La Navidad estaba a punto de llegar y los niños estaban felices. Los adultos decidieron poner en pausa la ansiedad que sentían por el fallo de la sentencia, para concentrarse en los preparativos de la Nochebuena. Los niños estaban ajenos a las preocupaciones de la familia y no merecían dejar de celebrarla. Fernando tenía muchos temores, inseguridades y desesperación por saber, pero pensar en el asunto lo haría inquietarse más, así que intentó adoptar el mejor ánimo posible.
Su abuela, Antonia, estaba en la cocina preparando la cena, con la ayuda de Alberto y de Lulú, que siempre le echaban una mano. Francisco había tenido que ir al hospital, pero no tardaría en llegar. Esa noche tenían como invitados a Esperanza, Atilio y Sarah. Él tenía muchos deseos de verla, pues desde el día de la vista en el juzgado no se habían vuelto a encontrar. Sarah le había explicado que tenían muchos elementos a su favor, y que tuviera confianza. Debía esperar. Incluso en el peor de los casos, si la sentencia no les era favorable apelarían a la Audiencia Provincial. Él esperaba que no tuvieran que recurrirla en ninguna instancia, pero aquello no dependía solo de él, sino de la jueza Córdoba y hasta de Vivi. Ella también tenía derecho a seguir peleando por la custodia de Pilar en apelación si lo consideraba así.
Los niños estaban con él en el salón de la televisión, viendo una peli. Sonó el timbre y Fernando se puso de pie para atender la puerta, pues el resto de la familia estaba en la cocina. Pensó que se trataría de Sarah, pero descubrió que era Vivi quien llevaba una caja en las manos.
—Hola —saludó la rubia—. ¿Puedo pasar?
—Sí, pasa —Fernando se apartó de la puerta y le permitió la entrada.
Viviana colocó la caja de regalo en el árbol de Navidad.
—Es un presente para Pilar —explicó—. Regreso hoy mismo a Madrid, pero no he querido dejar de venir a dejarle el obsequio y verla.
—Gracias. Ella está en el salón con los niños, viendo una peli. Puedes ir a verla.
Viviana dio un paso hacia él.
—Sé que estás molesto conmigo, Fern, pero...
—Estoy decepcionado —le respondió él con severidad—. Esto no es una guerra. No se trata de ti peleando contra mí. Se trata de lo que es mejor para Pilar, y sabes perfectamente que lo mejor para ella es quedarse conmigo. El hecho de que estés peleando por su custodia no te hace mejor madre de lo que has sido hasta ahora. Lo más recomendable para Pilar es estar aquí, con los suyos, donde nació y tiene a su familia. Nunca pensé realmente que pudieras atentar contra los intereses de tu propia hija. Una cosa es no cuidar de ella, y otra muy distinta es intentar cambiarle la vida.
—¿Y no tengo derecho a rectificar? —le preguntó, tenía las mejillas rojas—. ¿No tengo derecho a formar parte de su vida?
—Por supuesto. Lo tienes —afirmó—. No tener la custodia exclusiva no significa dejar de ser parte de su vida. Incluso sabías que estaba dispuesto a pactar una custodia compartida para que te implicaras más en la crianza de Pilar, pero perdí el tiempo mientras tú preparabas la estocada que me ibas a dar.
—No fue así, Fernando. ¡Yo tengo mi vida en Madrid! No podía renunciar a ella para volver a Castellón y ostentar la custodia compartida.
—Entonces me das la razón —repuso Fernando—. No estás haciendo lo mejor para tu hija. Tu trabajo es más importante. Y lo comprendo, Viviana, hasta cierto punto, porque siempre has sido egoísta y piensas primero en ti. Lo que no comprendo es que por tu egoísmo afectes la vida de Pilar. No tienes ese derecho. No después de haberte ido hace tantos años. Lamentablemente, Pilar no tiene la edad para ser escuchada, pero te aseguro que tiene criterio y en unos años será lo suficientemente madura para juzgarte.
—Está bien, no vamos a seguir discutiendo —cedió ella—. Solo quería que supieras que respetaré la decisión que tome la jueza y que no la recurriré, aunque te otorguen la custodia exclusiva a ti.
—Me alegra saber eso —respondió él—. Espero entonces que se haga justicia. Por mi parte, no puedo prometerte lo mismo. Si la sentencia no me es favorable apelaré a la Audiencia Provincial y llegaré hasta el Supremo si fuera necesario.
—¿Puedo ver a mi hija? —Viviana comenzaba a hartarse y quería irse.
—Sí, por supuesto. Ya sabes dónde está.
Viviana asintió y se dirigió hasta el salón de la televisión, no sin antes desearle a Fernando unas Felices Pascuas.
Viviana se había marchado al fin, luego de pasar unos minutos con Pilar, los que le parecieron a la rubia más que suficientes. Pilar pasó en ese tiempo de dos estados de ánimo distintos: alegría por ver a su mamá y tristeza ante su partida. Por fortuna, Fernando pudo animarla bastante rápido y la llegada de Sarah después, terminó de colocar una sonrisa en su rostro.
—¡Hola! —saludó la abogada.
—Qué bueno que llegaste. Te esperábamos —se dieron par de besos en la mejilla.
—La abuela y Atilio vendrán después —respondió ella sonriente—, pero yo me adelanté.
—Me alegra que lo hayas hecho —Fernando continuaba mirándola de esa manera que la ponía tan nerviosa.
—Sarah, vamos a jugar —le pidió la niña—. ¿Quieres?
—¡Pues claro! —la joven miró a Fern, excusándose y se alejó tomada de la mano de su segunda pelirroja favorita.
—Iré con ustedes —no pensaba quedarse atrás.
Los niños estaban muy animados, montando una casa de campaña que les había comprado Francisco a los niños como regalo de Navidad adelantado, pues los mellizos lo habían descubierto antes de tiempo.
—Sarah, necesitamos ayuda —le dijo Froilán cuando llegó.
—Creo que necesitan la mía también —rio Fern—. Soy arquitecto, tengo experiencia con las casas.
—Pero tú las dibujas, papá, no las construyes... —Pilar tenía un punto.
—Me parece que la niña es muy inteligente —Sarah estaba disfrutando del momento, luego de tantas semanas llenas de tensión.
—Hija mía, sé más de construcción de casas que Sarah, te lo aseguro —se defendió—. De cualquier forma, armar una tienda es algo sencillo. Pásenme el manual —Fernando frunció el ceño cuando vio lo complejo del proceso—. Son muchas varillas.
—Venga, señor arquitecto, usted es un hombre muy capaz —Sarah le quitó el manual de las manos y lo observó con detenimiento—. No es tan difícil, lo primero es identificar la posición que le corresponde a cada una y armar.
—¿Eso te lo enseñan en la Facultad de Derecho? —Fernando continuaba ofendido.
—Sarah sabe, papá —insistió Pilar.
—¡Muy bien! —Fernando extendió las manos en señal de rendición—. Sarah dirige y yo ejecuto, pero necesito de su ayuda, pequeños.
Los tres niños se pararon en firme, listos para recibir las órdenes.
El proceso de armar la tienda duró un poco más de una hora, aunque no resultó tan difícil como Fernando se imaginó y se divirtieron mucho. Era bastante grande, y en la parte externa parecía una casita: con techo rojo a dos aguas, y una puerta de color verde. El interior era espacioso, pues dentro podían estar los niños sin ningún tipo de dificultad.
—¿Podemos dormir aquí, papá?
—No sé, corazón, mejor vayamos a preguntarle al abuelo que opina. Ustedes tres en una casa de campaña son un peligro.
—¡Por favor! —pidió Nanda juntando sus manitas.
—Lo pensaré —respondió Fern mirando a Sarah—, solo si cuento con ayuda para cuidarlos.
—Sí, Sarah, quédate —suplicó Pilar—, como antes.
El corazón de Sarah rebosó ternura con esas palabras. "Como antes", ella también quería que las cosas fueran como antes, pero...
—No le irás a decir que no, ¿verdad? —Fernando la miraba con una sonrisa en los labios.
—Eres un tramposo —le respondió Sarah en voz baja—. Sabes que no puedo decirle que no a ella. Tiene tus mismos ojos...
—Igual de convincentes que los míos —él parpadeó con fingida inocencia, arrancándole una carcajada a Sarah.
—Está bien, me quedo, pero solo para cuidarlos —la observación era para Fern, quien no se dejó amilanar por esa advertencia. Sarah se quedaría en casa esa noche. No podía tener mejor regalo de Navidad que ese.
La cena estuvo muy agradable. Las anfitrionas habían preparado una exquisita paella, plato típico de la comunidad, acompañada de mariscos, ensalada, vino tinto... De postre la tarta de manzana de Antonia, pero también un surtido de turrones navideños. Pilar amaba el turrón de yema, Sarah tuvo que prestarle mucha atención para que no comiera demasiado, no fuera a sentarle mal.
—Ella tiene tu apetito... —le comentó el padre por lo bajo.
—¡Fern! —Sarah se ruborizó—. Bueno, lo tomaré como un elogio. Siempre es mejor que comer solo ensalada...
—Lo mismo digo, mi amor.
Ella se estremeció un poco con el "mi amor", tal vez fuera el vino o el estar en familia. Lo cierto es que estaba feliz y deseaba que fuera siempre así. Una parte de ella tenía miedo de que todo terminara. El desgaste de un proceso era tremendo, y si debían asumir una apelación, mucho peor.
—Ella estuvo aquí hoy —le contó Fern, como quien sabe lo que Sarah está pensando.
—¿Qué dijo? —ella lo miró a los ojos, sorprendida.
—Estuvo menos de una hora. Vino a ver a Pilar y a dejarle un obsequio. Le dije todo lo que tenía atorado en la garganta desde hace meses y me respondió que, si la sentencia me otorgaba la custodia, no la recurriría.
—Eso es muy bueno, espero que por una vez tenga palabra.
—Pienso que sí —asintió Fern llevándose un pedazo de turrón de alicante a los labios—. Pronto comienza la filmación de la película —añadió luego de comer su postre—, y no debe tener ánimos de criar a una niña. Solo queda esperar por la sentencia.
—Tengo fe en que todo salga bien —afirmó ella.
—¿Te quedas esta noche?
Sarah se ruborizó de inmediato.
—A cuidar a los niños —le recordó.
—¿Eso significa que dormirás en la habitación de huéspedes?
Sarah frunció el ceño.
—¡No dormiría en la misma cama de Vivi ni aunque fuera el único lugar disponible!
—Entonces solo te quedan mis brazos... —le sonrió él.
—Y la cama de Pilar —rio ella—, es un lugar muy seguro.
Fernando iba a protestar cuando Esperanza y Atilio se acercaron para despedirse.
—Ya nos vamos —le dijo la anciana—. Es algo tarde, así que vamos de salida. Me ha dicho un pajarito que esta noche te quedas aquí, Sarah, así que nos vemos mañana. ¡Que tengan una linda noche!
Sarah la abrazó. La comprensión de su abuela siempre le hacía bien. Esperanza veía con buenos ojos que se quedara con Fernando, y nada era más valioso que su bendición.
—Muchas gracias, abuela. ¡Buenas noches y vayan con cuidado!
—Yo los llevaré en el coche —se ofreció Fern—, es cerca, pero es más cómodo.
Esperanza aún tenía cierta dificultad en su pierna a raíz del accidente, por lo que agradeció la deferencia de Fernando. Sarah se dirigió al salón con los niños, para ayudarlos a preparar las camas: improvisadas con bolsas de dormir, almohadones, colchas... Para ellos era toda una aventura y estaban muy animados.
Cuando Fernando regresó, los niños estaban dentro de la tienda ya. Sarah, sentada en el suelo, les leía una historia. Fern no dudó en sumarse, se sentó a su lado y leyeron por turnos. Los niños estaban cansados, así que se durmieron poco después. Fernando activó la alarma, dejó una luz encendida y luego subió con Sarah al piso superior.
—Tomaré una ducha, ¿te sumas? —sonrió él.
—Iré a la habitación de Pilar.
—¿Es en serio? —él intentó leer en sus ojos, pero no sabía qué pensar.
—Date la ducha, ¿está bien? —Sarah sonrió y se dirigió a la habitación de la pequeña.
Fernando estaba un poco confundido, pero intentó serenarse. Entró al baño y se dio la consabida ducha. Al salir, sobre su cama, tenía una postal de Navidad muy bonita, y dentro, un poema escrito del puño y letra de Sarah.
Reyes Magos:
Quisiera un regalo navideño...
Algo especial, único, perfecto...
Debe ser algo grande, no pequeño...
¿Quizás un amor impercedero?
¿Podría ser un hombre que me ame,
son un sentir inmenso y verdadero?
Reyes Magos, ¡yo sé que pido mucho!
Es difícil hallar a alguien tan bueno,
pero quizás con magia lo consigan;
¡él ha sido por siempre mi gran sueño!
Tal vez pueda ayudarlos, lo decribo:
su corazón rebosa de bondades;
es buen padre ese joven, gran amigo;
romántico sin par y muy ruisueño.
¡Y son tantas virtudes que no sigo!
¡Es muy difícil describir a un sueño!
He sido buena joven, lo confieso;
por eso pido un amor que me conquiste
con un sueve y sublime primer beso...
A ustedes con cariño les encargo,
a ese ser que mi alma necesita...
Sé esperar, Reyes Magos, pero ruego,
no demoren al joven que yo amo...
¡Lo preciso conmigo en Año Nuevo!
Fernando lo leyó con el corazón emocionado. Él era su regalo, lo que ambicionaba para su año nuevo, y él no podía estar más de acuerdo, porque Sarah también era el suyo. No lo pensó más y salió de su habitación rumbo a la de Pilar. Sarah estaba sentada en la cama, como si estuviera aguardando por él; se puso de pie en cuanto lo vio y le dio un beso. Un beso que no se habían dado en muchas semanas y que los hizo temblar. Fernando estaba apenas cubierto por una toalla, y Sarah se había cambiado de ropa, usando una de las camisetas de Fern.
—No sabes cuánto ansiaba tenerte entre mis brazos —susurró él contra sus labios.
—Yo también, Fern.
—No es preciso aguardar al año próximo para estar juntos. ¡No soporto estar lejos de ti, Sarah! Esto es una tortura —hablaba con tanta desesperación que Sarah supo que era verdad.
—Me conmueve que me quieras tanto...
—Te quiero no, te amo —le rectificó.
—Yo también te amo, Fern —Sarah se elevó sobre las puntas de sus pies y lo volvió a besar.
Con un rápido movimiento, Fernando la cargó y la llevó en brazos hasta su habitación, hacia el lecho que habían compartido antes y que ahora volvía a llenarse con la presencia de los dos.
—Necesitaba de tu amor para escribir —le confesó ella, mientras los besos de Fernando bajaban por su piel.
—Haré mi máximo esfuerzo para que esta noche sea digna de una poesía.
Sarah no pudo evitar reír ante sus ocurrencias, pero luego se dejó seducir con sus besos, esos besos que había anhelado tanto... Aquella noche, en efecto, inspiró unos versos llenos de amor, que Sarah tituló "Intimidad".
El calor y el deseo desfallecen...
Las gotas de sudor que mi piel tocan,
desde la húmeda nube de tu pelo,
a una llovizna de amor se me parecen...
De tus ojos se borra la cordura,
y me uno a tu cuerpo sin pensarlo,
porque de ti lo necesito todo:
una ventisca feroz que haya traído,
una locura de besos tempestuosos,
y unas caricias que priven del sentido...
Sobre mi piel, que bata la tormenta,
y en mis labios tus besos que me lluevan,
con tus manos tentándome a perderme,
hasta obtener de mí lo que desean.
Pues yo estaré dichosa de rendirme,
al amor que con fuerza arrolladora,
con su abrazo de fuego me doblega...
Te necesito más de lo que piensas:
si te tardas maldigo la demora,
y si faltas ya nada me sosiega.
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