Capítulo 34
Sarah cenó en casa con sus padres, abuela y Atilio, aunque le prometió a Fernando que luego iría a dormir a su casa. Su familia no interfirió en el asunto, lo tomaron con naturalidad y se alegraban de que al fin pudieran estar juntos. Ana estaba un poco disgustada porque a su marido lo habían llamado para volver al trabajo esa semana, así que le quedaban pocos días a ambos en Castellón.
—No te preocupes, mamá —le dijo Ana a Esperanza—. Volveremos a tiempo para boda.
—De cualquier forma, la boda demorará un poco, abuela —le explicó su nieta—. Debemos buscar toda la documentación necesaria y presentarla. Luego tendrán una audiencia y después podrán casarse.
Esperanza hizo un puchero, como si se tratase de una niña pequeña, pero supo que tendría que aguardar. Sarah no fue tan explícita, pero necesitaban certificaciones del registro civil, incluyendo el acta de defunción de su abuelo y de la esposa de Atilio, lo cual indicaban que eran personas viudas y libres para unirse en matrimonio.
—Tal vez y ya estés sin la escayola —comentó el padre de Sarah, para darle ánimos.
Atilio estaba más conforme, pero Esperanza se había hecho ilusiones de que fuera más rápido. Sin embargo, ella que era una persona optimista, pronto encontró las ventajas de la dilación y comenzó a hacer planes con Sarah, que era quien se quedaba.
Al término de la cena, Fernando apareció en la casa, llevaba una tarta de manzana que había hecho su abuela, era su especialidad. Estaba algo cansado pues había dejado a los mellizos con sus padres y luego dado de cenar a Pilar. También le dio un baño y la acostó a dormir. La niña estaba tan cansada después del paseo que no dudó en quedarse dormida.
—No puedo demorarme mucho, pues mis abuelos se acuestan temprano y los dejé pendientes de Pilar. No obstante, no quise dejar de venir por ti... Temía que no fueras —le dijo al oído.
Sarah sonrió y le dio la mano. Se sentaron en la sala junto con los padres de ella, ya que Atilio y Esperanza se despidieron temprano, luego de probar la deliciosa tarta de manzana.
—Sarah me dijo que pasaron una tarde muy agradable con los niños —comentó Ana, para iniciar la charla—. No hemos visto aún a tus hermanitos, pero deben estar tan grandes y lindos como Pilar.
—Muchas gracias, sí han crecido bastante y son muy despiertos, los tres. Los domingos me encargo yo de los niños, y mis padres de Pilar los viernes, para tener algo de tiempo libre, aunque por lo general lo invierto en mi trabajo.
—Sabemos del estudio —intervino el padre de Sarah—, y te felicitamos. Es muy importante tener una profesión y un empleo seguro.
—Yo siempre lo tuve claro. Los años de la Politécnica no fueron sencillos con Pilar tan pequeñita, pero estudiaba mucho, terminé el Máster y abrí el estudio junto con mis amigos. Hemos tenido bastante trabajo este último año, así que estamos satisfechos, aunque siempre estamos pensando en cómo crecer.
Los padres de Sarah no lo dijeron, pero estaban contentos con que Fernando se estuviera labrando su futuro. Su hija siempre había sido de las mejores estudiantes y no querían que tuviera al lado alguien que cortara sus aspiraciones.
—Sarah terminó su Máster recientemente y está pensando en posibilidades de empleo —añadió Ana.
—La verdad es que ya sé que quiero hacer —explicó Sarah—. Quiero ser abogada y colegiarme aquí en Castellón o en Valencia.
—¡Eso es excelente, hija! —sus padres la felicitaron.
—Me alegra mucho saber eso —repuso Fernando—. ¿Qué necesitas para poder ejercer?
—Mi Máster es de doble titulación, así que también me formó para poder acceder a la abogacía. Solo me resta solicitar la prueba de acceso al Ministerio de Justicia para recibir el título profesional de abogado. Luego podré incorporarme al Colegio de Abogados.
—¿Y cuándo es el examen? —preguntó Fern.
—He mirado las convocatorias y el próximo es en septiembre. Estudiaré mucho durante el verano para habilitarme.
—¡Estoy convencida de que lo lograrás, hija! —exclamó Ana.
—Yo también estoy seguro —afirmó Fern orgulloso—, y me alegrará mucho saber que ejercerás en la comunidad.
—Yo también —dijo ella sosteniéndole la mirada. Sus padres no dudaron al ver la imagen que estaban en verdad muy enamorados.
Unos minutos después, la pareja se marchó. Antonia y Alberto los esperaban con una sonrisa, pero luego se fueron a dormir también. Fernando y Sarah subieron la escalera en dirección a la habitación de Pilar: las estrellas de colores giraban en toda la estancia y la niña estaba profundamente dormida.
—Sí que estaba cansada —comentó Sarah en voz baja.
—Así es —Fern le dio un beso en la cabeza.
Sarah entró al baño de Fern para cambiarse de ropa, en esta ocasión sí llevó su pijama que era de seda de color blanco y de dos piezas. Fernando le sonrió cuando la vio y se acercó a ella para darle un beso. Sus manos exploraron la espalda de ella y sus labios bajaron por su cuello. Ella gimió cuando sintió sus manos, y lo abrazó, intentando mantenerse de pie. Su cabeza estaba en las nubes cuando la música de Harry Potter los separó en el acto.
—Veo que no has cambiado el tono de tu teléfono.
—Es un teléfono nuevo, pero el tono sigue siendo el mismo —rio él. Sin embargo, su sonrisa se borró del todo cuando vio quién llamaba—. Es Vivi.
Sarah se sintió incómoda en el acto, pero lo instó a tomar la llamada.
—Tómala, puede ser importante.
—Más le vale, son las once de la noche —Fernando tomó el teléfono y contestó.
Sarah no podía escuchar lo que decía Vivi, pero por las palabras de Fern lo dedujo.
—Vivi, está durmiendo, ¿tienes idea de la hora que es? Tiene cinco años, duerme temprano —Fernando suspiró e intentó mantener la calma—. Sí, ella está bien. ¿Y tú como estás? Vale, entiendo que tienes mucho trabajo, pero si vas a llamarla hazlo más temprano. Buenas noches --y cortó.
Sarah se sentó en la cama, disgustada con la actitud de Gigi.
—Me hago una idea de lo sucedido —le dijo—, pero no puedo creer que llamara a esta hora para hablar con Pilar. ¿En qué cabeza cabe?
—En la suya —Fernando lanzó el teléfono encima de la cama—. No llama todos los días, y no es la primera vez que cuando por fin se decide a hacerlo, le cogen estas horas. Entiendo que los estudios de grabación no tienen horario, pero su hija sí. Y además no le importa si yo tengo o no vida privada, pues se cree con el derecho de importunarme a estas horas.
—No te preocupes, Fern —Sarah se levantó a abrazarlo—. Nosotros somos lo de menos, la peor parte la lleva Pilar. Por fortuna es una niña feliz que tiene una familia que la quiere y ella lo comprende. Cuando sea más grande verá mejor la situación.
—Lo sé —Fernando se relajó en sus brazos y le dio otro beso. Nadie como Sarah para calmarlo, ella era un remanso de paz—. ¿En qué estábamos?
—Íbamos a dormir, ¿recuerdas?
Fernando se rio.
—¿Y antes de dormir? Creo que estás olvidando una parte esencial... —Sarah se sonrojó, pero se levantó sobre la punta de sus pies para besarlo.
Fernando esta vez se levantó primero que Sarah y preparó el desayuno para los tres —sus abuelos tomaban apenas café y una tostada—. Puso la mesa de la cocina del piso superior y despertó a Sarah con un enorme beso.
—¡Buenos días! —exclamó.
—Sí que son buenos —susurró ella abrazándose al cuello de Fern.
Él se dejó seducir por unos instantes por aquellos besos, pero logró separarse de ella a tiempo, con la respiración entrecortada.
—Señorita, le recuerdo que es lunes, y usted estará de vacaciones, pero yo tengo que llevar a los niños al kínder y abrir el estudio.
Sarah sonrió, mientras se desperezaba en la cama.
—Enseguida me levanto, para llevar a Pilar al kínder, como prometí.
—Estupendo, el desayuno ya está listo. Voy a despertar a la niña.
Minutos después estaban los tres en la mesa, tomando su desayuno. A Pilar no le extrañó ver a Sarah tan temprano, se adaptó enseguida a su compañía y se alegraba de que estuviera allí.
—¡Estos huevos están divinos! —exclamó Sarah cuando se llevó el primer bocado a los labios—. Podría acostumbrarme a esto todos los días...
—Esa es la idea —repuso Fern, guiñándole un ojo.
—No tienes que convencerme mucho —contestó ella. Fernando se llevó su mano a los labios. Estaba feliz.
—Los padres de mis amigos no cocinan —comentó Pilar—. El papá de Betty quemó su cereal.
Sarah se rio.
—¡Dios mío! ¿Cómo se puede quemar un cereal?
—A mí me gusta cocinar, no tengo ningún problema en hacerlo y a Pilar le encanta lo que preparo, ¿verdad, mi amor?
—¡Eres el mejor, papá! Sarah, ¿tú sabes cocinar?
—Sí, me defiendo. Tal vez no como papá, pero no quemo la comida, ni el cereal tampoco.
—Hace unos raviolis estupendos —Sarah compartió con él una mirada, recordando la noche del primer beso luego de seis años de separación.
—¿Qué son lavolis? —preguntó la niña.
Su padre sonrió.
—Ra-vio-lis, te gustarán, son pastas italianas como los macarrones, pero rellenos.
—¡Yo quiero! —exclamó la niña—. ¿Cuándo comeremos?
—Hoy sí tú quieres —se ofreció Sarah.
—Excelente idea —apoyó Fern—. Tal vez no con pesto, no creo que le agrade.
—Ya lo había pensado. Mejor con salsa de tomate y queso —afirmó Sarah.
—Muy bien, vayamos a vestirte Pilar, que debemos recoger a los peques e ir al kínder.
—Yo lavo los platos —Sarah se quedó en la estancia, para echarle una mano, era lo mínimo que podía hacer ante un delicioso desayuno como ese.
Estaba de espaldas cuando escuchó que él le contaba a Pilar de la llamada de su madre.
—Ya estabas durmiendo, corazón, pero dice que volverá a llamar pronto.
La niña hizo silencio por unos instantes.
—¿Y cuando viene? —fue lo único que preguntó.
—Aún no sé, dice que tiene mucho trabajo en la tele.
Pilar no respondió nada más y Sarah sintió sus pasitos corriendo en dirección a su habitación. A veces quería soñar que ellos tres eran una familia, pero cuando recordaba a Vivi sentía que las cosas eran en realidad más difíciles de lo que parecía.
Fernando y Sarah pasaron a recoger a los mellizos y luego se dirigieron al kinder. Pilar estaba muy emocionada por mostrarle a Sarah su colegio, y la joven le tendió la mano para ir con ella hasta la puerta mientras Fern se encargaba de sus hermanos.
Pilar estaba preciosa vestida de azul, era un color que combinaba a la perfección con sus ojos. Su mochila y lonchera eran de Frozen, su saga animada favorita, afición que compartía con María Fernanda que llevaba una parecida aunque en otro color. La mochila de Froilán era de Cars, una de sus pelis más queridas.
—Ella es mi profesora —le explicó Pilar a Sarah cuando llegaron.
La mujer que estaba en la puerta era muy joven, llevaba el cabello castaño en una coleta y se veía muy sonriente.
—¡Buenos días! —exclamó la profesora al ver a Pilar. Sin embargo su sonrisa se esfumó cuando notó a Sarah a su lado.
—Buenos días, ella es mi novia, Sarah —la voz de Fernando aclaró el asunto.
—Buenos días, un placer —saludó Sarah.
La mujer parpadeó varias veces, desconcertada, hasta que finalmente reciprocó el saludo.
—Sarah tiene mi autorización para venir a recoger a mi hija —continuó Fernando.
—Pero... —la profesora quiso poner objeciones.
—Sarah es como si fuera yo —replicó con firmeza—. Confío totalmente en ella.
La profesora asintió, saludó a los niños y los hizo pasar. Fernando tomó a Sarah de la mano y se dirigieron al coche.
—Gracias por tu confianza... —le dijo de corazón.
—La tienes hace mucho tiempo y mi amor también —ella se inclinó para darle un beso, emocionada como estaba.
—Gracias, Fern.
—Sobre los mellizos no puedo decidir, eso le corresponde a mis padres, pero en lo que respecta a Pilar, tienes mi absoluta confianza y facultad de recogerla siempre que sea necesario.
—Tengo la impresión de que no le agradé a esa profesora y me puedo imaginar la razón... —insinuó ella mirándolo de soslayo.
Fernando soltó una carcajada.
—Tal vez tengas razón, pero ahora le quedó muy claro que no estoy disponible.
—¡Eres todo mío! —afirmó ella antes de entrar al coche.
—Absolutamente, mi amor.
Al mediodía Fernando fue a recoger a los niños al kínder. Sarah se quedó en casa preparando los raviolis. Antonia le cedió muy amablemente la cocina principal para que hiciera la comida, y la chica se estaba esmerando bastante para que salieran perfectos.
Fernando recogió a sus hermanos e hija en el Seat. Los niños iban atrás conversando cuando se detuvo en el semáforo en rojo, al costado de un puesto de diarios y revistas. Fernando no supo bien cómo sucedió, pero el grito de "¡Mamá!" de Pilar lo dejó por completo descolocado. Pilar abrió la puerta del coche y bajó de él corriendo.
—¡Sarah! —Fernando quiso detenerla, pero ya era demasiado tarde.
Intentó bajarse, pero cambiaron la luz y los coches lo agitaban con el claxon. Fernando no tuvo más remedio que avanzar un poco, girar a la izquierda y estacionarse frente a un café.
—¡No se muevan de aquí! —advirtió a sus hermanos que estaban tan asustados como él.
Fernando corrió al puesto y se encontró a Pilar junto a las revistas. Entonces comprendió que Vivi era portada de la revista Hola.
—¡Mamá!
—¡No vuelvas a hacer eso! —exclamó Fernando agachándose para abrazarla—. Pudo haber sucedido un accidente. Pilar, no puedes bajar del coche así...
Pilar era consciente de que había hecho mal, así que rompió a llorar.
—¡Lo siento, papá!
Fernando extrajo del bolsillo del pantalón su cartera y compró una revista, luego tomó a Pilar de la mano y se dirigieron en dirección al coche. Ella continuaba llorando, pero no era momento para conversar, pues los mellizos estaban solos y era un riesgo dejarlos sin supervisión por más tiempo.
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