sí, hazlo, por favor.
Con un asentimiento, Téa indicó que la esperaran ahí y salió corriendo con dirección a la oficina de la enfermería mientras guardaba las cajas de almuerzo en su bolso.
Yami suspiró intentando calmarse.
—¿Entonces? —preguntó Yūgi mirándolo.
Decidió hacerse el desentendido.
—¿Entonces... Qué?
—¿Me vas a decir qué te sucede? —Yūgi alzó una ceja con una sonrisa de lado mientras lo empujaba con un hombro amistosamente —. Sé que no tienes dolor de cabeza, pero puedo decir con total seguridad que algo te sucede. Sobretodo porque has estado hablando solo desde esta madrugada.
Una vez más sintió que sus mejillas se calentaban por la vergüenza. Volvió a pensar en decir que estaba hablando por teléfono, pero era obvio que no le creería.
¿Debería...?, dudó por muchos segundos hasta que Mana intervino ubicándose a un lado de su campo de visión.
—Deberías decirle —sugirió con una sonrisa tranquilizante —. Por más que no te crea, los hermanos siempre se apoyan entre sí. Eso es algo de lo que estoy segura.
¿Y cómo sabía ella eso? Yami olvidó preguntarlo cuando, después de una exhalación, se puso a relatar todo lo sucedido desde la noche anterior.
Vio cómo la expresión de Yūgi iba cambiando de serena a incrédula y luego a curiosa sin ningún problema. Aunque siempre teniendo ese toque desconcertado que cualquiera tendría ante una historia como tal.
—Entonces, básicamente me estás diciendo que desde que completaste el Rompecabezas del Milenio anoche, un espíritu te está siguiendo a todas partes —concluyó Yūgi con una ceja en alto. Parecía razonar más consigo mismo que con Yami.
Yami movió la cabeza de un lado al otro escuchando a Mana quejarse.
—No, Mana no sabe si es un espíritu —explicó.
—¿"Mana"?
—Su nombre —aclaró Yami con un asentimiento —. Aparte de eso y que no debe alejarse del Rompecabezas, es todo lo que recuerda. O eso dice.
—Huh... —Yūgi se llevó un dedo a la barbilla que daba la sensación de que lo estaba analizando.
Quién sabe, quizás solo fingía que lo hacía. Yami se sentía mal consigo mismo, después de todo, Yūgi era su hermano mellizo, pero nunca lograba comprenderlo del todo bien.
—Olvídalo —dijo pasados varios segundos de silencio.
Se levantó dispuesto a irse, pero Yūgi lo detuvo levantándose también.
—No, no. Es solo que es un poco difícil de asimilar —Yūgi tomó aire y luego lo expulsó —. Sé que algo te sucede Yami, y aunque no pueda creerlo, también sé que no estás mintiendo.
—¿Eh?
Yami lo miró y Yūgi le sonrió.
—Somos mellizos, después de todo. Trata de confiar un poco más en mí.
A su lado, Mana sonrió emitiendo un «te lo dije», pero él se sintió muy culpable al respecto. Era una vergüenza de hermano y que Téa apareciera en ese momento con las pastillas únicamente mirándolo a él mientras se acercaba, solo se lo recordó.
Entonces sonó la campana.
—Pero hablaremos de eso en casa, ¿sí? Quiero prestar atención a las clases —bromeó Yūgi.
Mana resopló.
—¿Qué hay de bueno con las clases? ¡Son aburridas! ¡Quiero jugar a algo, Atem!
Negó en silencio sabiendo que tendría que escuchar a Mana quejarse durante el resto del día hasta llegar a casa.
Dejó que Yūgi se le adelantara con Téa y exhaló cansado.
Yami solo tenía que concentrarse en no estallar en el medio de todos otra vez.
Ese sería, sin duda, un día muy largo de clases. El primero de muchos.
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