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Capítulo 6

Fernando pasó temprano a buscar a Sarah a casa de su abuela, y luego se dirigieron hacia Valencia; se detuvieron en el Colegio Mayor para tomar los útiles escolares, y luego fueron andando a las respectivas Universidades que estaban muy cerca de allí en la Avenida Blasco Ibáñez.

—¡Qué tengas un buen día, Fern! —le dijo ella, dándole par de besos en las mejillas, pues la Politécnica era la primera en la ruta.

—Muchas gracias, Sarah, que tengas un hermoso día también. No dejes de contarme después —añadió antes de tomar por la entrada principal.

Sarah siguió su camino, con una sonrisa en los labios. Estaba tan ensimismada en sus pensamientos que se colocó sin darse cuenta en el carril de las bicis y poco faltó para que fuera arrollada por una.

––¡Hey! ¡Mira por dónde caminas, lerda! ––le gritó un muchacho de cabello rizo cuando pasó a su lado como un bólido.

Sarah no se dejó intimidar, ni siquiera ese incidente iba a acabar con su buen ánimo. Unos metros después, llegaba al Campus de Tarongers. Muchos estudiantes se encontraban sentados en las mesas de los cafés, esperando la hora de clase. Se detuvo a mirar por si veía algún rostro conocido, cuando el grito de su mejor amiga la hizo voltearse en su dirección.

––Aquí estoy, te estaba esperando ––le dijo Elisa y le dio un abrazo.

Era una chica morena, alta y muy hermosa. Su familia era de Castellón al igual que la de Sarah, pero se había mudado en el verano con su novio a Valencia y rentaban un departamento junto con otra pareja de estudiantes. Intentaron convencer a Sarah de que se les uniera, pero ella prefería la residencia estudiantil para poder estudiar mejor, además de que tenía garantizadas las comidas.

––¡Hola! Pensé llegar antes, pero es que vengo de Castellón.

––¡No me habías dicho nada! ––replicó la morena.

––Es que hay muchas cosas que aún no te he contado. He venido con Fernando Correa. Ha regresado a Valencia y comienza primero de Arquitectura en la Politécnica.

El rostro de Elisa reflejaba verdadera sorpresa.

––¿Fernando Correa? ¿Nuestro compañero de colegio?

––Sí, el mismo.

––¿El que te gustaba? ––insistió.

El rostro de Sarah se puso de color carmín y no respondió.

––Y por lo visto te sigue gustando, ¿no? ––rio su amiga––. ¡Esta sí que es una excelente noticia! Además, si vinieron juntos es porque hay algo sucediendo entre ustedes…

––No lo sé, no me hago esperanzas, aunque…

Sarah no sabía cómo explicarlo. La noche del domingo había sido mágica y pasaron un excelente rato en el jardín. Elisa no le permitió guardar silencio, así que Sarah no pudo evitar narrarle, con la mayor objetividad del mundo, cómo habían sucedido los hechos.

––No quiero que te ilusiones, pero sin duda su comportamiento es como para confundirse… Tal vez tengan una oportunidad.

––Quizás, aunque no lo sé… ––tenía miedo de soñar demasiado con él.

La charla se interrumpió pues era ya la hora de comenzar las clases de Derecho Constitucional I con el profesor Raúl Villaverde; según le habían dicho, era un gran Catedrático, aunque muy exigente.

Fernando también llegó a sus clases, la primera conferencia era Introducción a la Arquitectura, y estaba algo tenso por todo el esfuerzo que tendría que poner en sus estudios para titularse con una buena nota. Luego haría el Máster y pondría un estudio propio, si todo salía bien.

––Hola, ¿puedo sentarme aquí? ––le preguntó a una pareja que estaba en una esquina. El lugar estaba bastante lleno y al lado de ellos había un espacio vacío.

––Sí, siéntate ––le dijo la muchacha. Era muy bonita, de pelo rubio cenizo y ojos claros––. Yo soy Ruth y él es Marco, mi mejor amigo.

––¡Hola! ––le sonrió Marco.

Fernando le sonrió de vuelta y se sentó al lado de la muchacha.

––Yo soy Fernando ––se presentó.

––¿Eres de aquí? ––quiso saber Ruth.

––-Soy de Castellón, pero estuve tres años viviendo en Madrid. Me volví para estudiar acá.

––¡Qué bien! ––continuó Marco. Era castaño, con rizos y un piercing en la ceja––. Nosotros somos de aquí de Valencia. 

Siguieron charlando un rato más, hasta que comenzó la clase. Al parecer, a Ruth le había agradado pues lo miraba con frecuencia. Él intentó no prestarle demasiada atención a ella y sí al profesor, quien por cierto había orientado un trabajo para la semana siguiente sobre Historia de la Arquitectura valenciana.

Cuando terminó la clase, Marco se le acercó:

––Hey, camarada, mi novia dará una fiesta esta noche, ¿quieres venirte?

––Su novia es mi hermana ––le explicó Ruth––. Somos mellizas y no, no nos idénticas ––aclaró riendo, pues al parecer siempre le preguntaban lo mismo––. Nos parecemos como se pueden parecer dos hermanas de madre y padre, pero nacimos el mismo día. Mi hermana decidió estudiar Ciencias Ambientales.

––¡Qué bien!

––Entonces, ¿vas a la fiesta? ––insistió Ruth.

––No lo sé, chicos, ––intentó excusarse––, quisiera adelantar el trabajo que orientó el profesor. La verdad es que se me da muy mal la Historia.

––¡No seas aburrido, Fernando! ––exclamó Marco.

––Si esa es tu excusa para no venir, puedo copiarte ahora mismo un magnífico libro sobre Historia de la Arquitectura valenciana. Estoy segura de que con él podrás hacer ese trabajo.

Fernando le agradeció, pues no estaba seguro de que en la información que le copió Gustavo hubiese algo sobre ese tema.

––¿Tienes una USB? ––preguntó la chica.

––La verdad es que no ––respondió apenado. Con las prisas de regresar de Castellón había olvidado su estuche con las memorias y el disco portable.

––Está bien, no importa. Dame tu correo y te lo envío ahora mismo, ¿vale?

Fernando le dio el correo, también intercambiaron números de teléfonos y finalmente prometió ir a la fiesta. Ruth no le mintió, de inmediato le había mandado el libro y por lo poco que pudo ver de él, le parecía útil.

Al final de la tarde regresó a la residencia, se bañó y vistió de manera algo más elegante que lo habitual, y bajó a cenar. Se encontró con que Sarah era la última en la fila del comedor.

––Hola ––le sonrió ella––. ¿Qué tal tu día?

––Estupendo, ya me mandaron la primera tarea y de Historia de la Arquitectura, ya sabes que la Historia no es lo mío.

––No te quejes, a mí también me orientaron una tarea sobre las fuentes del Derecho en Roma, desde la Monarquía hasta el Domiciado.

––Siento que me estás hablando en otro idioma…

Sarah volvió a reír, ya casi era su turno. La comida era jamón, verduras, y ambos escogieron un pastel de postre. Se sentaron juntos en una mesa y Sarah percibió el aroma de su perfume, así como la ropa que llevaba: una camisa negra, unos jeans de igual color, y además estaba perfectamente peinado. Ella, en cambio, llevaba un vestido sencillo para pasar la noche.

––¿Vas a salir?

––Unos compañeros me invitaron a una fiesta. Pienso pasarme por allá al menos un rato…

Sarah pensó que tal vez la invitaría, pero no fue así. Tampoco podía ofenderse por eso, él no era su novio…

––Una fiesta un lunes, ¿eh? ¡Vaya manera de comenzar la semana!

––No me regañes, mamá, prometo que regresaré temprano ––bromeó.

Sarah le sonrió, pero no podía dejar de sentirse incómoda. Fernando a veces le creaba ilusiones, pero en otras ocasiones era distante e independiente, como si solo pudiera existir una bonita amistad entre ellos.

Fernando pensó en invitar a Sarah a la fiesta, pero luego desistió. Sentía que las cosas entre ellos iban muy rápido, que algunos de sus comportamientos podían malinterpretarse, y que él solo la veía como amiga. La víspera, en el jardín, se había mostrado muy cariñoso; la había besado en la frente y en las manos, y eso no estaba bien… Al menos no entre amigos que hacía tres años que no se veían.

Luego de despedirse de Sarah tomó el auto y se dirigió a la dirección que le habían dicho. No era muy lejos de su residencia, era en la zona de Cabañal, por lo que no tardó en llegar. Se bajó del auto y llamó por el intercomunicador. Al cabo de dos minutos le permitieron subir.

Fue Ruth quien le abrió la puerta. Estaba muy bonita con un vestido abierto y escotado de color negro. Un sencillo maquillaje, nada de joyería y unas sandalias bajas. Era la perfecta combinación entre un atuendo sexy pero simple a la vez.

––Hola, puedes pasar, has llegado a buena hora.

Fernando le dio par de besos y eso hizo. Entre el salón, la terraza, y el estudio, se encontraban dispersos una veintena de chicos. La música no estaba muy alta, dada la hora y tratándose de un lunes. Al parecer, los padres de Ruth no estaban por ninguna parte.

Una pareja se besaba en el sofá; el humo del cigarrillo le llegaba desde la terraza; otros bailaban con una botella de vodka en las manos, y en el estudio las risas de algunas muchachas lo distrajeron.

––Ella es mi hermana Raquel ––le dijo Ruth a su lado.

Fernando se volteó para saludarla. Era cierto, no se parecían tanto. Se notaban que eran hermanas, pero no existía una semejanza notoria.

––Hola, mucho gusto ––le saludó la chica, quien vestía de negro al igual que su hermana––. Ya había escuchado hablar de ti, ponte cómodo y pasa un buen rato.

––Muchas gracias. Por cierto, ¿qué se celebra?

Las hermanas se echaron a reír.

––El inicio de la Universidad ––explicó Ruth.

La conversación no pudo continuar porque apareció Marco, quien tomó de la cintura a su novia y le dio un beso en el cuello frente a Fern.

––¡Hola! ¡Ya veo que conociste a mi novia! Es toda mía ––Raquel le dio un golpe en las costillas––, pero es buena oportunidad para que conozcas a gente nueva… Por cierto, mi cuñadita sí está disponible.

Ruth soltó una carcajada y tomó del brazo a Fernando para presentarle a algunos de los invitados. A buena parte ya los había visto en la clase de arquitectura, a otros era la primera vez.

Ruth sirvió un whisky para él y otro para ella, y se marcharon a la terraza para conversar un poco. La muchacha encendió un cigarrillo, pero Fernando declinó el ofrecimiento. Él no fumaba, y tampoco debería estar bebiendo. Se prometió que al cabo de un rato se regresaría a la residencia y se acostaría a dormir.

Sus planes se fueron por la borda cuando no pudo rehusarse al segundo whisky, ni al tercero. Ruth había abierto para ellos dos un Johnnie Walker de etiqueta azul que era de su padre ––quien se hallaba de viaje, según le contó––, por lo que no pudo rechazarlo.

La plática le parecía agradable, y Ruth se veía hermosa con aquel vestido negro escotado. Después del quinto vaso de alcohol, la joven se sentó en sus piernas y lo besó. A Fernando le tomó por completo desprevenido, pero correspondió el beso: la deseaba…

Con Ruth no tenía ningún tipo de historia anterior o ninguna forma que cumplir. Se sentía libre con ella y quería disfrutar de aquel beso que lo embriagaba más que el whisky.

––Debo irme ––susurró él, con mientras sujetaba a Ruth por la espalda contra su cuerpo.

––Ambos sabemos que no te quieres ir ––le respondió ella coqueta, en su oído.

––Es tarde y… ¡Cielos! ¿Qué hora es? ––exclamó Fern apartándola de él.

––Es la una de la mañana…

––¡Mierda! ¡Mierda! ––se recriminó––. El colegio ya cerró… ¡Esto no tenía que pasar! ––estaba de pésimo humor.

––No te preocupes, Fern, puedes quedarte… ––repitió ella dándole otro beso en los labios––. De cualquier forma, no estás en condiciones de conducir así…

En eso tenía razón y Fernando lo sabía, pero no había planeado quedarse allí. Ruth volvió a acercarse a él y le abrazó, mientras pegaba su boca a la de él.

––Quédate ––Fernando no sabía si era una orden o una súplica.

Ruth se elevó sobre las puntas de sus pies y volvió a besarlo apasionadamente. Entre el alcohol y aquellos labios, Fern creía que iba a perder el juicio.

¡Hola! Espero que les esté gustando esta historia. Las cosas se complican para Fernando... Por cierto, para los que leyeron París para dos no sé si se percataron de que el profesor de Derecho Constitucional de Sarah es el padre de Aitana: Raúl Villaverde. Ha sido una pequeña referencia a esa historia mía. ¡Un beso grande! 😘

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