Capítulo 33
Sarah desayunó con su familia, el ambiente era distendido. No sabía si todos eran conscientes de que no había regresado anoche —su madre al menos sí lo conocía—, pero había un buen humor reinante. La abuela se sentía mejor de su pierna, y dijo que se celebraría la boda, aunque continuara con la escayola puesta. Atilio por supuesto que secundó a su amada, así que el resto del tiempo lo invirtieron en hablar de los preparativos. Sarah no pudo dejar de pensar en que ella no podría hacer lo mismo, al menos por un buen tiempo. Sin embargo, intentó en no concentrarse en aquellos pensamientos que le traían pesar. La noche anterior había sido maravillosa y con eso bastaba para ella.
Luego de terminar de desayunar, su teléfono sonó en el bolsillo: era Fernando. "El sol se apaga sin ti". Ella sonrió, ¡Fern tenía cada ocurrencia! El chico continuó escribiéndole: "Hacía mucho tiempo que no dormía así de bien. Normalmente tengo el sueño liviano, pero no te sentí irte. Me debes el beso matutino, aunque con una poesía tan hermosa casi te perdono. Por cierto, hoy estoy a cargo de la tropa completa, me preguntaba si querrías salir con nosotros en la tarde a dar un paseo. Los domingos es costumbre que yo me encargue de los niños, para darle un respiro a mis padres". Ella no dudó en responderle que sí, le hacía mucha ilusión ver a los mellizos, a los que no veía desde hacía años... Tampoco podía negar que quería encontrarse con él, aunque no sabía cómo se comportarían frente a los pequeños.
Luego de comer con su familia, Sarah se alistó para el paseo. Fernando pasaría por ella en el coche sobre las cuatro de la tarde.
—¿Vas a salir? —le preguntó su madre desde el umbral de su habitación.
—Aún no, dentro de una hora más o menos. Fernando y los niños me han invitado a dar un paseo.
—Me parece bien —Ana entró y se sentó sobre la cama—. Te noto feliz y eso me tranquiliza un poco.
—Todo saldrá bien, mamá, de verdad —Sarah terminó de cepillarse el cabello—. Las cosas con Fernando están bien. Estamos enamorados, y hemos esperado por esto desde hace seis años.
—Ya lo sé, pero me preocupa que Vivi aparezca de un momento a otro y eche a perder la felicidad de los dos. No quiero alarmarte, eres abogada y sabes de lo que hablo. Creo que Fernando debe pensar muy bien las cosas y decidirse a solicitar el divorcio.
—No voy a presionarlo, no por mí ni por mis intereses. Ya hemos hablado un poco sobre ello, pero imagino que en algún momento podamos tratar el asunto. Fern no quiere perder la custodia de Pilar frente a la madre de la niña. Es un riesgo, así que prefiere mantener la situación como está. Yo lo entiendo, a pesar de todo.
—Y yo también lo entiendo, pero a veces no actuar a tiempo también puede ser perjudicial. De cualquier forma, no quiero atormentarte más con mis palabras, quiero que la pasen bien. ¿Vienes a cenar? ¿A dormir?
Sarah se ruborizó un poco.
—Pienso que sí. Si hubiese un cambio de planes te llamo, ¿está bien?
Ana asintió y le dejó que terminara de vestirse.
Fernando estaba lleno de ilusión por pasar la tarde con Sarah y los niños. Ya sus hermanos estaban bajo su cuidado, así que tuvo que invertir algo de tiempo en alistarlos a los tres. Nanda y Pilar querían usar vestidos, pero Fernando las convenció de llevar pantalones, ya que querían montar bici e irían a un parque, por lo que sería más cómodo para ellas.
A la hora de partir, colocó las dos bicis en la cajuela del coche. Los mellizos tenían una sola bici, unisex, de color morado, que se la turnaban. Pilar tenía la suya: era rosa y blanca, con una cesta en la parte de atrás. Los dos vehículos contaban con las rueditas auxiliares o de apoyo pues ninguno se había aventurado aún a aprender sin ellas.
—Recuerden que deben compartir las bicis entre ustedes tres. Sarah y yo estaremos atentos de que cada uno tenga su oportunidad, ¿de acuerdo?
—Sí, papá —contestó la niña.
Los niños se sentaron en la parte trasera del Seat y Fernando se dirigió a recoger a Sarah. Sonrió en cuanto la vio: se veía hermosa con su ropa casual, un pantalón corto azul y en una blusa de cuadros anudada en la cintura que dejaba de ver un centímetro de su tostada piel en el verano. Estaba más delgada que antes, pero el peso no hacía para él verdadera diferencia.
—¡Hola! —Sarah saludó no más entrar al auto. No le dio un beso a Fern, pues eso debían hablarlo a su debido tiempo. Se giró hacia atrás para ver a los niños.
Los mellizos eran preciosos y le sonrieron, incluso sin conocerla —eran muy pequeños cuando la vieron la última vez—. Pilar la saludó con cariño y por el trayecto fueron hablando de las bicis y de lo que harían.
Llegaron al parque Mérida, que era un terreno de muchas hectáreas con árboles de diferentes clases. A los niños les venía muy bien hacer ejercicios y estar tiempo al aire libre... Los mellizos se trasladaban en las bicis mientras Pilar iba en brazos de su padre. Decidieron establecerse en un lugar tranquilo, donde Sarah y Fernando podían sentarse en un banco y ver a los chicos. Pilar reclamó su bici para montar y su prima se la cedió; la cesta de atrás iba repleta de muñecas. Nanda tomó una para jugar en un árbol cercano, en lo que su hermano y prima daban una vuelta en la bici.
—No se alejen de aquí —advirtió Fernando—. Estaré atento y recuerden decirme cuando tengan hambre para merendar.
—¿Hay comida también? —Sarah estaba sorprendida.
—Con esos niños siempre hace falta tener comida a mano —respondió él, señalando la mochila que había dejado sobre el césped.
Sarah se rio, no creía que pudieran tener tanto apetito, apenas tenían cinco años... ¿Sería verdad? Se quedó observando en la distancia a Froilán y luego a Pilar. Nanda seguía con la muñeca sentada en la rama de un árbol.
—Es increíble que sean tus hermanos —sonrió.
—¡Ni lo digas! —rio él—. Todavía recuerdo la primera vez que los vi. No sé si lo recuerdes pero los mellizos nacieron primero, además de que fue una cesárea planificada. Cuando los vi tan pequeñitos e indefensos me di cuenta de cuán grande es la responsabilidad de un padre o de una madre.
—Así es, me imagino que te ilustrarías un poco con vistas al nacimiento de Pilar.
—Por poco me desmayo la primera vez que le cambié un pañal a Froilán, mientras le echaba una mano a mi papá. Y, por otra parte, también sentía muchos deseos de conocer a Pilar. Me preguntaba cómo sería, si tendría algún rasgo mío o cómo sería su personalidad...
—Es idéntica a ti y muy buena niña. Lo has hecho bien, Fern —repuso Sarah mirándolo a los ojos.
—Gracias, pero no hablemos de niños por el momento, quiero saber por qué huiste de mi lado esta mañana... ¡Eso no te lo perdono! —dijo bromeando, pero parecía en serio.
—Me daba un poco de pena que tus abuelos me descubrieran en la casa o que Pilar entrara a la habitación... No sé que pienses respecto a nosotros y tu hija.
—Se lo diremos —contestó él con tranquilidad. Para Fernando no había ningún tipo de problema al respecto.
—¿Estás seguro?
—Estoy seguro de que te amo, Sarah; ¿por qué mentirle o fingir frente a mi hija? Ella lo entenderá. Se llevan de maravillas y en unos pocos días te ha tomado mucho cariño. Se puso feliz cuando le dije que vendrías al paseo.
El corazón de Sarah comenzó a latir aprisa. Que Fernando estuviera tan convencido de dar un paso como ese solo le indicaba que su amor por ella era muy grande y firme.
—Si piensas eso es porque de verdad estás seguro acerca de nosotros, no existe nada más sagrado para ti que Pilar.
Fernando le acarició la mejilla por instante y le sonrió, esa sonrisa que era encantadora y tierna a la vez.
—Por supuesto que estoy seguro, Sarah. Llevo esperando por esto mucho tiempo. Tal vez, si solo fuera una aventura —cosa que no he tenido, por cierto—, no se lo diría. Pero se trata de nosotros, y eso es algo demasiado importante para mí.
Sarah recostó su cabeza sobre el brazo de Fern. Se distrajo por unos instantes mirando a los niños. Pilar estaba ahora con su prima jugando a las muñecas y Froilán continuaba en la bici.
—Me hace muy feliz escucharte decir eso —comentó al fin—. Sin embargo, me preocupa la reacción de Pilar. Tú todavía estás casado con Vivi...
—Pilar no entiende de esas cosas, la realidad para ella es que soy un padre separado.
—¿No temas que piense que estoy suplantando a su madre? —volvió a preguntar ella, angustiada. Fernando le pasó el brazo por la espalda y la atrajo hacia él para tranquilizarla.
—Cuando Viviana se marchó, Pilar era muy pequeñita. En su mente apenas hay recuerdos de su madre viviendo en casa, eso prácticamente no existe. Pilar ha crecido sin su madre. La ve algunos días en el año, conmigo presente, y el resto del tiempo estamos juntos ella y yo. No puede entender que suplantes a quien no existe para ella, al menos no en su vida diaria o en su rutina. Pilar no recuerda a su mamá preparándole la comida, dándole un baño o recogiéndola en el kínder... Quién lo he hecho he sido yo. Con la ayuda de mis padres y de mis abuelos, por supuesto, pero yo.
—Qué triste que tenga una madre ausente, no es justo para ella.
—Así es, por eso creo que Pilar debe saber acerca de nosotros. Nuestra relación le hará bien, y ella te querrá mucho más de lo que ya te quiere... Cuando Vivi se marchó conversé mucho con una terapeuta infantil, que incluso vio a Pilar en algunas ocasiones y me recomendó que nunca le ocultara la verdad. Pilar sabe que sus padres están separados. No recuerda nuestra vida en común, porque incluso antes de que Vivi se marchara nuestro matrimonio ya no existía.
—¿Y no te ha hecho preguntas?
—Pocas. Ella asume su realidad, como es y como viene. Cuando ve a su madre la recuerda y echa de menos, pero luego sigue con su rutina y no pasa nada, porque Vivi no es parte activa de su vida. No como debería ser. Pilar conoce que hay niños cuyos padres viven juntos, como sus primos u otros del kínder, pero que en su caso no es así. Mamá tiene su vida en Madrid, y en Castellón solo somos ella y yo.
—Ahora somos tres —le corrigió Sarah con una sonrisa.
—Sí, somos tres. Y espero que también seamos cuatro o cinco... —añadió con picardía.
—¿Qué? —Sarah se alejó un poco de él riendo, asustada con la idea, pero feliz por lo que simbolizaba.
—¡Pues claro! Quiero bebés contigo, y tal vez con un poco de suerte nos ocurra lo mismo que a mis padres y tengamos dos de una misma vez.
—¡Fern! —ella se llevó las manos al rostro, estaba cada vez más roja.
—No me digas que no quieres...
—Claro que quiero, Fern —reconoció—. Quiero todo contigo.
Él volvió a acariciarle la mejilla y le robó un beso, demasiado fugaz para que los niños lo vieran o al menos eso creyó. Estaba feliz con Sarah, muy feliz y eso le impedía ocultar sus sentimientos del mundo. A veces le parecía que estaba soñando, y no quería que esa felicidad se frustrara con nada.
Los niños se acercaron al poco tiempo, con hambre. Habían jugado bastante y tenían las mejillas encendidas por el ejercicio. Fernando tomó de su mochila una manta y la extendió sobre el césped; los pequeños, Sarah y él se sentaron encima para comer. Fern había llevado zumo y galletas de chocolate, las favoritas de los niños.
—Papá, ¿puedo preguntarte algo? —Pilar tomó una galleta con sus manitas y la abrió para comer primero la crema.
—Por supuesto, cariño.
—¿Sarah y tú son novios? —los ojos de Pilar se quedaron fijos sobre ellos dos.
Fernando se puso colorado, y Sarah nerviosa. Ya habían hablado de decírselo, pero no esperaron que ella lo dedujera así de rápido ni que hiciera esa pregunta frente a sus primos. ¿Habría visto el beso?
—¿Eso crees? —quiso saber su padre.
—Yo creo que sí —respondió con tranquilidad, lamiendo la galleta.
—¿Y eso te gustaría?
—¡Sí! —dijo con alegría—. ¿Jugarás conmigo todos los días? —esta vez la pregunta era para Sarah.
—Lo prometo —respondió la aludida, no podía negar que estaba emocionada, así que se inclinó y le dio un beso a Pilar en la frente—. ¡Todos los días!
—¿Y también me llevarás al colegio?
—Cuando quieras, siempre y cuando tu padre esté de acuerdo —sonrió.
—Me encantaría que fuéramos juntos —contestó Fern mirándola a ella.
—¡Qué bueno! —exclamó batiendo palmas—. Quiero que mis amigos sepan que tengo madre.
El corazón de Sarah se encogió al comprender lo que sucedía. Fernando se acercó a su hija y le dijo en voz más baja:
—Ya hemos hablado sobre eso. Recuerda que mamá está lejos y no puede ir por ti a la escuela.
—Lo sé, pero Sarah irá por mí, ¿verdad? Quiero que ella sea mi madre.
Sarah asintió, sentía un nudo demasiado fuerte en la garganta que no podía deshacer.
—Entonces, si son novios, yo tenía razón... —Pilar miró a Froilán con el ceño fruncido. El niño se encogió de hombros y le dio dos de sus galletas de chocolate.
—¿Qué fue todo eso? —Fernando quedó confundido.
—Lan decía que no eran novios —explicó Nanda—, y Pilar que sí.
—Me ha apostado dos galletas —contó al fin Froilán, mirando la merma sufrida.
—¿Y que saben ustedes de apuestas? —Fernando estaba muy sorprendido. Eran muy pequeños todavía y creía que inocentes.
—Es fácil, hace poco Paquito del kínder nos explicó —respondió Pilar apacible—. Apostamos una barra de chocolate a que Froilán ganaría la carrera.
—¿Qué carrera?
—Corrimos Boris, Julia, Luis y yo del árbol grande al aula —explicó el niño.
—¿Y llegaste primero? —preguntó Fernando otra vez.
—¡Sí! —estaba orgulloso.
—Y nosotras nos comimos la barra de chocolate —contó Nanda.
Fernando reprimió una carcajada, pero en su función de padre les explicó que las apuestas no eran buenas y le dio dos galletas más a Froilán, quien las recibió con alegría.
—Lo importante no es llegar primero a la meta, sino divertirse con los amigos y nada de apuestas, ¿entendido?
Los tres niños asintieron con mucha seriedad, aunque la escena era para reírse pues tenían las respectivas bocas llenas de galleta de chocolate.
—Son muy inteligentes —comentó Sarah en voz baja, asombrada.
—¡Cada día me sorprendo más de lo que aprenden! —dijo Fernando encantado. Eran unos buenos niños, aunque por lo visto se la pasaban en grande en el kínder.
—Estoy muy feliz de haber venido a este paseo con ustedes.
—¿No vendrás esta noche a casa? —le preguntó Fern al oído. Ella se ruborizó al escucharlo.
—Tendré que pasar a casa a buscar mis cosas...
—Ayer no las necesitaste... —insinuó con una sonrisa.
Ella se rio, pero no dio su brazo a torcer. Con el corazón más alegre por la buena acogida de Pilar, se recostó sobre Fern y se llevó a los labios una de las galletas. Estaba deliciosa, pero nunca tan dulce como los labios de él.
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